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Tiempo de lectura: 2 minutos

Revisar sus estados y fotos en redes sociales se había vuelto para mí una obsesión.  No podía creer que yo, una exitosa médico de 28 años de edad, con una excelente posición económica y social, fuera presa de comportamientos más propios de pubertas enamoradizas de quince.

¿Por qué rayos no respondes mis mensajes Marco? – dije al tiempo que lanzaba el iPhone a un costado de la cama, dominada completamente por la ira y la frustración.

Marco es un joven muy apuesto, menor a mí en 8 años, lo conocí en la boda de mi mejor amiga, ella misma me lo presento como el hermano menor de su esposo. Ambos tuvimos química desde el primer momento y esa misma noche, terminamos teniendo sexo en una habitación de la quinta donde se llevaba a cabo el evento. Desde entonces, los encuentros sexuales se hicieron algo frecuente entre nosotros. Pero la relación entre Marco y yo, no habían ido bien últimamente.

Sola en mi habitación empecé a pensar en él, imaginé a Marco coqueteando con mujeres, seduciéndolas con su sonrisa perfecta y sus ojos color miel, desvistiéndolas con sus manos hábiles, penetrándolas frenéticamente con su pene enorme y grueso, con su cuerpo fibroso bañado en sudor… en fin, haciéndole a otras, lo que tanto deseaba me estuviera haciendo a mí en este momento. La ansiedad hizo que me dieran ganas de fumar marihuana, por suerte siempre tengo un porro listo y a la mano.

El ringtone de una notificación de whatsapp me saco del éxtasis y mientras soltaba con suavidad el humo por mi boca, busque a tientas el móvil con la mano.

<Seguro es Marco> pensé emocionada.

Una mueca de decepción y asco se dibujó en mi rostro cuando vi que el mensaje era de Andrés, un compañero médico del hospital donde trabajo, que insiste en tener un romance conmigo, lo dejé en visto.

Andrés dejó de interesarme como hombre, después de que comprobé que el sexo con él jamás sería igual que con Marco. Mi compañero de trabajo nunca me llevaría al orgasmo por mucho que hiciéramos de todo, la prueba definitiva fue cuando probamos la penetración anal a lo sado, en todo momento que sentí su pene entrando y saliendo de mí, desgarrándome y haciéndome gritar, solo sentí incomodidad. No fue como con Marco, que me hizo venir de dolor una y otra vez, logrando que empapara las sabanas con los fluidos que destilaban abundantes de mi vagina, mientras yo de bruces sobre la cama, gemía loca de placer pidiéndole que entrara más y más en mí.

Extrañe tanto el sexo duro con Marco, que me invadió la angustia al no encontrar satisfechas mis ansias de él.

Te odio. – Le reproché entre dientes al tiempo que llenaba mis pulmones por enésima vez, con el delicioso humo de la marihuana. Entonces mi mirada se cruzó con en el dildo de goma con forma de pene, que reposaba en el velador junto a la cama y una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios.

Había descubierto hace un par de meses atrás, que hacer webcam show en páginas para adultos me ayudaba a calmar la ansiedad y las ansias de sexo. Me maquillé y vestí con lencería erótica, me gustaba usar un antifaz de encaje en mis shows, la sensación de anonimato me daba la libertad de expresarme realmente como era, una pervertida sin remedio. En unos poco minutos ya estaba en línea, masturbándome, penetrándome con dildos de todas las formas y tamaños, sintiéndome deseada por miles de usuarios, imaginándome una orgia con todos ellos, pidiéndoles, ebria de lujuria que activaran con más intensidad los vibradores introducidos en mi vagina y mi ano. En esos momentos me sentía como una cosa, un objeto, una muñeca sexual, que solo servía para dar placer a hombres y mujeres por igual, eso me excitaba tremendamente, me sentía como cuando tenía sexo con Marco y me venía en orgasmos sucesivos una y otra y otra vez.

Dedicado a:

Todas aquellas personas con un amor enfermizo.

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