El sábado en la mañana, Alfredo se levanta muy temprano y sale en su coche sin apenas desayunar, ha tomado solo un sorbo de leche. Estaciona frente a la casa de Alejandro, éste que lo está esperando baja los pocos escalones que lo separan de la calle y sube al auto. Se saludan.
–¿Y a dónde vamos Alfredo?
–A cualquier parte. Es que tenía necesidad de salir de casa. ¿Y con quién mejor que contigo Alex?
–Bueno, vamos a donde tú quieras Alfred.
–Por lo pronto vamos a desayunar algo. ¿Te gustan las empanadas venezolanas?
–Sí, las he probado. Las de cazón no me gustan. Pero las de queso guayanés y las de carne mechada me flipan. –responde Alejandro.
–A mi también me gustan esas y las arepas. –le dice Alfredo.
–Pues para luego es tarde.
–Yo conozco un sitio muy cool en la avenida Paraná que las hacen muy buenas. –Y parten al destino seleccionado para desayunar, que les queda a unos 20 minutos en coche.
Se sientan en la terraza del lugar y enseguida son atendidos por una bella chica.
–Buenos días. Bienvenidos, ¿en qué puedo ayudar a los señores? ¿Desean desayunar?
–Esta es la carta del desayuno, seleccionen lo que deseen y me avisan para tomarles la orden. –Les entrega una carta del menú a cada uno.
–Mira, por qué no te quedas y así nos aclaras algunas dudas. Además, es tan agradable tener a una chica guapísima como tú al lado. –Ella se sonríe con timidez y se ruboriza.
–Pues si, por favor, ¿nos puedes explicar qué contienen las arepas de Reina pepiada?
–El ingrediente principal es la pechuga de pollo asada, tiene además puerro cortado muy fino, mayonesa y guacamole que es la salsa mexicana que se hace con aguacate, cebolla morada, ajo, sal, pimiento verde, tomate, cilantro y aceite de oliva.
–Pues a mi traes una arepa Reina pepiada, una empanada de queso guayanés y otra de carne mechada. –Le pide Alejandro.
–Para mi lo mismo.
–¿Y qué desean para beber?
–¿Qué nos sugieres?
–Soda, cerveza, café, té, leche y maltín Polar.
–Pues yo prefiero maltín y un café expreso. –le dice Alejandro.
–Y a mí me trae un Ginger Ale y un cortao.
–Enseguida se los traigo todo.
–Muchas gracias.
–¡A la orden!
Al terminar de desayunar se marchan al Centro.
–Alfred, ¿por qué no vamos un rato a mi casa?
–Tú sabes que me gustaría mucho Alex, pero hoy estoy muy tenso. Prefiero dejarte en tu casa e irme a la mía a descansar y pensar.
–OK, hacemos eso entonces y nos vemos el lunes en el aula.
Alfredo dejó a Alejandro en su casa y siguió para la suya.
Al llegar a su casa, deja el coche en el car porch y se dirige a su habitación. Cambia de idea y entra a la cocina, donde su madre está sentada en la banqueta de siempre y bebiendo.
–Hijo, buenos días ¿Ya desayunaste? Te fuiste sin tomar ni café.
–Buenos días. Si, desayuné ya. Y tú también veo que estás desayunando, pero un poquito más fuerte.
–Es que estoy un poco estresada. Así me calmo un poco.
–Si, eso es muy importante, pero te puedes alcoholizar. –Abre la nevera y toma la jarra de agua y se sirve un vaso. Lo apura y se marcha.
–¿Y no tienes nada que decirme? –Él se detiene y sin voltearse le dice:
–Esta tarde hablamos, y date una ducha, que no me gusta conversar con borrachos. –Siguió y se metió en su habitación.
En la tarde, después de una siesta, se levanta y se da una ducha. Anda en calzoncillos y pantuflas, se va a la cocina, se sirve un whisky con dos cubos de hielo y agua gaseada. Allí repite lo mismo dos veces más. Está oscureciendo y decide ir al cuarto de su madre. Ya tiene un plan elaborado.
–¿Estás despierta? –Ha tocado la puerta y nadie ha respondido, decide entrar– ¿Estás bañándote?
–No, me estaba secando el pelo. –Sale del baño envuelta en una bata que transparenta todo y no trae nada debajo. La mira bien, detallándola se da cuenta que está muy buena, que a sus 38 años todavía levanta pasiones y otras cosas más.
–Ven, siéntate aquí, –señalándole con unas palmaditas la cama. Ella se sienta, está temblorosa.
–No tengas miedo, solo quiero hablar contigo. Te traigo una propuesta, que aunque deshonesta, no podrás rechazar. A no ser… que estés dispuesta a perderlo todo.
–Alfred, de verdad que me estás asustando.
–No, no tienes por qué asustarte. Si lo que vas a tener que seguir haciendo, es eso mismo que has hecho hasta hoy, poniéndole los cuernos a mi padre, pero esta vez con su hijo y sus amigos. ¿Qué te parece? ¿Te gusta la idea? ¿Verdad que mola?
–¿Pero te has vuelto loco? ¿Qué locura es esa? ¿Me quieres convertir en una puta?
–No, ya tú eres una puta. Tú solita te convertiste. A ti nadie te obligó. Así que tienes que escoger. Y no puedes negar que estoy siendo muy magnánimo, dándote el chance de seguir viviendo una vida de lujos y comodidades, y lo único que tienes que hacer es seguir gozando, mamando pingas, dando el culo, follando hasta la saciedad.
–¡Ay Dios mío! ¡Qué malvado eres! –Gemiquea un poco.
–Deja a Dios tranquilo, que tú ni crees en él. No te hagas la santurrona. Le toma la mano de ella y se la pone sobre su entrepierna. Ella forcejea pero él la obliga a que sienta cómo tiene la verga de alterada–. No me hagas perder la paciencia, es la última vez que te lo advierto. Si vuelves a portarte mal, nuestro pacto se rompe y mi padre se enterará de todo.
–Pero esto es un pecado. Con mi propio hijo. –Ella solloza, o lo finge más bien.
–No solo conmigo. También con mis amigos. No lo olvides. –Y acto seguido se saca su pingona–. Aquí tienes para que te entretengas. ¡Dale! Qué quiero contemplarla completica en tu boca. –Ella obediente, se arrodilla a sus pies, entre las piernas de Alfredo y comienza a mamársela, primero con algunos remilgos, luego con más entusiasmo.
–Ay, así, qué rico. Como me gusta. –Alfredo se relame de placer. Aquella mamada lo está llevando a niveles insospechados. El nivel de morbo y de estar haciendo lo prohibido, son los que le han elevado su líbido. La adrenalina en su cuerpo está haciendo lo suyo–. Dale, para. –Se la saca de la boca y la coloca de rodillas sobre el borde de la cama. Le quita la bata y la tira, la atrae hasta el mismo borde y le pasa sus dedos por su rajita, que está bien mojada. Se embarra bien los dedos y se los mete por el culo. Ella reprime un gritico.
Listo ya, le espeta su morrongona por el culo hasta donde no va más. Ella grita y hace como por sacársela. Él se lo impide y la embiste varias veces.
–¡No te atrevas a sacártela, cojones!
–Es que me duele mucho.
–Aguanta. Ya se te pasará. –Él no para de metérsela y sacársela. Al cabo del rato no aguanta más y se corre. La saca y se limpia el rabo con la bata de ella.
–Esto no termina aquí. –Se pone sus calzoncillos y se marcha a la cocina, dónde toma dos latas de sodas de ginger ale y las vacía en una jarra a la que agrega varios cubitos de hielo. Bebe y aplaca su sed, la de líquido, porque la de la venganza la había saciado, parcialmente, un poco antes.