Me encontraba frente al gran ventanal de la tienda con un camisón blanco de seda muy fino que cubría mi cuerpo, la mirada perdida en el horizonte de la sabana africana cuando el sol pintaba el cielo naranja y se disponía a perder su batalla contra la luna, las sombras alargadas dibujaban la tierra y mi hermano, detrás de mí abrazando mi vientre con sus fuertes brazos mientras me besaba en los hombros, nuestros cuerpos se reflejaban en el cristal, mi cara tenía un semblante lleno de alegría, de felicidad, de amor, de pasión y a su vez de tristeza, los ojos llorosos cuando recordaba lo vivido y esperaba un futuro incierto, unas lágrimas empezaban su corto recorrido por mis mejillas para morir más adelante, así me sentía yo, mi corazón se estaba partido en dos, me estaba sintiendo morir.
Mi hermano y yo habíamos pasado las vacaciones más maravillosas que jamás hubiera podido imaginar, cinco semanas de amor, de cariño entre dos hermanos que se aman pero era hora de partir, era hora de volver y aquella aventura de amor entre los dos tenía que terminar, estaba mal aunque no sabía ni entendía por qué, la sociedad dicta unas normas y aunque el amor que sentíamos era tan puro y tan profundo, la realidad que es tozuda siempre te golpea y te hace caer del sueño en el que vas montada y hora había que levantarse y volver a caminar junto a él pero sin él y no sabía si iba, si íbamos a tener fuerzas para aquello.
Pensar que todo empezó como un juego, un juego que se nos fue de las manos, yo acostumbrada a viajar debido a mi trabajo quise recompensarle por haberme ayudado tanto durante aquel año que le invite a unas vacaciones por África, un continente que a Izan siempre le había atraído, despegando del aeropuerto un martes cualquiera del mes de mayo y casi cinco semana después, volvíamos más unidos que nunca.
– Gracias Lara por este viaje, joder no tendrías que haberte molestado, ja, ja, ja lo que están flipando mis amigos.
Fueron sus primeras palabras cuando el avión empezaba a despegar, mi hermano un chico rubio de ojos azules, alto y cuerpo de deportista, fuerte y a la vez frágil, a pesar de sus 22 años seguía teniendo esa cara de niño pecoso que me encantaba con unos labios carnosos, manos suaves y un corazón de oro, yo 4 años mayor que él, le sonreía y le besaba en el pelo, estaba tan nervio, tan excitado por llegar a su querida África que no paraba de hablar.
Cuando aterrizamos en Tanzania y llegamos al parque del Serengueti nos sentíamos cámara en mano empequeñecer de la hermosura de lo que estábamos viendo, de lo que nos rodeaba, mi hermano no paraba de hablar, de hacer fotos, estaba feliz y yo con él, cuando llegamos al hotel la que no paraba de hablar era yo, una cabaña preciosa en medio del parque donde su jardín era simplemente todo lo que los ojos alcanzaban a ver, pero con una pequeña pega, había pedido dos habitaciones y solo nos ofrecieron una.
Los días los pasábamos visitando aquel vasto territorio y sus noches después de cenar y de los bailes que nos ofrecían, nos gustaba quedarnos en unas hamacas junto al fuego a la puerta de nuestra tienda, escuchando los sonidos de la sabana, otros días simplemente cenábamos fuera de la tienda los dos solos y veíamos los atardeceres.
La tienda era una habitación enorme con una cama grande que llegaba hasta el techo rodeada de una tela a modo de mosquitera en el centro de la estancia y salvo por un pequeño rincón estaba totalmente abierta con ventanales que permitían ver desde cualquier parte de la habitación el parque, al acostarnos siempre mi hermano me daba las gracias con un beso, que al principio fueron en la frente y luego fue bajando poco a poco hasta rozar mis labios.
Una noche al sentir sus labios casi rozando los míos me eche a reír y le pregunte por qué se paraba ahí, mi hermano se puso rojo de vergüenza sin decirme nada dio la vuelta y se durmió, al día siguiente le tuve que pedir mi beso y al dármelo lo poso en la frente.
– Vaya, me gusto más el de ayer. – Le llegué a decir sonriéndole.
La noche siguiente esperando mi beso y mi beso llego sorprendiéndome pues no fue en la frente, no fue en las mejillas ni tan solo junto a mis labios, sino en mis labios, dándose la vuelta corriendo y dejándome sin habla sonriéndome y con mis dedos acariciando mis labios.
Llevábamos una semana allí cuando aquella noche mi hermano después de darme otro beso en los labios en vez de darse la vuelta me dijo que podía dormir abrazado a mí, al principio mi cara hizo que se diera la vuelta pero al cabo de los minutos le dije que se acercara y riéndome le dije que podía por aquella noche pero con las manos bien quietecitas, no sé por qué lo hice, quizás porque también me apetecía a mí abrazar a mi hermano aquella noche.
A pesar de ser más alto que yo, recostó su cabeza por encima de mi pecho y pasando su mano por mi vientre abrazándome, me dio las gracias y me volvió a besar en la mejilla, cansados los dos acabados dormidos mientras nos abrazábamos, a la noche siguiente no fue uno sino dos los besos que nos dimos y nos volvimos a abrazar, en el silencio de la noche yo le acariciaba el pelo con mis dedos y le di un beso en él, eso hizo que mi hermano me miraba un momento y al poco sentí como acariciaba mi vientre, tuve que pararlo sin decirle nada con mi mano cuando empezaba a descender.
Sentía a mi hermano muy excitado y empecé arrepentirme de haberle dejado dormir abrazado a mí, la noche seguía su camino y me desperté con la pierna de mi hermano sobre mis piernas, estaba rozando con su rodilla mi sexo, despacio muy despacio y suavemente, mi camisón se había levantado y sus manos volvían acariciar mi vientre, pero esta vez subían en vez de bajar, hasta mis senos.
Me había despertado sus roces y me sentía excitada y esta vez le permití seguir, permití que sus manos acariciaran mis senos por encima de mi camisón, su rodilla rozando mis bragas, sus dedos empezaron rodear mis pezones cuando estos se irguieron al techo, duros y firmes, estaba demasiado excitada, era mi hermano pequeño, pero quería follar, estábamos lejos de casa, nadie nos conocía y pensé porque no, si él no dice nada por qué lo tendría que decir yo y así lo que fuera a pasar pasaría aquella noche.
Sus manos empezaron a dibujar mi cuerpo desde mis senos hasta llegar a mis bragas, las empezó a recorrer de un lado a otro, mis piernas se empezaban a moverse y sus dedos empezaban a meterse por debajo de la tela que las separaba de mi vulva, sus caricias se posaron en mi clítoris estimulándolo hasta que empezó a crecer, metiéndose entre mis labios mojados buscando mi vagina, empezaba a gemir y a mover mi cadera, sentía su pene golpeando mis muslos, un pene duro y grande, era una sensación entraña, estaba tan excitada quería que me hiciera suya, querías entregarle mi cuerpo por completo a él, pero era mi querido hermano pequeño el que me estaba acariciando mi sexo intentando bajar mis defensas y permitirle pasar.
Izan empezó a bajarme las bragas, sabía que estaba despierta, le ayude a quitarse el bóxer y me incorpore para quitarme el camisón, mi hermano no tardo en meterse entre mis piernas, su cuerpo sobre el mío, ninguna palabra entre los dos, solo el sonido de los animales en la noche, la luna iluminaba la escena de pasión en la que nos habíamos sumido, sus brazos apoyados en la almohada mirando fijamente, estábamos temblorosos, ninguno de los dos se atrevía ahora a dar el primer paso.
Sentía su pene por encima de mi sexo a las puertas de mi templo, su pecho presionando mis senos, nuestra respiración acelerada, sentía su corazón latir con fuerza junto al mío y nuestros sin querer, sin pretenderlo se iban acercando muy despacio mientras que no paraba de mirar aquellos ojos tan azules, hasta tenerlo tan cerca que cerré mis ojos cuando se posaron en mí, despacio nos empezamos a besar y mis labios se abrieron para dejarle entrar.
Nuestras manos se juntaron, se abrazaron con los dedos entrelazados, las caderas empezaron a bailar y su pene se deslizó desde mi vientre hasta mis labios, golpeándolos buscando mi vagina, queriendo entrar en mí, lo estaba deseando, estaba deseando sentir sus caricias en mi interior, mi vagina estaba tan preparada para el que no dude en bajar una mano y cogiendo su pene lo guíe a mi entrada, ahora era cosa de Izan que poco a poco fue metiéndola despacio.
Nuestros besos cesaron de repente y mis dedos apretaban los suyos, empezaba a verme reflejada en él, en su cara como le iba cambiando el gesto al sentir como me penetraba con su miembro, los gemidos aparecieron cada vez que la sentía más dentro de mí, rozando con mis paredes, dándome lo que tanto deseaba.
Nos besábamos apasionadamente y una y otra vez su pene entraba dentro de mí, aunque se notaba la inexperiencia en mi hermano lo que le faltaba lo suplía con aquella enorme polla que tenía, penetraciones incontroladas, rápidas, cortas, ahora profundas, se le salía una y otra vez, hasta que le empecé a guiar, a decirle cómo hacerlo, le besaba, gemía y le iba dando las órdenes precisas, resulto ser un buen alumno, ahora hacían que mi cuerpo temblara y que pequeños gritos salieran de mi interior, rivalizando con los de la sabana.
Los gemidos y golpes de nuestra carne cuando nuestros sexos se juntaban, empezaron a pintar la noche, su pene envuelto en mis flujos y mi vagina se contrajo estrechando el canal, no la quería dejar escapar, la quería allí dentro de mí toda la noche, sentía como mi cuerpo volaba, como mi tripa empezaba arder y un grito en la noche acallo el resto de los sonidos.
Mi vagina se inundaba teniéndola allí dentro inmóvil pero palpitando su enorme polla, mis besos más fuertes con más pasión agarrándole de la cabeza sin soltarla, pasando mis dedos por su pelo rubio a la vez que no paraba de gemir de gritar, quería que me siguiera amando, quería verle navegar por mi vagina no me importaba que explotara dentro de mí, no me importaba que fuera mi hermano, quería sentirle dentro muy dentro.
Mi hermano me levantó y me puso a cuatro patas, ahora mandaba él, guío su pene hacia mi vagina y de un empujón su polla se metió hasta el fondo, yo mordía la almohada para no gritar, mis pechos están colgando de aquí para allá hasta que me los cogió apretándolos en sus manos, empecé a mover mi culo adelante y atrás, haciendo que su polla me penetrara una y otra vez, él casi no se movía era yo la que le buscaba, hasta que dejo mis pechos libres y puso sus manos en mis caderas y empezó a moverse con rapidez.
Cada vez más fuerte y un segundo orgasmo llamo a mi cuerpo a la vez que él eyaculaba dentro de mí, dentro de su hermana, caímos rendidos y sudorosos en una cama empapada de flujo y semen, abrazados y besándonos, besos de cariño, besos cortos con nuestros labios pero sin decir ni una palabra, los ruidos de la noche volvieron aparecer, parecía que se hubieran callado solo para oír nuestro amor,
A la mañana siguiente salía de la ducha y le despertaba con una sonrisa y un beso en los labios, no dijimos nada de lo sucedido en la noche, simplemente dejamos que nuestros gestos hablaran, en todo el día no dejamos de abrazarnos y de besarnos esperando la noche, ese día vimos la puesta de sol más bonita que recuerdo, Izan me hacía el amor sentado en las hamacas mientras veíamos a las jirafas y cebras pasar, mis manos en mi boca intentando acallar los gemidos.
Pasaron las semanas donde nuestro amor creció, habíamos viajado por todo el país declarando a los cuatro vientos nuestra pasión, en cada rincón de aquel país africano dejábamos la impronta de nuestro amor, el último día, la última noche, sabíamos que aquello se tenía que terminar pero aún nos quedaba aquella noche, en la que me había arreglado para él, me había puesto mi más bonita ropa interior y mi mejor camisón, me abrazaba por detrás besándome el cuello, el sol de África parecía que lo sabía y había desplegado su mejor atardecer pintando el cielo de un naranja con pequeños matices rojizos, los animales de la reserva venían a despedirse.
Mis lágrimas mojaban mis mejillas y mi hermano empezaba a quitarme las tirantas de mi camisón con sus labios, acariciando mi vientre donde todo empezó, apartando la melena le ofrecía mi cuello para que lo besara, las tirantas habían caído por mis brazos y tras ellas el camisón cayó al suelo, sentía nuevamente el cuerpo de mi hermano desnudo detrás de mí, no paraba de ver aquella puesta de sol, y mi hermano empezaba a pintar con sus labios mi espalda hasta caer en mis nalgas tapados por unas braguitas blancas de satén casi transparentes, mi hermano se levantó y se puso frente a mí besándome, acariciando mis pechos a la vez su lengua lamía hasta el último rincón, cuando llego a mi monte de venus la noche se hizo y una luna llena como un regalo del cielo iluminaba toda la estancia, fue como si me despertara de un sueño, me agache a su altura y mis manos acariciaban su cuerpo con mucha suavidad, besándonos con ternura, las yemas de nuestros dedos representaban un nuevo baile, caricias donde no las había.
Nos tumbamos en el suelo mullido por una alfombra, besando mi sexo, sintiendo su lengua en mi vagina, nerviosa, feliz, triste le dije casi como un susurro.
– Izan vuelve hacerme el amor, házmelo toda la noche, házmelo hasta el amanecer.