Volvía del trabajo por la misma calle de siempre, más o menos a la misma hora por esas cosas de la rutina. Eran esos días en que vamos pensando en cualquier cosa… hasta que la vi. Ni me di cuenta en que momento comenzó a caminar frente a mí, pero me atrajo de inmediato. Claudia no era hermosa como una modelo, pero era sumamente atractiva, un poco más baja que yo, un lindo cuerpo bien proporcionado y, sobre todo, un bello par de ojos negros.
En una esquina quedamos esperando el semáforo y nos miramos, ambos con una tímida sonrisa. Era un buen momento para intentarlo…
No recuerdo que le dije aunque sí que le causó gracia, con esa sonrisita nerviosa que nada dice y todo promete. Seguimos un par de cuadras mas ahora charlando más animadamente de cualquier cosa. En la charla le pregunté como podríamos volver a vernos y, afortunadamente, intercambiamos nuestros teléfonos. Solo me pidió que la llame hacia el mediodía.
Después de algunos intentos de comunicarme en la semana, sin mucho insistir, pudimos reencontrarnos por teléfono. En diferentes charlas, me dijo que trabajaba en un negocio un tanto lejos de mi empleo, pero no demasiado y lo más importante: me pidió discreción ya que era casada. Para esos años yo también así que… bingo! Sentí que compartiríamos códigos aunque los encuentros no tendrían la frecuencia que podría esperarse. ¿Sería poco, pero bueno?
Finalmente, pudimos volver a vernos con más tiempo en un bar una tarde varias semanas después. Charlamos de todo un poco, me contó su vida y yo la mía con nuestros problemas y situaciones. En un momento, nos tomamos de la mano y nos miramos con ternura: ambos queríamos amarnos, se podía percibir la pasión desbordante, pero debíamos tomar algunos cuidados. Por caso, ese día… ya debíamos regresar a casa.
En los días siguientes tratamos de coordinar una tarde libre. No recuerdo cual fue su excusa o la mía, pero quedamos en vernos en un lugar intermedio ese jueves a las 14 hs.
El día esperado llegó, pero con una novedad… muy cerca del lugar donde debíamos encontrarnos se concentró una multitudinaria protesta contra no sé qué causa o tema del gobierno un par de horas antes. La protesta se hizo violenta e intervino la policía. Hacia las 14 hs. la zona era un caos absoluto: corridas, palazos y algún herido en toda la zona cercana. Ante ese panorama, por la imposibilidad de encontrarnos y el riesgo que nos pase algo, hablamos y postergamos el encuentro. Más allá de la bronca enorme que tenía, esto solo hizo que nuestra calentura aumente aún más.
Fue difícil arreglar el siguiente encuentro pues habíamos "gastado" nuestras excusas para el día fallido. Sin embargo, a la semana volvimos a citarnos: mismo lugar, misma hora, mayores ganas.
Ahora sí… el momento llegó. Nos encontramos y fuimos a un hotel cercano. Literalmente… ardíamos.
Fue solo cerrar la puerta de la habitación para que nuestras pocas ropas (era verano) desaparezcan. Fuimos a bañarnos, hermosa excusa para acariciarnos, pero la calentura nos desbordo y lo que pensé que sería una gratificante sesión de caricias enjabonando nuestros cuerpos se convirtió en dos amantes cogiendo desenfrenados, sin parar en el piso del baño.
Obnubilado, casi totalmente imposibilitado para pensar, me di cuenta al acabar que no estaba usando un preservativo… Llegué a sacarlo a tiempo ¿a tiempo? Bueno, lo sabría después… lo hecho, hecho está.
Nos recompusimos un poco y fuimos a la cama… solo para un hermoso 69. Ella era imparable, movía su cuerpo y con cada movimiento lograba que me caliente cada vez más. Me acosté boca arriba y ella me montó… su pelvis se movía hipnóticamente, mis manos buscaban sus tetas para jugar con los pezones.
No recuerdo cuanto tiempo estuvimos así… hasta acabar nuevamente… Era hermosa desnuda vestida solo con el sudor del sexo. Las horas pasaban y no decíamos que no a nada. Le metía un par de dedos en la cola y ella… hacia lo mismo conmigo. Estábamos totalmente entregados el uno al otro. Cuando su cola estuvo dilatada, la penetré. No era muy visitado el lugar por su marido, según me contó luego. Comentario inútil ya que sus gemidos de dolor antes de los de placer me habían contado esa parte de la historia con detalles.
Seguimos mientras los cuerpos así lo pedían, en los breves descansos nuestras lenguas tomaban la posta, sea en las bocas, en su clítoris o en mi pene. Hasta juntar fuerzas otra vez. Así estuvimos hasta que nos fuimos.
En la soledad del barrio cuando comenzaba a atardecer, salimos del hotel abrazados como novios y pensando en la próxima…