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La monja que dejó salir la puta que llevaba dentro
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Un nieto de mi amigo Pedro hizo la primera comunión en un conocido restaurante gallego. Su hija había invitado a una prima suya que era monja. Cuando los niños fueron a jugar a las colchonetas, a la piscina de bolas… Cuando se fueron a divertir. Marta, la monja, que era una joven chilena ni alta ni baja, ni guapa ni fea, ni gorda ni flaca, se sentó al lado de Pedro y le dijo:

-Ya era hora de que naciera en España un partido político cómo Podemos, tío.

A Pedro, que era un cuarentón, moreno, de estatura mediana y de complexión fuerte, hablarle de Podemos es envenenarlo. A su edad sabe de sobras quien viene a joder la marrana y quien viene a la política a trabajar por su país. Mirando para el crucifijo que le colgaba de su cuello, le dijo:

-Esos comunistas bolivarianos son vendedores de humo.

-Yo no lo veo así.

-Mira, Kitty, a ese hijo de puta con coleta tarde o temprano se le verá el plumero.

No le gustó su lenguaje y lo corrigió.

-Hermana Marta, Kitty era la rebelde, y no diga palabrotas, por favor se lo pido.

Hizo cómo si no la hubiera oído.

-¿Algo más sobre esos inútiles que quieren tomar el cielo por asalto?

-Lo de tomar el cielo por asalto es una metáfora. ¿Les llama vagos e inútiles? Los de Podemos vienen a presionar a la casta.

Pedro terminó su café, y después le dijo:

-Hasta que se forren, después ya no habrá casta. Si tú no te hubieras metido monja y tuvieras un buen puesto de trabajo en España no dirías esa tontería.

-Puede, pero hora estoy para ayudar al necesitado.

Pedro se tomó un sorbo de café, y después le dijo:

-Desengáñate, Kitty, ese y su pandilla de maleantes vienen a ayudarse a si mismos engañando a ingenuos.

-Se dice ingenuos e ingenuas.

Si hay una cosa que a Pedro le dé más por el culo que el calzoncillo es que destrocen el castellano. Así que mandó a mierda la cortesía.

-¡Vete a tomar por culo, Kitty!

Lo dijo en alto, pero la música de los cantajuegos tenía tanto volumen que solo la monja lo oyó… A ver, Marta, con su hábito de monja merecía un respeto, respeto que su tío no le guardó, pero coño, ya le estaba tocando los cojones, y la hostia es que se los iba a seguir tocando, ya que lo peor de esta gente religiosa, es que digas lo que les digas sique erre que erre.

-Hay que olvidar las enseñanzas fascistas y adaptarse a los nuevos tiempos, tío.

La monja le estaba llamando fascista en la cara. Ahí ya le tocó la fibra sensible.

-Hay, Kitty, hay que olvidarlas, quien las tenga. Yo ya estoy adaptado a los nuevos tiempos, la que no se adaptó fuiste tú, con el tremendo polvo que tienes meterte a monja fue un crimen.

La monja se puso nerviosa.

-Creo que le hizo daño el vino. Y le repito que ya no soy Kitty, soy la hermana Marta.

Pedro hizo cómo si no escuchara sus palabras.

-Los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. Ni te puedes imaginar lo que te haría si tú quisieras.

-Imagino, imagino. Todos los hombres quieren lo mismo. Después de lo que me ha dicho debía ir a confesarse.

-Yo no le cuento a nadie mis cosas. Dios ya sabe de qué pie cojeo.

-Eso es cierto. Dios lo sabe todo.

-Sí, y si te pudiera hablar te diría que me gustaría verte desnuda -la monja se persignó-, para poder comer tus tetas, comer tu coño y follarte hasta quitarte las ganas de llevar esos hábitos.

La monja a pesar de lo que le acababa de decir, no se iba de su lado. Le dijo:

-Se acaba de condenar al infierno.

Al no irse, le dio alas.

-Dime, Kitty. ¿Te corriste en la boca de tu novio antes de lo que fuera que pasó?

-Sigue haciendo méritos para condenarse eternamente.

Pedro echó un trago de coñac y siguió metiéndose con la monja.

-¿Se la mamaste y bebiste su leche?

Se volvió a persignar.

-Deje de beber, tío.

-¿Te haces deditos en tu celda del convento? Recuerda que las monjas no mienten.

-No voy a responder a su pregunta.

-Los haces. ¿Te acuerdas de cuando viniste de vacaciones y de aquella noche que saliste de la habitación de invitados para ir al aseo en bragas, con los pezones de las tetas marcándose en tu camiseta y te metí mano en el pasillo y te planté un beso en la boca?

-Esas son cosas que no se olvidan.

-Aquella noche pude hacer de ti lo que quisiera.

-Y no lo hizo porque lo llamó la tía. Era muy joven y me hervía la sangre, en aquellos días sí que era Kitty, la gatita curiosa.

-Esa Kitty sigue dentro de ti

-Soy una monja, tío, una monja, Kitty ya no existe.

Marta estaba colorada. En ese momento Pedro no supo si fuera por el vino tinto que bebiera o porque se pusiera cachonda. Le dijo:

-Yo la sigo viendo.

-Es usted el mismísimo demonio.

-Y follo cómo un ángel. ¿Por qué te hiciste monja?

-No son cosas suyas.

-Cuenta, mujer.

-Ya le dije que no son cosas suyas y no me llame mujer, soy la hermana Marta.

-Pues vaya tontería. Eres monja y mujer, y toda mujer lleva una puta dentro.

Lo miró con cara de asombro.

-¡¿Qué dice?!

-Que toda mujer lleva una puta dentro, cuando la deja salir ya es otra cosa.

-¿Eso piensa de las mujeres?

-Sí.

-¡Machista! Solo le falta decir que todas las monjas llevamos una puta dentro

-Ya te lo dije. Las monjas sois mujeres. ¿O no? Mañana estamos solos en casa. Se van todos a Disney Land París…

No dejó que acabara de hablar.

-¡Qué cara tiene!

-Yo lo dejo caer por sí…

La monja no era tonta. Así que le dijo:

-Parece mentira que para no hablar de Podemos haya tenido que decir tanta barbaridad junta.

-¿Y si lo sabías por qué no lo dijiste antes?

-Quería saber hasta dónde podía llegar, y llegó hasta el final.

Pedro tenía más cara que espalda.

-Mujer, ya puesto, si sonaba la flauta…

-Me voy, me voy que está mucho más borracho de lo que yo pensaba.

A la mañana siguiente, Pedro, en bata de casa y zapatillas fue a la cocina. Detrás de él entró la monja, que le dijo:

-Buenos días, tío.

-Buenos días. ¿Dormiste bien?

-Sí, pero desperté a las siete de la mañana cuando se marcharon la tía, la prima y el pequeño Juan.

-¿Te apetecen unos huevos fritos con bacon?

Se le iluminó la cara.

-Hace años que no desayuno así. Cocino yo.

En un plis plas ya tenía cuatro trozos de bacon y dos huevos fritos en un plato. Estaba de espaldas a Pedro. El hombre estaba viendo el culo que viera tiempo atrás en el pasillo, un culo paradito y rellenito. Se acercó a ella y le echó las manos a las tetas. No llevaba sujetador. Se las magreó despacito. La voz de la monja sonó autoritaria al decir:

-¡Suélteme, tío!

Echó el culo para atrás para separarlo de ella, o para sentir su polla en el culo, fuera para lo fuera, se encontró con la polla empalmada entre las nalgas. Pedro le besó el cuello por encima de la cofia, y le dijo:

-Anda, sé buena y déjate.

La monja apagó el fuego de la cocina, y le dijo:

-¡No se puede ser más ruin!

La soltó y le dijo:

-Perdona, Marta, por un momento creí que necesitabas cariño.

-¡¿Quién se cree que es?! A lo mejor se cree que es mister universo

-Ya te pedí perdón, no hagas más sangre. Me voy a vestir. Desayuna.

La monja viendo que Pedro se rajaba, le echó la mano a la polla, y le dijo:

-Aunque de esto no andas mal, daddy.

Más claro, agua. Ya podía entrar a matar. Le lamió la cara. La monja giró la cabeza, le chupó la lengua con ganas atrasadas, y después, dejando salir la puta que llevaba dentro, le dijo:

-¡Tengo unas ganas locas de mamártela, daddy!

Pedro tenía un empalme bestial, se abrió la bata, quitó la polla, y le dijo:

-Toda tuya, Kitty.

La monja se agachó y se la mamó metiéndola toda en la boca, después le quitó los calzoncillos y lamió los cojones y se la sacudió… Lamió la polla de abajo a arriba y lamió y mamó el glande para luego mamarla cómo al principio… Estuvo así largo rato. Al dejar de mamar y ponerse en pie le levantó el hábito. Le quito las bragas negras y vio su coño, lo rodeaba una espléndida mata de vello negro. La sentó en la encimera de mármol. Le lamió de abajo a arriba el coño, el clítoris, el coño, el clítoris, el coño, el clítoris… La monja se deshacía en gemidos. Le metió un dedo en el coño y le siguió lamiendo el clítoris de abajo a arriba, hasta que se vino cómo una bendita, diciendo:

-¡Mi madre qué corrida, daddy, qué corrida!

Al acabar de correrse la bajó de la encimera y le quitó la cofia y el hábito. Su cabello era negro y corto. Se quedó solo con una camiseta negra, los zapatos negros con muy poco tacón y unos calcetines blancos. La arrimó a la mesa, le dio la vuelta, se la metió por detrás y la folló con prisa y sin pausa. La monja giraba la cabeza, lo miraba, gemía y se mordía el labio inferior. Al rato la sacó del coño y frotó el glande en su ojete. La monja movió el culo alrededor invitándolo a que se la metiera en el culo. No se la metió. Lamió su coño, su periné y su ojete hasta que vio como dos de sus dedos acariciaban el clítoris. Entonces su lengua comenzó a entrar y salir de su culo… No paró hasta que le dijo:

-Quiero correrme en tu boca, daddy.

Le dio la vuelta, se agachó y le comió el coño encharcado de jugos, en nada, exclamó:

-¡Me corro, daddy, me corro!

De su coño salió un chorrito de meo y después una pequeña cascada de jugos pastosos con sabor agridulce.

Después de correrse en la boca de Pedro, con su coño latiendo y tirando de la respiración, le volvió a dar la vuelta, la agarró por la cintura y le metió la cabeza de la polla en el culo. Le dolió.

-¡Coñooo!

La polla fue entrando mientras la monja decía:

-¡Hostiaaas!

-No jures, que las monjas no juran!

-Encima sarcasmo. ¡Eres un cabrón, daddy!

Aquella ya era Kitty, de la monja solo quedaba el hábito que estaba tirado en el piso de la cocina.

Le folló el culo unos minutos. Cuando sintió que se iba a correr le quitó la camiseta negra y le dio la vuelta. Vio sus generosas tetas, con areolas oscuras y pezones tiesos. Cogió pan, partió un trozo lo mojó en uno de los huevos fritos, se lo frotó en un pezón y después se lo dio a comer. Lo comió mientras Pedro lamía el huevo de su pezón. Después fue el otro pezón… Al final restregó las claras en sus tetas y después se las dio a comer con pan… Para acabar le pasó los cuatro trozos de bacon por el culo y por el coño y después de adobarlos bien se los dio a comer. Al terminar de comer, le dijo:

-Tengo sed, daddy.

Le echó mano a un cartón de leche de la nevera y se lo dejó caer en la boca cuan cascada, y cuan cascada la leche que no daba bebido bajaba por sus tetas, llegaba a su coño y acababa en el piso de la cocina, después le limpió la boca a besos y volvió a magrear las tetas. Se las mamó bien mamada antes de ponerla sobre la mesa y clavarle la polla hasta las trancas. Sobraban las palabras en aquel polvo solo se necesitaban gemidos y más gemidos y por ambas partes. Kitty cuanto más fuerte Pedro le daba más lo desafiaba con la mirada, cómo diciendo que se iba a correr él antes que ella… Pero los ojos se le fueron cerrando hasta que desaparecieron bajo los párpados. Jadeando se volvió a correr. Pedro le dijo:

-Abra los ojos, hermana.

Los abrió y vio que los tenía en blanco. Quitó la polla y se corrió en su cara.

Al acabar de correrse lamió su leche de la cara, y después con la lengua pringada de semen se dieron un besó largo, muy largo. Al acabar la cogió en brazos, la llevó a su habitación y la puso en la cama. Le dio un beso. La monja le miró, sonrió, y Le dijo:

-Quiero correrme otra vez en tu boca, daddy.

-Cierra los ojos.

-Llámame hermana Kitty, daddy.

-Cierre los ojos, hermana Kitty.

La monja cerró sus ojos. Pedro le cogió la mano izquierda, le chupó los dedos y le lamió la palma, luego subió lamiendo el interior de su brazo hasta lamer sus axilas peludas. Besó su hombro, su cuello, le dio un pico en la boca, besó y lamió el otro lado del cuello, el hombro, la axila del brazo izquierdo, el interior y los dedos y la palma, después su lengua jugó con sus dos pezones erectos, lamió y chupó sus areolas y sus manos le amasaron las tetas. Bajó besando su vientre y jugó con la lengua en su ombligo. Siguió bajando. Le abrió las piernas, le dio un beso en el clítoris y después fue besando y lamiendo el interior de su muslo derecho, al llegar a los pies le quitó el zapato y el calcetín del pie derecho, y luego masajeó la planta, la besó, la lamió, chupó sus dedos, lamió sus tobillos, sus talones, el empeine…

De ese pie pasé al otro y le hizo lo mismo, después fue besando y lamiendo su muslo izquierdo hasta llegar al coño. Se lo abrió con dos dedos y vio que estaba perdido de jugos. Lo lamió de abajo a arriba muy lentamente. La monja, que hasta ese momento se contuviera, comenzó a gemir. Con el coño abierto le lamió los labios por separado más de veinte veces y después juntos otras tantas, sin llegar a tocar el clítoris en ninguna de ellas, después metió y sacó la lengua de su vagina varias veces, y al final pasó la punta de la lengua por el glande del clítoris que ya había salido del capuchón. La monja le dijo:

-Me voy a correr, daddy.

Le metió dos dedos en el coño y le acarició el punto G, que ya estaba abultado. La monja estaba en el cielo y sus gemidos eran celestiales.

-¡Me corro, daddy, me corro!

Pedro sintió cómo una corriente de jugos encharcaba sus dedos. Frotó con más celeridad y de nuevo un chorrito de meo, o de lo que fuera, salió a presión de su coño y bañó su cara, al meo siguió la corrida de jugos espesos que lamió y se tragó mientras la monja se retorcía de placer.

Al acabar de correrse, se la metió en el coño, le cerró las piernas y le dio caña de la buena… No pasaran ni dos minutos cuando se volvió a venir. Se estaba corriendo cuando le vino él. La sacó y se la metió en la boca. La monja se tragó la leche de la corrida de su daddy mientras se corría.

Fue un domingo inolvidable.

Quique.

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