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Esclavo de ti mismo (Capítulo 2)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Capítulo 2. Caligari primera fase: la transformación.

Marcus contempló deleitado el magnífico cuerpo de Alfonso. El torso musculoso y depilado, los brazos firmes y rígidos, las torneadas piernas y el poderoso miembro listo para ser disfrutado.

Tuvo que controlarse bastante cuando Alfonso se aproximó y colocó sus brazos alrededor de su cuerpo. Marcus buscó ávido los labios del sonámbulo y se permitió compartir un apasionado y extenso beso, que le hizo experimentar una inmediata erección.

Recorrió efusivo con sus manos la espalda y glúteos de Alfonso, sin despegarse para nada de la jugosa y varonil boca.

Marcus se apartó a duras penas de aquellos exquisitos labios, aunque no sin antes dejar en la boca de Alfonso un ingente gusto a tabaco. Situó de manera dominante su mano en torno al firme miembro del sonámbulo.

-Sabes, eres tal como te imaginaba. – Le dijo en un susurro al oído. -Tú y yo nos vamos a divertir mucho a partir de ahora mi guapo Alfonso. Te voy a convertir en mi predilecto. Tu vida está a punto de cambiar. Quisiera terminar nuestro encuentro ahora, pero desafortunadamente la droga que te suministré posee un efecto limitado. Estoy seguro de que quieres concluir tanto esto como yo, ¿verdad?-

-No… yo… Hmmm… Yo… No… Hmmm… Ssi, también… Yo quie… quiero.

Contestó Alfonso con tono casi inaudible, aunque reflejó por primera vez una expresión de intranquilidad.

Marcus comprendió que el efecto de la droga comenzaba a pasar y si no quería que su presa despertara de un momento a otro, debía actuar rápidamente.

Tomó a Alfonso del brazo y lo condujo a paso regular fuera de la alcoba, a través del corredor. Alcanzaron el otro extremo del pasillo y Marcus tiró de una puerta metálica que se movió con un extraño chirrido. Le Empujó suavemente del hombro y lo indujo a ingresar en aquella habitación.

Se trataba de un salón bastante espacioso, de casi treinta metros cuadrados, sin ventanas y gruesas paredes. Una gigantesca y extraña caja musical con múltiples símbolos, palancas y discos yacía en un extremo, junto con un sofá reclinable.

Marcus acompañó a Alfonso a recostarse en el sofá. El sonámbulo no opuso resistencia, pero la expresión de su rostro cada vez parecía menos ausente y más intranquila. Marcus sabía que el efecto de la droga casi estaba por terminar y Alfonso pronto despertaría de aquel estado inducido de sonambulismo.

Sonrió macabramente, porque él se encargaría de que Alfonso jamás volviera a despertar, al menos no sin que él lo ordenara.

Marcus apretó un botón en el sofá, el cual se reclinó, mientras que diversas amarras aprisionaron los hombros, cintura y piernas del sonámbulo. Luego caminó hasta la caja musical, giró algunos discos y tiró de varias palancas. Se apresuró a salir de la habitación y una vez se encontró fuera, presionó un interruptor que selló la puerta.

Entre tanto, Alfonso empezó a despertar poco a poco. Su cabeza se sentía sumamente pesada, le resultó muy difícil sacudirse el sueño. Trató de incorporarse en la cama, mas entonces descubrió que no estaba en su habitación. Intentó abrir los ojos, pero sus párpados se hallaban muy cansados. Experimentó frío, por lo que reparó en que se encontraba totalmente desnudo.

Tras un gran esfuerzo consiguió abrir finalmente los párpados, pero sus bellos ojos verdes quedaron deslumbrados por unas luces fluorescentes que titilaban y giraban incesantemente en el techo. Quiso levantarse, pero fuertes amarras se lo impidieron. Sus hombros, rodillas y cintura yacían sujetas. Le resultó imposible mantener los ojos abiertos, pues las luces fluorescentes le lastimaban y causaban un terrible dolor de cabeza.

Estuvo a punto de gritar, sin embargo, percibió la boca seca, con un horrible sabor a tabaco y la lengua adormecida. Inició un fútil forcejeo contra las ataduras y varios quejidos en un intento por pedir auxilio. Mas en ese preciso instante una suave y dulce melodía empezó a emanar de la extraña caja musical.

Se trataba de una canción somnífera, muy relajante y que resonaba con fuerza en los oídos de Alfonso. Buscó a toda costa no prestarle atención, pero era imposible. La canción se metió en su cabeza, estimulaba cada fibra de su cuerpo e hizo que la rigidez de sus músculos creciera nuevamente.

Alfonso realizó un desesperado intento por abrir los ojos, pero ya no pudo hacerlo. Tras cada acorde de la canción su cabeza se sentía más y más pesada, mientras su mente se precipitó a un estado de letargo todavía mayor que el de antes. Sus pensamientos se diluyeron en un cúmulo de ideas sin sentido, una cascada blanca borró todas las cosas y la dulce melodía se apoderó por completo de su ser.

Alfonso se deslizó inevitablemente hacia un estado de profundo sopor, de absoluta perdición, donde el éxtasis de un placer infinito apagaba cualquier pensamiento individual, cualquier destello de rebeldía. La lógica y la razón, sus gustos, ambiciones y moralidad eran suprimidos a cada acorde. Alfonso había sido hasta ese instante, un hombre exitoso, independiente y marcadamente heterosexual. Sin embargo, cada arpegio de la extraña caja musical destruía cualquier resistencia, anulaba todos sus prejuicios, transformaba por completo su noción de realidad y lo hundía más y más en un único deseo, en un cosmos de absoluto placer.

Alfonso comprendió entonces que se hallaba desnudo. Él había querido siempre existir en ese estado de perfección y naturaleza. Un estado en el que era libre de todo, inclusive de pensar. Porque era más feliz si dejaba de hacerlo. Todos son más felices cuando dejan de pensar.

Ese deseo se convirtió de forma avasalladora en una fuerza imposible de eludir. Él no debía pensar, solamente dormir, solamente obedecer, solamente complacer. Eso era él a partir de ese día, un eterno objeto para brindar placer.

Él debía dormir para siempre, jamás despertar De aquel placer interminable. Porque era su eterno placer servir, su absoluto placer dormir, su máximo placer vivir desnudo para siempre. Tenía que ser su placer insuperable el obedecer, su entero placer transformarse en un absoluto esclavo. Sí, un esclavo. Él no era nadie, nunca había sido nadie. Él sólo era un esclavo, un miserable esclavo sonámbulo del Kaligari. Debía permanecer eternamente dormido, eternamente sonámbulo, jamás debía despertar. Él era un sonámbulo, un esclavo siempre listo para obedecer y complacer a su Amo. Un sonámbulo, un esclavo, que existía solamente para servir a su Amo, al Amo del Kaligari, a Marcus, Amo del Kaligari, sí, Marcus, su nuevo Amo.

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