Vanesa era una joven enfermera que laboraba en un centro de para los adultos mayores. Su vida giraba alrededor de atender las necesidades de los ancianos del lugar, desde vestirlos y limpiarlos hasta hacerles compañía en sus ratos libres. La rutina de realizar el mismo trabajo todos los días había terminado por matar el gusto por su profesión. Si bien en un inicio sintió atracción por la vida de las personas ancianas, mezcla de ternura y admiración, ahora le parecían totalmente aburridos. Todos le parecían iguales y sin los rasgos que le había interesado en un primer momento.
En su trabajo con los ancianos había experimentado otro lado que no esperaba de ellos cuando tomó la decisión de trabajar en dicho centro. Los ancianos sentían una gran atracción por ella, especialmente por sus grandes caderas y su enorme culazo. Pese a su edad y en muchos casos, la casi nula capacidad para una erección, sus “reflejos” sexuales todavía se mantenían. Vanesa era constantemente toqueteada por las manos de los ancianos, las cuales buscaban los momentos más vulnerables para apretarle las nalgas o rozarle las caderas. Al inicio, como toda joven que se hace respetar e zafarse de esos indebidos movimientos, pero la recurrencia la terminaron por cansar.
Además, con el tiempo se dio cuenta que podía utilizar su culazo para hacer más llevadero y fácil su trabajo. Los ancianos accedían totalmente a todos sus mandados con la promesa de un roce de sus nalgas, una sentada ligera en sus regazos y ocasionalmente uno que otro beso corto. Todo a las espaldas de sus supervisores y con la complicidad de sus pacientes. Pero, aunque se lo negaba constantemente a sí misma, Vanesa también disfrutaba de los toques sobre su cuerpo. Sexualmente era una persona muy liberada; no veía en su cuerpo algo sacralizado y siempre fue consciente del deseo que despertaba en hombres y algunas mujeres. Por eso es que este tipo de acoso no le escandalizaba mucho, lo veía como algo utilitario, sus labores diarias terminaban rápido y sin problemas, todos felices.
Un lunes, Vanesa se preparaba para la llegada de algunos miembros del centro. Su jefe le comunicó que se le había asignado un paciente llamado Samuel de apenas 57 años, pero por decisión de su familia se había optado por internarlo en el centro. Tan aburrida le parecía su trabajo que ya ni curiosidad sentía por el nuevo huésped y de manera mecánica empezó a realizar todos los procedimientos.
Se dirigió hacia el cuarto asignado con un par de sábanas y utensilios de limpieza. En su apuro por entrar, olvidó tocar la puerta y solo la abrió de manera intempestiva. Al entrar, divisó el torso desnudo de un hombre negro, una espalda esbelta, formada por años de ejercicios físicos, hombros anchos y brazos enormes, un cuerpo radicalmente distinto al de los demás ancianos del centro. El sonido de la puerta hizo que el hombre se diese la vuelta y mostrase pectorales muy bien formados y una barriga un tanto prominente pero acorde con su edad. A nivel de cara, también era atractivo, un rostro masculino, ojos penetrantes y seguros, labios gruesos y en la boca una barba color blanco que para nada le restaba belleza.
Vanesa reaccionó rápidamente, pero no lo suficiente como para que Samuel no pueda ver su reacción ante su escultural cuerpo.
-Hola, buenos días. Soy Vanesa y seré su enfermera asignada -atinó a decir de forma nerviosa.
Samuel por su parte también estaba sorprendido por el cuerpo, pero él supo manejar mejor su reacción.
-Hola, mucho gusto. Mi nombre es Samuel -respondió, sin realizar ningún esfuerzo por ponerse de nuevo la camisa.
Mientras hablaba, Samuel observaba el cuerpo de Vanesa con sorpresa y repentino deseo. Su mirada se fijó en sus sorprendentes curvas, rara para una chica blanca. Pese a lo holgado del traje de enfermera, era posible ver que debajo de esta se escondía un culo enorme, unas caderas anchas, y unos muslos gruesos y bien formados. Todo esto dibujó una sonrisa en su cara que Vanesa pudo identificar pero intento evitar prestar atención.
-Mucho gusto, igualmente -respondió Vanesa, intentado acabar con la tensión casi sexual que había marcado el momento inicial de su encuentro- Bueno, si me presta atención por unos segundos pasaré a explicarle las reglas del centro.
Vanesa procedió con su explicación con la atenta mirada de Samuel quien no hacía esfuerzos por disimular las miradas sobre su cuerpo. La explicación pasó casi inadvertida por Samuel quien apenas concluyó la explicación puso su mano izquierda sobre la cintura de Vanesa y preguntó:
-Solo tengo una duda. ¿Eres soltera? -mientras miraba lujuriosamente a los ojos de Vanesa.
Vanesa soltó una sonrisa y miró para un costado.
-No, para nada -respondió mientras intentaba zafarse del control que Samuel tenía sobre su cuerpo.
-Qué raro, una chica tan atractiva como tú. Infórmame, ¿qué puede hacer este viejo para divertirse en un lugar como este? -preguntó Samuel intentado acercar a Vanesa cada vez más hacia él.
-Bueno, puedes usar el área de recreación y socializar con las demás personas. Estoy seguro hay un par de señoras por ahí que les gustaría tener tu compañía -Contestó Vanesa
-¿Y si quiero tu compañía? -aseveró Samuel con firmeza.
Vanesa no podía contenerse. Quería proyectar incomodidad para parecer una señorita decente, pero la cercanía a Samuel, sus músculos enormes, su voz profunda y sobre todo su actitud dominante la estaban excitando. Una calentura en su entrepierna le provocaba un ligero movimiento en sus caderas que luchaba por controlar. Para su respuesta no necesitó mucha meditación, con una mirada de perra en celo miró los ojos de Samuel y le dijo “Me llamas no más, que estoy a tu disposición”.
La escena fue interrumpida por la voz del altoparlante llamando a Vanesa hacia otra área. Soltó un rápido y esquivo “me tengo que ir”, dio media vuelta y salió cuarto lentamente para dejar a Samuel una última vista de sus terrible culazo. Cerró la puerta y se dirigió nerviosamente hacia un cuarto vacío sin poder entender todavía lo que acababa de pasar.
Entró, cerró la puerta, se apoyó de espaldas contra la pared e intentó respirar hondo y pausado. La sensación de calor en su entrepierna todavía se mantenía, por lo que sola y sin nadie que la viera, metió su mano desesperadamente dentro de sus panties y comenzó a frotar su panocha mojada con los dedos. Su encuentro con Samuel ya la tenía a mitad de venirse, así que no pasó mucho para que sienta todo su cuerpo retorcerse. Mordió las mantas que tenía para evitar gritar y progresivamente fue cayendo sobre el suelo. Sus dedos presionaron y se movieron con más rapidez hasta que sintió el clímax apoderarse de ella.
Unos segundos después, casi echada en el suelo, Vanesa recuperó su control sobre sí misma y recordó que se encontraba en el trabajo y la estaban llamando. No meditó mucho sobre lo que había pasado. Rápidamente, se paró, se arregló el pelo y la ropa, e intentó limpiarse los dedos húmedos. Dio un respiro profundo y salió nuevamente al área pública para continuar con su trabajo. En su mente sabía que no iba a ser su último encuentro con Samuel.