La cantidad de comida que ofrecía el crucero, era impresionante. Parecía un tenedor libre de los más caros y en sus mejores épocas. Incluso con tanta variedad para elegir, preferí llenarme el plato con frutas. Julia en cambio optó por la pizza. Los dos estábamos más interesados en volver rápidamente al cuarto y comenzar la fiestita que nos habíamos auto organizado. No queríamos perder ni un minuto decidiendo que menú probar. Lo clásico nos ahorró tiempo.
-¿Vas a comer postre, Rodri? – me preguntó, sin prestar atención a que casi casi había comido una ensalada de frutas.
Le dije que no. Ella me contestó que era un amargo de mierda y se fue a buscar uno. Volvió al rato, sosteniendo un vasito con una bocha de helado de frutillas. En vez de sentarse enfrente, en su lugar, me corrió del mío y se sentó a mi lado. Lo hizo de una manera tan brusca que prácticamente quedé con la ventana que daba al océano pegada a mi hombro.
Me quedé mirándola, esperando aunque sea una disculpa. Pero otra vez su mirada picarona me cautivó por completo. Puso su mano sobre mi pija y encima de la maya que llevaba puesta, comenzó a masajearme. Me estaba haciendo una paja con la ropa puesta, debajo de la mesa, rodeados de gente y mirándome a los ojos de costado. Era la mejor disculpa del mundo que alguna vez alguien me había dado.
-¿Ya la tenés paradita de nuevo? Se ve que te gusta que tu prima te toque el pito.
Le dije que sí, intentando disimular mis gestos de placer y acomodándome mejor, con las piernas un poco más abiertas, para que tenga mejor acceso.
Los masajes que me hacía en la poronga ya estaban comenzando a hacerse más brucos. Hasta podía notar que la mesa incluso se movía.
Con la otra mano llevó una cucharadita de helado a su boca y comenzó a comerlo.
-Esta riquísimo. ¿Seguro que no querés? – preguntó, como si nada. Lamiendo la cuchara como una petera insaciable.
Estaba por decirle que no. Que siga disfrutando su helado ella, que yo también lo estaba haciendo, pero no me dejó ni mover los labios para comenzar a hablar. Se sirvió otro bocado y como si se le hubiese caído algo, se agachó. Sincronizadamente dejó mi pija al aire y se la puso en la boca. Otra sensación hermosa era sentir su lengua, esta vez fría. Tal vez no tan perfecta como sentirla caliente por el café pero, sin dudas, me dejó sin respirar.
-Vos cuida que no nos vea nadie. – me dijo, todavía con la verga adentro.
¡Era prácticamente imposible! Estábamos rodeados de gente. Incluso Fabián estaba en el mismo barco y por qué no iría a estar en el comedor a la hora del almuerzo. Pero no me importó. También era prácticamente imposible que pudiese importarme.
Mi prima tampoco quiso arriesgarse más y volvió a enderezar su columna para quedar sentada a mi lado. Me sonrió con cara de excitada y suspiró para recomponerse.
-No puedo parar de chuparte la pija primo. En serio. No puedo parar. – gimió suavecito en mi oído. -¿Sabes que quiero? Quiero crema en el helado de frutilla.
Y todavía con la poronga al aire siguió masturbándome, con la cabeza del pito apuntando a su vasito. La mano de Julia se movía y me apretaba la chota mejor que si me estuviese pajeando yo.
-¿Estás contento que le vas a ver las bombachas a tu prima?
Oírla hablar competía seriamente con sus técnicas manuales de trola.
-Mirá que la putita de tu prima usa bombachitas muy chiquitas. El pito parece que lo tenés contento.
Parecía elegir las palabras que milésimas de segundos después estarían en mi mente.
-¿Te queda crema? Decime que te queda crema para tu prima, “la comeleche”.-continuó susurrándome.
A esa altura del partido, no era una mala pregunta. Pero le mentí diciéndole que sí. Que me quedaba y muchísima como para llenarle la pancita de semen.
-Pone leche en el vasito entonces, Rodri. Ponele la chele al helado de tu prima. ¡Quiero helado con leche! ¡Frutilla con crema! Dame crema.
Y aunque pensé que ya no me quedaba más nada, el vasito recibió dos o tres lechazos bien espesos de semen. Julia los revolvió bien con su cuchara y me acomodó la pija nuevamente dentro de la maya.
-¡Qué cantidad de comida que hay! Mañana podemos probar el pescado, que debe ser re fresco. – dijo mirando hacia la cocina, como si nada habría pasado, mientras comía su helado con carita de nena caprichosa. Aún recién pajeado no podía dejar de calentarme mirando los hilitos blancos mezclados en el rojo fuego de la frutilla que se llevaba cada tanto a la boca.
Cuando lo terminó, me dijo que vayamos a pedir cervezas para la fiestita y así lo hicimos. Era claro que si bien teníamos bebidas libres, no nos iban a dar todo lo que quisiéramos. Sólo nos daban de a una latita. Mi prima se apoyó sobre la barra y mostrándole a medias las tetas logró que el pibe, al menos, le dé dos. Eran tres sumada a la mía. Todavía eran muy pocas.
Había llegado el momento de sacar al argento de adentro y planificar cómo hacer para conseguir más. Recordé una táctica que usábamos en la adolescencia con mis amigos. Si el lugar tenía al menos tres barras, jamás pagábamos por un trago. Uno iba a la primera barra y pedía un poco de gaseosa, para un amigo que no se sentía bien. Generalmente te daban medio vaso, o menos, pero no te hacían tanto lío. Por un poquito de gaseosa, ningún local se iba a arriesgar a que haya un problema dentro mucho peor. Otro, en la segunda barra, pedía hielo para la gaseosa. Tampoco era un problema. Te daban dos cubitos y el vaso ya quedaba, más o menos, tres cuartos lleno. El más caradura sería el encargado del último paso: ir a otra barra diferente y quejarse de que el Fernet (si la gaseosa era coca) o el Gancia (si era Seven up) se lo habían preparado muy livianito. Que por favor le echen un poco más. Y listo. Como dije: jamás pagamos un trago. No lo hacíamos de ratas, lo hacíamos porque realmente a veces no teníamos dinero. Ni tampoco creíamos justo el precio que le ponían.
En esos parámetros se movía mi cabeza para solucionar el problema. Mi prima, en cambio, fue mucho más sencilla. Mucho más argentina.
-Vamos al camarote, agarramos dos mochilas y recorremos las barras. Hay como 8 en todo el barco. Nos separamos y nos encontramos en media hora en la pieza – me dijo.
Y así lo hicimos. A los treinta minutos volví con 10 latitas. Orgulloso, porque conseguí más de ocho. Incluso yendo a pedir a una barra menos. En el mismo lugar donde lo habíamos dejado comiéndose mi leche, estaba sentado Fabián. Con la misma ropa, como ni no se hubiese ni movido de esa silla en todo este tiempo. Esa latita preferí resignarla con tal de no me vea.
De todas formas ese orgullo me duró poco.
Mi prima había conseguido veintitrés gracias a la calza metida en el orto que llevaba puesta y la remera escotada, sin el corpiño que se había quitado sin que ni siquiera yo me haya enterado cuando.
¿Saben que me preguntó la hija de puta cuando me vio?
¿Cómo mierda hice para conseguir diez?
Le ofrecí una carcajada irónica como respuesta y le gustó. Después nos acostamos en la cama a tomar unas cervezas y meternos mano desesperados. Los minutos siguientes fueron sólo lengua, manoseos y tragos a las latas que se iban vaciando, cayendo al suelo y siendo reemplazadas por otra llena.
Tener el culo de mi prima en mis manos hacía que la cerveza pareciese tener más graduación alcohólica que el vodka puro. El culito bajo la calza era una verdadera obra de arte. Apretarle las nalgas bajo la ropa, toquetearle la concha de vez en cuando, chuparle una teta, se sentía muchísimo más lujoso que el propio barco. El roce constante de su lengua contra la mía, mis caricias sobre la suavidad de su piel juvenil, sus manos en mis mejillas, todo, absolutamente todo se sentía ser parte de un plan monstruoso con el objetivo de jamás dejar descansar al morbo del incesto del que ambos éramos presos.
Cuando en el suelo pude contar ocho latas vacías, Julia se puso de pie y de un cajón, que ni sabía que el camarote tenía, sacó todas las bombachas que había traído y las tiró sobre la cama, a mi lado.
-¿Con cuál me querés empezar a coger? – me preguntó.
Serían alrededor de doce, o quince. La mayoría, tal cual me había anticipado, eran sumamente chicas. Recuerdo haber pensado que con la tela de una de mis remeras, alcanzaba para fabricarlas a todas. Apoyé la espalda en la pared de atrás de la cama y comencé a tocarlas, imaginando cosas que si se las cuento podría ir preso.
Había muchas tangas, varios culotes y hasta una especie de bóxer. De diferentes colores y estampados. Algunas de algodón y otras de encaje.
Si un pirata lograba ser fotografiado en el momento justo de abrir un cofre con monedas de oro, seguramente tendría el mismo gesto de satisfacción que yo tenía en ese momento.
-Esta va a ser la primera. – le dije, dándole un culote rosa con un corazón blanco en la concha. Tenía una especie de inocencia en su diseño que me pareció ser la indicada para comenzar la fiesta. – Así te chupo la conchita y el corazón.
Julia prendió la tele y encontró un canal donde pasaban música. Todo nos salía bien. Era el único canal que andaba. En realidad sólo ese y otro con publicidades del barco. Comenzó entonces a sacarse la calza como una prostituta en un club barato. Se la bajó hasta las rodillas, agachándose para mostrarme bien el culo, y se la volvió a subir. Se dio vuelta y se quedó en tetas.
-No podemos empezar la fiesta sin un brindis, Rodrigo. – protestó.
Le seguí la corriente y le tiré una latita de cerveza cerrada. La agarró al boleo y mordiéndose el labio inferior me dijo que no. Que quería brindar con otra cosa.
-Quiero pis – me dijo tímidamente. Mirando al piso, pero espiando con sus ojos cuál sería mi reacción.
Al ver que me había dejado sin palabras, se tiró a la cama encima de mí. Una mano volvió a tocarme la pija y su lengua repartía el tiempo entre lamerme el cuello y susurrarme.
-Brindamos en la ducha con tu verga y mi boca. Y el pichín de bebida. ¿Querés? – y un lengüetazo me volvió a poner en mis cabales.
-Mirá que tomé mucha birra, va a salir mucho. – la amenacé.
Mi prima suspiró otra vez, como ya sabía yo que hacía cada vez que se excitaba de más.
-Si te portas bien te dejo mearme acá – me dijo llevando una mano a su cola. – Te dejo mearle el culito a tu prima. Y la conchita también. -Agregó luego. – ¿Querés mancharle de pichin la concha y la cola a tu prima? Pero eso sí: si de verdad hay mucha, porque tengo mucha sed. – aclaró. Tan seria, que logró hacerme dudar si era cierto que tenía semejante sed.
Se desnudó en un segundo, yo hice lo mismo y nos fuimos al baño. El alcohol ahora le daba mucho más brillo a toda la situación. Julia llenaba la boca una y otra vez con mi meada y se la tragaba sin abrir los ojos. Relamiéndose y disfrutando de ser humillada por su primo. Esa sensación de sumisión parecía, esta vez, excitarla más a ella que a mí. Sentirse mi puta personal le generaba una morbosidad mayor a lo que jamás se habría imaginado. Tenerla tan regalada, tan fácil, tan trolita, me llenaba el cerebro de locura. Pero a ella se lo llenaba más. Estaba seguro.
Cuando se puso de pie para que le mee el orto, ya me quedaba poco pis en la vejiga. Ella lo supo de inmediato y se agachó abriéndose los cachetes, para que su ano rosado y apretado reciba aunque sea unas gotas. Mi prima respiraba en esa posición, recibiendo las punteadas que mi pija le daba en el culo, como si estuviese teniendo un orgasmo inesperado.
Al notar que ya no me quedaba nada, abrió la ducha y empezó a enjabonarse de una forma extraña. Como si estuviese ausente.
“Ya que estábamos ahí, podría aprovechar y cogerla bajo la ducha”, pensé.
La abracé de la cintura y cuando el shampoo le permitió abrir sus ojos, en vez de besarme puso su cabeza en mi pecho, haciendo puchero.
-Te juro, Rodri, que no soy tan puta. – me dijo casi llorando – No quiero que pienses que soy siempre así. No lo soy. Ni cerca.
Era obvio y esperable que en algún momento sienta algo de culpa. El incesto no era de esas cosas que uno puede tomarse a la ligera.
-Ni tan puta, ni tan nada. Siempre vas a ser perfecta para mí. – le respondí. Quería dejarle bien en claro que no tenía que preocuparse más por esas pavadas. – Y es más. Conmigo podes ser todo lo putita que quieras, que me vas a gustar más todavía, si es que eso es posible.
Ella sonrió ante mis palabras, porque sabía que eran ciertas. El momento reflexivo se terminó segundo después, bajo un fuerte abrazo con nuestros cuerpos desnudos y la lluvia de la ducha, que parecía comenzar a enfriarse. No era lo único. También el momento de calentura estaba amenazando con terminar y no podía permitirlo.
-Vamos, que quiero verle las bombachas a mi prima. – le indiqué.
Julia volvió a sonreír de forma perversa. Ya sin culpa. Tiro un sonido parecido a un “si” y comenzamos entonces la fiesta de las bombachas.
Y era una fiesta con todas las letras. La música, la cerveza, las tetas de Julia como si fuesen los globos y el baile de trolita que hacía para cambiarse la bombacha, era diversión absoluta. Deseosa y morbosamente, diversión entre primos.
Vestida solamente con el culote que había elegido se tiró, nuevamente, encima de mí. Yo puse mis manos de lleno en su cola y una la corrí hacia debajo de la tela, para tocarle una nalga desnuda.
-¿Te gusta esta bombachita primo? ¿Me queda bien? ¿Me hace linda cola?
Mi cabeza se movía de arriba abajo como si estuviese dando un examen.
Entonces se giró como para hacer un sesenta y nueve, y de lleno mi lengua fue a recorrerle el corazoncito que tenía dibujado. La bombacha quedaba mojada desde adentro por sus flujos y desde afuera por mi saliva. Cada vez que se mojaba más, más rica se sentía. Otra vez, sin descanso, mi pija estaba como un fierro.
Volvió a darse vuelta, pero esta vez ella sola se corrió la prenda y dejó caerse sobre mi poronga, que entro facilísimo.
Julia sabía que no tenía por qué apurarse y cumplió con la regla. A las dos o tres penetradas profundas se puso de pie, y sonriendo me dijo que ahora le tocaba a otra bombacha. Que solo era “coger un poquito con cada una”. Yo estaba delirando del deseo. Pero también tenía la relajación de dejarla a ella que decida qué hacer, cómo hacer, cuánto y hasta cuándo. Todo me gustaba.
Me la coji y le chupé la concha con una tanga roja, un culote de lencería rosa, otra tanga de leopardo, otra tanga fucsia, dos negras, una de ella con lunares blancos, y muchas más. Muchas, muchas más. Todas quedaron empapadas por sus flujos, mi baba y hasta mis líquidos pre seminales.
Cuando terminamos las cervezas y las bombachas, pensé en acabar de una buena vez. Cogerla por horas sin eyacular comenzaba también a dolerme en las pelotas. Pero como era de sospechar, mi prima tenía algo más que acotar.
-Tengo una sorpresa. – me dijo.
Le pregunté cuál sería. Y me dijo que tenía una bombacha especial.
-Genial. – le contesté. – Con esa especial te rompo el culo. Tralela.
Sonrió nuevamente nerviosa. Le gustaba que insista, le gustaba que le guste que insista, le gustaba la idea y le gustaba, también, que ella misma sabía que me iba a entregar la cola, tarde o temprano. Ya ni se gastaba en ponerle negativas mediante palabras.
-Si me prometes que no vas a decir, nada te la muestro.
Le dije que no. ¿A quién le iba a decir? O qué. “No sabes la bombachita que pelo mi prima en la fiesta de las bombachas. Se tragó una meada y cuando estábamos terminando, pelo esta tanga que no sabes lo que era…” O cómo.
Se puso de pie y se cambió la bombacha. Otro culote que no me había mostrado antes. Este era negro, con rayitas grises. No le veía nada de extraño, por lo que me costaba encontrar una explicación al por qué tanto misterio. Estaba a punto de preguntarle por qué tanto lio, pero no fue necesario.
-Esta bombacha es de la prima de Fabián. – me dijo – el hijo de puta me hizo robársela, porque me quería coger con la bombacha de su prima.
Me quedé sorprendidísimo. Como si la situación me habría tocado una fibra de excitación sensible, la empuje para que quede, esta vez, ella abajo. Y me dejé llevar. En una especie de misionero a la fuerza, se me la metí desenfrenadamente. Cuando quería decir algo le tapaba la boca y mi prima más caliente se ponía. Al segundo escuché su orgasmo y al otro segundo volví a llenarle la conchita de semen.
-Te dije que era especial – me dijo sonriendo. Sorprendida por la bestia que me había sacado de adentro un simple pedazo de tela. Yo no le respondí.
Dos minutos en silencio y mirando al techo me hicieron dar cuenta de que el estúpido de Fabián me había ayudado a cogerme a su futura esposa.
Tal vez no haya sido tan claro en ese momento, pero al pedirle la bombacha de su prima, Julia automáticamente había entrado al mundo del incesto. Indirectamente. Es cierto. Pero una vez que alguien da el primer paso, es muy difícil volver. El solo hecho de tener un pie adentro hace prácticamente imposible retirarlo en lugar de meter el otro. Aun cuando delante nuestro hay algo que nos asusta. Un espejo que nos muestra nuestra imagen tan deformada, que nos produce rechazo, al principio. Pero nos ilumina, después.
Y es que finalmente, no somos todos tan diferentes.
Después de tanto alcohol y tanto ejercicio entre el pito y la almeja, nos empezó a ganar el cansancio. Acomodé la cabeza sobre el culo de mi prima y me comencé a dormir. La cola de Julia era la mejor almohada que podía uno desear tener.
-¿Rodro, estas despierto? – me preguntó con voz apagada, como si ella también estaría por dormirse. Le respondí que sí y entonces continuó hablando. – Mañana me toca elegir la fiesta a mí.
Y nos invadió el silencio. Me gustaba la idea de las fiestas. Era una excusa perfecta para disfrazar los deseos más ocultos que teníamos el uno hacia el otro.
-Mañana hacemos la fiesta del culo. – le dije en broma. Bueno: mitad en broma.
Julia sonrió, pero no dijo que no. En cambio me dijo que mañana elegía ella.
-Mañana hacemos la fiesta de la leche. – dijo.
Me encantaba la idea. No sabía todavía en que estaba pensando. Tal vez comerse mi semen en una torta, que se yo. Pero sonaba lindo.
Y cuando estaba por desenchufarme nuevamente del mundo, la sentí hablar una vez más.
-Para la del culo, tengo también una bombacha especial. – dijo. Y se durmió.
Al oírla, la pija me latió dos veces, incluso muerta. Y me dormí yo también.
Continuará…