-Si tienes miedo, ven a acostarte conmigo -Me dijo, y cerró la puerta de su cuarto, apenas dejándola entreabierta.
Habían pasado años desde que mi hermano no me decía esas palabras. A la luz de cualquiera era una expresión inocente; pero él y yo sabíamos que significaba otra cosa.
Cerré la puerta de mi cuarto. Mis manos temblaban y recordé las primeras veces, ya yo mayor de edad, que mi hermano mayor solía aguardar que yo estuviera dormido, o bueno yo me hacía el dormido, para comenzar a desnudarme, sobar mi piel, mis pies, mis tetillas, besaba mi cuello con su lengua, mientras yo inmóvil no decía nada ni me movía. Al final él agitaba su miembro rosado, grande y gordo, hasta chorrear aquella leche blanquecina que, al principio me asustó y luego me halagó, sabiendo que gracias a mí, él explotaba de placer.
Tengo un micropene y siempre me he avergonzado de él. Nunca he podido estar satisfactoriamente con una mujer y encontré la satisfacción a mis necesidades sexuales con la mujer que mejor me puede complacer… la que está dentro de mí. A escondidas, cuando no hay nadie en casa, me visto como toda una dama. Amo las sandalias de tacón, sentir las medias rosar mis piernas y el aire que sopla mi entrepierna al usar un vestido corto o minifalda. Me veo al espejo, me digo a mi misma que soy la más hermosa, la más deseable, la que es capaz de provocar orgasmos de los más intensos a los miembros de sus amantes.
En mi encrucijada de este día se encontraron dos secretos, el de mi hermano disfrutando mi cuerpo, y el de mí mismo, vistiéndome de mujer. Decidí encontrarlas. Bajo la pijama muy varonil que vestía, coloqué un sostén y unas pantimedias. Salí de mi cuarto nervioso y entré al de mi hermano. Él sabía que llegaría, pero se hacía el dormido. Me acurruqué junto a él dándole la espalda. No pasaron 2 minutos para que mi hermano se volteara y comenzara su ritual. Primero sobó mis nalgas, bajó hacia las piernas y notó las pantimedias. Metió su mano bajo mi camiseta y descubrió el sostén. Se separó, meditó un momento y luego noté el movimiento de la cama mientras escuché como se desnudó. Sentí el aroma a hombre, a verga firme, parada, erecta. Me abrazó. Sentí su miembro duro restregándose en mi espalda y trasero. Subí los brazos. Él entendió y me subió y quitó la camiseta y violentamente bajó sus manos y me quitó el pantalón. Me quedé en pantimedias y sostén. Toda yo una señorita.
Pasó su lengua por toda mi espalda, desde abajo hacia arriba. Gemí.
-Qué rico -susurré.
-¿Te gusta? -me dijo al oído, mientras me metía su lengua en él y con ambas manos empezó a pellizcarme las tetillas.
-Soy suya amo -Le dije- Recuerdo la última vez hace años. Me hacía tanta falta esto.
Él se sintió sorprendido y noté como se empezó a separar. Mi mano, ansiosa, buscó su miembro y lo apreté. Velozmente me volteé y bajé a su hombría. No había vuelta atrás: allí estaba yo, vestido de mujer, con mi hermano desnudo, con su pene en mis manos y ganas como nunca las había tenido. Saqué mi lengua y lamí por primera vez el cuello de esa gran verga, como a un gran helado. Sentí como se hinchó más su miembro y gimió. No perdí tiempo e instintivamente metí todo ese trozo de carne a mi boca húmeda, deseante. Fue delicioso. Él metió mi mano bajo el panty y llegó a mis nalgas. Abrí mis piernas, deseaba que manoseara mi agujero que ya no aguantaba más el estorbo de la virginidad. Rosó su dedo en mi agujero y gemí. Seguí mamándole la verga con muchas ganas. Sorprendido me dijo:
-Quiero meterte la verga entre el culo.
-Por favor no -le dije sin verlo a los ojos y sin despegar mis labios de su caliente miembro- quiero que me hagas mujer mañana, quiero sentir tu verga abrir mi agujero, quiero ser tuya, llevo tantos años deseándote, vistiéndome de mujer a escondidas, masturbándome por ti.
Mientras seguía lamiendo y chupándole su miembro continué: -me vestiré con un vestido corto, sostén y bragas de encaje, medias negras y sandalias de tacón, te esperaré en mi cama -y aceleré la mamada.
-Sí, sí, sí -me dijo. Se arqueó y empezó a moverse frenéticamente- Voy a correrme.
-Qué rico, sí! –rogué- En mi cara, en mi boca.
Agité su verga más duro. Sentí su chorro de leche caliente en mi boca, nariz y ojos. Respiré, miré y tragué semen hirviente de mi hombre. Seguí chupando hasta que ya no salió nada.
Él me agarró el miembro y no pude aguantar, también me corrí mojando todo el panty.
Los dos nos callamos. No dijimos nada más.
Mas noche salí de su cuarto, lo dejé durmiendo, o fingiendo que dormía, tomé mi ropa y regresé a mi cuarto.
Mañana, sería otro día, y a la noche la verga de mi hermano me haría al fin sentir la experiencia que todo travesti de closet desea conocer: gemir al tener dentro un miembro, gritar, liberar ese placer, de verme al fin como toda una mujer.