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Sometida por el bully de mi hijo (2)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Quedé completamente desequilibrada emocionalmente después del encuentro con el papá de Robi. El que pagó las consecuencias fue el pobre de Matías. Se sorprendió mucho cuando corté con él, sin darle más motivos que decirle necesitaba un tiempo sola.

No podía sacarme de la cabeza las palabras del perverso hombre mientras me penetraba. "Una puta siempre será una puta". Era la primera vez que aquellas palabras me hacían sentir sucia. Me maldije por no haber sido más fuerte y evitar que me posea.

Durante semanas estuve de un humor lúgubre, que me esforzaba por disimular cuando mi hijo estaba en casa.

Pasaron días, y luego semanas, en los que esperé que el papá de Robi se contactara conmigo para exigir mis servicios nuevamente. Pero por suerte, el hombre no apareció.

Me daba mucho miedo pensar en el hecho de que Robi se enterara de mi pasado. Si se burlaba de Leandro por tener una madre prostituta, él no lo soportaría. Explotaría de alguna manera. Me daba miedo imaginar de qué manera sería. Era tan sensible el pobre, que ante tal humillación, hasta podría pensar en el suicidio. La sola idea me helaba la sangre.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, no tenía noticias ni del padre ni del hijo. Y de hecho, empezó a ocurrir algo sumamente curioso: Leandro empezaba a mostrarse con un mejor ánimo. Se lo notaba más vivo, más libre. Cada tanto llegaba tarde de la escuela, y me decía que había estado con algunos compañeros. Noté que también se miraba más al espejo, y se preocupaba más por su apariencia. En fin, de a poco, se iba pareciendo a un adolescente sano y normal, cosa que me llenó de alegría ya que en cuestión de semanas terminaría la secundaria y debería enfrentarse al mundo laboral, por lo que era indispensable que su seguridad se afirme.

Tal fue el cambio, lento, pero progresivo, que operó en él durante el último par de meses, que mi ánimo también empezó a cambiar. Me preguntaba si realmente Robi había recibido una reprimenda de parte de su padre. Daba la impresión que estaba funcionando. La horrible situación que me había hecho pasar ese desagradable tipo, ya no parecía tan terrible.

Sabía que un buen polvo podía obrar milagros, pero no imaginé que esta vez funcionaría. Me preguntaba si el tipo exigiría que siga pagando el bienestar de mi hijo con sexo. Deseaba que no fuera así, pero por Leandro estaba dispuesta a todo. Sacrificaría mi orgullo y mi libertad, sólo para verlo feliz. Además, en dos meses no se había contactado conmigo, por lo que seguramente no es un hombre tan exigente como parecía. Con un polvo de vez en cuando lo tendría controlado. Quizá debería calentarle la pava para mantenerlo contento, y nada más.

Pero las cosas no serían tan fáciles como imaginaba. De hecho, no tenía idea de lo que me esperaba. La paz que imperó en mi vida durante esos cortos meses, no eran más que la calma que antecedía a una violenta tormenta.

Hace dos semanas, Leandro me mandó un mensaje diciéndome que iría a casa más tarde, y que, además, iría con unos compañeros de escuela, ya que desde hace tiempo les había prometido que se reunirían a jugar a los videojuegos acá.

Como era viernes, no vi inconveniente en ello. El fin de semana podía hacer los deberes. Le dije, muy animada, que no había problemas.

A eso de las tres de la tarde escuché el alboroto mientras mi hijo llegaba con un grupo de chicos. No pensaba molestarlos. Además, al pobre Leandro siempre le hicieron la vida imposible por tener una mamá tan joven y linda. No quería que los chicos se pusieran muy babosos conmigo, así que sólo iría a la sala de estar para presentarme. Me puse un pantalón de jean bastante holgado, para no llamar la atención, y una remera blanca. Eso sí, mis tetas no se podían esconder en ninguna prenda.

Había cinco chicos con Leandro. Me desagradó ver de quiénes se trataban. Estaba Robi, el chico rubio, carilindo y musculoso, que tanto detestaba. El hijo de Pierini, el tipo que me había humillado. Los otros cuatro los tenía de vista. Eran los compinches de Robi, todos repetidores de años, alguno incluso ya rondaba los veinte años.

Todos estaban sentados en el living, frente a la tele, jugando a un viedojuego. Me dio mala espina verlos a todos ellos rodeando a mi hijo. Hasta hacía poco tiempo le hacían la vida imposible.

Miré a Leandro. Parecía contento y relajado. Supuse que en los últimos meses habían limado asperezas.

-Hola chicos. – Los saludé.

Desde sus lugares, me saludaron con un "Hola señora Clara", al unísono. Se mostraron muy serios y educados, cosa que me confundió.

-¿Quieren tomar algo? – pregunté.

Fui a buscar coca cola y agua saborizada. Ellos tenían paquetes de papas fritas y otras snack sobre la mesa, así que no necesitaba ofrecerles comida.

Me fui a la cocina, pensando en qué carajos estaba sucediendo. Incluso si la amistad era real, no me gustaba nada ver a mi hijo con esos trúhanes. ¿Pero qué pasaría si le decía que no se junte más con esos chicos? ¿Cómo reaccionaría Leandro, y qué pensaría el papá de Robi? Sentí escalofríos.

Estuvieron jugando por más de una hora, hasta que dejé de escuchar el bochinche que venía del living. Ese silencio me pareció muy extraño. Fui a ver qué había pasado.

Sólo había quedado una persona en casa: Robi.

Estar a solas con ese mocoso engreído, bajo mi techo, me generaba una angustia indescriptible.

-Se fueron a comprar más cosas para comer -comentó Robi, sin que se lo pregunte-. Yo les dije que me quedaba a terminar esta pantalla.

-Está bien, así aclaramos algunas cosas- le dije.

Robi soltó el Joystick y puso toda su atención en mí. De repente, la actitud seria que había mostrado cuando fui a saludarlos, desapareció. Su boca dibujó una sonrisa, y sus ojos se desviaron a mis tetas.

-Mis ojos están acá – Le dije, con sequedad, señalándolos con mi dedo.

-Tus ojos también son lindos -dijo, descaradamente- Pero tus tetas me hipnotizan.

-Pendejo de mierda, sabía que la careta no te iba a durar mucho – dije-. Te vas ya mismo de mi casa, y no lo volvés a tocar a mi hijo…

-¿O qué? – Desafió él.

Se mostraba con una seguridad que me intimidaba. Estaba sentado, demasiado tranquilo, sin ninguna muestra de nerviosismo, parecía que nada lo perturbaría. Era como si guardara un as bajo la manga, una carta con la que me vencería, fuera cual fuera la carta que mostrara yo. Me dio miedo.

-¿Qué querés pendejo? – dije, atragantada.

-Tus servicios de puta. Vanesa. – dijo.

No podía sentirme más humillada. Pero no podía caer en la trampa de un pendejo de dieciocho años, y ya no cometería el error de dejarme doblegar, como me había pasado con su papá.

-Estás loco, no sabés lo que decís -dije, fingiendo que me sorprendían sus palabras-. Andate de mi casa, o llamo a la policía.

Robi sacó el celular de su bolsillo, tocó la pantalla varias veces y luego me lo entregó.

-Salís bien en el video -dijo, con la sonrisa más odiosa que vi en mi vida.

Pierini me había grabado mientras me levantaba la pollera, y me penetraba sobre su escritorio. Luego había otra grabación de cuando golpeaba mi cara con su pija. Yo en ese momento cerraba los ojos por instinto, así que no me había dado cuenta de que había hecho la grabación.

-¿Tu papá comparte esto con vos? Son unos enfermos – dije.

Robi largó una carcajada escandalosa.

-¿Mi papá? Ese es mi tío Raúl. El primo de papá -dijo-. Son socios, así que muchos se confunden. Te llegó mal la info -dijo. Se levantó y se sentó a mi lado-. Lo gracioso es que si hubieses hablado con papá, seguro que te hubiera hecho caso. Papá es un señor, no como mi tío. Hablaste con el Pierini equivocado.

-Pero… -dije, casi llorando-. No podés hacer esto – agregué, sabiendo lo que pretendía aquel muchacho. Todos los hombres querían lo mismo.

-Es decisión tuya. Te ponés en bolas ya mismo, o viralizo estos videos por todo internet. Vas a ser famosa en el barrio. Imaginate cuando lo pase a toda la escuela. Tu hijo se va a volver loco.

Lo miré fijo, como intentando descifrar si realmente había un humano adelante mío.

-Además, todos van a conocer tu pasado de puta – siguió amenazando.

Me crucé de brazos, como protegiéndome de aquel engendro.

-Pero Leandro va a venir enseguida, con tus amigos. -Balbuceé, con la voz temblorosa, en un último intento de librarme de aquel sociópata-. No podemos hacer nada ahora.

-Le dije a los chicos que lo distraigan. Tenemos al menos quince minutos. En ese tiempo podemos hacer de todo. Además, cuando salgan del supermercado me van a mandar un mensaje.

Lo tenía todo planeado el hijo de puta.

-Entonces, los demás también saben… -dije.

-No te preocupes. Sólo les dije que hagan tiempo porque le quería hacer una jodita al nerdo de tu hijo.

-Sos peor que tu tío.

-No perdamos más tiempo.

Me desabrochó el pantalón. Empezó a tirar de él, y me lo bajó junto a mi ropa íntima. Yo, paralizada, no hice nada para evitarlo.

Quedé con las piernas abiertas, totalmente expuesta, frente a él. Miré por la ventana, que tenía la persiana a medio cerrar. También tenía una cortina, pero si alguien miraba hacia adentro, desde el ángulo correcto, podría ver lo que estaba pasando. Pero no quise pedirle que lo hagamos en otro lugar. No quería pedirle nada.

Robi se deleitó con la vista que yo le ofrecía, durante un rato. Después se arrodilló, tomó mis piernas y las levantó.

-Quedate así – ordenó.

Era imposible mantener la postura, sin ayuda de mis manos, así que agarré mis tobillos con ellas. Me sentí como un pedazo de carne en el mostrador de una carnicería.

Robi apoyó sus manos en mis nalgas. Arrimó su rostro y saboreó mi sexo. Fue directo al clítoris. Mi cuerpo, contrario a mi alma, reaccionó favorablemente ante el estímulo.

Sus ojos, que estaban por encima de mi pubis, me observaban a medida que su lengua babosa masajeaba insistentemente en el mismo lugar. Estuvo un buen rato degustando mi sexo, luego enterró un dedo en mi vagina, y descubrió lo que yo temía: estaba mojada.

-Apurate, por favor. -supliqué. La sola idea de imaginar a mi hijo viendo la escena, me hacía temblar de pánico.

Robi se puso de pie.

-Vení acá -dijo, agarrando su sexo, durísimo con la mano.

Era delgado y largo, y sus venas marcadas reflejaban su potencia juvenil.

Me arrodillé a sus pies, como si fuera mi amo.

-Empezá por acá. – dijo, señalando sus testículos. Por suerte los tenía depilados Aunque el vello ya empezaba a crecer, y raspaba mi lengua.

-Mirame a los ojos. – dijo.

Obedecí. Miré sus diabólicos ojos verdes, y tal como él lo había hecho, reparé en cada cambio en su fisonomía, mientras le daba placer con mi lengua.

Subí, lentamente, por su largo tronco. Sabía a sudor y a semen. Su rostro se transformó cuando empecé a masajear el glande. Muy a mi pesar, mientras mamaba la verga de aquel pendejo malvado, sentía cómo mi sexo segregaba más y más fluido.

Me concentré en ese lugar. En la cabeza. Si había aprendido algo en mis tiempos de puta, era que había que concentrarse ahí si se quería hacer acabar rápido al cliente. Acompañé mis masajes linguales con dulces movimientos de las yemas de mis dedos en sus testículos. Robi gimió de placer. Y como una especie de premio, tomó mi mentón, levantó mi vista, y me sonrió con ternura.

Estaba a punto de terminar mi tarea. Sentí cómo los músculos de Robi se contraían. Pero él me ordenó que me detenga.

-¡Pero ya van a venir! – Me quejé.

– Todavía no mandaron mensaje. A esta hora todo el mundo sale a comprar. Deben estar en la cola todavía – dijo, y rio al verme preocupada.

Me agarró de la cintura, y me ayudó a levantarme. Me empujó hasta el sofá de nuevo. Agarró mis piernas y las flexionó.

-Quedate así – ordenó de nuevo.

Con ayuda de mis manos, quedé a su merced, con las piernas completamente abiertas, flexionadas, y suspendidas en el aire.

Era impresionante la diferencia que había entre los muchachos de ahora con los de mi época de adolescencia. El internet y la pornografía los hacían muy precoces.

Robi apuntó su pija, sin molestarse en colocarse un preservativo, y me penetró una y otra vez. Lo hacía sin tocarme, sólo su pelvis depilada chocaba con mis muslos. Yo empecé a gemir contra mi voluntad. Trataba de disimular el placer que me hacía sentir esa pija, pero no podía. Odiaba a ese pendejo, pero su miembro era hermoso, y sabía cómo utilizarlo.

Robi me miraba, desde las alturas de su ego, con arrogancia y superioridad. Cuando iba a acabar, retiró su sexo de adentro mío.

-Vení acá, y tomá la leche.- dijo.

Yo, entusiasmada porque al fin la cosa terminaba. Me senté en cuclillas y empecé a masturbarlo. Intuía que iba a querer eyacular en mi cara, así que, sin más vueltas, la acerqué a su glande, mientras seguía sacudiendo la verga con desesperación. Los chorros de esa leche pegajosa saltaron con vehemencia hacia mi cara. Le regalé una vista de mi rostro embarrado con su semen. La disfrutó durante un rato. Entonces me pare y me fui a limpiarme.

A los cinco minutos llegaron Leandro con los otros Malnacidos.

En ese momento decidí que, por el momento, lo mejor sería complacer a Robi en todo lo que me pidiera. Si mantenía la expectativa de un nuevo encuentro, no querría compartirme con nadie. Guardaría el secreto para disfrutarme él solito, como si fuese su juguete personal.

Su tío era otro problema, pero por sus meses de silencio, supuse que sería más fácil de complacer, aunque quizá más difícil de acallar.

Estaba a merced de esos dos sátiros. Uno peor que el otro. No sabía qué le deparaba a mi vida. Tenía que idear una manera de sacármelos de encima. Pero, de momento, no se me ocurría nada. En todas mis elucubraciones, terminaba desnuda, a merced de los caprichos de ese pendejo.

Esperaba que mi hijo, al menos, siguiera viviendo en su burbuja, sin darse cuenta de nada. Robi había cambiado de juguete. Ya no necesitaba al chico torpe que lo hacía sentirse superior cuando era blanco de sus burlas; y que le generaba un placer sádico al verlo sufrir. Ahora contaba con una adulta con la que podía jugar a juegos más perversos, a la que podría humillar y usar como si fuese una esclava sexual. Confiaba en que dejaría de molestar a mi hijo. Me parecía un buen intercambio.

Continuará.

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