Mi esposa gusta leer y encuentra atractivo poder hablar con las personas acerca de diferentes temas. Sucedió que, mirando una de tantas páginas de pornografía, encontró el perfil de un muchacho que le llamó la atención. En la fotografía de su perfil se veía bastante varonil y atractivo, y ella, por algún motivo, hizo algún comentario sobre su texto de presentación.
El joven, ni más faltaba, bastante pronto respondió a su comentario. Ella volvió a mirar el perfil, días después, observando que aquel había respondido. Quizá la redacción, o quizá algo más captó su atención, por lo que se mostró interesada en conocerle y así lo manifestó en su perfil, dejando su correo electrónico para ser contactada.
Casi de inmediato recibió noticias de él en su correo y fue así como empezó un intercambio que duró algunas semanas. Extrañamente, de lo que menos hablaban era de sexo. La curiosidad iba dirigida a saber por qué el interés de frecuentar aquellas páginas, cuál era el propósito de contactar hombres por aquel medio, qué esperaba ella de aquellos contactos y otras preguntas por el estilo.
Ella, por su parte, respondía que, siendo mujer, era natural que sintiera algún tipo de atracción por los hombres, especialmente si su aspecto le llamaba la atención, pero que en el fondo había un interés de conocer a la otra persona por la manera como se comunicaba y manejaba el vínculo. Y que, en su caso, lo percibía como una persona educada, con formación, y que sentía curiosidad por conocerle y saber más de él.
Aquel muchacho, ante eso, ciertamente sintió curiosidad, más aún, siendo ella bastante mayor que él, lo cual no fue un obstáculo para seguir adelante. Al ser cuestionada por su interés en visitar páginas pornográficas, ella le confesó su atracción por los hombres de color y las aventuras que había tenido previamente, pero su disposición a tratar otro tipo de personas, tanto a nivel personal como en la cama. Ella le contó que muchos de ellos resultaban buenas parejas para tener sexo, pero que realmente no se conectaban a la hora de charlar y que los encuentros se limitaban al contacto genital únicamente y que creía que debería haber hombres con los que se pudiera intercambiar no solo en la cama sino también de otras maneras.
Pasado algún tiempo ella me comenta sobre el vínculo que ha establecido con aquel joven y su deseo de salir a compartir con él. ¿Qué es lo que realmente quieres? Pregunté. Es sólo curiosidad, contestó, porque me parece un muchacho educado y con formación, hemos conversado y hemos quedado de conocernos. Bien, dije. ¿Y cuándo te vas a ver con él? Bueno, la idea es que me acompañes y nos conozcamos los tres, afirmó.
Y ¿cuál es la idea? Insistí. Pues, conocernos, dijo ella, y hacer algo si surge la oportunidad. Ya. Lo que quieres es tener sexo con él, dije. Bueno, no sé si a él le llame la atención, respondió. Ayyy… señora Laura… si el muchacho está interesado en conocerte, con los antecedentes que sabe de ti, lo más seguro es que esté pensando en la posibilidad de que ese ligue se vuelva realidad. Él puede querer, pero lo importante es que tú le muestres interés, porque, al fin y al cabo, siendo una persona mayor, quizá él se sienta un poco en desventaja. Así que la que debe manejar la situación y tener el control eres tú. Bueno… no sé, dijo ella.
Lo cierto es que se dispuso el encuentro para un día viernes en la noche. Ella, como siempre, en estas circunstancias, se vistió con su traje de faena; body negro transparente, medias negras con ligero, falda corta color rojo y una chaqueta beige. Adornada, muy femenina, con sus aretes, collares y pulseras.
Le recogimos, seguramente muy cerca a su casa, y, al encontrarnos y hacer las presentaciones de rigor, nos sugirió ir a un lugar cercano, donde empezamos a charlar sobre temas varios; nada relacionado con sexo.
Pasada una hora de conversación, más o menos, le propuse a ella que sugiriera que fuéramos a otro lugar para seguir conversando, y él no se opuso, así que pagué la cuenta, abordamos nuestro vehículo y emprendimos la partida, sin tener claro realmente a dónde dirigirnos.
No más avanzadas unas cuadras, pregunté al muchacho si tenía alguna expectativa en especial al haber conocido a mi esposa, y nos dijo que la encontraba atractiva y que a él le gustaba ir paso a paso, primero conversar, conocerse, tomar algo, entrar en confianza y luego, si las cosas se daban, ir más allá. ¿Ir más allá es tener sexo con ella? Pregunté. Bueno, no sé, tal vez… respondió. Ella intervino preguntando sobre alguna cosa que desvió la conversación hacia otra cosa, así que yo seguí manejando sin decir más.
Me dirigí de inmediato hacia un motel, que ya habíamos frecuentado anteriormente. Una vez llegados allí, el muchacho pareció sorprenderse y manifestó que no era eso en lo que estaba pensando y que él preferiría ir a otro lugar a conversar. Mi esposa, entonces, le dijo que no había problema, que el lugar tenía varios ambientes y que, si estaban de acuerdo, se haría lo que él prefiriera. Que el acudir a aquel lugar no era una camisa de fuerza, para nada, y que la idea era conocerse y pasar un rato agradable.
El joven pareció tranquilizarse. Ingresamos al lugar y pedimos una habitación grande, que tenía una especie de recepción, separada por un vidrio de una pequeña sala situada al lado de una gran cama. Al entrar, ellos se dirigieron a la pequeña sala y yo, un poco prudente, me quedé en la recepción, expectante de lo que pudiera suceder.
Pedí unas bebidas y algunos pasabocas que, una vez recibidos, se los puse al alcance, pero no interferí para nada en su conversación. Al principio, sentado lado a lado en el sofá, parecían conversar de manera informal y amistosa. Yo les observaba detrás de la vidriera, distrayéndome con el celular y expectante sobre lo que pudiera pasar. Pero, pasado el tiempo, parecía que, como lo había dicho aquel, la cosa no iba a pasar de la conversación y la escena ya se estaba poniendo aburridora.
Sin embargo, pasados unos instantes, ella me hizo señas para que no fuera a tomar fotografías. Y aquello me pareció un poco extraño, pues algo que ella disfruta es recordar con esas fotografías los instantes vividos en sus aventuras. Pero, dadas las circunstancias y para no dañar el momento, guardé la cámara y tan solo me quedé allí, desde mi posición, observando los acontecimientos.
Pasado un rato más, vi como mi esposa empezó a frotar con su mano los muslos de aquel joven y, bien pronto, a masajear su miembro por encima de la ropa. Fue evidente que esas caricias despertaron su virilidad y se notó como se formaba un bulto en su entrepierna, como resultado de la erección que poco a poco empezaba a crecer en sus pantalones.
Esa caricia propició que se acercaran sus cuerpos un poco más y que, al calor de la excitación que ese hombre empezaba a experimentar, se atreviera a besar a mi esposa, iniciativa que fue aceptada de inmediato por ella. El, de inmediato, llevó sus manos por debajo de la chaqueta que ella vestía y empezó a masajear sus senos, casi desnudos por debajo de su body negro transparente. Se le notaba la excitación, porque sus pezones estaban duros y se marcaban a través de la prenda que vestía.
Poco tiempo pasó para que ella aflojara el cinturón del pantalón de aquel muchacho, desabotonara la pretina y bajara la cremallera para introducir su mano en los pantaloncillos, y alcanzara y expusiera su pene. Algo debió sentir el joven, porque abrió sus piernas y permitió que ella siguiera explorando con sus manos mientras se seguían besando.
Ahora ella frotaba el cuello de aquel miembro, que se notaba grande en su erección, y cuya cabeza roja parecía brillar por la humedad de líquido seminal que ya le mojaba por todos lados. Ella, entonces, dejó de besarlo y se inclinó para atender con su boca aquel pene que, al tacto de sus manos, le resultó atractivo y apetitoso.
Lamió con su lengua aquel glande brillante y reluciente, mientras frotaba arriba y abajo con su mano el tallo de ese miembro, que ya empezaba a palpitar con la velocidad de las caricias que le propiciaba mi mujer con mucha intensidad. No paso mucho tiempo para que ella decidiera llevar aquel miembro a su boca y deslizar ahora su cabeza, arriba y abajo, succionado fuerte aquel pedazo de carne que le resultaba excitante. Ella siente poder y control cuando experimenta que esos miembros crecen y se ponen más duros dentro de su boca, así que procura que el momento perdure, más y más…
Aquel, entonces, en respuesta, mandó sus manos por debajo de la falda de mi mujer y empezó a acariciar sus nalgas, y a tratar de excitarle frotando su vagina por encima de sus pantis. Mi esposa detuvo su maniobra por un instante, se despojó de la chaqueta, se bajó la falda y prosiguió atendiendo el miembro de aquel, que palpitaba ansioso a la espera del placer que le proporcionaba la boca de esa señora tan caliente…
Ella, ahora, se bajó del sofá y se colocó frente a él, arrodillada, para continuar chupando aquel apetitoso miembro. Y él, presa de las sensaciones, decidió apoyar las manos sobre la cabeza de ella para guiar el ritmo de las embestidas de la boca sobre su pene. Y fue él, ahora, quien la detuvo y le insinuó que se pusiera de pie, frente a él… y ella así lo hizo, despojándose de su panty y dejando expuesta su vagina, que estaba totalmente húmeda.
El, estando ella en aquella posición, de pie frente a él, aprovechó para acariciar sus muslos, por delante y por detrás, y frotar con avidez sus nalgas, ahora expuestas al natural, desnudas… Le hizo señas para que ella se sentara en el sofá, intercambiando posición con él…
Él se puso de pie, frente a ella, exponiendo su sexo frente a la cara de ella, quien entendió el propósito de aquello, se incorporó, tomó su miembro entre su s manos, lo froto de nuevo y se lo llevó a la boca para seguir mamándoselo con mucha intensidad. Por la expresión del rostro se notaba que aquel muchacho estaba fascinado con el juego… y mientras ella seguía atendiéndole, él se despojó de su camisa y camiseta, dejando su torso desnudo…
Tal vez aquella vista y la sensación al tacto de la piel de aquel hombre fue nueva para ella, porque de inmediato empezó a acariciar su pecho velludo y sus nalgas. El decidió parar aquello, arrodillarse frente a ella, abrir sus piernas y empezar a besar su vagina mientras le acariciaba sus senos y sus piernas. Y ella, excitada con esa carica, abrió sus piernas todo lo que pudo y empezó a empujar sus caderas contra el rostro de aquel hombre, que se encontraba sumergido en las profundidades de su vagina. Y así permanecieron un rato…
Luego él se incorporó, como sin saber que hacer… y ella hizo otro tanto, pero se dirigió a la cama y lo tomó de la mano para que la siguiera. Al llegar allí, el terminó de desnudarse, y ella también, quedando él totalmente desnudo y ella, tan solo vestida con sus medias negras y zapatos… Inicialmente, así como estaban, parados uno frente al otro, se acariciaron los torsos… El con esmerada atención a los senos de mi mujer, y ella, estimulando aquel pene con sus manos para que la intensidad de su erección no disminuyera. Y se besaron allí por un largo rato mientras seguían acariciándose…
Luego ella tomo la iniciativa para pasar a la cama. Se sentó apoyada en el espaldar, abrió sus piernas y le invitó para que se aproximara y la penetrara. Y el, fiel a sus instrucciones, así lo hizo. Se arrodilló frente a ella, acomodó su pene a la entrada de su vagina y, con delicadeza, fue introduciendo, poco a poco, su pene, hasta que desapareció de la vista… Y ya con su miembro, todo adentro y lubricado, empezó a bombear, rítmicamente, adentro y afuera, mientras se besaban.
Con el paso de las embestidas, mi mujer se fue deslizando hasta quedar tendida sobre la cama, con aquel macho empujando sobre ella, una y otra vez. Al parecer el contacto de su pecho velludo con el de ella le producía gran excitación, porque restregaba su pecho contra el de él mientras este seguía embistiéndole, cada vez con más vigor y velocidad.
De repente aquellos fundieron sus cuerpos todavía más. Ella apretaba y restregaba las nalgas de él, atrayendo su cuerpo hacia ella y pareciendo dirigir el ritmo de sus embestidas. Y el, excitado como estaba, solo quería besar a mi mujer, una y otra vez, tal vez jugando a que su lengua fuera acompasada con las embestidas de su pene en la húmeda y excitada vagina de ella.
Pasados unos instantes, las embestidas de aquel macho se hicieron las fuertes, los besos entre los dos más profundos y las caricias de mi esposa en las nalgas de su amante más intensas hasta que, llegados a la cúspide del placer, ambos se detuvieron, como paralizados, y se quedaron allí, abrazados y fundidos en un largo e interminable beso… La pérdida de la erección marcó la retirada de aquel muchacho y las piernas de mi esposa se juntaron, definiendo que aquella aventura había terminado, por ahora…
Pensé que la faena iba a continuar, pero no, el muchacho se dirigió al baño, y poco después escuchamos el ruido del agua saliendo de la ducha, lo cual daba por entendido que, para aquel, el episodio había terminado. Esperamos a que saliera de la ducha, y lo vimos como de dirigió hacia su ropa para vestirse, sin poner mucha atención en nosotros, que le observábamos.
Mi esposa, entonces, hizo lo mismo; solo que ella recogió su ropa y entro al baño con todo el ajuar, dispuesta para salir de allí totalmente vestida. Y así fue… bañada y vestida, como si fuera a iniciar de nuevo otra nueva faena. ¿Qué tal estuvo? Le pregunté. Bien. Pero no te notó muy entusiasmada. No… contestó. Todo bien. Tú sabes que yo disfruto a plenitud cada oportunidad. Sí, me he dado cuenta, le respondí. Y ambos nos reímos. Aquel ni se dio por enterado del apunte.
Salimos de aquel lugar, dejamos a nuestro invitado donde le recogimos y finalizó la aventura por aquella noche. Y, ciertamente se cumplió lo que había dicho mi esposa previamente, pues la intención era conocer bien a aquel muchacho. Y a fe que lo hizo, y en profundidad.