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Antes del café (Capítulo 14): Problemas de prostitutas
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Versión de Braulio:

Lizbeth tenía que ir a su universidad. La vergüenza que pasamos en la casa de sus padres la dejó sin un techo bajo el cual dormir y yo le ofrecí vivir en mi departamento y, por ende, dormir conmigo. Ella no se mostraba apenada, sino motivada a independizarse, aunque su manutención corría en parte por mi cuenta.

Ese mismo día que despidieron de su trabajo a Azucena e Ingrid era cumpleaños de Leilany, a quien invité a mi apartamento una vez que Lizbeth se retiró. Mi objetivo era cumplirle una de sus tantas fantasías sexuales para felicitarla.

La jovencita de 23 años recién cumplidos ingresó a mi departamento a las 4 de la tarde. Yo me encontraba tras la puerta y en una maniobra rápida, la pesqué de su boca con un pañuelo y arrimé fuertemente mi pelvis a su trasero. Inmediatamente, amarré los extremos del pañuelo y sujeté sus brazos con violencia. Procedí a darle unos finos besos en el cuello para tranquilizarla, mientras ella me hechizaba con su mirada de pánico y sus anulados gemidos que me hacían sentir su amo, al mismo tiempo que restregaba su culo en mi ingle.

La senté y amarré sus manos y pies a la silla con una soga, no sin antes despojarla de su suéter azul con rayas blancas y su jersey floral. Lucía como una inocente ovejita solo con su falda plisada y su brasier de copa suave color blanco.

De frente a sus ojos, me quité el cinturón, azotando el cuero levemente con sus mejillas en el proceso. En secuencia, rodeé su cuello con el cinturón para acercar su boca a la cremallera de mi pantalón, retiré el pañuelo de su boca y ella bajó el cierre sutilmente con sus dientes, arrastrando luego su lengua por el bulto que formaba por dentro mi pene.

Mi pantalón cayó y por la abertura de mi bóxer se asomó mi glande. Al alcance de mi mano izquierda se encontraba el interruptor de la luz y la encendí para disfrutar a todo color el impactante francés que me practicó Leilany. Su lengua cargó mi pija y la recorrió de atrás hacia adelante repetidamente hasta que la puso firme. Enseguida, mordió el resorte de mi bóxer para hacerlo descender y desenfundar completamente mi sable. Continuó jugueteando con su lengua, rodeando con la punta el borde de mi glande, causándome bastante excitación y sensación de corrientes eléctricas veloces por todo mi cuerpo partiendo de mi pene. Todo el tiempo, su mirada coqueta apuntaba hacia la mía, elevando más la temperatura en mi interior.

A continuación, ella metió mi verga en su boca y con el extremo del cinturón yo moderaba la velocidad y profundidad a la que le llegaba, ahorcándola no muy fuerte. Comencé despacio, tratando de que poco a poco entrara completa y sintiendo el abismo en su garganta. Ella sentía ahogarse, así que cesé de introducirla hondo. Con sus labios, ella siguió frotando la base de mi bálano, provocando que yo no pudiera evitar hacer una colita de caballo con su pelo y jalarlo para colaborar con esa fenomenal mamada.

Leilany era incansable e insaciable. No se detuvo y no pidió que parara hasta que me corrí exquisitamente en su boca. De inmediato, quité el cinturón de su cuello, el cual le quedó muy marcado. Después de tragarse mi semen y lamer el remanente de sus labios y su barbilla, Leilany me insinuó por medio de sensuales sollozos.

-Por favor, no sea tan rudo conmigo. Gritaré mucho si usted me coge a la fuerza.

Alguna vez ya había follado sádicamente en mi vida, pero la fantasía de Leilany era simular una violación y al parecer yo no lo estaba haciendo bien. Sin embargo, ella deseaba que le mostrara mi creatividad y aún siendo un inexperto, lo intenté.

Zafé las ataduras de los pies de Leilany, pero no las de las manos y la llevé pegada a mí hacia la habitación. La desnudé agresivamente y la acosté en la cama boca abajo. Estrené una fusta que compré para la ocasión y rocé con ella su piel, pasándola por su columna vertebral, por sus glúteos y la línea en medio de ellos, por detrás de sus muslos y sus piernas hasta jugar con la planta de sus pies. Sus gemidos eran bajos en volumen, pero luego de darle un azote en las nalgas, su grito similar a uno de angustia me obligó a repetir el procedimiento tres veces más.

Posteriormente, acerqué mi miembro a su cola y lo froté en medio de sus pompas mientras acariciaba su espalda con el vértice del látigo. Ella, maniatada, formó una V con los dedos de una de sus manos para que mi glande pasara entre ellos y yo sintiera muy rico.

Sin tardar mucho, sujeté su cabello con fuerza, hice hacia atrás mi cuerpo y enterré mi pito en su coño. Reiteradamente, sacaba toda mi pija de forma lenta y luego la dejaba ir rápido y duro. En cada empujón, ella pegaba gritos candentes y yo le soltaba nalgadas despiadadas al mismo tiempo. Después, duré un largo rato follándola fuerte y aceleradamente, jalando con una mano su cabello y con la otra golpeando sus glúteos.

Ella jadeaba con mucho esfuerzo. Me detuve y di el siguiente paso: La empiné e inserté en su vagina un grueso y larguísimo vibrador encendido. Después me hinqué detrás de ella y penetré su ano, poniendo mi pie derecho sobre su nuca. Leilany disfrutaba el momento, pero luego sacudió la cabeza y entendí que eso no le gustó del todo. Por lo tanto, seguí rompiéndole el culo y puse mis manos sobre sus hombros a manera de sometimiento. Su excitación ascendió al punto de experimentar un orgasmo tras otro. Tanto era su deleite que pronunció unas palabras que llamaron mi atención.

– ¡Ay, qué rico, papi! ¡Sigue, sigue, sigue! ¡Soy tu puta!

Curiosamente, esa frase invocó mi eyaculación en su ano, pero la obedecí y continué cogiéndola.

No me importaba que sus constantes gritos pudieran ser escuchados dentro y fuera del edificio, para mí era un grandísimo placer cumplir su fantasía. Siendo las 8 de la noche, ella pidió que me detuviera, la desaté y descansamos un rato acostados y acariciándonos el uno al otro. Ella comenzó la conversación post-sexo.

-Estuviste asombroso. Aunque te faltó estrangularme, pero eso lo dejamos para la próxima vez.

– ¿Por qué te gusta el masoquismo en extremo? -cuestioné.

-Simplemente es una parafilia -respondió-. ¿Te agradó ser mi verdugo?

-Por supuesto que sí -contesté-, aunque me sacó de onda que me dijeras que eres mi puta.

-Pero no puedes negar que eso te hizo venir -comentó.

-Tienes razón, pero me dio curiosidad saber porqué lo hiciste -expresé.

-Te resumiré la historia, porque aún no me siento lista para contarla toda -empezó a narrar-. Yo fui prostituta. Mi ninfomanía me llevó a ello y defiendo la prostitución. Las prostitutas son valientes y se enriquecen con algo que muchas mujeres hacen gratuitamente. Una mujer común folla casualmente con un hombre con la misma frialdad que una ramera, ya sea por curiosidad, calentura, pasatiempo, infidelidad, por presumir o simplemente, por no sentirse sola. La diferencia es que una mujer común no consigue beneficios económicos y si los obtiene es una puta, aunque no se da cuenta. Además, juegan intencionalmente o no con los sentimientos de los hombres.

-Ingrid opina lo mismo que tú -mencioné-. ¿Y por qué dejaste de serlo?

-Porque para una principiante como yo, resultó ser un mundo de conflictos que ineludiblemente magullaron mis emociones -relató-: Los más comunes son fraudes, violencia excesiva, que se nieguen a pagar, que humillen, que juzguen y que esclavicen. No por ser putas significa que solo sirven para coger. A veces es por diversión, curiosidad o ambición, pero en otras representa la colegiatura de una universitaria, el sustento de un hogar, la formación de los hijos, el camino hacia la emancipación, la persecución de un sueño, las medicinas de un familiar enfermo, la pensión a un ex marido, etcétera.

Aquella noche amé haber conocido más de Leilany y su forma de pensar las cosas. Seriamente, no pude negar sentir un gran afecto por ella.

La siguiente semana, mi padre me visitó, enterado de que fui despedido por un acto deshonroso. Me alzó la voz y me pidió que hallara la forma de comunicarse con Azucena, pues estaba preocupado por ella y también por su despido.

Versión de Azucena:

La noticia de nuestro despido tuvo un doble efecto en mí. Por un lado, la tristeza de dejar de pertenecer a un corporativo para el que trabajé por más de 5 años, el qué pensarán mis padres y el esfuerzo por tener que encontrar otro trabajo que me ofrezca un sueldo de la misma talla. Aunque, por otro lado, experimenté una sensación de libertad. Ingrid no resultaba afectada, pues tenía acciones en Puerto Vallarta que le concedían buenas sumas de dinero.

A su vez, obtuvimos excelentes ganancias al vender nuestros besos y ofrecernos para fotos en diferentes puntos de la capital francesa, lo cual nos permitió ahorrar suficiente dinero para comprar al menos un teléfono celular y para salir de París. ¿A dónde? Lo más inteligente hubiera sido volver a casa, pero estimando precios y sin la preocupación de regresar a México para trabajar, nos alcanzaba para un viaje más. Yo quería ir a Londres e Ingrid a Ibiza, pero debido a nuestras diferencias, mi amiga compró boletos para Berlín.

El enojo se nos quitó cuando aterrizamos en la mañana del 11 de enero en la capital germana. Ingrid y yo nos reconciliamos y luego de encontrar hospedaje, solo quisimos disfrutar de los lugares turísticos juntas. No obstante, se vino la noche y como lobas en celo se nos antojó probar una verga alemana.

El lugar ideal para pasar la noche fue en una típica taberna. Ingrid y yo nos vimos tentadas por los tarros de cerveza y cual si fuéramos hombres les dimos competencia a los presentes. El resultado fue una borrachera leve, un ligue doble de señores, hotel gratis y sexo extremadamente sádico hasta destrozarnos los coños.

Al día siguiente, Ingrid y yo amanecimos en la misma cama solas, adoloridas, pero muy contentas. Nuestros verdugos se retiraron temprano debido a sus labores cotidianas, pero fue grato su obsequio: 500 euros. Sin duda, nos vieron la cara de rameras, aunque fuimos doblemente galardonadas.

Yo pensaba en viajar por fin a Londres con ese dinero y el remanente nos llevaría a casa. Sin embargo, Ingrid era más astuta y con su mente inversionista, propuso y decretó nuestro próximo destino y también nuestra próxima misión: trabajar un tiempo como escorts en Ibiza.

Tan pronto como pudimos, nos trasladamos al hotel donde habíamos dejado nuestro equipaje, lo recogimos, acudimos al aeropuerto, solicitamos el vuelo y luego de tres horas aterrizamos en la isla Balear, siendo la 1 de la tarde del 12 de enero.

Yo estaba nerviosa y dudaba un poco de la idea de Ingrid, ya que no conocía a la gente de esos rumbos y su educación. Sin embargo, mientras estábamos de compras en un sex shop, Ingrid me hizo entrar en confianza y me convenció con su frase de siempre.

-Putas ya somos, querida. Pero ahora le vamos a sacar provecho. Ya sabes lo que pienso, ¿por qué no lucrar con algo que todas hacen gratis? Nos haremos de muchos euros, nos daremos una vuelta por Londres y regresaremos a México siendo ricas.

La página web que aquella vez utilizamos para promocionarnos en Puerto Vallarta también operaba en España, así que, luego de una sesión de fotos con sexy lencería en la recámara del céntrico hotel que alquilamos, creamos nuestra publicidad. Basadas en los precios que manejaban algunas escorts de la zona, decidimos cobrar individualmente 100 euros por hora y 350 la noche, en caso de querer contratarnos a las dos, la hora costaría 150 y la noche 500.

Antes de continuar el día, llamé a Erick y a Braulio con el fin de informarles que Ingrid y yo conseguimos dinero y seguiríamos de vacaciones, para que no se preocuparan.

Sorprendentemente, el teléfono no sonó en toda la tarde. Pensábamos que nuestros precios eran muy caros o que la competencia era demasiada, pues había muchas sexoservidoras locales y extranjeras. Ingrid intentó hacer múltiples anuncios y fue hasta la noche que recibimos la primera llamada.

Se dice que echando a perder se aprende y esto fue lo que nos aconteció aquella primera noche de putería. El individuo al otro lado de la línea telefónica me contrató solo a mí para pasar la noche en nuestra habitación.

Primer problema: El cliente (A) llegó en cuestión de minutos y le expliqué que Ingrid permanecería en la habitación por si él deseaba pagar el costo extra por las dos, pero, por una desconocida razón, él no aceptó y prefirió que ella no estuviera con nosotros. Pensé que temía que lo estafáramos, que no le agradaban las morenas o en realidad solo quería estar conmigo. Yo quise negarme a que Ingrid se retirara, pero ella aceptó la condición y luego de que se fuera, le ofrecí a mi cliente el oral que me pidió y cogimos con preservativo. El tipo no duró ni una hora en la cama y me pidió cambio de tarifa porque deseaba volver a casa, entonces solo le cobré 100 euros y se fue.

De inmediato, Ingrid regresó al cuarto, mostrando molestia por la actitud del sujeto, pero me explicó que ella no podía mostrarse autoritaria ni grosera con los clientes, pues ellos podrían reportarnos en la página, evidenciarnos por mal servicio, o mentir diciendo que el anuncio es falso. También me contó que mientras yo atendía al cliente ella estuvo fuera del hotel, fumando y buscando en internet dónde dormir, pensando que el servicio duraría toda la noche. Enseguida sonó el teléfono.

-Hola guapo, ¿con quién deseas hablar? -contestó Ingrid la llamada y enseguida me dio el celular.

Se trataba de otro cliente (B) pidiendo la noche solo conmigo en un hotel cerca de la playa y acepté. Esto enfadó más a mi amiga por sentir que no atraía ni a ibicencos ni a turistas.

Ingrid quería conservar el celular por si llamaba otro hombre, pero yo lo necesitaba para estar en comunicación con mi cliente por si no daba con su ubicación o por si cancelaba y para solicitar transporte de ida y vuelta. La discusión terminó al quedarme con el teléfono y le prometí que al siguiente día compraría uno nuevo.

Segundo problema: Desgraciadamente, en camino a mi destino en un taxi, mi cliente llamó para cancelar y tuve que pedirle al conductor que volviera.

Había ignorado las llamadas anteriores, pero luego de la cancelación, atendí una llamada y acepté la invitación del nuevo cliente (C), quien pidió solo por mí. Le solicité al chofer retomar la ruta hacia la playa y eso causó una elevación en la tarifa del viaje.

Por fortuna, en la mañana siguiente recuperé el dinero gastado en transporte, después de una noche prendida con alcohol y delicioso sexo anal con mi cliente, quien era un empresario de elegante porte. Sin embargo, a pesar de que me pagó con propina, no fue suficiente plata para comprar un buen celular.

Volví al hotel, le conté mi noche a Ingrid y entendió la situación. Tercer problema: Mi amiga amaneció con la llegada de la regla, lo cual significaba que en uno o dos días más yo también comenzaría con mi menstruación, por lo que debía conseguir suficiente dinero lo antes posible. Curiosamente y como si se tratara de una broma, las siguientes llamadas solicitaban a Ingrid y tuve que comentar que se encontraba ocupada.

Alrededor de las 2 de la tarde recibiría a un nuevo cliente (D), quien solicitó dos horas conmigo por 150 euros. Cuarto problema: Llegada la hora, abrí la puerta y frente a mí estaba el recepcionista, quien ya se había vuelto nuestro amigo y me informó que le impidió el ingreso a una persona que venía a visitarme porque no contaba con identificación y además confesó ser menor de edad. Me vi en la necesidad de bloquear el número del chico, luego de que insistiera llamando a cada rato.

Posteriormente, concreté una cita con un cliente (E) en su casa y echamos un polvo que resultó aburrido porque su pizarrín era diminuto. Quinto problema: Además de no satisfacerme, el muchacho no tenía el dinero que costó hacerlo por hora y media y tuve que hacerle un descuento.

Regresé al hotel, cansada, insatisfecha, pero con 110 euros más. Lamentablemente, mi periodo se adelantó. Los próximos cuatro días tendríamos que ahorrar demasiado, pues con los gastos de hospedaje y alimentos, podríamos estar en ceros.

En la noche recibí una llamada con lada de Jalisco, contesté y me espanté al oír la voz de mi padre.

CONTINUARÁ…

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