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Mi prima se viste de novia (Capítulo 17)
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Tiempo de lectura: 14 minutos

-¿Cuánto por el culo? –me preguntó uno de los hombres. Frotándose las manos y relamiéndose como si no pudiese aguantar ni un segundo más sin ponerle las manos encima a mi prima, que solo respiraba dormida, sin saber nada de lo que ocurría. -¿Cuánto por el culo? –repitió un segundo después.

Me dejó en silencio. Sorprendido, porque no pensaba cobrar nada. Era sólo por cuestiones de morbosidad que los había invitado. Y también porque el culo era sólo para mí. Pero compartir, era compartir.

Otro de los tipos sacó la billetera y al ver que yo no contestaba nada, comenzó a contar la plata que tenía adentro.

-Tengo 800 dólares. 812 con el cambio. Decime que me alcanza, flaco. –dijo algo preocupado. Si le decía que no, dejaba hasta el anillo de compromiso que tenía en el dedo de su mano izquierda.

Dos de ellos eran brasileros, que por suerte hablaban español, me preguntaron si podían pagar con reales. O tarjeta de crédito. Dos más venían de Perú y otro de Bolivia. Ellos tenían dólares. Los dos restantes eran argentinos. Uno de Tucumán y el otro del conurbano bonaerense. El tucumano pegó un grito de dolor al escuchar la conversación. Me explicó que venía casi de prestado al viaje, que se lo habían regalado sus hijos para festejar el aniversario de casamiento con su esposa, pero que no tenía un mango.

Les pedí un momento para pensar. Al ver que había un celular filmando, me preguntaron si tenía algo para tapar sus caras. Les dije que no. Que vayan a buscar y vuelvan. Que traigan más guita y forros. Al tucumano le dije que si no tenía plata, que venga igual, que algo íbamos a arreglar.

Cuando salieron, me sentí aliviado. Sentía que lo que había empezado era demasiado. Me había metido en flor de quilombo y no sabía muy bien cómo manejarlo. Necesitaba aclarar la cabeza para organizar todo lo mejor posible.

Para pensar mejor y más tranquilo, le empecé a hacer el orto a mi prima. Esta vez estaba completamente dilatado, no apretaba tanto cuando se la metía. Me dejaba llegar hasta el fondo del intestino sin necesidad de hacer tanta fuerza. Julia respiraba siempre igual. Ni se quejaba, ni gemía, ni se movía. Era realmente una experiencia distinta culearla de esa forma. Me encantaba, pero más me encantaba que se la iban a culear siete tipos más.

Entre cada penetrada que llegaba a lo más profundo del ojete, mi perversión aumentaba y la estrategia funcionaba. Cada espasmo que recibía del esfínter inconsciente del ano de Julia se acompañaba con mayor seguridad para resolver el tema de los viejos a los que había invitado a culearla.

Recordando sus caras de enfermos al encontrarse con semejante espectáculo tendido sobre la cama, algunos bastante borrachos, otros sin todavía poder creer la oportunidad que tenían enfrente, la de cogerse a una pendeja en ese estado con un culito de ensueño empinado y ya preparado para recibir sus penes de tipos grandes, sentí otro orgasmo mental.

Me dispuse a cogerla con más fuerza y cuando golpearon la puerta se me ocurrió una forma de cobrarle al tucumano.

Ahora penetrándole el orto de manera bestial, la saque apenas para eyacularle un poco dentro y el resto en sus nalgas y el agujero del ano, pero por fuera. Una buena cantidad de leche le recorría hasta por los muslos en el momento en que decidí ir a abrirle al primero que había vuelto.

En el camino encontré un balde, de esos que se usan para mantener fresco a un buen champagne y lo apoyé sobre el mueble que estaba al pie de la cama, al lado del trípode con el celular de Julia filmando todo.

Era el tipo de Merlo. Tenía en su mano una bufanda y la billetera. Tuvo que volver a irse porque se había olvidado los forros.

Creo que es necesario en este punto aclararles un par de cosas que quedaron pendientes. Mi prima estaba tomando pastillas anticonceptivas, pero no era por eso que cada vez que me la cojía, podía hacerlo sin preservativo. Era porque los dos nos conocíamos bien y teníamos bien en claro que ninguno tenía enfermedad alguna capaz de contagiarnos mutuamente. Las píldoras sirven para no tener hijos indeseados, pero sólo el preservativo sirve, además, para no contraer enfermedades.

Siento el deber de escribirlo, porque esto puede estar leyéndolo alguien que no lo sepa, y es muy importante.

Y ya que está, aprovecho para remarcar que lo que se transmite en una relación sexual es el virus del HIV, no el SIDA. Eso es una enfermedad que produce dicho virus. No todo el que tenga el virus HIV, tiene SIDA. Y se contagia por el semen y la sangre. No por la saliva. No sean giles de no tomar un mate o tener miedo de besar a alguien con HIV, o darle la mano o un abrazo. Sólo estarían causándoles una enfermedad peor, que es el estigma social que la infección trae a su alrededor. Sepan también que según la Organización Mundial de la Salud, la forma, por lejos, más frecuente de contagio, es por relaciones sexuales sin protección entre un hombre y una mujer. No vuelvan a decir nunca más que es una enfermedad de homosexuales, como se decía muchos años atrás. Es totalmente incorrecto. Y siempre, pero siempre cojan con forro. Al menos que sea con Julia, que ya sé que no tiene ninguna enfermedad de trasmisión sexual. O alguna de sus primas o primos, que con total seguridad sepan que tampoco tiene. O una pareja en quien confían.

Por más que tenga la guita del mundo en su bolsillo, el que se olvidaba los preservativos debía ir a buscarlos, no importa cuantas veces sea necesario. Era la única regla que mi prima me había pedido: que la cuide.

Un rato después, ya estaban los siete. Algunos cubrían sus caras con bufandas enrolladas, otros con máscaras que habían comprado para una fiesta del barco. Sin preguntarme nada, comenzaron a dejar dólares en el balde del champagne. Y los celulares a un costado.

Al ver al tucumano un poco preocupado le indiqué con firmeza que elija a alguno de los otros hombres del cuarto. Sin saber a dónde quería llegar y dudando un poco, escogió a un brasilero.

-Ahí dejé un lechazo en el orto de la piba –le dije al tipo elegido.–Chupáselo y comete todo el semen. Dejále el culo bien limpito de leche, sino se van los dos. –agregué luego.

El tipo se agachó desesperado. Le importaba un pito comerse unos chorros de guasca con tal de lamerle el ojete a mi prima. Una pendeja a la que doblaba en edad, durmiendo inconsciente, era estímulo suficiente para hacer cualquier cosa posible.

Un segundo después el ano y los muslos de Julia estaban como nuevos. Y arrancó la fiesta.

Les dije que tenían tres horas para culearla y cogérsela como ellos quisiesen. Pero siempre con forro. Pasadas las tres horas se iban sin chistar y nunca se volvía a hablar de lo que había ocurrido.

El morbo ahora era parte de los siete. Ocho, contándome a mí. Más que multiplicarse por ocho, se sentía elevarse a la octava potencia.

Los tipos se acomodaban y se turnaban para entrarle al culito empinado de mi prima acostada. A veces uno se lo rompía mientras otro le dejaba la chota en la boca. Hasta intentaban penetrarla de a tres. Aunque les costaba por el peso muerto de Julia, lo lograron un poco. Uno debajo le hacía la concha, otro se la dejaba quietita en la boca y el de atrás le daba y le daba con fuerza al culo. Habrán pasado treinta minutos que los siete ya debieron cambiar sus preservativos. Les dije que los dejen en un cajón, para no ensuciar el piso más de lo necesario y así lo hicieron. Además porque necesitaba hacer un experimento.

Ver a mi putita siendo penetrada con tanta desesperación por esos hombres gordos, viejos, ebrios, me estaba haciendo estallar la pija bajo el pantalón. Mi prima estaba siendo ahora, la puta del barco. Y yo sentía que iba a explotar de tanta perversión que recorría mi cuerpo entero.

Al verla tan inmóvil, tan desparramada con el torso y la cabeza sobre el colchón, y el resto de su cuerpo arrodillado en el piso, recibiendo pija tras pija sin siquiera emitir ni un sonido, me pareció raro que sólo dos pastillas pudieran dejarla en ese estado. Evidentemente me había mentido en la dosis, o eso creía. O me costaba creer que fuese así.

Con un poco de miedo fui a chequear que, al menos, respirase en ese momento. Y me quedé tranquilo.

Escucharlos hablar entre ellos o incluso cuando me decían algo a mí, era sumamente excitante. Usaban un tono de babosos, viejos verdes, pajeros, que no podrían haber disimulado ni siquiera haciendo su mayor esfuerzo.

-Una manteca la nena. Mira lo que es. –me decía el brasilero, en español y con voz ronca

-¿Sabes cuánto hace que no me cojo un culo tan apretado? Esa conchita tan tiernita… -comentaba el gordo de Merlo, mitad a mí, mitad para sus adentros.

Estaban desesperados. Cuando se hacían conscientes de lo que estaban haciendo, se les paraba la pija y se iban otra vez a probar algún agujerito de la nena que tan locos los volvía.

-¿Qué tiene? ¿18? 18 añitos debe tener la piba esta –preguntaba uno de los brasileros a otro de los tipos.– La edad de mi nena debe tener. Qué lindo cogerse a esta nena de papá.

Yo les decía que sí. Los 23 de Julia pasaban por 18 muy fácilmente, y más en esa situación.

A la hora ya todos le habían pegado, por lo menos dos garchadas cada uno. El ano de Julia estaba abierto y rojo, casi como la primera vez. La concha en cambio estaba empapada de la saliva que habían tirado los tipos para lubricársela en forma de escupitajos. También roja de tanto roce con tantas porongas diferentes.

Al verse con tiempo todavía, empezaron a tomar cervezas de las latitas que habíamos juntados. Aunque estaban calientes no les importaba. Se notaba a la legua que los tipos estaban llenos de guita. Agarraban una latita y tiraban cien dólares más al balde, como si me las estuviesen pagando. Como si mi camarote se habría convertido en un telo berreta con una sola puta para todos.

-Se ve que no esta tan culeadita esta putita. –se decían entre ellos –Fijate que la colita está bastante dura todavía.

-Sí, es verdad, esta fresquita todavía la pendeja. Te digo que mañana no camina la piba, mirá como tiene el ojete.

-¿Vos decís? Para mí es flor de petera la nena. Tiene esa carita típica de tragaleche. –dijo el peruano para entrar en la conversación. Era, claro está, el que más le había sacado la ficha.

-Debe tener la edad de mi hija. –repitió el brasilero. Era de todos el más presentable y el que parecía estar más forrado en plata. –Una empanadita recién calentita, en vez de la tarta vieja que tiene mi mujer en la concha, es una delicia.-agregó luego y todos rieron. Hasta yo. Sin saber que su mujer, en realidad, no estaba ni en el barco.

Decidieron ir por otra vuelta más. Tenían tiempo pero ya no tanto, por lo que volvieron a cogerla de a dos, o de tres. Y ahora el que quedaba sin agujero, le buscaba la vuelta. O le manoseaba las tetas, o le lamía la espalda, las manos y hasta había uno que no paraba de chuparle los pies. Le pasaba la lengua a uno y cada uno de sus dedos, se los metía en la boca y los succionaba, lamía la planta y gemía como si lo estuviesen cogiendo a él.

Era una escena magnifica y encima la tenía toda en video.

Ahora los forros, con el apuro de cambiárselos y aprovechar los minutos que quedaban, iban directamente al piso. Pero no me importaba. Los del primer garche ya los tenía guardado y eran los que más cargados de guasca estaban. Esos eran lo que me mordían la mente, porque se los iba a hacer tomar a Julia cuando despierte.

Cuando pasaron las tres horas, ocurrió lo que ya me esperaba: comenzaron a negociar.

-Te tiro 2 gambas de dólares si me dejas acabarle en la boca sin forro.

-Pongo mil por una hora más.

-Dos mil si me dejas una horita solo con la nena.

-Dejame hacerle el culito una vez más y te chupo la pija a vos.

-Te dejo 500 verdes si me dejas chuparle el orto. Te la dejo limpita, limpita con la lengua, pibe.

Todos proponían, menos el tucumano que se la seguía cogiendo. Era el que más la había aprovechado. En ese punto ni recordaba si alguna vez la había soltado. Cuando tenía que cederle el culo a otro o se iba a la concha, o a la boca, pero siempre tenía la chota en algún agujero.

A todo le dije que no. Ya era demasiado. Al rato se fueron yendo, rogándome que se repita. Que era mejor que ir a tirar la guita al casino, sin dudas. Algunos me despedían con un abrazo y no podían parar de agradecerme el regalito que les había dado.

El brasilero presentable se quedó un toque esperando a que se vayan, porque quería proponerme algo a solas. Lo saqué del cuarto porque ya me imaginaba que quería. Le dije que me espere ahí. Seguramente iba a ofrecer más guita que los anteriores, mostrarme seriedad, seguridad, y cosas que no iban a interesarme; quería quedarme a solas yo con Julia, disfrutarla recién garchada, sentirle el olor a culo roto, a concha sucia. El aroma tan particular que deja en la piel el látex de un forro usado. El sabor, incluso, a puta barata que tenía en su cuerpo.

Eso no tenía precio. Ni un palo verde le iban a ganar a esos millones de millones que ya les dije que sentía haberme ganado.

El tipo que me estaba esperando, creo que lo presintió. La resignación por volver a su cuarto se le fue dibujando en la cara a medida que los demás se iban. Pero como manotazo de ahogado, me pidió el número de celular.

Le sonreí irónicamente y le di dos palmaditas en el hombro, para que entienda que eso no iba a pasar jamás. Para mi sorpresa, mi negativa fue bien recibida. Me pidió disculpas y cuando estaba por cerrar la puerta, dijo algo que me heló la sangre.

-Se corrió el rumor de que en el barco estaba el usuario_PsyExA, pensé que era usted y necesitaba sus servicios. –me dijo, a modo de despedida.

Volví a abrirle la puerta de inmediato. Cuando lo hice, el tipo sacó una ficha de casino de cinco mil dólares. Me la ofreció otra vez a cambio de mi número de celular.

Mirándolo como si le estaría cantando truco con dos cuatros y un cinco, disimulando mi curiosidad, le dije que yo no era ese usuario. Que no lo conocía. Pero le aceptaba la ficha y le daba mi número, pero sin promesas de nada. Le repetí también que esto no volvería a suceder nunca.

Cuando cerré la puerta y el brasilero se fue, me avivé que caí como un pelotudo. Aunque en realidad debía reconocerle cierto grado de inteligencia al hombre. Diciendo eso supo que llamaría mi atención, y lo logró. Seguramente me había visto peleando con Fabián en el bar, se hizo compañero de bebidas y le contó lo sucedido. El resto es utilización de la información, algo que la gente de plata maneja a la perfección, casi como un instinto natural.

También al cerrar la puerta pude sentir el inexplicable olor a sexo que se había concentrado en el camarote. Una mezcla de transpiración, concha seca, fluidos masculinos y orto abierto que era una delicia de sentir en esa situación. Mi prima todavía desnuda, inconsciente, recién garchada, despatarrada y despeinada, pero siempre con la colita empinada. Era un ambiente maravilloso.

Al chequear si su celular seguía grabando, pude ver que le quedaba poca batería.

“Los tuve que sacar a las patadas porque te querían romper el orto toda la noche. Fueron buenos y te dejaron la chele para que la tomes toda mañana, del sachet”, dije esta vez. “Ah, y desde ahora el culo vuelve a ser sólo para mí”, agregué al final, antes de apagarlo.

Me dispuse a acomodarla mejor sobre la cama. La puse como había arrancado la joda, de costado, con el ojete apuntando hacia mi lado. Listo para bancarse la última cogida de la fiesta. La de mi pija, que con todo lo que había visto, oído y hasta olfateado, estaba dura como nunca. Desesperada por el ano que hacía uno o dos días era virgen y ahora ya había tenido ocho vergas en su interior. Siete de ellas de tipos grandes, viejos verdes que no se olvidarían jamás de la putita de mi prima.

A la segunda bombeada que le pegué, tuve otra idea. Evidentemente hacerle la colita a July era una poderosa fuente de inspiración. Un poco apurado agarré uno de los preservativos sin usar que había quedado olvidado por vaya a saber quién y me lo puse para seguir entrando y saliendo del orto de mi prima.

Ya no se sentía apretado. Mi primita preferida ya tenía el culo de una verdadera profesional. Tal vez porque al estar dormida y relajada no se recuperaba ni se cerraba tan rápido, pero por momentos parecía estar cogiéndomela por un tubo sin reacción. Era, sin duda alguna, una sensación fenomenal.

Al rato y sólo dejándole la pija clavada en el fondo, comencé a sentir los primeros chorros de semen llenar el forro apoyado en las tibias paredes más profundas del culo de Julia. El último lechazo me quitó literalmente el aliento y solté un grito de satisfacción como no recordaba haberlo hecho nunca.

Lamentablemente no quedó en el video. Aunque quedó en mí. Y sólo en mí.

Al recobrar fuerzas, me puse de pie para limpiar un poco la habitación. No daba que lo limpien los de mantenimiento del barco. Me quité el preservativo y lo sumé a los siete que tenía en el cajón. Luego me puse a recoger los del piso. Hice cuentas al aire pero ni siquiera así pude encontrar una explicación lógica a que haya recolectado 53 más, todos con semen.

Saber que a mi prima se la había cogido tantas veces, me hizo volver a poner la pija dura. Y ya que estaba, se la metí en la boca y pajeándome un poco entre sus labios le dejé una eyaculación más en la lengua dormida. Y al sentirla respirar como si nada, con la guasca espesa cayendo por el costado de la comisura de sus labios: otra vez al palo. Y otra vez a manosearla y cogerla un poquito. Esta vez la chele se quedó en sus tetas. A penas me puse de pie me intrigó como sería penetrarle la almeja seca. Otra vez al palo. Otra vez a abrirle las piernitas para coger a mi prima. Y aunque esta vez ni siquiera sentí largar una sola gota de semen al acabar, supe que si me concentraba bien, le podía romper el culo una vez más. Otra vez al palo. Otra vez la leche en la cola. Mientras ella seguía durmiendo como si nada.

Si esto no era una adicción, no sé qué lo era.

Al abrir el ventanal que daba al balcón para ventilar un poco el ambiente, me di cuenta que ya era de día. Estaba por mirar la hora, pero no quise ni saberlo. No hacía falta. Realmente no importaba.

Fui al casino a cambiar la ficha, sumé el efectivo a la plata que había en el balde y conté en total 18.600 dólares. Una locura. ¿Con qué cara me referiría, de ahora en más, a mi prima como a una puta barata?

Al saber ahora lo que valía ese culito de costado que tenía enfrente, me lo fui a coger de nuevo. Pero ahora sabía que eyacular sería prácticamente imposible, por lo que guarde los forros con la leche de los viejos y la plata en un cajón, y me acosté a su lado, con el pito adentro del ano abierto de Julia y me dispuse a dormir. Para bombeárselo cada tanto y cuando se me daba la gana. Como se debe hacer con las putas, aunque sea caras.

No sé cuánto tiempo pasó, pero esta vez me desperté antes que mi prima llegase a poner su boca en mi entrepierna. Vi que le costaba moverse pero incluso haciendo bastante esfuerzo por el dolor, con movimientos fragmentados, de a poquito y paso a paso logró ubicarse para chuparme la pija. A esa altura no sabía si me gustaba más a mí o a ella el despertarme así.

-Se ve que aprovechaste –me dijo cuándo la tomé de la cabeza –Es impresionante el gusto a culo que tiene esta vez. -y sonriendo se la volvió a tragar toda para lamerla entera.

Llevé mis manos a la nuca y me dispuse a disfrutar un rato de la mamada que estaba recibiendo. A escuchar los sonidos guturales que salían de su garganta. A sentir mi sangre hirviendo de perversidad al pensar que mi prima todavía no sabía que en verdad había aprovechado medio contingente de jubilados. Todavía no tenía ni idea de lo que había trabajado con el culo. Ni siquiera imaginaba el desayuno que le había preparado, esperando ansioso en el cajón.

Cuando la quise sacar para que venga a montarme con la concha, me mando al carajo. Casi ofendida me explicó que quería pija en la boca y nada más. Que si me había quedado con ganas de concha, el pelotudo era yo por haberle roto tantas veces el culo y nada más. Que me joda ahora. Que ella me iba a chupar la verga, a tragarse la leche y seguir chupándome la pija mientras veía el video. Que la conchita quedaba en pausa.

Volvió a mandarme al carajo cuando le acabé a los cinco minutos. Y me cacheteó la mejilla con la mano que estiró desde mis testículos para hacerme saber que debía haber aguantado más tiempo para saciar su sed de pito.

-¿Podes ser tan gil? –me preguntó, riéndose mientras recibía las escasas gotas de semen en la boca.

Me encantaba que se ría con el pito adentro. Esos movimientos de su garganta productos de la risa rozándome la chota y el aire caliente de su aliento saliendo de golpe, eran una bendición extra.

-Te digo que quiero pija y ya me lecheas. –continuó– Date vuelta que te chupo el culo ahora.

Le contesté que me espere, que no me había bañado aún, que me pegaba una ducha y en dos minutos me ponía en la posición que ella quisiese, para que me chupe todo lo que ella desease. Pero con la verga achicándose entre los labios movió su cabeza lentamente hacia los costados, para que entienda que no.

-Date vuelta, que me lo quiero comer así como está –dijo cuando soltó el pito. Esta vez sin siquiera sonreír. Con esa seriedad que mostraba cuando empezaba a perder el control sobre sus deseos. –Te lavo el culo con la lengua.

Obedecí sus órdenes y al segundo Julia estampó su cara en mis nalgas y con su lengua me recorrió el orto. Me manchaba la raja del culo con su saliva de una forma tan hábil que daba escalofríos. Hasta en su respiración se notaba la calentura que tenía. Presionaba sobre mi ano y escuchaba los sonidos de sus labios al succionar y lamer, entre algún que otro gemido y quejido por el dolor que comenzaba a sentir en su cuerpo luego de haber sido cogida por varias pijas y más de sesenta veces en unas pocas horas. Parecía que estaba comiendo desesperadamente. Aun así como estaba, deslechado a más no poder, me llevaba a las nubes el placer que me producían sus acciones, sus palabras y hasta mi mente cada vez que me detenía a pensar en las cosas que era capaz de hacer. Lo trola, lo degenerada y chupaculo que era mi prima.

Me volvía loco cuando jugaba a penetrarme con la punta de la lengua. A meterla y sacarla del ano, abriéndome los cachetes y cabeceando desesperada, como si me quisiese culear rápidamente con su boca. Y luego frenar con dos o tres besos suaves llenos de baba, como pidiéndole disculpa al anillo del orto por querer romperlo. Volver luego a intentar meterla lo más profundo que pudiese. A moverla en círculos cuando lograba que entre aunque sea un poquito, para terminar el ciclo con una fuerte apoyada de la lengua entera y una lamida bien fuerte, primero en el agujero y en todo su alrededor después. Una vez tras otra, por un buen rato, hasta que, como siempre, haciendo un esfuerzo para recomponerse y volver a sus cabales, dejaba caer su cara sobre mis nalgas para quedar en silencio como reflexionando, o enamorada de un culo.

-Me voy a bañar yo, porque si no me quedo todo el día chupando culo y quiero ver el video –dijo cuando consiguió las fuerzas necesarias para frenar un rato.

Por mi podría quedarse. No tenía ninguna cosa más importante que hacer. Podría quedarse con su lengua en mi ano toda la vida si así lo desease. Pero volviendo a ponerme boca arriba, simplemente le dije que sí. Que vaya y al volver, le mostraba el video.

Pero apenas se quiso parar, pegó un grito y cayó sentada de culo nuevamente sobre el colchón. Pegó otro grito y se tiró, esta vez, boca abajo sobre mi pecho.

-Ayy. Ayy. Hijo de puta. ¿Qué mierda me hiciste? –preguntó casi llorando, con sus dos manos acariciándose el ano que le dolía a más no poder.–¿Que me metiste, forro? ¡Me duele el orto como nunca!

Le dije que solo pija. Pero no me creyó.

Le juré dos veces más que sólo pija le había entrado en la cola. Y volvió a repetirme que no podía ser. Que no se podía ni parar. Que todo el culo roto tenía. Que me había re zarpado.

Llorando ahora con más intensidad, me pidió que le alcance su celular y que lo enchufe. Que quería ver ya mismo el video porque se pudría todo si me había zarpado mucho. Esta vez supe que lo decía en serio y sentí miedo. Conocía tan bien a mi prima que sabía que si se enojaba, el enojo le iba a durar un buen tiempo. Y encima yo era consciente de que me había zarpado bastante.

Dudé un momento si mostrarle el video o no. Podría borrarlo en dos patadas sin que Julia pudiese hacer nada para evitarlo. Literalmente no podía ni ponerse de pie.

Pero decidí que no. Que se merecía verlo, porque era su fiesta.

Dejó de llorar para mezclar sus lágrimas con una sonrisa al oír mis palabras iniciales. Aquellas donde solo le daba la bienvenida a la “fiesta del sueño”. Pero no duró mucho.

-¿¡Que mierda hiciste, Rodrigo?! –preguntó gritando, cuando el primer viejo apareció en pantalla, cubriendo su rostro con una bufanda vieja enroscada en la cara, agachándose para limpiarle el lechazo que le había dejado en el ojete. –¿Quién es ese gordo horrible que me chupa el culo? ¡Rodrigo! ¿Qué mierda hiciste? –repitió dos veces, tapándose la cara con las manos y dejando a un lado el celular reproduciendo el video.

Creo que ni ella se imaginaba, en ese momento, que todavía faltaban aparecer seis tipos más, metiéndole mano por todo su cuerpo desnudo, cogiéndola por todos sus agujeros, una vez tras otra. Solo lloraba y volvía a preguntarme qué mierda había hecho, mientras yo estaba petrificado, mirándola sin saber que decirle. Sabiendo ahora con total seguridad que me había ido a la mierda con mi idea.

Aunque verla taparse la cara de vergüenza era el gesto que menos me gustaba de Julia, prefería que se quede de esa forma las tres horas y cuarenta y dos minutos que le quedaban al video.

Pero las quitó al ratito, cuando escuchó más voces de fondo hablando de ella como si fuese un pedazo de carne. Una putita de mierda tirada inconsciente en la cama. Preguntándome cuánto les cobraba, para dejarlos romperle el culo.

Continuará…

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