Últimos 4 capítulos.
El hombre habló un rato más, mientras yo sólo pensaba en que no había nada mejor en la vida que hacerle la colita a una chica virgen. Esa era mi mayor fantasía sexual. Era cierto que tenía muchas. Pero esta era de las difíciles. Me encantaba que una piba pierda la virginidad del ano antes que la virginidad de la conchita. Me volvía loco.
Perdón que insista, pero esa sensación que quedaba al saber que la pendeja había entregado el culo antes que la vagina, era de las que percibía como de un nivel superior.
No había otra cosa en el mundo que me excite más que una chica con el orto desvirgado antes que la concha, era cierto, pero era todavía mucho mejor si ella ni siquiera lo pensaba. Sino que se daba cuenta después de haberse puesto en cuatro con una sonrisa. Que sería desde ese día y para siempre, la piba que a la que culearon antes de cogerla. Y que no lo haya tenido en cuenta del todo. Una imagen tan de putita, que me hacía poner la piel de gallina.
Aunque hasta ese momento sólo lo había logrado tres veces en toda mi vida, esta brasilera no se iba a salvar de eso, si es que caía en mis redes. Y la seguridad y la confianza en mí mismo que había ganado en esos días, me llenaban el pecho de esperanza y la pija de sangre. De aquellas tres pibas anteriores, todavía conservaba las bombachas que habían usado. Eran mi única colección. Ahora la necesidad de conseguir la chabomba de la rubiecita esta, me incentivaba aún más a escuchar al hombre.
-Sé que esto puede parecerle una atrocidad. Que un padre le pida fotos de la vagina de su hija. – decía el tipo cuando le empecé a prestar atención. – Pero entiendo que ustedes realizan este tipo de trabajos.
Aunque mi cabeza había quedado latiendo en la palabra “atrocidad” y perdidamente excitada en “vagina”, lo que dijo me resultó extraño. Pero lo siguiente fue peor.
-Entiendo también que cobran en Bitcoins, cómo no dispongo en este momento, puedo pagarles con fichas de casino, si el problema es el efectivo. Y de ser necesario, a los quince mil habituales, le puedo agregar una propina extra de cinco mil. – dijo sacando cuentas en el aire. – Por los inconvenientes y el apuro. – agregó luego. -Serían en total veinte mil. No diez, como le dije antes. Sin contar los cinco que le acabo de dar, por supuesto. 20 mil por la foto. Un pack de fotos, de ser posible. – finalizó.
Ahora mi mente no podía dejar de pensar en lo desesperado que debía estar el tipo. Me daba muchísima curiosidad saber cómo había llegado a esa situación. Y cuánto tiempo había tenido que hablar con Fabián para saber tantos datos y detalles de una persona que yo no era, que ambos lo sabíamos pero, con tal de verle la concha a su hija, él mantendría el personaje que lo había llevado hasta aquí, hasta las últimas consecuencias.
La curiosidad me estaba recorriendo el cerebro, no puedo negarlo pero, al fin y al cabo, el tipo entraba de lleno en el perfil que le había dado: tenía, sin dudas, más guita que medio crucero junto, y manejaba el poder de la información de una forma admirable.
Y en cuanto a la pendeja, como ya les dije, se partía sola. Lo que más me costaba creer en ese momento, era que en realidad era virgen. Pero si lo era, la bombachita que llevase puesta iría a sumarse a mi colección, sería ahora una colección de cuatro piezas exclusivas. Me sonaba a una fortuna. De sólo pensarlo se me hacía agua la boca y hasta sentía que me crecían los colmillos.
-Espero que sepa entender, que esta es mi última oportunidad. Y me ayude. –continuó ante mi silencio- El próximo año comienza la universidad, y se la van a coger de inmediato, casi con seguridad.
El hombre realmente estaba angustiado. Y aunque a veces sentía que la situación era un tanto psicodélica, o bizarra, se podía ver hasta en su mirada la desesperación por tener aunque sea una foto de la almeja de su hija, antes que la rompan. Por supuesto que también me estaba devorando el morbo, la perversión de un incesto un tanto más extremo, el de un padre preocupado porque le iban a coger a la nena. Y quería verle la conchita antes. O mejor dicho, guardarla como un suvenir, para sus pajas en soledad.
Yo estaba completamente sorprendido. Y aunque trataba de disimularlo, porque la idea realmente me interesaba, sentía que no llegaba a entender del todo cuál era su plan. Pero el tipo por más plata que tenía, por más exitoso que fuese en su trabajo, sea cual fuese, en ese instante sabía que la manija de la situación la tenía yo. Por lo que noté inmediatamente que mi silencio lo incomodaba, y lo aproveché. Entendí con extrema claridad, que si quería saber mejor qué era en concreto lo que necesitaba de mí, sólo debía mantenerme callado y él hablaría. Cada vez más y hasta por momentos sin pensar. Jamás había sentido aumentar tanto mi morbosidad, simplemente por permanecer sin decir una sola palabra.
La calentura ahora se me hacía difícil de soportar. La verga bajo el pantalón, más la imagen de la pibita revoleando la pollerita, amagando con mostrar la bombacha mientras bailaba la noche anterior con su papá, quién a su vez se angustiaba porque le quería ver la almeja, que ponía la guita necesaria para las futuras pajas pensando en ella, asustado porque se la iban a coger, pero me la entregaba para que yo le rompa la telita, me resultaba tan difícil de soportar que hasta pensé en disculparme, ir al baño y masturbarme, o ir al cuarto y lechearle la cola a mi prima, y volver al rato, como si nada, para seguir escuchándolo. Pero me contuve. Después de todo, sólo debía mantener la boca cerrada.
-A la nena me la van a coger en la universidad, eso seguro. – repitió, ahora casi reflexionando. Como si todavía no hubiese entendido que “la nena” no era suya. – La escucho todo el día hablando con sus compañeras, preocupada porque todavía es virgen, pidiéndoles consejos para levantarse a un hombre. Para que se la ponga. Se la pasa leyendo historias sexuales en Poronga, o Piringa. O Poringa, algo así. La escucho gemir mientras se masturba y cree que yo no me doy cuenta. O disimula, pero yo no soy un tonto. Y me hace muy mal saber que jamás voy a poder verle la vagina completa, sin estrenar digamos, si eso ocurre. – continuó.-Por eso estoy seguro que si usted va a hablarle y se la encara, la convence fácil. – me explicó – Y si me envía una foto, o las que pueda, yo le estaré por siempre agradecido. – dijo al final.
Era sin dudas una de las conversaciones más extrañas que había tenido en mi vida. Pero yo también podía mantenerle el personaje, si servía para mirar a mi prima chuparse una concha.
Cómo ya imaginaba su respuesta, le pregunté si había intentado poner una cámara escondida en el baño, para filmarla mientras se bañaba o hacía pis. Que esa era mi principal recomendación. Y me dijo que sí, que ya lo había hecho, pero no tuvo éxito y decidió no arriesgarse más. Que al menos le había podido filmar la cola en una oportunidad y la bombacha en otra. Pero la concha abierta y profunda, no.
Me contó también que la invitó al crucero con la excusa de hacerle un regalo por los dieciocho años y celebrar que había terminado el colegio con buenas notas, pero en realidad pensaba que, ya que viajaban solos y compartirían el cuarto, podría animarse a fotografiarla. Pero que no lo hizo. Y que sólo una noche tuvo el coraje para sacarle una foto a una teta, estirándole un poquito el corpiño, mientras dormía. Que pensó que con eso se podría conformar, pero ahora le había aparecido esta oportunidad y que él era un hombre que siempre aprovechaba las posibilidades que se le presentaban. Y que si el problema era el dinero, que podía darme más.
Creo que fueron los primeros minutos que estuve arriba del barco, sin pensar en la colita de Julia. Ahora no podía quitarme de mi mente la imagen de su lengua y la de la pibita compartiendo un lechazo directo del pico de mi poronga.
-Al final no sé si fue buena idea traerla aquí – me explicó luego, casi lagrimeando. – No sabe lo que es verla cambiarse, tener tan a mano las bombachas y las polleras que usa. Es un dolor inmenso tener que aguantarme las ganas de ni siquiera tocarla dormida, o de oler la ropa interior que deja en la ducha, por miedo a ser descubierto. Y encima ese tipo de charlas que le escucho tener, preguntando cómo encararse a un chico, o si conviene recibir una eyaculación en la boca la primera vez que tienen sexo. O si el sexo anal duele mucho, o si cuenta como una desvirgada. Realmente me parten el corazón. – dijo después, aunque ambos sabíamos que lo que en verdad le partía era el pito. – Por favor se lo pido, usuario. Usted tiene que ayudarme.-me suplicó. -Cuando vaya a la universidad le van a romper la integridad, estoy seguro. -repitió al final.
Por unos segundos pensé en despacharlo y decirle que no. Para qué me iba a meter en semejante lio, si los datos que el tipo me había dado ya eran suficientes para ir a encarármela y enfiestarla, sin que él éste involucrado en absolutamente nada. Parecía ser que el único beneficio que podría agregarme, serían los dólares. Y realmente no me interesaban. Esa idea que tienen varios, de que una persona haría lo que sea por dinero, yo no la compartía. Podría guardarse su plata y listo. A mí no me importaba tanto, el dinero jamás dominaba mis acciones. Y me sentía muy bien al considerarme a mí mismo, que era, orgullosamente, un pibe sin precio. O eso creía.
Pero haciendo un esfuerzo para salir del trance, le dije en cambio que sí. Que lo iba a ayudar. El viejo estiró sus manos y tomó las mías sobre la mesa, y ahora casi llorando me agradeció. Le expliqué entonces que el único requisito que había que cumplir, y que era innegociable, era que mi prima también iba a participar de la desvirgación. Y tuve que contener la risa, porque ni sabía si la palabra “desvirgación” existía. Pero sonaba profesional. No le podía decir que mi prima también se iba a enfiestar con su chiquita. O que la nena aprendería a recibir la chota por la concha y la almeja por la lengua en la misma lección.
Había aceptado la oferta porque si el tipo había entrado en confianza con Fabián, lo que menos necesitaba era ofenderlo. Ni me daba la cabeza para seguir la velocidad con la que se movían en mi mente la cantidad impresionante de complicaciones que podría generar si el tipo le contaba de la fiesta. O de cualquier otra cosa que podía saber. Si lograba un par de fotos y se las enviaba, quedábamos casi a mano de posibles extorciones que podríamos recibir el uno del otro. Qué podría decir un hombre con deseos perversos por su hija, sobre otro que se culeaba a su prima.
Pero para serles del todo sincero, también había aceptado porque me estaba volviendo adicto a todo tipo de morbosidad relacionada al incesto.
-Le agradezco de corazón. De corazón. –repitió sin soltarme las manos. – Es similar a una tortura verla en pijama, en esos shortcitos que usa, que le marcan todas las curvas de las nalgas, o la rayita de la vagina. Caminando por el camarote como si nada, mientras yo estoy ahí nomás. Disimulando la vista en un libro o una revista, con temor a que me pesque mirándola de esa manera indebida. Y ni hablar de las polleritas que a veces me muestran sin querer la bombacha. – dijo, esta vez con un tono de voz parecido a una descarga emocional. Como si yo fuese su psicólogo. O un amigo. – Todo el día con esas polleras que parecen del colegio. Todo el día. Se ve que están de moda, porque las usa todo el día. Y a mí me hace tanto, pero tanto mal. – reconoció luego.
Mientras el viejo parecía estar a punto de largarse a llorar, yo pensaba en que iría a eyacular en cualquier momento bajo la mesa. Solo rozándome la pija un poco, cerrando y apretando las piernas, lo más disimuladamente que podía.
-Dejeme analizarlo con mi prima, y le escribo. –dije, ya desesperado por volver al cuarto. De volver en realidad a la garganta de Julia. – Desarrollamos bien el plan y lo llevamos a cabo.
El brasilero me respondió que estaba bien. Que en unas horas estarían en el bar, que había una fiesta y la nena quería ir. Que siempre quería ir a las fiestas. Que pensaba que esa sería la oportunidad perfecta para que yo la “seduzca”. Cuándo se ofreció él mismo de encargarse que su hija consuma alcohol para que esté más “dispuesta”, le dije que no. Pero que era probable que intentara encarármela ahí.
Apenas llegué al pasillo que me llevaba al cuarto, lo vi al chinito sacudiendo dos tarjetitas. Eran seguramente las invitaciones a la fiesta que ya sabía que habría en un rato. Eso no era ninguna novedad. Pero, al acercarme más, la verga pegó un salto al ver que hablaba con mi prima, que le había abierto la puerta usando sólo una musculosa que no le llegaba ni al ombligo y una bombachita roja que el pibe no sabía cómo hacer para no mirarle fijamente.
La hija de puta se daba vuelta con cualquier excusa barata para mostrarle, de vez en cuando, el orto entangado. Y le sonreía y le tocaba el brazo, casi sin querer, mientras el chino le explicaba vaya a saber qué cosa de la fiesta. Parecía que le leía el folleto entero con tal de hacer tiempo para mirarle la conchita un poco más.
Al acercarme, simplemente me saludo y se fue.
-¿Podes ser tan, pero tan, pero tan putita? – le pregunté cuando cerré la puerta.
-El forro fuiste vos, que te salvó el primer día y ni lo invitaste a la fiesta del sueño. – me contestó, dándome la espalda, caminando hacia la cama. – Nos invita a todas las fiestas el loco, y vos ni a una lo invitas. – agregó luego, mezclando palabras entre su sonrisa.
Esperé a que se acueste y se acomode bien, solo para molestarla. Le pregunté que qué hacía acostada, que se arrodille a chuparme la pija, ya mismo. Inmediatamente a mamarme la chota y sin chistar. Que tenía algo que contarle. Y la pija me empezó a latir, literalmente, cuando le mostré el abanico nuevo de billetes que había traído del casino y Julia casi instintivamente se acarició la concha bajo la bombacha.
Cuando terminé de armarle un sanguche de jamón y queso, para que comiese otra cosa que no sea guasca, ya se estaba acercando a mí pija, gateando y con la carita de gata petera que ya sabía que me enfermaba.
A penas se la puso en la boca la saboreó más que al primer mordiscón que le había dado al sanguche que comió de mi mano.
Era tanta mi calentura que a las pocas palabras que dije para contarle lo ocurrido, ya estaba por acabar. Sin sacársela de la boquita, mi prima jugó a penas con su lengua sobre el glande y ya entendiendo que iba a eyacular de un momento a otro, me miró a los ojos, para pedirme la leche con la mirada. Presionó el grosor de la pija con los labios y muy lentamente empezó a cabecear, sin dejar de mirarme. Arqueé mi columna, puse una mano en su cabeza y le llené la boca de semen una vez más. Julia me quitó el sanguche de un tirón, lo abrió y escupió todo el lechazo entre el pan y el queso.
-Le faltaba aderezo. – dijo, cuando pudo hablar. – Ahora está riquísimo – exclamó después. – Le faltaba mayonesa de leche. Mayonesa de pija, le faltaba – dijo al final. Mientras le daba un mordisco tras otro y le pasaba la lengua si la leche se escurría por los costados.
Me quedé un minuto disfrutando de ver a mi prima arrodillada, tragando pedacitos de sanguche y acompañando la deglución con sonidos de satisfacción, siempre con cara de puta, pero aunque la imagen que tenía enfrente no le daba ni la mínima chance a que se me achique la chota, me dispuse a contarle mi charla con el viejo.
Le conté todo, hasta el último detalle, salvo la parte del Usuario PsyExA, para no preocuparla al pedo. Julia no podía ni respirar del todo bien, culpa de la calentura que le había provocado. Al darme cuenta, le ofrecí cogerla un poco, darle un polvo rapidito antes de bañarme para ir a buscarle la conchita que quería de postre, pero me dijo que no. Que vayamos ya. Que me apure. Que total ya se había pajeado dos veces en mi ausencia y que quería acumular ganas para probar la cajeta de la rubia. Pero que me apure.
Al terminar de darme la ducha, olfateé mi remera de la suerte. Tenía un olor a chivo impresionante. De esos olores profundos que se suelen acumular en las camisetas de fútbol. Pero no me importó. Ni el olor, ni que no era la mejor para ir a una fiesta. Se pasó por la cabeza que ciertos lugares, para evitar peleas, no te dejan entrar con ese tipo de remeras. Pero ésta era de un club no tan conocido, que ni recordaba yo quién me la había regalado, ni por qué. Las chances de que me hagan lio eran pocas, por lo que decidí arriesgarme. La llené de desodorante y me la volví a poner.
Al salir, volví a abrir la boca. Julia ya estaba vestida, a diferencia mía, como para ir a una celebración cheta. Como si iría a una reunión de princesas. No pude evitar detenerme para admirarla, esta vez vestida. Mi prima estaba hermosa. Tenía un vestidito rojo, atado en la espalda, con un escote que daba bastante lugar a la imaginación, sin corpiño y una tanguita que, aunque no llegaba a transparentársele el color, se le notaba bien metida en el ojete. Y el peinado casi igualito al de la fiesta del culo.
Preso de su belleza la besé en los labios y me terminé de vestir para ir al bar.
Llegamos casi corriendo. Con mi prima ganándose la mirada de absolutamente todos los hombres que nos cruzamos en el camino. Hipnotizados porque en cada paso apurado que daba Julia, el vestido casi casi les mostraba el culo.
A penas entramos, los reconocí de inmediato. Estaban sentados los dos en una mesa contra la pared, riéndose y charlando como normalmente lo harían una chica con su papá. Aunque de normalidad, en realidad, no había nada.
-Buenas noches, ¿me permite bailar con su hija? – le pregunté al tipo, mirando y sonriéndole a la rubiecita. Usando en la voz un tono anticuado y a la vez fuerte, para mostrarle valentía. Sabía que una pendeja en su situación se podría volver loca por un pibe con el coraje suficiente como para encararla delante de su padre.
El papá se sorprendió y por un instante se quedó quieto. Al ver a mi prima a mi lado, se puso de pie, para mostrarle respeto. O vaya a saber qué cosa. Julia casi automáticamente le miró la pija. Tenía tanta conexión con mi primita, que hasta sabía lo que estaba pensando. Que le conocía hasta el gusto de la chele que largaba el pito que tenía el viejo, bajo la panza. Que le conocía el pene hasta con el culo.
En el mismo momento en donde la invitaba con su mano a sentarse, July lo saludó con la mirada, con un poco de vergüenza y la conchita un poco mojada, y se fue a sentar en la barra. Aunque con la mirada buscaba a Fabián, no lo encontró. Al menos no en la barra. Unos minutos después lo vio bailando con una pendeja, que era evidente que había viajado con sus amigas. Bien de fiesta estaba es piba.
La rubia, en cambio, me dio la mano y sin esperar la autorización de su papá, me dijo que sí. Me sonrió y aunque faltaban dos pasos, o tres, para llegar a la pista de baile, empezó a mover el orto al ritmo del reggaetón que sonaba a todo volumen. La pollerita tableada que llevaba ese día, no era la misma que la noche anterior, pero igual se movía de un lado al otro, cada vez que la pibita quebraba su cintura.
A las dos canciones de seguirle el ritmo como podía, me empezó a apoyar la cola en el bulto. Y a la tercera aproveché que la tuve de frente para tomarla de las manos y decirle que me estaba muriendo de ganas de comerle la boca. Le mentí a medias al decirle que era, ella, la chica más linda del barco y que no podía aguantar más sin besarla. A medias, porque sólo mi prima le ganaba. Luego le acaricié la mejilla y al verla un poco nerviosa, me asusté. Si me rechazaba, se arruinaba alta fiesta.
Le dije que estaba todo bien. Que se tranquilizara, y que si no quería saber nada, por supuesto que la dejaría en paz. Pero que me entienda, que al menos debía intentarlo.
Volví a preguntarle, entonces, si me dejaba darle un beso mientras mis dedos jugaban con su pelo y mi boca se acercaba de a poco a la de ella. Sabiendo que si aceptaba el beso, el resto era sólo de manual.
-Está bien. – dijo un segundo después. – Sólo porque mi mamá es de Junín y yo también soy hincha de Sarmiento. – agregó mordiéndose el labio inferior, señalándome con la mirada la remera transpirada. Ignorando que en realidad lo único que nos unía, era la suerte. Que sólo había visto una vez un partido de Sarmiento, y era para no pensar en tocarle más el culo a Julia.
No pude evitar reflexionar sobre todo lo que habían cambiado las cosas desde aquel entonces.
Por caballerosidad, le pregunté su nombre. Me dijo que se llamaba Lihuén, luego le dije el mío.
En medio de su nerviosismo tan natural, me dijo también que no le gustaba que sus amigas le digan “Li”, que prefería su nombre entero a cualquier diminutivo. Que le costaba hacérselos entender, pero que de a poco lo iba logrando. Que “Li” sonaba a chino y prefería ser siempre brasilera. Todos esos datos que no me importaban, realmente no los escuche solo por diplomacia. La pibita tenía esa actitud con la que es imposible no encariñarse un poco. Si quería contarme más cosas, podría hacerlo sin ningún apuro.
E imaginando todos los posibles futuros recorridos de la lengua de mi prima, la besé tiernamente sobre los labios.
Se corrió una hermosa química entre los dos. No puedo negarlo. Podría haber estado horas abrazándola y acariciándole el pelo, solamente. Pero luego, al meterle la lengua en la garganta y sentir en su boca ese sabor mitad carioca, mitad argento, no pude dejar de pensar en la bombachita que agregaría a mi colección.
Cuando las manos se me iban solas hacia la pollerita, le dije si quería ir a un lugar más tranquilo. La clásica que nunca falla, cuando se maneja sutilmente el tiempo.
Me dijo que viajaba sólo con su padre, por lo que a su cuarto no podíamos ir. Confirmé entonces que realmente estaba desesperada por perder la virginidad, yo planeaba simplemente ir a sentarnos a alguna mesa un poco más oscura. Pero aproveché.
Le dije que vayamos a la terraza, que a esa hora las luces apagadas nos regalarían una bellísima vista hacía el cielo estrellado, y aceptó de inmediato.
Nos acostamos los dos en una reposera, Lihuén puso su cabeza en mi pecho y nuestras miradas se dedicaron un momento a admirar el firmamento que teníamos encima. Era sin dudas, otra postal para el recuerdo.
Al ratito volvieron los besos, los abrazos y las caricias. Me frenó sólo cuando mi mano derecha intentaba esquivar su pollera para tocarle la cola. Lo hizo con tanta inocencia que me recordó mis propios días de secundaria.
-Tengo que decirte algo. – susurró. – Nunca tuve sexo con nadie. Y no sé muy bien cómo se hace. – confesó un segundo después.
Yo ya lo sabía. Venía preparado para todo eso. Lo que no estaba en los planes era el cariño que la pendeja me había despertado.
-Quedate tranquila – le dije fuera del libreto. – No hay necesidad de que hagamos nada de lo que no estés segura. – agregue luego. Sabiendo que no era del todo inteligente recular en vez de avanzar, en casos como este.
Pero la nena de papá, cambió la cara. Esta vez habló casi llorando.
-No debería haber dicho nada. Siempre hago la misma estupidez. No debería haber dicho nada.
La tome de las mejillas y la volví a besar, le dije nuevamente que se tranquilice, que todo estaba bien, que sólo me diga qué era lo que quería y lo haríamos. Si quería esperar, esperábamos. Si quería quedarse mirando el cielo, lo hacíamos. Que no había ningún tipo de presión para nada, y que yo sólo seguiría sus deseos.
-Quiero perder la virginidad. Eso quiero. No quiero llegar a la universidad y ser la única que no sabe nada sobre el sexo. – dijo sin dejar que pueda terminar mi discurso. -No sé ni siquiera cómo hacer una mamada. Sólo quiero aprender aunque sea lo básico.
-No tiene nada de malo llegar a la universidad sin saber nada. La gran mayoría llega en esas condiciones. – respondí para que no se sienta presionada al pedo.
Realmente no entendía su angustia. Ese temor y ese apuro por querer saber cosas que, aunque todos digan que las saben, bien sabía yo que no eran verdad. Terminar el colegio sin haber tenido sexo, era muchísimo más común que lo que uno puede creer. Era una presión social que confundía y lastimaba tanto a varones como mujeres, y completamente en vano. Y aunque ponía en riesgo de arruinar todos mis planes, vencer esos tipos de presiones sociales, en todos los frentes, era una especie de objetivo principal.
-Ya sé. Pero quiero aprender igual. –contestó para mi fortuna.
Yo le sonreí y volví a mis cabales. Al personaje que su padre me había inventado. Esta vez sin cuota de cariño extra, aproveché la pelota en la línea del arco que me había dejado picando.
-Pero, linda, dejá de llorar entonces. – dije. – Si querés aprender, puedo ofrecerte un curso intensivo. Yo tampoco viajo sólo. Podemos ir a mi camarote y pedirle ayuda a mi prima, ella la tiene re clara. Cuando salgas, no sólo vas a salir hecha una experta en mamadas. Vas a salir con más experiencia que toda tu universidad junta.
La rubiecita abrió los ojos, entusiasmada. Se notaba que nunca había pensado experimentar con otra chica, pero la angustia que sentía por no saber siquiera qué hacer en frente de un cuerpo desnudo, le era muy grande. Y la solución que le ofrecí, en cambio, le venía al pelo.
El bichito del incesto al escucharme decir que mi propia prima participaría de la fiesta, empezó también a germinar en su mente. Hasta por el olor podría darme cuenta cuando el morbo se le enciende a una persona.
Me dijo sin dudas que sí. Que hagamos eso. Que le pidamos ayuda a Julia. Que si mi prima estaba dispuesta a ayudarla, ella haría lo que sea.
-No hay nada que tengas que hacer, sólo disfrutar. – le contesté. – Sólo podes ayudarme a cumplir mi fantasía. La de hacerle sexo anal a una chica virgen. Pero sólo si querés.
Me dijo que sí, que le daba igual. Pero que le prometa que no iba a dejarla salir del cuarto sin la concha rota.
Y que vayamos. Que vayamos al camarote, rápido. Que tenía mucho que aprender y quería empezar ya.
Le hice caso, porque yo también.
Continuará…