“El Martin Rivas” en ese momento recordaba a su abuela. Si esa misma mujer que lo había bautizado con ese apodo, según supo el un día, por el gran amor sublime que ella llegó a sentir por el protagonista, cuando leyó la novela de Alberto Blest Gana, quien fue un gran diplomático chileno y considerado el padre de la Novela Chilena.
En ese momento recordaba también que lo que haría pronto, tenía que ver con su lema de “Vivir libre y sin ningún tipo de opresión”, es decir hacer lo que él quería sin importar nada más. Y su abuela tenía que ver con eso de manera directa.
“El Martin Rivas”, tenía 19 años, era un muchacho mal vestido, con rostro duro, casi maligno. No media más de 1,60 metro y tenía una tendencia a la obesidad. Seria obeso en poco tiempo más a pesar de todo el ejercicio que el hacía, en especial la natación. Le gustaba mucho nadar, decía que lo liberaba mucho.
-¿Sabes? -Me contaba un día– Cuando estoy en el agua nadando siento que nada importa, que somos solo el agua y yo, el universo y yo y esa sensación me hace sentir feliz. Es uno de los pocos momentos que siento felicidad.
-¿Y porque has tenido pocos momentos de felicidad le pregunte al “Martin Rivas”?, a lo que él contestó.
-Porque han sido más los de sufrimiento y dolor que prefiero no recordar ni menos hablarlos.
“El Martin Rivas”, era violento, lo habían hecho así, lenta pero metódicamente. Y en ese momento recordaba a su querida abuela, como la causante de todas esas barbaridades físicas y sicológicas que lo convirtieron en lo que era en ese momento. Lo que era ahora. Un sicópata a punto de iniciar su escalada de asesinatos para castigar a todos los culpables de sus desgracias. Tenían que hacer pagar todos aquellos que eran felices por lo que nunca lo fue ni lo seria y se esforzaría al máximo en hacerlo, pensaba él.
Su madre era una maldita. Una desgraciada desquiciada que desde siempre lo maltrato, castigo, humillo y vejo. Pero si podía decir algo en defensa de su madre es que era así, porque su madre, es decir mi abuela, la había llevado a esos extremos del dolor físico y del alma, era el proceder de esa enferma y loca mujer. Su querida abuela.
Su abuela instigó a su madre a que lo castigara fracturándome dedos de sus manos por faltas que según el “Martin Rivas” en su memoria recordaba que eran situaciones de juegos de niños. Fue ella la que le dijo a su madre que lo quemara con cigarrillos, fue ella la que lo azotaba siempre con ropa mojada, lo golpearan con manguera de gomas pues no dejaban marcas externas y finalmente para no seguir recordando más barbaridades de esa sádica mujer, fue ella quien instigo y planifico paso a paso la prostitución del Martin Rivas a la edad de 18 años, momento que se inició con el día de su cumpleaños, cuando fue subastado al mejor postor, entre los 10 más famosos sexópatas asistente a la reunión negocio que había organizado.
A él lo prepararon para ese día. Le contaron todo lo que pasaría. Le dieron muchas indicaciones de lo que tenía que hacer para que no fuera a sufrir lesiones graves. Igual, al finalizar la jornada, el sexópata llamado “Mandinga”, que fue el ganador de la subasta, provoco tales lesiones al “Martin Rivas”, que fue necesario hacer venir el cirujano amigo de la abuela a reparar lo que se había destruido con tanto salvajismo.
Él me contaba que cuando jugaba y hacia travesuras era amenazado de la siguiente manera:
-¡No sigas molestando cabro e moledera o si no, le diré a tu madre! –Decía mi abuela.
A lo que el Martin replicaba:
-¡No por favor abuela, que ella me hará mucho daño y me dolerá! – Mientras empezaba simultáneamente a temblar de una manera incontrolable
Por esos que sus miedos no eran los típicos de los demás niños a los que jugaban y él no podía entender: El hombre de barba y del saco de papas. Ese hombre para él, cuando lo veía en la calle le parecía un hombre bueno, triste pero bueno y se alegraba cada vez que lo veía mientras sus amigos huían despavoridos de su presencia.
En ese momento lo supo el “Martin Rivas”. Su madre sufrió lo mismo con su madre y se desquito con él. Cuando tuvo esa certeza la maldijo y la odio más aun, por no haberlo protegido y haberse convertido en su victimaria.
Y su abuela postrada en cama ahora, cuando él tenía 19 años, le deseaba las penas del infierno en ese último tiempo de vida. Deseaba que sus enfermedades fueran muy dolorosas y lentas, para que lo que le restara de vida fuera un eterno sufrir.
Ahora ella. Se concentró en ella “El Martin Rivas”. La vio por primera vez al escuchar su acento extranjero. Como no sabía hablar otros idiomas nunca supo que esa jovencita bella y tierna de 18 años era Francesa. Le dolió tanta hermosura e inocencia. Por eso la tenía ahí en esas dunas, en las de Reñaca, a esa hora del atardecer con su navaja puesta en el cuello. La tenia de espalda a él en 4 patas y ambos semidesnudos.
Sonrió placenteramente cuando entro en ella y simultáneamente clavó su navaja en la garganta de esa virgen extranjera.