Aquella hora y media había estado dando muchas explicaciones, como tantas veces antes. Todas y cada una tenían sentido y un argumento válido.
Me miró pacientemente.
-Basta de decir tonterías- me dijo concluyente. -tú sabes la respuesta y no te quieres dar cuenta. Y lo sabes desde hace muchos años, así que seré yo quien por fin te enfrente con tus miedos y te lo diga abiertamente- Me callé y temblé. Un secreto estaba por revelarse y yo tenía mucho miedo de aceptar lo que sucedería al darme cuenta tan claramente de mi temor más profundo.
-Tienes un micropene – continuó, – Sí, un miembro diminuto y pequeño. No lo he visto, pero se nota en tu pantalón. Un miembro así nunca complacerá a una mujer, le darás risa, no se te pondrá erecto. Lo sabes y sientes vergüenza por ello. Qué patético: una yegua desnuda queriendo una cabalgada legendaria, para encontrarse con una cosita que no vale la pena y que, si al fin lograra un orgasmo, sería en cuestión de minutos, ¿minutos? Que digo, ¡serían segundos! ¿Te das cuenta de que nunca darás satisfacción a una mujer y que no sentirán nada contigo?
Temblé ante esa declaración. Cuanta verdad estaba oculta. Siempre lo supe, pero esperaba que no fuera cierto. Cuanta confusión en mi mente. Cuanta frustración. Me quedé en silencio, desesperanzado.
– Tiene razón- le dije desalentado. -ni siquiera he dado mi primer beso a nadie y no digamos satisfacer sexualmente a alguien y creo que nunca se podrá-
– ¿Nunca se podrá? – Respondió; y echó a reír abiertamente. – ¿No te has dado cuenta de que hay una mujer que verdaderamente puedes complacer?, ¿a quien puedes darle todos tus deseos y te hará estremecerte? ¿La que pedirá más y mas y serás capaz de darle mucho más que eso?
Extrañado, pero con esperanza – ¿Pero, quién podría ser ella? – le pregunté.
Aquel profesor universitario a quien le había tomado confianza en las últimas semanas y había acudido a su casa por ayuda para que me escuchara, me tomó por sorpresa de la mano y no pude oponer resistencia. Me llevó a su cuarto y frente a un armario con espejo de cuerpo entero me detuvo.
-Cierra los ojos. – Lo hice. Escuché ruidos y me pidió que los abriera.
Al verme al espejo, me di cuenta de que él colocó un vestido corto frente a mí, de tal manera que parecía que lo tuviera puesto.
– Esa mujer eres tú. – afirmó solemnemente y yo temblé nervioso, pero no podía quitar la vista de mí mismo, imaginándome con aquel vestido puesto. -Quizá no tengas un miembro para ofrecer. Pero tienes unas piernas hermosas, una cintura fantástica, podemos arreglarte para que muestres unos pechos apetecibles. Tu trasero es redondo y perfecto. Y tu agujero virgen – me apretó las nalgas y metió su dedo medio en la separación de las dos – puedo enseñarte a que te monten de una forma que harás a cualquier macho llegar al cielo.
Me besó el cuello. Yo estaba desconcertado. Me rompió la camisa con sus manos. Con sus pies me zafó los zapatos. Me arrebató el pantalón y me bajó el calzoncillo violentamente.
Estaba allí, asustado y desnudo.
Me dio una nalgada. Dio una vuelta a mi alrededor mirándome. Registró entre el armario y sacó otro vestido acampanado corto blanco de flores, una peluca color castaño y larga y unas sandalias de tacón alto doradas de pata de gallo sin talón. Me dijo -En el armario encontrarás maquillaje y una rasuradora. Llegó el día: Después de hoy no hay vuelta atrás, serás una verdadera mujer. Tienes 20 minutos.
Salió de la habitación. Me quedé viendo mi desnudez. Aquel miembro diminuto y vergonzoso. Mi piel blanca de porcelana y mi silueta delicada y sí, muy femenina. Tragué saliva. -Tiene razón- me dije – si no puedo gozar siendo el hombre que puedo, seré la mujer que todos quieren.
Así fue. En 20 minutos estaba listo como toda una mujer. El vestido y las sandalias me hacían ver perfecta. Mi piel había quedado suave en todo mi cuerpo gracias a la depilación; y el maquillaje discreto en rostro, ojos y labios me daba un toque de inocencia.
Salí de cuarto libre, dejando atrás todo miedo cultivado por años de frustraciones.
Era verano y hacia calor, pero el viento me sopaba los muslos, los pies en las sandalias, que a cada paso rebotaban dando golpes en mis talones producían un ruido placentero que me dio una sensación mas femenina. Había encontrado unos aretes de presión hermosos y me había colocado un moño con cinta en la peluca.
Mi profesor me vio y me acerqué a él que estaba grabándome con su teléfono. No dijo palabra. Guardó su teléfono, me tomó de la mano y me condujo hacia la puerta de salida.
-¿Qué está haciendo?- le pregunté.
-Luciéndote- me respondió. – Te voy a presumir-. Me dio unas gafas oscuras y salimos de su casa. Yo temblaba. Pero el aire de la calle que soplaba mi entrepierna me dio valor. Caminamos una cuadra y llegamos a otro edificio de apartamentos, subimos por el elevador, bajo la mirada curiosa y excitada de la gente que nos encontramos.
Llegamos a un apartamento y tocó la puerta. ¡Era otro de los profesores de la universidad!
-Hola-, dijo – te presento a ¿cómo dijiste que te llamabas? – me cuestionó
Sabía lo que yo tenía que hacer, no había vuelta atrás – Genoveva-, dije, adoptando una actitud seductora.
Aquel otro profesor nos hizo pasar a su casa. Se sentaron ambos en un sillón.
-Baila para nosotros- me ordenaron, encendiendo el viejo estéreo con música incitadora.
Mi mente estaba enajenada y comencé a bailar acariciando mi cuerpo. No traía tangas ni sostén, solo el vestido y las sandalias. Mis movimientos eran cada vez más calientes.
De pronto, uno de ellos se levantó y me tiró al sillón donde estaba el otro, quien bajándose su pantalón mostró aquel bello y ejemplar miembro y tomándome de la cabeza me condujo a él. Inconscientemente comencé a mamarlo y chuparlo. Nada en aquel momento era racional, solo pasión y emoción.
El que estaba atrás de mi me levantó el vestido y comenzó a lamer las nalgas pasando su lengua por mi raya y ano. Levanté mi culo ofreciéndolo.
-Te voy a desflorar el agujero nenita-. Me dijo untándose saliva en su verga, que también estaba de un tamaño considerable.
– Se lo suplico, por favor- le imploré – Hágame mujer, quiero ser toda una hembra montada por un semental-, le dije mientras continuaba mamando aquel bello ejemplar.
Sentí un dolor intenso. Su miembro se abría camino por mi agujero virgen con mucha dificultad, pero me forzó hasta metérmelo todo adentro. Gemí, lloré por el dolor y me dio una nalgada.
Siguió bombeándome y con cada empujón dentro de mí, me provocaba que tragara mas adentro de mi garganta el miembro del otro. Me dio un par de nalgadas más.
Comencé a gritar de dolor y placer. Nunca me imaginé tener sexo y hoy dos hombres me daban verga por la boca y por el culo, haciendo de mi una mujer completa.
Cambiamos papeles, dejé de mamar y me senté sobre el pito que tenía mi saliva, cabalgándolo. El otro, que tenía sabor a mi ahora estaba en mi boca y lo mamé por un buen tiempo.
De pronto, cambiamos de posición sin que me sacara el miembro de mi agujero. Ahora él estaba debajo de mi, acostado, yo estaba acostado de espadas sobre él, con él adentro. El otro se acostó sobre nosotros, solo que puso su miembro sobre mi boca y me mamó mi micropene que para este entonces simplemente era un accesorio mas que me otorgaba placer, pero mínimo, comparado con sentir dos buenas vergas dentro de mi. Formamos los tres un delicioso sándwich y yo era el jamón.
Los dos comenzaron a dar metidas de verga mas profunda en mi agujero y en mi boca. Me perdí en mi éxtasis, grité, gemí, lloré, di alaridos diciendo – ¡Más!, ¡qué rico!, ¡Toda! ¡papitos ricos! Y estallé en un orgasmo jamás soñado mientras uno de los profesores me masturbaba apretándome duro el miserable miembro que tengo.
Por fin la mejor sensación de todas, el postre vino cuando sentí mi boca inundarse de semen caliente, viscoso y abundante, mientras a la vez mi ano recibía lo mismo potentemente. Embarré aquella leche por toda mi cara. Estaba deliciosa.
Lo he resumido, pero aquel encontrón sexual tomó más de intensas 3 horas dándome dos de las mejores vergas por el culo y garganta que nunca he experimentado.
Cuando terminamos, estaba totalmente agotado, con mi agujero absolutamente desflorado, punzante por el dolor, pero ardiente de más deseo junto a mi garganta ligosa.
Me paré, me puse aquellas hermosas sandalias, que torneaban mis pantorrillas y piernas. Los dos profesores se vistieron. Me coloqué el vestido y quien me había llevado a este lugar de pasión, lujuria y deseo me llevó de nuevo a su casa. Entramos a su casa, me llevó a su cuarto y me dio una mudada de su ropa.
-A tu closet muñequita – me dijo – serás mía cada vez más, solo cuando yo quiera. Ahora vete y regresa la otra semana para mas verga. Veremos si esta otra vez puedes con tres.