Cuando escuchó que uno de los desconocidos ofrecía 800 dólares, Julia levantó una ceja.
Fue una leve señal que no dudé en aprovechar al máximo. Por insignificante que parezca, cualquier muesca de excitación debía ser aprovechada. Sin dudarlo me arrodillé sobre el suelo y con mucha suavidad acerqué mi lengua al agujero de su ano destruido, todavía semi abierto y con la piel del entorno toda paspada. Rojo a más no poder y con signos de haber sido hasta rasguñado. Abrí los cachetes y le apoyé apenas la punta.
-¡Mirá como te dejaron la cola! –exclamé cuando se quejó del dolor, al sentir un poco de presión en el esfínter.– Viejos pajeros. ¡Sinvergüenzas! Le rompieron la cola a una nena.
Necesitaba hablar yo. Que no hable ella. Aunque sea para que su cabeza llegase al punto de, al menos, no estar del toda segura si lo ocurrido era, o no, motivo para enojarse. Y a pesar de que la idea original era que ella me petease a mí al ver el video, ni me animé a sugerirlo.
-Todo el culo con gusto a pija vieja tenés ahora. Y tu primo te lo chupa igual. –Dije para que su silencio no llegase a ser incómodo.– Sana, sana, colita de rana –repetí luego varias veces, entre lengüetazo y lengüetazo que le daba por la raya del ojete y un beso en el centro del ano roto.
Todavía su respuesta era silencio. De esos silencios que se forman en los momentos más tensos de la vida. Cuándo se juegan situaciones y posibles interpretaciones que te pueden cambiar la vida para siempre. Y mientras la pantalla ahora mostraba a un desconocido abriéndole la boca con los dedos de su mano para meterle el pito adentro, Julia estaba pensando en si sentirse violada o no.
Ella necesitaba saber si su orgullo estaba dañado, si su decencia seguía intacta o se había quebrado. Y yo necesitaba, si o si, de la ayuda de mi aliado. Necesitaba casi obligatoriamente que su deseo jugase a mi favor. Al menos ese tipo de ideas eran las que rondaban por mi cabeza en ese momento.
Decidí tirar sobre la mesa la carta del humor, aunque sea para ver si lograba relajarla más, o distraerla. Esta vez hablándole sólo a su ano, le dije que, de ahora en más, le prometía que ninguna otra pija que no sea la mía lo iba a penetrar. Que ya se lo había cogido medio barco, y que era suficiente. Que hasta me estaba sintiendo un poco celoso.
Esta vez no pudo ocultar una breve sonrisa. Aunque fue sólo un segundo, la sentí como una lluvia torrencial en pleno desierto.
-Qué le vamos a hacer. –Le dije mientras acariciaba una nalga a quien quería consolar.– Te dejaron a cargo de un pervertido. ¿A quién se le ocurre confiar en mí mentalidad quedándose dormida? Era obvio que ibas a quedar destrozado. –me contesté luego a mí mismo.
El gusto tan especial que tenía el culo de mi prima en ese momento, todo cogido y ultrajado con violencia y desesperación por tantos tipos, sumado a un poco de semen seco mezclado con el sabor plástico de los forros, todo eso diluyéndose entre las ocho transpiraciones del contacto piel a piel que había sufrido, nueve con la de Julia, me estaba volviendo loco nuevamente. Hasta el olor a sangre me enfermaba.
Pero bien sabía que debía seguir enfocado en el objetivo de desdramatizar el tema. Era sumamente importante que mi prima caiga presa de su morbo y en eso debía enfocarme. Sí o sí. Sin excusas.
Pero ese gusto…
Y esa sensación de haber enfiestado a mi prima.
Y la de que no se podía ni parar de lo rota que le habíamos dejado la cola.
Y la de que si salía de la habitación, se podría encontrar a un hombre que se la haya culeado. Y no saber cuál. Y por su cabeza, entonces, tendría la duda de que todos podrían haberla cogido. Desde ese momento su mente no podría mirar jamás a ningún hombre del barco sin pensar en que tal vez tuvo su pene en la boca. O en la concha. O en el culo recientemente desvirgado. En todos lados, en realidad.
Pero, sobre todas las cosas, fue ese gusto a culo de puta lo que me pudo. Venció mis objetivos y me obligó, prácticamente, a hacerle la cola de nuevo.
Subí a los besos por su cintura hasta que mi boca, esquivando su nuca y corriéndole el pelo, quedó en su oído. Ella permanecía con los codos sobre el colchón, mirando fijamente a su celular. Ahora veía cómo era penetrada por tres hombres encapuchados que gemían como si fuese una película porno barata. Y ella la protagonista, a la que ni le habían dado una línea para decir. La puta que sólo servía para hacer el papel de un par de agujeros. Si pensaba algo, o tenía una inteligencia prodigiosa, no importaba. Que ponga el culo y se deje de hinchar las pelotas, parecía decir el inter texto del video. Mientras ella estaba todavía incrédula. Teniendo que acercar la vista de vez en tanto para asegurarse que era ella. Todavía le costaba creer del todo que la putita del medio era ella. Pero era: la flaquita con tres pijas dentro del cuerpo, era ella. No cabía lugar a ni una duda más.
-Ahí están tapados –le susurré– Pero no sabes la cara que tenían.
Julia me contestó con un gesto. Como que me vaya, sacudiendo una mano. Luego llevó un dedo a sus labios, para que entienda que me calle la boca. Y que todavía estaba enojada.
Yo en cambio la agarré de la cintura y la hice romper el silencio cuando apoyé con fuerza la cabeza de la pija en el culo, sin previo aviso.
-¡Rodrigo! Ni se te ocurr… Ahhhh –dijo sabiendo que ya estaba siendo penetrada otra vez.– ¡No podes ser tan hijo de puta! –agregó cuando me dejé caer y mi verga llegó al fondo. Dándole otra vez patadas a mi espalda con sus talones.– Dejala adentro pero no me cojas, que me duele –negoció al final y siguió viendo el video.
Ahora sentí claramente la diferencia entre un orto dormido y uno despierto. Aunque me quedaba quieto, recibía una especie de abrazo que apretaba el tronco de mi verga y de a ratos lo soltaba. El de la noche anterior parecía un juguete, este en cambio se contraía y se dilataba de una manera en donde no hacía falta ni que me mueva yo.
Disfrutando de la quietud de la nueva culeada, y para que la chota no me crezca de golpe y le haga doler, ni correr el riesgo que me exija que me salga, o que cierre esas puertas del paraíso que tenía entre las nalgas, volví a intentar a hacerla sonreír de nuevo.
-A ver qué estás viendo. –susurré ahora con el pito adentro, volviendo a acomodar su cabello hacia el otro lado, para que no me tape la pantalla del celular que mi prima tenía en las manos.– Ah. Ya la vi esa. –dije al notar que Julia no tenía todavía intención de hablar. –La bella durmiente y los siete enanitos. Esta buena. Al final se la garchan. –tiré en joda. Y aunque el chiste había sido muy fácil, Julia sonrió.
Lo hizo con la cara, pero gracias al movimiento vibratorio que recorrió por su espalda, lo sentí como si lo habría hecho con el culo. Era lo único que me faltaba, que mi prima se ría con el ojete. Pero aunque ese pensamiento me hizo sonreír a mí también, preferí no decir nada. Por las dudas. No hacía falta, la cosa de a poco ya estaba empezando a mejorar.
-Al menos sabemos que no fue ninguno de esos dos –dijo al ratito, señalando a un viejo que se cambiaba el forro para dársela por la concha, y a al gordo que se preparaba para ponérsela en la boca.– Con esa pijita que tienen, seguro que no fueron ellos los que me rompieron el ojete. –y se rio por tercera vez, ahora de su propio chiste.
Esta vez con más ganas. Y como yo también me reí, la pija entró y le salió varias veces, involuntariamente, del ano. Se quejó del dolor unos segundos después y empinó la cola pidiéndome que vuelva a dejársela quieta. Por favor, quieta. Que le dolía todo. Pero por favor, también que se la deje adentro.
Al percibir que ya estaba aflojando, volví a hablarle al oído.
-Deberías sentirte orgullosa. Ocho machos necesito el culito para domarlo del todo. –dije ahora.– Y vos presumías ya estar domadita. –agregué luego.
Julia levantó aún más la colita, para poder llevar una mano a la concha. Cuando se la empezó a acariciar, me relajé del todo. Mi prima ya estaba nuevamente en modo puta. El modo que más me gustaba. Un segundo después ya se masturbaba completamente excitada y ella solita subía y bajaba la cola, despacio, para recibir la poronga en el orto. Sus dedos, en cambio entraban y salían rápidamente de su conchita que largaba flujos empapando el colchón.
No habían sido mis palabras la fuente de su calentura, sino las que escuchaba de fondo en el video.
Escuchar que se referían a ella como “mantequita”, “la piba con pinta de peterita”, “la nena culoroto de papa”, y hasta “empanadita calentita”, la volvía loca. Sin dudas, en su fantasía de ser cogida por un desconocido mientras dormía, no había siquiera imaginado lo que sería hacerlo con siete. Y viejos. Y verdes. Y sin su autorización absoluta. Ni que ofrezcan plata para romperle el culo.
Ahora ni se gastaba en simular un enojo. El video lo miraba de reojo. Y con una mano masajeándose el clítoris y con la cola aguantando el dolor de la culeada que le estaba dando, acabó al instante. Un orgasmo que parecía no terminar nunca. Y de sólo oírla gemir como la putita que era, y ahora solo para mí, acabé también yo.
-Vení a ponerme el pito en la boca –me pidió después.- Así sigo viendo el video.
Así lo hice, y recibiendo el calor de su saliva y las caricias de su lengua, dejé a mi verga que se achique y crezca cuando quiera. Que haga la suya. Y mi prima también.
Se hizo dos pajas más, me pajeo para tomarse la leche una vez, amagó con tocarse al menos cinco o seis más; pero cuando terminó el video se puso de pie y como si se habría olvidado del dolor del culo, dio dos saltos de entusiasmo. Al verla volví a recordar al pibito con sus figuritas, pero me cortó a la mitad, porque otra vez cayó sobre el colchón al sentir un nuevo puntazo en la cola. Pero esta vez no había arruinado ni un poco su humor.
-¡La mejor fiesta de todas! –exclamó cuando dejó de besarme. Contenta por ser tan trola.– Decime que guardaste la leche. –me dijo al final.
Le contesté que sí. Que se quede tranquila. Fui a buscar la tanda de preservativos usados con semen enfriándose en su interior y los tiré a su lado, sobre el colchón. Al ver la cantidad no se intimidó. Se sentó como un chinito, con cuidado de no provocarse dolor extra y uno a uno los empezó a vaciar con su boca.
-Llegó el delivery del lechero –dijo al empezar a gemir otra vez, mezclando su excitación con sonidos de satisfacción por la cena que estaba comiendo.– El pedido para la lechera. La come leche de tu prima, hoy se empacha.
Aunque tenía muchos, no quería desperdiciar nada: cuando no podía exprimir más con sus dedos, daba vuelta el forro y se lo ponía entero en la boca para sacarlos completamente limpios. Uno tras otro. Casi hipnotizada. Sin importarle nada. Comiendo guasca ajena como si fuese su plato favorito.
Verla así me dio otra descarga eléctrica en el cerebro. De vez en cuando me miraba poniendo cara de petera. De tragaleche ofreciendo un show en concha para su primo. Lo disfrutaba tanto que no sabía del todo si lo hacía para calentarme a mí o porque ella no daba más de tanta perversión que habíamos vivido en unos cuantos días. La escena era absolutamente morbosa.
Esta vez se había tragado más esperma junta que nunca en su vida, pero ni una arcada le escuché soltar. Cuando sacaba el forro que saboreaba en la boca, del lado donde había estado la verga, cerraba los ojos presa de su adicción. Lo dejaba a un costado, en la pilita de los “limpios” y vaciaba el próximo, para luego darlo vuelta y mandárselo a la boca.
-¡Qué rica es la leche viejita! –Decía de vez en cuando.- ¡Esta chele era para la mujer, no para la nena! –decía sino. Siempre seguido de un “mmm”, o un “ahj” como si se estuviese refrescando.
Sin duda alguna, sentir ardor en la cola, comerse la chele del forro, haberse visto siendo usada y abusada por tantos hombres casados, le descargaba la misma electricidad que a mí.
Yo la miraba apoyado desde el mueble del pie de la cama, desde el mismo ángulo que había tenido el video. Era un detalle que también me calentaba a más no poder.
Julia lo notó y mejoró el show. Ya sin leche en los preservativos, abrió las piernas, las estiró y comenzó a masturbarse otra vez, ahora para que la vea de frente. Cuando la pija se me puso al palo, comencé yo también a pajearme despacio.
Ni tres minutos habrían pasado cuando empezó a gemir, mirándome fijo y con una cara de pajera que nunca le había visto. O nunca me había detenido a disfrutar con atención. Y en el preciso instante en donde mi prima comenzaba a sentir un nuevo orgasmo, tres o cuatro gotas de leche me cayeron en la palma de la mano, dejándome los testículos extremadamente secos.
Todavía con su mirada en la mía se chupó los dedos y me hizo señas para que me acerque. Como una gatita hambrienta me lamió la palma para tragarse el semen y dejármela bien limpia.
-La más rica de todas. –dijo cuando supo que no había más. Sabiendo también que la fiesta del sueño había finalizado.
Más que la fiesta del sueño, había sido la fiesta del pedazo de carne. De la dormida culeada. De la trola del casino. O la de la pibita con todos los agujeros llenos. Pero tampoco aclaré nada.
Como siempre, me acosté a su lado, para besarla. O dejar que me bese ella a mí. Era una señal que ya sabíamos qué significaba, que esa sesión se terminaba. Y que era tiempo de pensar una nueva. Claro está, era una señal maravillosamente provocativa.
Cuando se acomodó para apoyar su cara sobre mi pecho, me fijé la hora. Eran las 10 de la noche, pero me costó unos segundos saber de qué día. Entendí entonces que romperle el culo y darle leche en la lengua a la putita de mi prima, me hacía perder la noción del tiempo. Y me encantaba.
Julia se puso de pie y se quejó de que ahora también le dolía la concha. Y al abrir la ducha me gritó desde el baño que esperaba que al menos haya aceptado los 800 dólares. Que los necesitaba para un culo nuevo. Y una cajeta.
Al terminar de bañarse, se encontró con la cama llena de billetes. A penas los vio, pegó un grito de excitación y me preguntó de dónde había sacado todo eso. Con el apuro por ir a verlos de cerca casi se tropieza con su propia bombacha, que había logrado ponerse solamente hasta las rodillas.
Riéndome por el acto le conté que eso habían pagado por cogerse a la pendeja dormida. Y me acompañó en la risa, tapándose la cara pero, esta vez, no de vergüenza. Esta vez lo hacía porque no lo podía creer. Porque no llegaba a entender del todo que se había recibido de puta premium.
-Jodeme que todo eso le sacaste a los viejos. Sos un genio. No te puedo creer. –Decía, mezclando el morbo y la sorpresa en su tono de voz.- ¿Qué vas a hacer con tanta plata, Rodri? –preguntó luego.
Me quedé en silencio para admirar su inocencia. El ojete partido al medio, casi un litro de leche en el estómago, la conchita ardiendo de tanta pija que había recibido, y pensaba que la plata era para mí. Se había roto el culo laburando y pensaba que iba a cobrar yo.
Le besé la frente y le dije que iba a buscar algo para comer. Que se quede acostada, recuperando la cola, que en un rato se le terminaba el recreo y la ponía a mamar pija de nuevo. Y que junte la guita, que la meta en un sobre y la guarde bien, que era todo de ella.
Mientras recolectaba panes en el comedor del crucero, para hacer unos cuantos sanguches en el camarote, me sonó el celular. Me llegaron alrededor de doce mensajes del brasilero. Cómo cuando uno recupera la señal o prende el teléfono después de un buen rato de haberlo apagado.
Cómo ya sabía que me había engañado para obtener mi número, los ignoré. En realidad sólo por un tiempo. Antes de cargar un plato con fiambre, quesos, rodajas de tomates y lechuga, abrí el whatsapp para bloquearlo, pero me llamó la atención el último que había recibido.
“5 mil dólares sólo por hablar cinco minutos en el bar del octavo piso”
Pensé entonces en la cara de Julia al verme llegar con cinco lucas más. Tirárselos y decirle que me los habían dado de propina, porque todavía seguían sin poder creer la pendeja que se habían garchado. O algo así.
“En cinco lo veo. Sólo cinco minutos y sin promesas de nada”, contesté.
Lo encontré a Fabián, primero. Me saludó y como diciéndome un secreto, me preguntó si estaba funcionando la cosa. Si Julia me había dicho algo, o había empezado a aflojar. Le dije que sí, que iba mejorando la situación. Que siga así. Y que mucho no había podido hablarle porque se la había pasado durmiendo. La última frase creo que fue la más cercana a una verdad. Y aunque el dato no aportaba ninguna información importante, se lo dije porque todavía me gustaba tomarlo de boludo. Me despedí con dos palmaditas y en el fondo del bar lo encontré al brazuca.
-Cinco minutos. –dije, cuando me dio la ficha. Sintiéndome un mafioso berreta, pero que en mi imaginación daba miedo.
El viejo sólo necesitó 5 segundos.
-Quiero que usted desvirgue a mi hija –dijo.
Con las mismas cartas de la mano anterior, le canté el vale cuatro. Disimulando el apretón que me daba la pija bajo el pantalón, le indiqué, con la mano, que continúe hablando.
-Quiero que usted desvirgue a mi hija –repitió.– Y le saque al menos una foto a su vagina virgen. Que me la envíe y a cambio le entrego diez mil dólares más.
La ficha que tenía entre mis dedos quedó en segundo plano. Ahora la verga me hacía imaginar la cara de mi prima si además de los sanguches y cinco luquitas verdes, caía al cuarto con una conchita virgen para que se la coma por primera vez.
Tal vez no sea un buen momento para hacerles una adivinanza. Pero da igual. Voy a jugar por unas líneas a ver qué tan atentos están.
Adivinen qué remera llevaba puesta en ese momento.
Les doy una ayuda:
-Es bonita la nena –dijo, mostrándome una foto.
Era, encima, la pibita con la pollera tableada que Julia había elegido la noche anterior.
Haciéndome el importante le dije al tipo que me explique mejor su idea. Que tenía media hora más para explicarme. Aunque creo que los dos sabíamos que podía quedarse hablándome por horas y horas.
Las primeras palabras ni las escuché.
Mi mente no podía dejar de visualizar a mi primita chupándole la conchita a la rubia. Metiéndole la lengua bien adentro de su vagina, para probar un nuevo sabor. Besándola y lamiéndole las tetas y la colita a la pibita que cada vez recordaba con más nitidez. Prepararle la cajeta para que mi verga no la lastime tanto. Y hasta prácticamente las veía compartiendo luego, entre sus lenguas, el semen que sentía que iba a salir a chorros ahí mismo.
-Repítame lo último –tuve que pedirle al tipo.
Y aunque lo repitió, volví a olvidarlo.
Porque sabía que si había una forma perfecta para ir terminando nuestro viaje, sería comiendo una empanadita a medias con mi prima.
Continuará…