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Tiempo de lectura: 5 minutos

Este relato está dedicado a una lectora muy especial, Está escrito en primera persona ya que a grandes rasgos la historia se ajusta a su experiencia personal.

Al llegar a casa, después de 24 horas de guardia, Juanjo, mi marido, se había encargado de todo. Los niños ya estaban en la cama después ducharse y cenar. Daniela hacía un sobre esfuerzo para no dormirse y comentarme algo del colegio. Isra, más pequeño, no había podido aguantar y dormía plácidamente. Juanjo, me esperaba en el salón viendo la tele a la espera de que saliera de la ducha para cenar juntos.

Durante todo el día me había sentido excitada. Y es que aquel nuevo médico residente estaba buenísimo. Era de ascendencia árabe y parecía modelo. Recogía su melena negra en una cola. Su barba perfectamente arreglada le daba un aspecto mayor al de su edad. Sus ojos profundos parecían atravesarte cuando te miraban y su voz grave y pausada hacía que decidieras entregarte sin condiciones a sus maravillosos encantos.

Ahora, bajo la ducha, trataba de aliviarme acariciando mi clítoris pero no lo lograba. Mi mente volaba en busca de una fantasía con aquel doctor. Alguna en la que Kaleb me arrinconase en uno de los almacenes de material y tapándome la boca para que no se oyesen mis gritos me follase contra la pared. Pero no lograba encontrar el punto y después de 10 minutos desistí.

Por fin aparecí por el salón, donde me esperaban Juanjo. Con mi media melena suelta y húmeda, vestida con una amplia camiseta de mi marido que tapaba escasamente el culo y dejaba ver esas braguitas negras semitransparentes que, en un código no escrito entre nosotros, eran una proposición nunca decente. Sin sujetador, mis pezones se marcaban erectos a través de la camiseta Nike azul marino. Juanjo me miró y me besó.

Cenamos charlando sobre distintas cosas, con la serie de turno como fondo. Él, mi marido, me miraba fijamente enfundado en su camiseta de Los Lakers dejando ver sus musculazos hombros, tatuado el derecho con un tribal. Su corte de pelo al cero y aquellos ojos negros hacían estragos en mi entrepierna. Sin saber cómo ni en qué momento, mi mente voló y tuve una fantasía sexual en la que, Juanjo, mi marido y, Kaleb, el guapo médico residente, abusaban de mi con una doble penetración…

Media hora después nos fuimos a la cama. Con la luz apagada y de espaldas a mi marido note como se acercaba para acariciarme. Sus manos recorrían mi cuerpo por debajo de la camiseta buscando mis tetas. Con el simple contacto noté como mi coño ardía inundado de flujos. Traté de resistirme buscando provocarle. Y es que el calentón de todo el día me había puesto muy perra y quería algo duro.

Juanjo buscó mi cuello con la boca mientras con su mano derecha ya hurgaba entre mis labios vaginales. Al comprobar lo mojada que estaba sonrió maliciosamente. Totalmente desnudo, se arrimó un poco más y buscó mi ano con sus dedos:

-No…, por el culo no… -acerté a decir de la manera más inocente y poco convincente que pude.

Él no hizo caso y con poco cuidado me introdujo uno de sus dedos en mi estrecho agujero trasero. De inmediato sentí un calor poco agradable y es que la poca lubricación hacía que la penetración no fuera delicada. Me quejé y volví a decirle que no. Juanjo comenzó a bajarme las bragas de manera brusca:

-No, por favor, por el culo no… -Me oía la voz y yo misma no me creía. En el fondo quería sacar al tipo duro que mi marido ocultaba y que me sodomizase a su antojo:

-Llevo todo el día esperándote y ahora no me vas a decir que no.

De manera casi violenta me volteó contra la cama. Su tamaño y su fuerza hacían que me manejara a su antojo. Noté su peso sobre mi espalda. Su respiración excitada en mi oreja. Agarró mis manos y las puso en mi espalda, a la altura de sus abdominales. Me hacía daño pero me sentía demasiado excitada para parar. Volví a suplicar con voz de putita:

-No por favor, no me hagas daño…

Mi mente volaba fuera de mi cuerpo para ver la secuencia. Mi marido, mucho más grande que yo, me forzaba a mantener sexo anal contra mi voluntad. Agarraba mis manos y las inmovilizabas en mi espalda con una sola mano suya. Después, Juanjo, tomó las bragas y me las introdujo en la boca para evitar que gritase. Yo trataba de gritar de manera ahogada mientras mi lengua entraba en contacto con mis propios jugos vaginales con los que había manchado mis braguitas. Me movía intentando zafarme de su poder, una misión imposible ante la diferencia de fuerza.

Luego buscó sobre la mesita de noche un bote de vaselina, y vertiendo un poco sobre sus dedos, me la untó en el ano. Con menos cuidado que antes, me introdujo dos dedos y comenzó a dilatarme. Yo, inmovilizada y amordazada comencé a respirar fuerte sabiendo que me iba a romper el culo. Juanjo se acercó a mi oído y me susurró:

-No llores que lo estabas deseando…

Y tenía razón. Deseaba tener sexo anal de la manera más brusca posible. Y ahora notaba el enorme glande de mi marido forzando mi arrugado ano. Comenzó a dolerme, y es que pese al lubricante el tamaño era muy superior al de mi ojete. Traté de relajarme mientras Juanjo lograba introducir su capullo en mi culo. Sentí como mi esfínter hacía un esfuerzo por dilatarse para darle cabida a aquel ariete extraño que amenazaba con desgarrarlo.

Cuando tuvo la cabeza de la polla dentro dejó que se adaptara. Yo me oía la respiración forzada, las braguitas taponaban cualquier sonido que saliera de mi boca y mi saliva empezaba a empaparlas produciendo un extraño sabor a mi propio coño. El dolor se entremezclaba con el escozor y la sensación en ese momento no era agradable aunque si me excitaba. Juanjo, me agarró la teta derecha y pellizcó mi pezón doloroso. Incomprensiblemente mi coño seguía manando flujo caliente.

Sin previo aviso, mi marido comenzó a empujar su polla contra mi culo. Notaba como iba abriendo mi recto sin poder resistirme. Por más que apretaba más dolor me producía. Decidí relajarme y que terminase de encajármela entera. Un golpe de cadera de Juanjo fue definitivo para que su polla llegara a lo más profundo de mi culo. Intenté moverme y gritar. Me había dolido aquel puntazo y temí que me hubiese desgarrado el ano.

Notaba a Juanjo resoplar por el esfuerzo. Se acercó a mi oído:

-Te lo voy a partir, así que no te resistas.

No pude evitar sentir un escalofrío por mi columna desde el cerebro hasta mi clítoris palpitante. Mi sexo se mojó aún más y me dispuse a disfrutar de una violación anal…

Juanjo, mi marido, me colocó un cojín debajo de mi abdomen para poder levantar un poco mi culo, con una mano me seguía agarrando las mías y la otra me la colocó en la nuca impidiendo que me moviese. Como pude escupí mis braguitas y di un grito de placer cuando empezó a sodomizarme. Primero despacio, notando como su polla iba ganando terreno dentro de mi recto, pero a medida que se dilataba mi culo, su golpe de cadera se hacía más fuerte y seguido. Después de un minuto, Juanjo me estaba taladrando con ganas, mientras su polla me rompía el ojete. Yo hacía rozar mi clítoris contra el cojín logrando masturbarme al tiempo que me enculaba.

Noté que me llegaba el orgasmo al tiempo que Juanjo aceleraba su follada contra mi culo:

-Dale fuerte, cabrón, dale.

-¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta?

-Sí, joder párteme el culo…

-¿Te gusta tu compañero…?

Cuando oí a mi marido preguntarme por el médico buenorro (del que yo le había hablado en alguna ocasión) no pude resistir más y con un grito que tuve que ahogar en la almohada para no despertar a los niños, me corrí como una perra. Mi marido, por su parte también gritó la correrse y tuvo que morder mi hombro dejándome la marca de sus dientes.

Durante varios segundos estuvimos quietos. Yo contraía los músculos de mi ano apretando la polla dura mi marido, intentando terminar de ordeñarla. Su leche que había salido a borbotones inundando mis intestinos ahora comenzaba a perder grosor hasta salir de mi agujero dejándome una sensación de vacío. Mi esfínter latía intentando volver a su tamaño original mientras era incapaz de contener en su interior la corrida de mi marido que descendía por mis muslos hasta la sábana.

Juanjo, por fin se retiró de mi espalda permitiéndome una libertad liberadora. Se tumbó boca arriba a mi lado mientras yo me incorporaba para alcanzar una toallita (que siempre guardo en la mesita de noche) y limpié mi ojo del culo. Al notar la humedad refrescante lo agradecí:

-Cabrón, que te gusta violarme el culo.

-Y a ti que te lo viole, ¿no?

Le miré y le dediqué media sonrisa antes de disponerme a dormir después de 24 horas de trabajo en el hospital.

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