Una de mis fantasías más recurrentes es imaginarme en la cama, sentada contra el cabecero, con vestido veraniego corto y abotonado al centro de arriba a abajo, sandalias de tacón alto y bien maquillada. El pelo algo desvencijado, como de recién levantada. Las piernas algo abiertas y unas bragas transparentes color carne. Un montón de tíos en bóxer, sentados en el suelo alrededor de mi cama, todos los que puedan caber dentro de mi modesta habitación de mileurista. Todos mirándome con lujuria, empezado a tocarse por encima de su prenda íntima y esperando impacientes que empiece el show.
Empezaría por desabrocharme los botones uno a uno de arriba hacia abajo. Despacio, que fueran adivinando la textura y el color de mi sujetador, mi piel blanca sin sol, el pelito del pubis que esconden mis bragas aún por bajar, mis muslos tersos que acarician la tela del vestido abierto, mis tímidas rodillas que irremediablemente te llevaran hacia los dedos de mis pies, tan sugerentes tras el calzado abierto. Algunos penes han empezado ya a aumentar de tamaño, puedo notar como piden paso detrás de la tela de sus calzoncillos, como se adivina de repente el relieve duro y cilíndrico que hacía unos segundos no estaba.
Abriría el vestido a un lado a otro y me recostaría un poco, curvando un poco mi pierna izquierda tan desnuda y tan depilada, para que disfrutaran de la belleza de mi cuerpo en ropa interior y tacones, de mi cuerpo que ligeramente se va abriendo para tensar la piel y las venas de sus miembros, de sus pupilas tan atentas y ávidas al espectáculo carnal que recién comienza. Mis manos entonces empezarían a jugar un papel más lujurioso, acariciando el contorno de la copa de mi sujetador, recorriendo sutilmente sus tiras elásticas, el encaje delicado que por dentro sienten mis pezones duros. Sí, yo también estoy caliente. Puede que antes que ellos incluso, sólo de imaginarme tanta polla tiesa queriendo follarme duro. Y ellos lo saben. Notan esos dos bultitos debajo del sujetador y fantasean el color y la forma de la aureola, si será marrón oscuro o claro, grande o pequeña. Y sobre todo su sabor. ¿A qué sabrán mis pezones una vez dentro de su boca, cómo será el tacto en sus labios, el mordisquito en sus dientes…?
Me incorporo un poco para desabrocharme el sujetador, mirándolos con ese aire de lascivia, de poder, de superioridad, sabiendo que les tengo literalmente cogidos por los güevos y que harán todo lo que les pida. No las tengo pequeñas ni grandes, pero si bonitas, muy bien contorneadas. Así que cuando destapo mis pechos tres de ellos no aguantan más y se sacan la polla de debajo del calzoncillo. Uno de ellos está además visiblemente excitado, le falta autocontrol de la situación y se le nota un poco fuera de sí. Así que aprovecho el momento para pedirle que venga, sin palabras, con un gesto insinuador. Quiere tocarme pero está prohibido. Todos lo saben, es la norma. Mirar sí, pero no tocar. Me acerco a su cara como si fuera a besarlo y le pido al oído que me eche toda su leche en las tetas. No tarda ni diez segundos en descargarme una buena corrida que aprovecho en seguida para lubricarme desde los pezones hacia fuera, bien zorra, bien perra. No pueden tocarme, pero si mancharme.
El resto de machos no da crédito. No esperaban un espectáculo tan caliente desde el principio. No esperaban que me fuera a dejar manchar tan pronto. Soy así, me gusta sorprender y romper el ritmo supuesto. Un golpe de efecto de lo más cinéfilo. Como si de un conjuro mágico se tratara todos tienen ya sus rabos fuera, con los bóxer aún puestos: es otra de mis normas. Me gustar verles con el bóxer a medio bajar, el pene duro agarrado por una de sus manos y la mirada ligeramente hipnótica. Todas las miradas en mí, todas disfrutando del semen mojando y brillando sobre mi cuerpo resbaladizo. El recién orgasmado vuelve a su posición con el pene flácido. No pierde el tiempo, es joven y sabe que podrá conseguir una nueva erección y otra eyaculación quien sabe sobre qué otra parte de mi cuerpo, quien sabe si aún más intensa y placentera.
Empiezo a bajar hacia abajo, saltándome el pubis, hacia mis muslos, acero pá los barcos que decía uno de mis follamigos. Quiero que se imaginen lo que disfrutarían agarrándolos fuerte, lamiéndolos, acariciándolos. Me volteo despacio y me pongo a cuatro patas para que puedan disfrutar de mi culo. Al poco otro se levanta para darme su corrida, sobre mis bragas, pero rápidamente me las bajo un poco para que se corra en mis nalgas tras un gemido descontrolado. Me las vuelvo a subir, me mancho mis braguitas con su lefa.
Ellos se excitan y yo también y sin poder remediarlo vuelvo a ponerme boca arriba para, esta vez sí, tocarme el clítoris por debajo de las bragas. Enseguida se levanta otro, y otro más y les digo que apunten dentro, que aún no me las pienso quitar y que me empapen el pelito de ahí abajo. Buen disparo. Buena puntería. Entre unos y otros tengo las bragas empapadas en semen y decido quitármelas para restregarme bien su líquido por toda mi entrepierna. El pelo sedoso de mi coño empapado, metiendo ya los dedos dentro de mi vagina mojada también por mis propios fluidos.
Pierdo la compostura, me dejo caer sobre la cama para disfrutar mejor de mi excitación, de mis tocamientos, de mi cuerpo pegajoso. No consigo que nadie se levante y vuelva a mancharme, qué raro. Tendré que probar a dejar caer la cabeza hacia fuera de la cama, con la boca abierta mirando hacia ellos como implorando leche. Y ahí sí, primero uno y enseguida otro, y otro más. Tres bueno disparos, rápidos e intensos que me manchan las mejillas, el pelo, la frente y hasta la garganta.
Quedan unos cuantos aún por acabar, pero no creo que pueda contenerles muchos más por el grosor de sus pollas y la fuerza de sus miradas. Así que separo mis piernas y les muestro la entrada de mi coño, separando bien los labios para que me empapen todo mi conducto de semen. Dos a la vez, luego el tercero y un cuarto que tarda en orgasmar. Y los cuatro gimiendo de placer como peleles a mi merced. Tanto tío que se queda en nada en unos minutos. Tanta fuerza doblegada por la fuerza de mi sexo, de mi piel, de mis ojos clavados en los suyos. El jovencito que primero se corrió viene ahora y me suelta su segunda entrega sobre mis pies y mis sandalias. Siempre hay alguno de esos. Algún fetichista que no puede aguantar no manchar de lefa mi calzado.
En mis fantasías, vuelven a ceñirse el bóxer y antes de irse ordenadamente, como autómatas, se me quedan mirando, esperando ver como soy yo ahora la que me meto dos dedos de mi mano izquierda y con la derecha me acaricio el clítoris con su semen de lubricante. Me miran y yo les miro. Me toco intensamente y me siguen mirando. No voy a dejar que salgan por esa puerta hasta que me vean correrme, convulsionar, estallar. Un poco más, no falta mucho. Estoy ya gimiendo ligeramente y poniéndome aún más cachonda al ver que dos de ellos intentan recuperar el vigor de sus pollas. Pero antes de que consigan una erección decente me voy. Me corro. Me vierto. Doy pequeños giros de placer sobre la cama mientras los dedos de mis pies se retuercen y mis pezones se endurecen. Mis ojos desorbitados. Mi culo temblando. Disfruto cada segundo, cada poro de piel, cada vello erizado y empapado.
Entonces se van. Ahí se diluyen todos y todo. Como un bendito sueño. Fundido en negro. Fin.