Una tarde, ya casi por anochecer me encontraba en mi casa a solas, envuelto en mis pensamientos y recuerdos, tratando de averiguar quién o qué era yo en realidad, que me deparaba la vida y de pronto comencé a sentir eso que normalmente siento cuando estoy a solas, esa excitación de la que se supone nadie debe de enterarse, aun así ya tenía tiempo queriendo contarle a alguien en particular, sin saber exactamente el porqué a ella, sabía que guardaría mi secreto, pero de pronto quise que ella fuera parte de mi secreto, más que ayudarme a entenderlo quería provocarle lo que a mi me provocaba ese “gusto culposo”. Entonces decidí enviarle un mensaje, diciéndole que quería contarle algo, a lo que la psicóloga accedió.
Comencé dudando un poco, pues no sabía exactamente cómo lo iba a tomar. A fin de cuentas por alguna razón me importaba lo que pudiera pensar. Le platiqué que había tenido algunos sueños que se sentían tan reales, en los que yo me encontraba en mi recámara, dormido y de pronto sentía la presencia de una persona a un lado mío, una presencia que lograba excitarme por completo, algo diferente a lo que ya había experimentado. Se trataba de un transexual.
Le platiqué con lujo de detalle lo que yo estaba sintiendo y haciendo en el sueño, le platiqué como de los besos fuimos yendo a practicar un rico oral y después me llevaba a la penetración y era el clímax para mí. Así fueron pasando los días y cada sueño que tenía se lo iba haciendo saber. También le platiqué algunas vivencias que tuve de niño y adolescente, con eso creo que el vínculo y la confianza se fortalecieron, al menos eso buscaba yo.
Entre días y largas pláticas, le fui haciendo de su conocimiento mis gustos más privados y con eso, ella sería la única persona que lo sabría.
Una de las cosas que le comenté, fue de mis sueños en los que yo portaba lencería o una simple tanguita y qué hacían que me retorciera de gozo. A ella en lugar de provocarle excitación, le provocaba preocupación. Eso no me gustaba, las cosas no estaban saliendo como yo las quería y tanto deseaba. Pasaron días y algunas semanas, a ella seguía sin provocarle nada o por lo menos eso hacía pensar.
De pronto, en una de esas noches en las que platicábamos sobre mis intimidades, con el teléfono en la mano le pedí permiso para poder ponerme una tanguita que guardo en mi cajón, al fondo, lo más y mejor doblada posible para que nadie la pueda ver, para que nadie supiera de su existencia, solo yo y ahora ella también. Su respuesta, después de breve silencio fue <Si, ponte la tanguita>.
En ese momento, los latidos de mi corazón se elevaron drásticamente, la excitación fue prácticamente instantánea. Rápidamente fui al cajón de mi ropa interior y saqué esa prenda que con tan solo verla, hacía que casi me viniera (imagínense ahora que ella me había dado permiso de ponérmela). Me la puse rápidamente, regresé al teléfono y ahí seguía, callada pero atenta a lo que se veía venir… le pregunté <sigues ahí?>, a lo que ella me contestó <si, aquí sigo>.
Me puse algo nervioso, pero la excitación ya me había invadido por completo y no había marcha atrás. Le pregunté <me das permiso de masturbarme con mi tanguita puesta?> ella me respondió con un SI. Creí que las cosas no podían ir mejor, pero estaba equivocado, por supuesto que se pondrían aún mejor. No me había dado cuenta, pero la seducción ya había tomado su curso e iba haciendo de las suyas en la mente de ella…
Continuará…