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Sólo una copita
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Al final sucedió lo que no podía evitarse. El deseo es una fuerza poderosa…

Laura es una mujer hermosa, no se puede negar. Cuerpo de formas deseables, con caderas proporcionadas y pecho bien dispuesto. Ojos grandes y boca de labios voluptuosos, con una sonrisa de las que derriten, y cabello largo, de sirena. Le gusta cuidar su aspecto, con ropa y maquillaje que realzan su atractivo, contrastando el negro azabache de su melena con el rojo de los labios. Y las uñas a juego, haciendo destacar sus manos, de gestos femeninos y sensuales.

Aunque no es su trabajo ideal, entró en una firma reconocida, como asistente personal de Arístides. Y quizás lo único destacable sea precisamente su jefe directo, ya de cierta edad, pero con un gran atractivo. Bien plantado, pelo corto, afeitado y siempre bien peinado, con ropa de corte excelente. Cada día, impecable en su aspecto y sus formas, pero lamentablemente casado y en apariencia muy enamorado. Nunca hubo un gesto que evidenciase lo contrario, y ni rondaba mujeres ni hacía comentarios libidinosos o desagradables.

Varonil, un hombre de los pies a la cabeza.

Laura le observaba con frecuencia, y sin poder evitarlo, los ojos se le iban a sus pantalones. Tratando de disimular, se quedaba embobada con unas nalgas que le parecían perfectas, e imaginaba formas y medidas en el bulto que se marcaba en la fina tela. Se sorprendió mordisqueando en ocasiones su labio inferior, en un gesto lujurioso, y ciertamente, en algún momento llegó a humedecerse. Probablemente, a cualquiera le pasaría.

Es más que probable que el señor Arístides se hubiese dado cuenta de las miradas y los gestos, y seguramente no estaba a disgusto. Desde el primer día, era evidente que se gustaban. Saludos mirándose fijamente a los ojos, roces involuntarios al salir de la oficina, besitos de despedida en la mejilla, pero cada vez más cerca de la comisura de los labios… provocaban cosquillas en ambos, reacciones que no eran más que el preámbulo de lo inevitable.

Ayer fue un día realmente pesado, de mucho trabajo. Tras la dura jornada, los empleados fueron marchándose a casa, y ya casi de noche, la oficina quedó vacía. Sólo quedaban ellos dos, y tan sólo había que archivar algunos expedientes. La llamó a su lugar, y felicitándole por su fantástica labor, le ofreció un caballito de un muy buen mezcal, que nunca debe faltar en un despacho que se precie. Sólo una copita, para festejar y finalizar el arduo día, y ella la aceptó mientras se sentaba en uno de los sillones cruzando las piernas. La falda, ya de por sí bastante corta, se subió aún más.

Todo el contexto, el despacho, la luz del anochecer, la situación de intimidad, hacían que la tensión sexual fuese palpable y ambos eran conscientes. Él se paró frente a ella, el cierre de los pantalones casi en su cara, y justo a esa altura le entregaba la copita. Ella miró por un segundo un bulto notable en la zona, y subiendo la mirada de forma provocadora, se mojó los labios antes de agarrar el mezcal. Se lo tomaron mientras hablaban del trabajo y trivialidades, y ocasionalmente ambos se humedecían los labios y suspiraban de forma muy comedida.

Laura pensó que no pasaría de ahí, así que se levantó a dejar la copa sobre la mesita. Y justo cuando lo estaba haciendo sintió una mano que abrazaba su cintura. Él se había arrimado en un impulso irracional, y tanto se pegó, que ella pudo notar su miembro ya muy excitado contra sus nalgas, por encima de la ropa. Duro, grande, amenazante… El contacto y la respiración muy cerca de su nuca hicieron que se le escapase un profundo suspiro.

Se giró, y sin necesidad de decir nada, ambos empezaron a besarse y a acariciarse con deseos contenidos… Las grandes manos de él empezaron a recorrer esas formas femeninas que tanto ansiaba, de forma desesperada, con las palmas muy abiertas. Recorrían cintura, piernas y nalgas, apretándolas con ganas. Mientras, los dedos de ella acariciaban su nuca, para ir bajando por sus hombros fuertes, por una espalda ancha, hasta alcanzar también esas nalgas que robaban su mirada diariamente… Como él no se decidía, Laura empezó a desnudarle, metiendo primero las manos dentro de los pantalones y rozando sus caderas con las uñas. Después fue desplazando las caricias hacia la parte delantera, con la intención de abrir el cinturón y bajar ya su cremallera. Pero antes optó por subir hacia su pecho y quitarle la camisa muy despacio, entre besos y jadeos lentos y suaves. Él ya se dejaba llevar, y empezó a su vez a tocar, a apretar sus tetas, mientras le sacaba la blusa. Lucha de besos, lenguas, y manos ocupadas en desnudarse mutuamente.

Con el pecho de él desnudo, ella en brassiere y la falda medio desabotonada, Laura empezó a besarle en el cuello, en el pecho, bajando poco a poco hasta desabrochar sus pantalones casi con la boca. Podía sentir el calor de su erección brutal, la cual sentía enorme, y se le antojaba muchísimo.

Él no pudo más, y cuando empezaba a bajarle los pantalones le dijo directamente: "Chúpamela amor", con el mismo tono de un niño al pedir un juguete. Le bajó los boxers y la tomó entre las dos manos… la acarició unos segundos, recorriendo toda su longitud, y después la acercó hasta apoyar la punta sobre sus labios. Empezó a lamer despacio, como si fuese un helado, todo el glande hinchado… qué cosa tan impresionante, más de 20 cm de verga erecta, gruesa y caliente, totalmente lista para ella. Se sentía súper excitada, y notaba cómo se mojaba intensamente al agarrar aquella arma poderosa y lamer la cabeza cada vez con más intensidad, dibujando círculos alrededor.

Mientras, sus manos le acariciaban a la vez. Una de ellas subía y bajaba por el tronco de aquella maravilla, y la otra sostenía y masajeaba los testículos. Y él gemía y pedía aún más… "Métetela en la boca, mamita", con voz desesperada, dominada por el placer. Ella se excitaba con esas palabras mucho más, y la introducía poco a poco, en cada ocasión un poco más profunda, más húmeda, y la volvía a sacar… al meterla jugaba con la lengua y podía sentir las venas a punto de reventar en su boca… "Mámamela… mámamela… cómetela entera", decía entre gemidos, ya muy encendido.

Para entonces había conseguido con dificultad quitarle la falda y las braguitas, totalmente empapadas, y ella podía sentir gotas bajar por sus piernas, producto de su estado de excitación extrema. "Cómetela… cómetela mami, es tuya…" pedía ya sin parar, y en ese momento ella se volcó y la metió entera en la boca, toda, hasta el fondo… empezó a chupar como nunca, desenfrenada, con desesperación, mientras se agarraba fuerte a sus nalgas y trataba de meterle un dedo por el ano. El señor Arístides, el hombre, estaba entregado.

De repente, la levantó y poniéndole en pie comenzó a besarle como loco, absorbiendo sus jadeos. Su mano se fue rápidamente a su sexo caliente y palpitante, para acariciar de forma magistral su clítoris. Estuvo un rato dibujando círculos de placer, mientras abría a la vez sus labios y rodeaba su vagina con sus grandes dedos, haciendo poco a poco que sus gemidos subiesen en intensidad.

La sentó de nuevo en el sillón, abriéndole las piernas, y se hincó de rodillas. Frente a ella, le miró un instante a los ojos con expresión decidida, y empezó a besarle desde los pezones, bajando lentamente por el vientre, hasta llegar a su vagina. Y entonces y de un movimiento, se clavó, con la nariz y la boca, besando, mordiendo, revolcando su cara en su sexo. Hasta que finalmente sacó la lengua y le recorrió todo el interior de los labios de abajo hacia arriba, desde la vagina hasta el clítoris, moviéndola con un rápido vaivén de izquierda a derecha, para terminar penetrándole con la lengua hasta donde pudo alcanzar.

Esto hizo que a ella se le escapasen dos palabras entre gemidos entrecortados… "¡Sí, papi!". Era tal la sensación que se olvidaba de la persona, del lugar y de todo, para pedirle que quería más, que lo quería todo. Finalmente, él la tiró a la alfombra y se puso frente a ella… la vista de su miembro hizo que Laura se estremeciese… grande, gruesa, hinchada.

Se tumbó sobre ella, moviéndose en círculos juguetones, haciendo que su verga sin control se desplazase por encima, acercándola, alejándola, tocándole, rozándole la piel,… "¡Cógeme…. cógeme ya!" le dijo sin pudor alguno. Le sonrió malicioso, con un punto de lujuria, y le dijo "Calma. Que no te la vas a acabar…". Ella tenía las piernas muy abiertas, invitándole, y el finalmente aceptó, dejándose llevar y acercándose lentamente para apoyar su virilidad exactamente donde ella deseaba. Ella suspiró… "Ya", y el introdujo sólo la punta, muy muy poquito.

La sacó de nuevo, y así sucesivamente varias veces. Tanteando, mojaba su glande en lo que era ya una fuente, y ella se desesperaba de ganas. "Ya!, Ya! Papi… por favor". Y entonces se la metió hasta el fondo, una penetración profunda, de un único movimiento. Y ella no pudo evitar un tremendo gemido de placer. Largo, con voz grave, llegando desde dentro y acompañado de un pequeño grito, al abrirse al pene más grande que había sentido antes.

Él empezó a penetrarla de una manera brutal, como no le habían cogido antes. Nadie. Entraba y salía, se movía con un ritmo, una fuerza maravillosa, agarrándola fuerte de las nalgas y la cintura, levantándola. Ella le arañaba la espalda, sujetándose a los hombros, mientras enlazaba sus piernas alrededor de su cintura acercándole para que entrara más y más. Se sentía poseída, y sus expresiones aumentaban… "¡Dame, cógeme, rómpeme! ¡Sí, así!" le gritaba, mientras él decía "Siéntela toda, siéntela, es tuya. ¡Gózala, mamita!". Rodaron hasta que ella quedó sobre él, todavía dentro. Y lo montó frenética, las manos apoyadas sobre su pecho y la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la boca abierta. Bajando y subiendo, moviendo las caderas, atrás, delante, girando… acompasando los ritmos. Sentía que la llenaba de verdad, notando su grosor y su longitud, muy dentro.

Él le agarraba fuerte las nalgas, apretándolas, y le excitaba ver como sus tetas botaban con el movimiento. "Te brincan pidiendo que me las coma", decía, tratando de alcanzarlas con la boca. Y de repente cambió de idea: "La quiero entre las tetas, mami". La puso sobre la alfombra, y ella juntó sus pechos con las manos mientras él se situaba encima para introducir su pene enrojecido entre ellos. Empezó a moverse como cogiéndola, y ella los apretaba sintiéndole muy duro entre ellos. Veía la cabeza hinchada salir a la altura de su cara y se acercaba sacando la lengua, tratando de lamerla… La escena era maravillosamente excitante, y aún se moja muchísimo sólo con el recuerdo. En ese momento Laura se sintió una puta, controlando el placer de ese hombre, haciéndolo suyo. Y la idea no le disgustó, se sentía realmente bien.

Cambiando de postura, la volvió a penetrar de una forma más salvaje aún. Al moverse le apretaba las tetas, pellizcando los pezones, y pareciera que quisiera arrancárselos con los dedos. Rudo, casi violento, empujando con fuerza y moviéndose cada vez más y más rápido. Qué forma de coger, pasional, viril, lo más rico que le habían hecho en su vida. Laura se sentía realmente poseída, sexo animal, tal y como lo soñaba. Y así exclamó entre gemidos, "Quiero que termines en mí… quiero sentir tu leche dentro, papi". También entregado, él contestó con respiración entrecortada: "Aprieta mami, ordéñala para ti. Termina… termina conmigo". Y siguió moviéndose con el mismo ritmo, con la misma intensidad, sudando ya ambos.

Ella notaba cómo se acercaba su clímax, imparable ya, con la boca abierta y los ojos cerrados. Aún concentrada en la sensación y anticipando lo que iba a llegar, se dejó ir y empezó a derretirse, mientras se liberaba un inmenso torrente de tensión. "Yaaaa", gritaba, llevada por un terremoto de placer que hizo que se retorciera, arqueando la espalda, mientras sus piernas temblaban. Él aguantó hasta que sintió las contracciones femeninas, y entonces estalló a la vez, con un gemido enorme que se unió a los gritos de ella. "Tuyaaa, maaami". Ella notó perfectamente sus impulsos, los chorros y el calor de una cantidad increíble de leche que sentía como una inundación, hasta tal punto que empezó a sentir cómo el exceso salía de su vagina.

Tras el maravilloso orgasmo simultáneo, compenetrados en las contracciones, en el placer, en los sonidos del sexo, él se tumbó aún abrazado sobre ella. "No la saques aún, yo me encargo". Él se quedó quieto, expectante, mientras ella comenzó a mover sus caderas en círculos, dejando que aquella maravillosa verga fuese resbalando, de tal modo que el propio movimiento la sacó despacio. Dejándola abierta, palpitando, con una sensación de plenitud. También aquello fue maravilloso.

Tras el gran éxtasis, se quedaron adormilados un rato, abrazados en el piso del despacho. Al despertar, casi de madrugada, se vistieron rápidamente y se despidieron en el estacionamiento con un largo beso. Lo más morboso fue llegar al día siguiente y saludarse como siempre, con educación y cierta distancia, disimulando delante del resto de los empleados. Como si no hubiera pasado nada, aunque ambos esbozaban una ligera sonrisa.

Ella no dejaba de pensar que era una gran zorra. El señor Arístides es un hombre casado, y no debiera haberlo hecho. Pero no se arrepentía en absoluto. Su cuerpo decía lo contrario, agradecido y dispuesto para volver a sentir aquello. De hecho, simplemente levantar la vista para comprobar que él le estaba mirando con un brillo especial en los ojos, ya hacía que sintiese humedad entre las piernas.

Seguramente repetirán, ambos lo están deseando ya. Y seguramente será igual de maravilloso, sus cuerpos se entienden muy bien.

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