Cuando formé un puño con mi mano y una verdadera masacre con mi mente, Fabián volvió a golpearme. Esta vez casi sin fuerza, como un suave roce algo molesto. Y aunque no lo hizo sobre mi ojo, sino más bien sobre mi mentón, volví a percibir la sensación de otro flash en la retina. Pero esta vez me invadió un recuerdo algo diferente.
Sintiendo el sabor de un poco de sangre entre los dientes, me vi, como si fuese una película en cámara rápida, corriendo alrededor de una mesa, con una torta en el medio. Habían pasado más de quince años de aquel cumpleaños, pero en ese momento lo recordé con total claridad.
Mi prima había venido especialmente y de regalo me había traído dos paquetes de figuritas de un álbum de futbol que tenía en aquel entonces. De esos que al llenarlos los cambiabas por una pelota.
Recuerdo haber pensado que era una amarreta. Que sólo dos paquetes de figuritas me regalaba. Hasta que abrí el primero. Una figurita de Boca. Luego otra. Y aunque el sobre decía que traían cinco, vinieron siete. Todas, absolutamente todas de jugadores de Boca. Y de tanta alegría comencé a correr alrededor de la mesa. Lo abrazaba a mi viejo y no podía dejar de repetirle: “Todas de Boca. ¡Todas de Boca, papá!”.
Eso que sentía, queridos amigos y amigas, entiendo hoy, que también era felicidad.
Y cuando abrí el segundo, ni se imaginan. Otra de Boca. Y otra. Y otra. Esta vez sí eran cinco. Y la última: la del Bati. No sé si era la “difícil”. Pero era la de mi ídolo, y hasta ese instante no la tenía.
Mis amiguitos aplaudían, sin tampoco poder creerlo. Ahora correr alrededor de la mesa era poco festejo para la sensación que recorría en mi cuerpo. Me subí a la mesa y empecé a patear todo, como si Batistuta fuese yo. Mi vieja, que estaba contentísima por verme así, me dejó hacer el quilombo que quisiera. Era mi cumpleaños y mi prima me había dado el regalo más importante de mi vida. Pero al ratito me quiso bajar.
Otra vez Julia salió en mi defensa y se subió a la mesa conmigo. Nos abrazábamos, saltábamos y hasta gritábamos goles imaginarios. Uno de los pibes del colegio que había invitado se quiso subir también a festejar y mi prima lo bajó de un empujón que lo dejó tirado, llorando, agarrándose la cabeza, en el suelo entre dos sillas.
Le costó muchos años a mi inocencia de pibito entender que no había sido suerte. Que Julia se había gastado todos sus ahorros para comprar tantas figuritas como fuesen necesarias para completar los sobres, que con mucho cuidado había abierto para volver a llenarlos y cerrarlos prolijamente, sólo con las de Boca. Y la del Bati.
Y entonces desarmé el puño. Fabián lo vio. Lo notó al instante y cayó rendido, llorando, sobre mi pecho.
-Perdoname. –me dijo dos veces. O tres.– Estoy desesperado –aclaró luego, aunque no hacía falta.
Con paciencia lo saqué del bar. Le indiqué con un ademán a Julia que me deje a mí. Que yo lo sacaba de allí. Que yo me encargaba.
-¿La querés recuperar? –le pregunté en la puerta.
El flaco no paraba de llorar, ni de pedirme disculpas. Pero aunque la pregunta que le había hecho era retórica, necesitaba que me preste atención. Esta vez puse mis manos en sus mejillas y le levanté la cabeza para que me mire a los ojos, y como para que reaccione, lo cachetee apenas.
-¿La querés recuperar? –insistí.
Ahora me dijo que “si”. Había querido decir más cosas, pero no lo dejé.
-Haceme caso. Hace exactamente lo que te digo, si la querés recuperar – le ordené, volviendo a cachetearlo cuando quería bajar la cabeza. – Exactamente. ¿Me escuchaste? Exactamente.
Fabián no necesitó ningún estímulo aparte. Su atención estaba enfocada totalmente en mis palabras.
-Anda a tu habitación. Bañate. Ponete la mejor ropa que tengas. Y nunca, pero nunca más vengas a hablarle. Que piense que ya la superaste.
De reojo vi que Julia caminaba hacia nuestro lado, por lo que tuve que apurar el consejo.
-Y si te vas a quedar en la barra todo el día, hacelo con una sonrisa. Que Julia crea que te estas sintiendo mejor, incluso sin ella.
Fabián solo afirmaba con la cabeza. Y cuando mi prima estaba sólo a unos pasos de alcanzarnos, supe que tenía tiempo para solamente un consejo más. Y que debía aprovecharlo.
-Y no hables con el pibe que sirve los tragos. Habla con la piba. – le dije.
Le di una cachetada amistosa, un poco más fuerte que las anteriores y le dije que se vaya. Cuando mi prima me tocó el hombro, el pelotudo que no me invito a su fiesta la saludo con la mirada y se fue. Julia ni le respondió. Metió uno de sus dedos en la boca y lo sacó para frotármelo en la comisura de mis labios, para tratar de sacarme una mancha de sangre seca. Cuando hablé para que se tranquilizara, vio también que tenía sangre en las encías.
-¡Mirá lo que te hizo este hijo de puta! –exclamó.
Yo simplemente la tomé de las manos y le dije que no importaba. Que ya estaba todo solucionado. Cuando me estaba por preguntar que le había dicho, o que había sucedido, exigí que volvamos al cuarto, que ya no aguantaba ni un minuto más sin chuparle la concha. Ella sonrío a medias y la curiosidad se le esfumó del rostro producto del deseo.
En el ascensor tuvimos compañía. Una vieja con mirada juzgona nos impidió meternos mano o besarnos con las ganas que teníamos. Nuestra respiración agitada no hacía otra cosa que calentarnos aún más perversamente. La campanilla que indicaba que estábamos en nuestro piso, parecía no sonar nunca. La rajita de la conchita marcándose bajo el jean de mi prima llamaba a mis dedos de manera desesperada. Hasta que sonó. Casi corriendo llegamos a nuestro cuarto y apenas se cerró la puerta, tal cual estaba pactado, Julia volvió ser mi putita.
Sin importarle nada más, me besó para limpiarme los dientes, esta vez con su lengua. Veloz y torpemente, mientras le desabroché el pantalón y le metí la mano debajo de la bombacha para acariciarle la empanada que estaba hecha sopa de las ganas de tener mi pija adentro. La campera, la musculosa y el corpiño le volaron del cuerpo en dos patadas y así como estaba, en tetas y el jean desabrochado, se arrodilló para dejarme la verga también en libertad y ponérsela sin pensar, toda adentro de la boca.
-Gaag. Aagg. Agg. Empujame más. –dijo al ratito– Cogeme la boca. Cojele la boca a la chupapito de tu prima. Gag. Gagg. Aggg.
La tomé del pelo y cumplí su orden. Julia abrió la boca lo más grande que pudo y a la fuerza se la llevé hasta el fondo de su garganta. Los chorros de saliva caían al suelo. Yo sólo la soltaba cuando me golpeaba las piernas, para darme a entender que necesitaba respirar. Tomaba aire, tosía un poco y abría nuevamente la boca bien grande, para comerme la pija entera. Cuando comenzaba a atragantarse, tal cual me había dicho, la empujaba tirándole del pelo para que le entre un poco más.
Cogiendole la boquita de esa forma, a mi ritmo, a lo bestia, me sentía el gran macho argentino, mientras ella, en cambio, se sentía la más putita del planeta entero. Y los dos nos saludábamos en la puerta del paraíso.
Todavía tomándola del pelo, la hice ponerse pie. Me moría de ganas de besarla. Como nunca. Era mi lengua ahora la que recorría todo su paladar, jugando a enroscarse con la de ella. Liberé una mano de su cabeza para desabrocharle el pantalón completamente y comencé a bajárselo, hasta dejárselo por las rodillas. De vez en cuando mi prima amagaba con agacharse porque quería tener más gusto a pija, pero de un tirón de cabello la devolvía a su lugar, que era, esta vez, mi boca. Y aunque la pasión que me despertaba esa situación, aquel beso, me carcomía la mente de lujuria, la empujé sobre el colchón, para que quede a mi merced. Muerto de ganas de chuparle la concha, de embadurnarme los labios y toda la cara con los fluidos de mi prima.
Terminé de quitarle el pantalón y al verle la bombachita tan mojada, toda manchada por el jugo de su almeja, decidí dejarse la puesta. Llevé mi cabeza entre sus piernas abiertas, le hice la tanga a un lado y me dispuse a disfrutar de ese manjar que estaba comenzando a extrañar. A las dos lengüeteadas que recibió en el clítoris mi prima acabó, dejándome la cara completamente sucia por su concha. Pero no me dejó salir de allí, ni siquiera cuando su orgasmo terminó del todo.
-Chupame más. Chupamela toda. – me pidió.- Comeme toda la concha de nuevo.
Y así lo hice. Por un largo rato me dediqué a explorar cada centímetro de su vagina con mi lengua. Tanto por fuera, como por dentro. Metersela y dejarla un ratito para sentir el sabor de su interior, nos hacía retorcer del placer a ambos. De vez en tanto me salía darle un suave beso antes de lamerla con fuerza, de recorrerla con mis labios, de penetrarla con la boca lo más profundo que podía o succionarle el clítoris para dejárselo bien, pero bien mamado. El olor concentrado que venía de su bombachita sucia, me incitaba a no parar. A seguir por siempre, de ser necesario.
Su segundo orgasmo, tampoco le fue suficiente. Esta vez se acomodó para hacer un sesenta y nueve y la electricidad que recorría por mi mente me pareció un relámpago de deseo golpeándome justo en el cerebro.
Chuparle la conchita mientras me mamaba la pija era de esas cosas que sin dudas podríamos haber estado haciendo días y días, semanas y semanas enteras, sin frenar. Ni por hambre, ni por sed. Sólo comiendo y bebiendo nuestros sexos, por días y días. Sentir la presión de sus labios rodearme la poronga, para bajar y subir, a veces suave y otras más violentas, mientras mi boca se llenaba cada vez más de su sabor más íntimo, era sencillamente hermoso. Era disfrutar de una verdadera paja sólo con su boquita y el intenso sabor de su almeja en la mía.
No sé cómo tuve la frialdad para sacársela de la boca, pero lo hice. Estaban ahora desbordándome las ganas de cogerla. Me puse encima de Julia y cuando le apoyé la cabeza del pene en su concha, cerró las piernas y se dio vuelta.
-La cola. – me dijo – Haceme la colita un poco, antes de cogerme.
Sin decirle nada, le abrí las nalgas con una mano y con la otra acomodé el glande en la entrada del orto. Tire un escupitajo que cayó en el centro de su ano y le presioné la cabeza del pito, de a poco, para que se vaya dilatando.
-Levanta el culito, que te la meto entera- le indiqué.
Julia lo hizo y cuando la punta abrió su esfínter, con mayor facilidad que las veces anteriores, aunque ahora tenía las piernas cerradas, me dejé caer sobre su espalda, para que le entre toda.
-Ahh. – dijo esta vez. Luego sólo gemidos acompañaron a mi pija mientras le entraba y salía, lentamente, del culo.
Acomodé mi cabeza para poder besarla. Me encantaba besarla mientras le hacía la cola. Aunque la penetraba despacio, sintiendo el calorcito y las apretadas que me daba el orto de mi prima, sentía que iba a acabar en cualquier momento. Hasta ya podía visualizarle otra vez las piernas chorreando el semen que escapaba de su colita recién cogida.
-Que domadita me dejaste – soltó entre suspiros. – Yo solita pido la chota en la cola ahora. – acotó después, al mismo tiempo que me quedaba quieto con la verga en el fondo de su intestino, para no eyacular y dejarle tiempo a mi excitación para que me espere. Teniendo en mente el objetivo de cogerla por todos sus orificios en la misma garchada, y para lograrlo me faltaba todavía su conchita.
Le bombeé el orto unas cuantas veces más y lo retiré, para que se dé vuelta.
Finalmente le quité la bombacha y sin más preámbulos le puse el pito en la concha. Ahora los gemidos nos salían a los dos sin pensarlos. Nos encontramos disfrutando nuevamente del morbo de un incesto que ya nos parecía tan habitual, tan maravillosamente común. Tan, valga la redundancia, familiar.
El éxtasis me invadió al notar que la conchita de mi prima ya estaba tan ajustada al grosor de mi pija, siempre tan lubricada por cualquier fluido que salía de nuestros cuerpos. Y al segundo de que ella tenga otro orgasmo más, ya no pude contener el mío. La explosión de leche le llenó esta vez el útero. Julia me abrazó con fuerza, para que no me salga de su interior. Le encantaba sentirse penetrada por su primo. Sentirme la pija achicarse, todavía dentro de su cuerpo.
Seguía diciéndome en el oído lo bien cogida que se sentía. Preguntándome una vez tras otra si me gustaba cogerse a la puta petera culoroto chupapija tragaleche de mi prima. Y dejándome como respuesta posible, una síntesis de todo el diccionario de la real academia española en una sola palabra: sí.
Cuando se fue a bañar, me detuve otra vez para mirarla caminar desnuda. También me hacía delirar la mente el verla buscar su ropa, la toalla, elegir a penas la bombacha y el corpiño para cambiarse. La excitación que me provocaba verla en ese tipo de situaciones tan “de entrecasa”, de golpe se sintieron más profundas. Incluso ver su bombacha de encaje blanco secarse, colgando en la llave del agua caliente de la ducha, tras haberla lavado a mano para quitar las manchas que había dejado la desvirgada de su ano. Sin dudas me comenzaba a tentar cada vez más la idea de que sea así por siempre.
Si Julia volvía a vivir conmigo, esta vez pondría una regla de que solo se podía andar en bombacha por la casa. Cocinar, lavar la ropa, mirar la tele, trabajar con la computadora. Todo se haría con la cola al aire. Pensaba que sería tan hermoso tenerla siempre entangada para manosearle el culo cuando quisiese, que hasta la idea me asustaba un poco.
Pero al rato cambié la calentura por unas líneas de tristeza, porque por más tentador que sonase, ese plan parecía ser imposible. No sabía si tendría las agallas necesarias para convencerla de eso y hacerle perder al amor de su vida. Por primera vez mi mente se encontró en una terrible paradoja que no tenía solución. Horrorosa, más que tenebrosa.
Mientras elegía un pantalón deportivo para ponerse al salir de la ducha, pensé en que tal vez podríamos ser amantes. Que su vida entera disfrute del amor, y que su conchita disfrute de mi pija. Pero era más imposible aún. Julia era la mina más fiel que podía existir sobre el planeta Tierra. Eso era otra ley. Irrompible. Me dolía saberlo.
Pero la mezcla entre la presión de semejante decisión que debía tomar en unos días, cuando el viaje se termine, y la conciencia tranquila, no pudo contra el llamado desde la ducha que recibí, porque mi prima quería pis en el culo.
Me levanté y me la fui a coger bajo el agua, sin dudar. Otra vez por sus tres agujeros. Con el agregado de la orina, que fue a parar a su estómago. La leche la quiso las tetas. Y aunque la lluvia la diluyó rápidamente, me fascinó.
Nos quedamos un rato más con las gotas golpeándonos el cuerpo desnudo, mientras nos besábamos, lamiamos y manoseábamos todo lo que teníamos a mano.
-¿No tenés ganas de mear más? – preguntó luego.
Le dije que recién le había vaciado la vejiga en la boca, que no sabía si podría mearla de nuevo. Que me espere un rato.
Julia sonrió de la forma que más me excitaba y todavía con el agua de la ducha cayendo sobre su pelo, se agachó y se puso en cuatro sobre el suelo. Se abrió los cachetes de la cola y me hizo arrodillar para penetrarla.
-Ponela en la cola mientras esperamos. – dijo, con la vocecita de nena inocente que le quedaba tan bien al pedirme que le rompa el culo.-Y cuando te den ganas de hacer pis, no la saques. Meame adentro. – agregó, cuando sintió el glande ingresar por su ano.
La idea me cautivó por completo. Me quedé entonces haciéndole la cola una vez más y cuando sentí que ya podría dejarle una buena cantidad de meo, me dispuse a hacerlo.
Y si la idea me había cautivado, la realidad, directamente, me había esclavizado. La sensación de mi pija hincharse para soltar chorro tras chorro de pis adentro del culito de mi prima, merecería un capítulo aparte. O un tomo entero.
Cuando la saqué, casi sintiendo un orgasmo sin eyacular, gran parte de mi meada se escurrió entre sus nalgas. Julia se puso de pie, se abrazó con sus piernas a mi cintura y la verga se deslizo solita hacia su útero. Ella también se sentía una perra. Mi putita personal, mi prima degenerada, mi juguete saca-leche. Mi perversa esclava sexual.
Tuvo un orgasmo más cuando sintió el lechazo golpearle la conchita desde adentro. Ni sabía ya cuántos orgasmos nos habíamos dado, mutuamente, en poco menos de una hora. Ni cuántos más tendríamos a la siguiente.
Lo que sí sabíamos era que en un par de días ya no tendríamos más, y el terror ahora parecía invadirnos a ambos, no sólo a mí. Era sin dudas un tema que debíamos solucionar, dejar la vida entera para solucionarlo, porque ninguno de los dos sabía cómo podríamos tener una vida normal y a la vez cogernos cada vez que quisiésemos. Eran dos cosas que no podían ir de la mano. Sí o sí teníamos que resignar una de las dos opciones. No podíamos vivir sin una vida normal. Pero tampoco íbamos a poder vivir ignorando el deseo y el morbo que sentíamos el uno por el otro.
Julia se puso la bombacha, el corpiño y el pantalón que le había visto elegir, agregó una remerita y la misma campera de cuero que había llevado a la fiesta. Cuando ya estaba completamente vestida, me dijo que haga lo mismo. Que vayamos a recorrer los bares para conseguir bebidas. Aunque la ropa no le hacía mucho juego esta vez, me era imposible dejar de mirarle el orto con los elásticos de la tanga marcándoseles bajo el jogging.
En la misma barra, pero en diferente silla, ya saben a quién encontré. Otra vez lo miré de lejos y resigné la latita de cerveza, para que él no me vea a mí. Se había bañado, afeitado y vestía un traje negro, una camisa blanca y la corbata azul. Parecía recién salido de Wall Street. Y tal como le había indicado, ahora estaba del otro lado de la barra, hablando con la mina que servía los tragos. Fabián había exagerado un poco con la elegancia, pero me había entendido, por lo que me fui sin decirle nada.
Al volver al cuarto y reencontrarme con mi prima, lo primero que me dijo fue que Fabián estaba “distinto”. Le dije que sí. Que yo también lo había visto.
Luego se desvistió para quedar solamente entangada sobre la cama, y me llamó. Me abrí una latita, le abrí una a ella y me fui a acostar a su lado. Me asombró cuando rechazó la cerveza, pero no tuve ni ganas de preguntarle para qué carajos, entonces, había propuesto ir a buscarlas.
Como ya sabía que me quería chupar la pija, me la saqué del bóxer y chasqueé los dedos para señalarle luego en donde debía poner la boca. Obediente como ella sola, me comenzó a mamar la verga un segundo después.
Esta vez lo hacía con cariño. Se la tragaba hasta donde podía, cabeceaba apretándomela un poco con sus labios, luego la lamía, lamía los testículos un buen rato y la besaba. Repetía el esquema, aunque alternaba el orden a su antojo. Pero en una de esas veces que la quitó de su boca, comenzó a charlar.
-Pensé que lo ibas a matar cuando te golpeó. –dijo, esperando una respuesta para intentar develar, aunque sea un poco, el misterio que había generado Fabián con su cambio de look y de actitud. Luego volvió a mamar como si nada.
Le respondí que yo también. Y aunque sabía que lo que en realidad estaba haciendo, además de petearle el pito a su primo, era intentar “chequearlo”, le amplié la respuesta diciéndole que no lo maté porque se había ganado mi respeto. Que sin duda alguna, Fabián, había tenido que tener mucho coraje para golpearme, sobretodo siendo el cagón que era. Y el coraje merece respeto.
Esta vez fue ella quien me hizo el gesto de “más o menos” con la mano, todavía con la pija en la boca.
-¿Qué le dijiste para que nos deje tranquilos? – preguntó un segundo antes de volver con el pete.
-Que te dé por perdida. Que ya estaba. Que haga su vida, porque él que ya no tenía chances con vos. – le mentí.
Julia terminó la conversación con un “Y… sí”, simulando una mirada pensativa. Al rato se puso de pie y me pidió que vaya a buscarle algo de comer.
Me quejé un poco sobre cómo podía ser tan cruel de mandarme al comedor con la pija así de parada y me dijo que vaya, que así era mejor, que me vendría bien acumular ganas para cogerla a la vuelta. Algo de razón tenía.
Volví con cuatro sanguches que yo mismo había armado, pero casi se me caen al piso cuando entre al cuarto y vi a mi prima acomodando su celular sobre una especie de trípode, apuntando a la cama.
-Nada de fotos en una fiesta privada, July. Es una regla. Nada de fotos.
Julia me sonrió y me pidió que no hable más al pedo. Que era para filmar una cosa especial. Que después de ver el video lo borrábamos y punto, si estaba tan ofendido.
Luego se acostó y con una palmadita sobre el colchón me indicó que vaya a su lado.
-Me tome dos pastillas para dormir. – me dijo – Tranquilo que las uso siempre. Voy a quedar completamente dormida para que me hagas lo que quieras. No dejes ni una perversidad sin hacerme, ni que yo haga.
Agregó, con palabras apagadas, que filme todo. Que al otro día quería ver el video entero mientras me peteaba el pito. Me repitió que valía todo y que sólo había una regla: que la cuide. Luego remarcó que cualquier morbosidad que surja de mi mente, la lleve a cabo con su cuerpo inconsciente.
Lo repitió una vez más, esta vez haciendo mucho énfasis en la palabra “cualquier”.
Y se durmió profundamente.
Enfrente tenía el cuerpo de Julia todo para mí, para mis deseos, para todo lo que quisiese.
Las dos o tres primeras ideas que vinieron a mi imaginación para hacer esa noche, llegaron a asustarme incluso a mí.
Y aunque algunas rozarían el límite de la legalidad, estaba decidido a hacerlas.
Sintiendo otra vez al monstruo apoderarse de mi piel, dejé los sanguches en la mesita de luz y comencé.
Me acosté a su lado a hacerle el culo abrazándola desde atrás. Al instante me puse de pie para metérsela en la boca. Y luego me dispuse a acomodarla de perfil a la cámara, para que ella se vea mejor al otro día. Al correrla la noté pesadísima. Realmente estaba dormida tan profundamente, que parecía estar moviendo un cadáver. Le apoyé el pecho en el borde de la cama que daba al balcón y las rodillas en el suelo, puse una almohada bajo su vientre para levantarle la colita y volví a meterle el pito hasta el fondo. Y a pesar de que se la metí con fuerza y en seco, Julia ni chistó.
Al rato de estar bombeándole el orto, recordé sus palabras: “Que un extraño me coja dormida. Me meta mano y se aproveche”. Y sentí otro escalofrío bajando desde mi mente hasta la punta de los pies.
Volví a ponerme de pie y antes de ponerle “pausa” a la cámara de su celular, solté unas palabras, con mi rostro en primer plano.
Necesitaba ahorrar espacio y no sabría cuánto tiempo podría estar filmando el cuarto sin movimiento alguno.
“Es hora de compartir”, dije.
Y me fui a ver si en el casino del barco encontraba a alguno de esos viejitos verdes de la pileta. Sonreí pensando que el tipo todavía no sabía que mientras la ruleta giraba y giraba, en unos minutos se sentiría haber metido cien plenos seguidos.
Pero no fue el único ganador. El primer hombre al que se lo propuse estaba con un amigo, y luego se acercó uno que me había escuchado sin querer. Y otro más, con otro amigo. Y así.
A la hora volví al cuarto con siete machos, de entre 50 y 60 años, desesperados por cogerse a mi prima dormida. Todos casados, viajando con su familia, quienes hasta ese momento creían que solo en el casino podrían tener su momento masculino en tranquilidad.
Al prender la cámara, volví a hablar en primer plano.
“Bienvenida a la fiesta del sueño” dije esta vez. Y sonreí con mi mejor cara de diablo.
Continuará…