Desde la ventana podía observar como del otro lado de la bahía las luces de la ciudad comenzaban a cobrar vida.
Los árboles del Golden Gate Park parecían una mancha verde oscura en medio de la ciudad, seguí mi recorrido hasta toparme con el famoso puente rojo que tantos visitantes atraía a la ciudad, me sorprendió que la neblina no lo hubiera ocultado. Rápidamente se empezó a transformar ante mi vista, el rojo característico comenzó a ceder volviéndose cada vez más oscuro y lúgubre, solo las luces rojas de los automóviles ayudaban a notar sus límites.
Mi vista fue más allá de los altos edificios del centro de negocios de la ciudad, ahí no parecía llegar la noche pues los edificios se iluminaban mucho antes de que el sol se pusiera por el horizonte, desafiando a la luna.
Mis ojos siguieron viajando por el perímetro del agua, recorriendo todo el contorno visible de la ciudad que todavía hace unos minutos se podía apreciar a plenitud.
Con los últimos rayos que se negaban a morir alcance a ver la torre de la hermosa y antigua catedral de Santa María, desde donde estaba no podía ver los detalles de su escultura solo su silueta que ante la oscuridad se tornaba tenebrosa. Quien la viera así no podría pensar que de día su belleza era única por el arte tallado en su arquitectura. Y por los miles de detalles dentro de ella.
Miré no sé cuánto tiempo las luces parpadeantes de los barcos entrar al puerto eran en su mayoría barcos turísticos que llevaban a miles de turistas a recorrer la bahía o la famosa isla que en años pasados era la prisión más segura del país y que ahora era un museo.
Algunos barcos apenas comenzaban su viaje zarpan por la noche. Son yates donde las personas más adineradas realizan todo tipo de fiestas temáticas que muy pocas personas tienen la oportunidad de disfrutar, no regresan sino hasta ya entrada la madrugada luego de la bacanal fiesta a bordo de ellos.
No hace mucho había invitado a mi profesor favorito a una de esas fiestas ahora él estaba dormido en mi cama.
Vi el reflejo de mi cuerpo en el vidrio de la ventana y su contorno apareció en él.
El vidrio me regresó una imagen perfecta de mi figura, el sudor ya había desaparecido hace rato pero mis cabellos aún estaban alborotados eso provocó una sonrisa, aún estaba completamente desnuda, la ropa que había escogido con tanto cuidado para la cita estaba aún bien doblada junto a la puerta tal como él me lo había ordenado, solo unas bragas rotas estaban tiradas justo al borde de la cama —tal vez las guarde como un pequeño recuerdo de ese día.
Me descubrí mirando mi cuerpo embelesada y traté de acomodar mis cabellos en la imagen. Luego como si mi dedo índice me acariciara baje cuidadosamente por mi largo cuello de cisne jugué un poco con el hoyuelo que tengo entre mi clavícula y el hombro, acaricie por completo mi brazo y subí traviesamente por el frío reflejo.
Mis dedos jugaron un poco con la pequeña cadenita que cuelga de mi cuello y enseguida bajaron hasta mis senos, pude notar como el rosado de mis pezones se reflejaba en el vidrio casi como si fuera un espejo, casi como un capullo, mi mano se pegó aún más al frío vidrio buscando tocarlos, casi pude notar su textura y un escalofrío me puso la piel de gallina, ya no estaban rojos, pero no pude evitar sentir un agradable hormigueo en la parte baja de mi abdomen.
Aún estaban doloridos por las cuerdas que los aprisionaron hace algunas horas como su fueran parte de un regalo, nunca había llevado cuerdas en esa zona, nunca había llevado cuerdas en ninguna parte de mí cuerpo, sentí como mis labios palpitaban de nuevo al notar el placer que sentía cada que mi profesor daba un pequeño tirón, fue una experiencia nueva y excitante para mí, como todo lo que estaba viviendo con mi profesor Ford.
Mi dedo siguió su camino por mi cuerpo pase lentamente por mis cosillas tal como primero una suave pluma él lo había hecho, pero fueron sus dedos los que sentí como fuego viajando por esa zona.
Me detuve en el ombligo, ahí donde él se había detenido solo para depositar el más lento de sus besos provocando en mí un pequeño gemido.
Mi mano continuó, traté de aferrarme fuerte al reflejo de mis caderas como él lo hizo, roce suavemente mi trasero, aún dolía, pero extrañamente eso también me hizo sonreír -tal vez estoy loca-, busque las marcas de sus manos, pero estas ya no estaban, aun así yo las sentía sobre mi piel, el escozor que causó su mano firme y fuerte cayendo sobre mi trasero, la primer nalgada me provocó un pequeño grito de sorpresa, no la esperaba, pero la ame.
—¿Te gustó?
—¡Sí!
—Yo sé que si
Luego otra, otra y otra y varias más, hasta dejar mi culo rojo, alternaba cada nalga para azotarla y alternaba sus caricias con ellas, luego del escozor una suave caricia, creo que no podré sentarme mañana sin evitar recordarlo. Creo que esa era su intención. Creo que mi sonrisa vendrá cada vez que me siente.
Nunca pensé que unas nalgadas en el momento justo pudieran arrancarle un orgasmo a alguien, pero yo era prueba de que puede suceder. O tal vez fueran sus rítmicas y firmes embestidas combinadas con las nalgadas y sus susurros en mi oído lo que me lo provocaron, o tal vez el por fin estar entre sus brazos.
Sea como sea lo hicieron.
Vi como las polillas se empezaban a acumular abajo en la calle ya volaban alrededor de un farol justo frente a mí, eran atraídas por cientos hacia su luz. En ese momento yo me sitia así con Oswaldo, como una polilla atraída a su luz esperando no quemarse.
Deje de mirar mi reflejo ahora mi cuerpo ardía de nuevo, me gire y quede de frente a la cama, ahí estaba mi profesor, ahora mis ojos paseaban por su cuerpo tenía treinta y ocho años.
Él está en muy buena forma, su cabello empezaba a ponerse blanco en ciertas zonas lo que le daba un aspecto sexi, siempre llevaba el rostro rasurado impecablemente —en lo personal me muero por verlo con su barba un poco crecida.
Me encantaba perderme y reencontrarme en el negro de sus ojos. Su ancha nariz al igual que su mentón sobresale en su rostro, su boca es fina en comparación de su nariz, pero siempre me provoca el besarlo.
Mide cerca del uno ochenta, yo apenas superó el uno sesenta así que es una gran diferencia.
Ahí estaba mi adonis con las sábanas revueltas bajo sus piernas, totalmente desnudo y yo con mis ganas creciendo cada vez más, mire su fuerte pecho subir y bajar rítmicamente, tenía un brazo detrás de su cabeza y el otro el izquierdo descansaba sobre su pierna con su tatuaje en el antebrazo a la vista, cuatro fechas estaban escritas para siempre sobre su piel, cuatro fechas que me recordaron su significado, un significado que causó una punzada de celos, unos celos enfermizos que yo debería soportar si es que quiero permanecer a su lado.
Su miembro ahora flácido descansaba en su muslo derecho, así dormido parecía un angelito descansando.
Pero de ángel no tiene mucho, es un hombre fantástico lleno de muchas sorpresas.
Camine de puntillas los pocos pasos que nos separaban dudé un poco al llegar a su lado.
Se había quedado dormido desde hacía un rato, se abrazó a mí luego de nuestro encuentro, sentí sus suaves caricias por mi cuerpo mientras nuestros latidos volvían a su normalidad, luego hasta que se quedó inconsciente.
Yo a pesar de estar cansada no podía dormir, mi cuerpo estaba en éxtasis total así que luego de unos minutos acostada me zafé de su brazo con cuidado y salí de la cama.
Ahora estaba de nuevo en ella. Mi lengua buscó por instinto a su piel, estaba un poco salada por el sudor que le provocó el encuentro eso no me importo me hacía desearlo aún más, su aroma de hombre me hipnotizaba. Aspire su olor una vez más, creo que nunca me cansaré de eso. Mi boca tenía antojo, así que se lo cumplí. Busque sus labios y lo bese.
Él abrió los ojos y sonrió.
—Mi niña, eres insaciable…
—Shhhh no digas nada, solo siente.
Él que por lo regular es quien dicta las órdenes ahora me complació y guardó silencio.
Mi ávida lengua disfruto de su piel, avance pausadamente por su mejilla en dirección de su oreja, pude notar como su piel reaccionaba cuando lamí perversamente su lóbulo, en ese instante él dejó escapar un leve gemido ese sonido me alentó seguir, ahora soy yo quien provoca que de sus labios escapen esos ruidos, mientras su cuello se encogió involuntariamente, eso me excito mucho.
Seguí bajando por las líneas de su cuerpo buscando cualquier indicio de que lo disfrutaba, llegue al cóncavo de su pecho y mordí un poco. Luego en su ombligo, hice exactamente lo que él había hecho, lo bese lentamente, mi beso fue más fuerte, lo mordí con tal fuerza, que sus caderas se elevaron del colchón, sus manos cayeron sobre mi piel. De nuevo ese escozor, de nuevo esa sensación de calor sobre mi cuerpo los latidos de mi corazón se intensificaron.
Lo solté y mi lengua siguió su camino, ya estaba cerca, ya no podía detenerme solo faltaba un poco más, yo estaba hambrienta pero me fui con calma, dibujé su nombre con mi lengua sobre la base de su hombría…
En ese momento ya no tenía los nervios que sentí hace tres días, desde que mi profesor me dijo:
—Te veo el lunes después del almuerzo.
Anhelaba esa cita, desde hacía un tiempo deseaba lo que hoy tal vez ocurriría
Me desperté temprano ese día, salí a correr para calmar los nervios, solo corrí un poco alrededor de mi calle disfrutando el canto de las aves y sintiendo una pequeña brisa sobre mi rostro. A esa hora no hay mucha gente en la calle salude a Mr. Adams es un viejo gruñón al que no le gustan las fiestas ni el ruido.
Volví a casa cuando sentí flaquear mis piernas, dejé los tenis al cruzar la puerta de mi departamento y en ese entonces era muy desordenada y los dejé regados al igual que mis calcetines —vaya que esa pequeña conducta me costaría varios castigos rigurosos.
Entre en la ducha y rápidamente me saqué las mayas y la blusa deportiva las bragas quedaron sobre la tapa del inodoro.
Quería estar bella para él, así que aplique crema sobre mi piel después del baño, salí de ahí envuelta sólo con la toalla, fui directo a la cocina a preparar mi almuerzo un par de sándwich de panela con un poco de mayonesa, el café le dio calor a mi cuerpo y ánimo a mi espíritu.
Ya con mi hambre saciada fui a mi cuarto a buscar mi atuendo.
Primero mis bragas, esa prenda íntima que la mayoría de la gente no ve y que solo unos pocos elegidos pueden llegar a quitar.
Las elegí a conciencia sabiendo lo que quería causar en él cuando las viera, quería que sintiera el más puro y salvaje deseo que le dieran ganas de arrancarlas de mi cuerpo, eran unas finas bragas que había comprado a juego con el sujetador solo para esa ocasión, eran de un encaje de seda fina semi transparente solo cubría lo más necesario, estaban ribeteadas en la orilla por un bordado suave como una pluma. El sujetador sin tirantes también era semi transparente dejando ver un poco más de lo necesario.
Revisé mi guardarropa unas diez veces, probando diferentes atuendos sin poder elegir uno en específico.
Al final me decidí por una blusa tipo corset que realza mi figura va pegada al cuerpo, llega justo a la cadera lo que hace que una pequeña franja de piel quede expuesta. Es de un rosa pálido con vivos en negro, fue un verdadero suplicio poder abrochar los hilos por detrás, tuve que pedir la ayuda de mi vecina quien apretó lo más fuerte que pudo dejándome por momentos sin poder respirar cada que apretaba un nuevo ojal.
El pantalón elegido era de cuero negro, tenía una costura al frente que a cada lado llevaba remaches de estoperol color plata que subían por todo lo largo de la tela, desde los tobillos hasta la parte de las caderas donde se abría hacia atrás en un círculo que rodeaba toda mi cadera dando a mi trasero una figura de corazón que llamaba la atención.
Encima una chamarra de piel con un par de cierres muy vistosos, unos botines al tobillo con tacón de aguja.
El cabello lo ate con un pequeño lazo rojo en una cola alta que caía sobre mi espalda.
Me puse el perfume solo cuando ya iba hacia la puerta de salida, una fragancia que era una invitación por si misma.
Lo primero que vi al salir por la puerta de mi edificio fue a él, estaba recargado sobre su motocicleta. Así no se notaba su uno ochenta de estatura, pero en cambio pude ver su pelo entre cano bien peinado, sus lentes negros cubrían el oscuro de sus ojos, unos ojos negros como el ónix. Aun así pude sentir su penetrante mirada sobre mí, siempre me pone nerviosa y al mismo tiempo me da una seguridad, con la forma en que me ve me siento la mujer más hermosa del mundo su ancha mandíbula se relajó y hasta se dio el permiso de sonreír cuando me vio salir.
Pude notar sus botas cuando se acercó a mí, un pantalón de mezclilla y una playera negra era un atuendo sencillo pero lo hacían ver sensual.
Era raro verlo así, por lo regular siempre va vestido de traje de diseñador.
Camino hasta mi lado, sus manos se aferraron a mi cintura justo en la parte donde la blusa termina, sentir sus manos sobre mi piel tiene un efecto tóxico en mí.
Pude percibir su aroma siempre huele delicioso, me acerco a él hasta que nuestras caderas estuvieron juntas. Sentí su respiración en mi rostro, sonrió de nuevo antes de acercar su boca a mi boca, me dio un beso que sacó el aire de mis pulmones robándome el aliento.
—Te ves hermosa, seductora y me dan ganas de entrar a tu departamento y desnudarte de inmediato.
—Me encantaría eso —dije pícaramente.
—Creo que todo es a su tiempo —Luego, jalando mi mano caminamos hasta su moto.
Me dejó un poco decepcionada de que no haya querido entrar.
Me aventó un casco que atrape no sin antes malabarear un poco. Enseguida me ayudó a ponerlo sobre mi cabeza, metió mi pelo con mucha calma y lo abrocho con gran cuidado en mi barbilla.
Al notar el nuevo color rojo que traía en las puntas acercó su boca a mi oído y susurro:
—Me gusta tu pelo, parece que llevas el fuego dentro.
Luego él se ajustó su casco y partimos rumbo al muelle.
Recorrimos las calles rápidamente, pasamos por el Oakland Bay Bridge dejando a los autos atrapados en el tráfico luego tomó la Av. The Embarcadero hasta llegar al muelle 39 estacionó la moto y bajamos dejando en ella los cascos.
Caminamos un poco hasta llegar al área de las focas estuvimos entretenidos un tiempo viendo cómo subían y bajaban de los muelles, vimos un show de magia en uno de los distintos escenarios dispuestos a lo largo del muelle él fue voluntario en un truco de magia donde el mago le cambió uno de cien por uno de cinco, entramos al barco museo y al submarino de la segunda Guerra mundial, caminamos entre antiguas armas de guerra y donde cientos de hombres murieron.
También vimos por los binoculares la famosa isla de Alcatraz donde los turistas caminaban sin saber que desde el otro lado del muelle alguien los estaba observando, nos topamos con un puesto de frutas, tenían las fresas más grandes y rojas que yo había visto. Se miraban apetitosas, más tarde en su departamento pude probar su acidez.
Comimos una deliciosa sopa de almeja servida sobre un pan de ajo.
Llegamos a su departamento cerca de las dos y treinta. Su departamento estaba impecable todo en orden, en nada se parecía a mi hogar, aquí todo tenía un lugar para cada cosa.
No parecía el departamento de un hombre soltero, el lugar era sencillo como él.
Junto a la puerta estaba un taburete, unas hojas membretadas con sus datos de contacto para sus clientes.
1580 Cerezos st.
San Francisco. 34657
Tel. 572904218
Enfrente, al fondo del lugar estaba la cocina un lugar diseñado para un chef, una sala con un par de muebles y un sillón, encima de la chimenea una repisa con algunas fotos y un televisor, luego una pared con estantes llenos de libros desde el suelo hasta el cielo raso. A la izquierda de la puerta un pequeño pasillo con dos puertas de un lado y otra enfrente luego un pequeño balcón con vista a la ciudad —debe ser un lugar ideal para una velada romántica.
Tenía algunas pinturas propias colgadas de la pared, enseguida reconocí su estilo, me sorprendió una en especial era una adolescente flacucha de pecas sobre sus mejillas, sus ojos verdes como las esmeraldas eran como un par de joyas.
—¡Esa soy yo! -Dije poniendo una mano en mi boca.
—Sí. Ya desde la secundaria eras hermosa, hoy ya convertida en mujer, eres mucho más.
Nunca me espere eso, sí ya antes de saber eso deseaba entregarme a él, con esa nueva información era suya para siempre.
—Bueno Leonora si estás aquí es por algo, ya sabes cómo me gustan las relaciones. Ya lo hemos platicado. Vamos a empezar de a poco. Pero la exigencia será dura.
¿Estás dispuesta?
—Sí
—SI QUE!?
—Sí, mi señor —la primera vez que le dije: mi señor. Fue en un café, luego de algunas citas. Vi como sus ojos brillaban cuando lo dije. Supe que él lo anhelaba tanto como yo.
Se acercó a mí poniéndose a mi espalda, sentí como deslizaba la chamarra por mis brazos hasta sacarla por completo de mi cuerpo. Besó mis hombros causando una sensación de calor por todo mi ser. No se detuvo ahí…
Sus dedos comenzaron a desatar el cordón de mi corset, uno a uno fue abriendo los ojales de mi blusa, sentía arder mi piel ahí donde sus dedos rozaban mi piel desnuda. Al llegar a mi cintura y liberar el último ojal, deposito un suave beso en lo cóncavo de mi espalda baja. La sensación que causó eso fue mágica, me robo un suspiro, sentí su sonrisa sobre mi piel.
—Me moría por hacer eso.
El escuchar su voz en ese tono tan seductor fue maravilloso. Luego rodeó mi cuerpo hasta quedar frente a mí.
—Lo que falta de tu ropa lo quitarás tú.
Fue a sentarse en el único sillón y se quedó en silencio mirándome, esperando que yo cumpliera su orden.
Mis manos temblaban cuando desabroche el botón de mi pantalón, di la vuelta para mostrar mi trasero baje un poco el pantalón solo para darle a conocer mi ropa interior.
Luego como había visto en infinidad de películas me agaché con las piernas estiradas de la manera más sutil que pude hasta sacar las botas de mis pies, las aventé por el piso una por aquí y la otra por allá. Quedé descalza bajando algunos centímetros de mi estatura.
Luego mis pantalones, solo faltaba el sujetador y mis bragas.
Mis manos fueron a mi espalda, fácilmente lo desabroche y tapando mis senos con una mano le aventé el sujetador a mi profesor, que me miraba con la pupila dilatada.
—Deja las bragas, y quita tus manos de tus senos.
Así lo hice, deje a la vista mis grandes pechos su mirada era de aprobación y deseo, le gustaba lo que yo tenía para ofrecerle —de nuevo me hizo sentir hermosa con tan solo una mirada.
Se levantó y tomó un par de copas sirvió un poco de vino tinto —no es mi favorito pero no lo negué.
Dio un trago y se acercó para ofrecerme la otra copa.
Tomó mi cabello, acarició por la nuca hundiendo sus dedos entre el, lo enredó en su mano y tiró fuerte, provocando que mi cabeza mirara sus ojos, casi tiré el contenido de mi copa.
—Me gusta el orden mi niña -su tono era severo y firme-. Vas a juntar tu tiradero. Luego vas a doblar muy bien tu ropa y la pondrás detrás de la primera puerta a tu mano izquierda por el pasillo.
Di un trago al contenido de mi copa y la vacíe de golpe, solo para inmediatamente ponerme a recoger mi tiradero.
Mi profesor me miraba mientras buscaba en la cocina un tazón para las fresas.
El cuarto no era distinto al resto del lugar, también era simple y ordenado a mano derecha una enorme ventana con una vista majestuosa a la bahía, al fondo una gran cama de sábanas de seda en color gris, con un buro negro a cada lado. Al pie de la cama un banco otomano forrado de un terciopelo color rojo sangre, era del mismo ancho de la cama, unas pequeñas repisas sobre la pared con más libros -tal vez los que estaba leyendo o los que más le han gustado.
Un espejo gigante enfrente a la cama, del lado derecho solo un guardarropa.
Tal como él me ordenó, deje mi ropa a un lado de la puerta. Puse con cuidado los botines, encima deje mi sujetador el cual tape con mi pantalón, por último acomode mi corsé y mi chamarra.
Me quedé de pie sin saber bien qué hacer.
En el cuarto había velas repartidas por todos lados, en el piso lo bastante retiradas de cualquier cosa que se pudiera encender, sobre el par de buros y en la repisa de la ventana.
Mi profesor entró, me dio un cerillo y me ordenó prender todas las velas.
Abrí los ojos, sería imposible prender cada una de esas velas solo con un cerillo.
—¡Hazlo!
Empuje con rabia el cerillo sobre la lija para encenderlo me di prisa cuidando que no se apagará, tomaba una vela y la prendí luego otra y otra más. Cuando iba por la cuarta el fuego ya estaba sobre mis dedos intente en vano conseguirlo pero tuve que aventar lo cuando el calor de la flama fue insoportable.
Esperaba un reproche en lugar de eso él se acercó tomó mi mano y depositó un tierno besó, chupó mis dedos heridos, sacó una crema de uno de los cajones y la unto por la zona.
—Era una misión imposible, sólo quería probar tu obediencia. En un futuro no debes obedecer las órdenes que te pongan en peligro. Aunque un poco de fuego no hace tanto daño, ya verás cuando use la cera de esas velas sobre tu cuerpo.
Enseguida él tomó la caja de cerillos, encendió uno y terminó e hizo lo mismo que yo intente hacer, necesito de otros dos para poder encender todas las velas.
Dejó los cerillos dentro de uno de los cajones, sacó una delgada y fina cuerda.
—Tus manos detrás de tu espalda mi cachorrita.
Mis manos lo obedecieron al instante que la orden salió de su boca. Se acercó a mí, hizo un círculo pequeño con la cuerda frente a mis ojos. Lo ajusto un poco haciéndolo cada vez más pequeño, por último lo puso sobre mi pezón derecho y estiró los extremos de la fina cuerda.
Sentí dolor cuando apretó el nudo, un suave beso lo calmó, hizo el mismo proceso del otro lado.
Cuando estuvieron tal como él quería jalo la cuerda arrancando pequeñas punzadas en mis pezones. Un calor se extendía desde ellos y viajaba por todo mi cuerpo.
Fue y se sentó en la banca junto a la cama. Yo permanecía de pie tal como él me había dejado. Trataba de no moverme. Él me miraba y con esa sola mirada me hacía desearlo.
No me importaba el dolor punzante en los pezones. En ese momento yo era su lienzo y estaba dispuesta a dejar que hiciera una obra de arte en mí.
No sé de donde saco la pluma, solo sentí lo suave que estaba cuando empezó a acariciar mi cuerpo con ella, mis cosillas, mi abdomen, mis piernas, la espalda, mi culo…
Luego el contraste de sus manos, esos dedos expertos que hacían arder mi piel a su paso. Deposito varios besos sobre mi cuerpo pero el que más recuerdo fue el del ombligo.
Tomó el tazón con las fresas, escogió la más roja, la más madura, la más grande de todas, se veía exquisita y se antojaba morderla.
Cuando se acercó a mí boca, lo hice instintivamente, estaba dulce y jugosa, un poco de su jugo resbaló por mi mentón.
Él se dio cuenta y lo limpio con su lengua.
Solo me dejo darle una mordida, el resto se lo comió él mirando mis ojos.
Sentí envidia de esa fresa, yo deseaba en ese momento ser una fresa para disfrutar de sus labios.
Pareciera que me leyó el pensamiento.
Me enseñó que los besos tienen un lenguaje propio y que las caricias siguen sus propias veredas.
Su lengua reconoció casi por completo cada centímetro de mi piel, por más que yo deseaba su boca entre mis piernas no tocó para nada esa zona dejando mis bragas en su lugar, dejando mis ansias crecer, jalaba la cuerda de vez en vez provocando un instante de dolor que se fundía con la suavidad de sus labios sobre ellos.
Estaban tan sensibles cuando terminó que cualquier roce de su lengua o dedos me hacían reaccionar.
—Quiero que me desnudes.
Comencé por sus botas me hinque a sus pies y comencé a desatar las cuerdas, jale con fuerza para poder sacarlas, cuando sus pies quedaron libres saque sus calcetines, mi boca beso por instinto sus pies, lamí cada uno de sus dedos.
Cuando levanté la vista vi su satisfacción en sus ojos, luego su playera, la saqué de su cuerpo llenando de caricias su torso, poniendo mi lengua sobre sus tetillas, ahora era mi turno de viajar por su cuerpo.
Desabroche con ansias su pantalón podía notar su miembro a través de la mezclilla.
No llevaba ropa interior, su erección quedó brincando frente a mis ojos cuando baje un poco su pantalón.
Lo tomé entre mis manos y jugué con él sin notarlo ya estaba de rodillas nuevamente ante él pero ahora mi boca estaba hambrienta, me moría por hacer eso, soltó un leve suspiro cuando por fin la tuve en mis labios.
Sentí como sus manos me jalaban hasta ponerme de pie. Tomó mis bragas entre sus dedos y jalo de ellas hasta romperlas en ese momento no me importo el elevado precio que pague por ellas. Me sentí como una pluma cuando me levanto en peso, mi boca se abrió de golpe, cuando me dejó caer sobre su gruesa daga.
Tenía su rostro pegado al mío.
—Quería ver tus ojos cuando finalmente te hiciera mía.
Fue un momento sublime, sutil, etéreo. Sus palabras provocaron mi humedad, me dejó ahí, con sus manos sosteniendo mis caderas y mis piernas abrazadas a su cintura, nos comimos la boca. Fue un momento único, sentirlo dentro, sentirme plena, llena de él.
Luego comenzó sus movimientos, él me subía y bajaba a su antojo sobre su polla.
Arriba y abajo una vez tras otra, su boca no dejaba de estar quieta, atrapaba mi boca acompasado en sus movimientos.
Cuando me aferre a su cuello sintiendo lo que venía, siguió bombeando mientras se expandía por mi cuerpo una ola de sensaciones cada vez más intensas que brotaban de lo más profundo de mi ser, me aferre a él en el momento de la explosión, ese momento tan efímero que te hace perder el control, ese pequeño instante donde el cerebro se desconecta causando la más sublime de las sensaciones.
Después sentí que volaba, no, no era por el gran orgasmo que me había provocado. Me aventó de espaldas sobre la cama, tomó otra gran fresa.
—Abre tus piernas.
Su orden fue seca pero a mi me mojó aún más.
Abrí mis piernas dejando que me observará, me sentía como una diosa.
Con sus manos la exprimió sobre mi monte de venus y mis labios, dejando que los jugos de la fresa se mezclaran con los míos y al final dejo caer unas gotas por la parte interna de mis muslos, después con sus firmes manos abrió aún más mis piernas dejando libre mi sexo para él. Por fin lo que tanto deseaba, puso su boca entre mis piernas justo en el lugar donde mi deseo palpitaba por su atención, su lengua era experta subía y bajaba por mis húmedos labios, abrió con ella mi capullo intentando follarme con ella, subía hasta mi rugoso botón y lo aprisionaba entre sus dientes mordiendo y succionando, mis manos de nuevo se aferraron a él, esta vez a su cabeza, esta vez jalando de su pelo.
Se incorporó con una sonrisa en su rostro, sus oscuros ojos brillaban.
Sentí como su peso me atrapó entre las suaves sábanas y él.
El beso que me dio mientras volvía a entrar en mí era una mezcla de mi sabor dulzón, con la acidez de la fresa y lo salado de su esencia. Sabía a nosotros.
Que fácil iba a ser para mí acostumbrarme a recibirlo de esa manera, a mirar sus oscuros ojos mientras la sensación de sentirme llena me hacía abrir la boca y dejarme llevar.
Luego su boca fue a mi cuello lamia al tiempo que comenzaba a moverse encima de mí.
No dejó de besarme, la boca, el cuello, mis senos tiraba fuerte de la cuerda haciendo que mi boca protestará, pero sus arremetidas calmaban cualquier intento de queja.
Cuando subió mis piernas a sus hombros toco ese lugar mágico, solo hicieron falta dos embestidas así para sentir cómo las piernas me temblaban, para saborear de nuevo las mieles de la muerte chiquita.
Sentí cuando salió de mi dejando mi cuerpo.
—Voltéate.
Quedé acostada ofreciendo mi espalda. Su mano cayó con furia sobre mí, un ardor se apoderó de mí nalga luego una caricia, después la nalgadas cayó sobre la otra nalga, hubo varias antes de sentir como su daga me invadía de nuevo.
Esta vez fuerte, de un solo empujón llegó hasta lo más profundo de mí.
Pronto la sensación de escozor de las nalgadas fue reemplazada por su miembro entrando y saliendo, no sólo entraba y salía de mí. No, él sabía el ángulo correcto, ese donde al entrar me hacía vibrar, ese donde antes entrar rozaba toda la exención de mis labios causando mis gemidos.
Cuando terminamos estábamos sudando y agotados.
Me acurruque en su pecho mientras los desacompasados latidos de nuestros corazones se normalizaron, mientras nuestras aceleradas respiraciones volvían a la normalidad.