Dejaron de transpirarme las manos cuando leí el primer mensaje:
“Vení al bar del octavo piso”
Volví a respirar con las palabras del siguiente, que fueron:
“No aguanto ni que me apoye la mano en los muslos”
Y se me paró la pija al tercero:
“Esperame en la segunda puerta del baño de hombres, que necesito tu leche en la boca”, decía.
Imaginen la torpeza con la que me vestí. La rapidez producto de la ansiedad y la alegría, más la chota parada, más algunos cuantos litros de alcohol que tenía en la sangre: me choqué todo lo que tenía al paso. Pero salí.
Al ratito ya estaba en el box indicado, del baño indicado, del bar indicado. Chequeé en mi memoria también que sea el piso indicado y cuándo estaba dudando si había apretado el 8 o el 6 en el tablero del ascensor, apareció Julia.
Al verme se tiró a mi cuello y me comió la boca. Otra vez nuestras lenguas elevaron aún más la temperatura.
– No para de pedirme perdón. Como si se hubiese tropezado sin querer en el culo de otra piba. – me dijo aprovechando para respirar. Mi prima me confundía un poco con sus gestos. Por momentos parecía que iría a llorar, pero por otro lado no paraba de besarme y manotearme la verga – Sacatela. Sacate la pija y métemela en la boca, Ro.
Ni lo dudé. Ya con más calma, me desabroché el pantalón y me lo bajé hasta los tobillos. Julia se arrodilló y continuó buscando mi desnudez ella misma. Como si hubiese estado abstinente por años, me sacó la pija del bóxer con la mano y como si estuviese muerta de hambre, se la puso en la boca. Creí que iba a explotar al sentir la humedad de la saliva calentita que usaba de lubricante.
– Está más grande que la otra vez. – Me dijo mientras hacía circulitos con la lengua sobre mi glande, como si quisiese penetrarme la uretra. – ¡Y más rica! – acotó después.
Y comenzó a meterla y sacarla, a penas mis manos la tomaron de la cabeza. Me la chupaba con tanto morbo que mis piernas temblaban. Disfrutaba hasta los sonidos que salían de su boca. A veces gemidos y otros productos del ahogo que le producía llevársela hasta el fondo de la garganta.
– Alta petera resultó ser tu primita – me decía mirándome a los ojos, con cara de traviesa y tonada a piba de barrio. – ¿Te gusta, primo? ¿Te gusta como tira la goma tu prima “la petera”?
Me volvía loco. Era un sueño hecho realidad. Mi pija estaba entre los labios de mi prima. Y cuando los apretaba, me lengüeteaba la punta. Mi mejor amiga, mi confidente de toda la vida me estaba chupando la verga en el baño de un bar. Un sueño es poco. ¡Mi prima me estaba peteando como una trolita bien entrenada!
Y era en verdad una experta. No dejaba de mamármela ni un segundo. Ni siquiera para lubricarla. La escupía y la llenaba de baba, la succionaba, la besaba, la recorría entera con su lengua, pero nunca se la sacaba de la boca, hasta llevársela hasta el fondo y aprovechar, desde allí, a lamerme las bolas. Solo interrumpía para hablar.
– Hoy la pruebo entera, Rodrí. Hoy te siento el gusto a semen. Llename la boca de leche. – dijo casi ignorándome, como si sólo estuviesen ella y mi pene en el ambiente. – Dame leche. Tu prima quiere leche. – repitió varias veces y aunque se tentaba a tomarla con sus manos para pajearme, las volvía a poner sobre mis nalgas para continuar metiendo y sacándola de su boca sólo con la ayuda de sus labios.
“Mi prima se viste de puta” pensaba. Así habría titulado esta historia si lo decidía en aquel baño.
La tomé de las mejillas y prácticamente me la cogí por la boca. Ese rostro familiar, con el maquillaje un poco corrido, mirándome como buscando piedad. Eso me estaba cogiendo. Era hermoso. El sabor del pecado del resto del mundo me llenaba el alma de placer. Julia se quedó quieta, obedeciendo a mis movimientos. Se la clavaba bien profundo y se la sacaba chorreando saliva. Cuando quedaba afuera de su boca mi prima aprovechaba para lamerme nuevamente los testículos. Y pedirme leche.
– Poneme el pito en la boca, malo – solía decirme, simulando estar enojada. O encaprichada por la chota. Me estaba devorando del éxtasis. – Dame la leche.
Y entonces supe que el viaje había finalmente comenzado. Un viaje en un crucero, es cierto. Pero, en realidad, era mucho más que eso. Era un viaje hacia lo prohibido, lo inmoral.
Comencé a pajearme, cumpliendo sus palabras como si fuesen órdenes. Quería tardar más. Disfrutar más. Sentirla más. Pero sopapeándole la lengua con la cabeza del pene, aguantar era cada vez más difícil. Y con la imagen, ni les cuento. Mi prima cerró los ojos y como si estuviese probando un manjar, recibió los primeros chorros de leche. Es verdad que los primeros ya los tenía en la bombacha, por lo que estos eran más espesos. Más concentrados. Bien puro. Y así los deseaba ella. Si quería sentirle el gusto, esos lechazos eran los indicados.
Cuando su boca quedó llena de esa crema blanca que había salido de mis pelotas, se puso de pie. La miré con atención, todavía excitado, para no perderme el momento de la deglución. Tal vez sea una perversión personal pero, aún con las bolas sin leche, me gustaba ver los gestos de una mujer al tragarse una corrida. Y ella era mi prima. De todas las mujeres, era la más deseada. De todas las perversiones, ella era la mejor. Pero me dejó pagando.
La contuvo en la boca y me tomó de las manos. La ayudé a abrir la puerta y los dos salimos del baño. Apenas lo hicimos, mi corazón comenzó a latir más fuerte. Ya sabía lo que se venía.
Con volumen casi ensordecedor, se escuchaba de fondo una de las cumbias más bellas de la república Argentina. La versión de Gilda, de la canción “Paisaje”.
Presos en una escena filmográfica, otra vez, atravesamos a la gente que bailaba en la pista y sentado en la barra, estaba Fabián. Vestido como la primera vez que lo había visto. Un short verde desteñido y la remera blanca, con mis dientes marcados.
“Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor”, se escuchaba cuando Julia lo besó, con mi leche en la boca. El pelotudo que no me invitó a su fiesta, con cara de ilusionado disfrutó del beso blanco como un completo idiota. Mi pene comenzó a crecer nuevamente, cuando pude ver mi semen entre sus lenguas. Reconozco que me asusté un poco al pensar que se daría cuenta. Pero en ese momento Fabián debía estar como loco, creyendo que ese beso había sido, en realidad, un paso hacia la reconciliación.
– Dejáme pensar en este viaje – le dijo – Cuando lleguemos a Buenos Aires vamos a poder hablar más tranquilos.
El boludo no dejaba de sonreír. A penas levanté la mano, reaccionó tirándose para atrás, como defendiéndose. Sin embargo no pude evitar darle un gesto de comprensión: la apoyé sobre su hombro y le di dos palmaditas.
Otra vez tomándome de la mano, mi prima me guio para que nos vayamos.
“Tú, aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo”, repetía ahora la canción. No se me ocurre que otra frase habría sido mejor para darle inició a algo tan familiar. Lo percibí como una señal divina de que lo nuestro tenía vía libre. Y Julia también.
– Ya sé, Rodri. – Me dijo cuando salimos y la música nos permitió hablar sin gritar. – Afuera del cuarto vamos a tener que decir que somos primos – continuó cuando el ascensor ya estaba disponible para bajar con nosotros. Al comenzar a sonreír pude sentir el olor a guasca que todavía le salía de la boca – Pero adentro soy tu putita.
Como si una sola señal no fuese suficiente, cada vez más lejano por nuestro caminar, Rodrigo Bueno nos decía: “Fue lo mejor del amor, lo que he vivido contigo…”
Cuándo la puerta se cerró y nos quedamos solos, Julia me besó. Casi instintivamente puse mis manos apretándole el culo sobre el vestido, el cual fui corriendo para manosearle la bombacha, primero desde atrás y luego sobre la parte de la concha. Mi prima estaba empapada. Y mi verga otra vez al palo.
– ¿Y quién quiere salir del cuarto? – preguntó, al mismo tiempo que una campanilla nos avisaba que ya estábamos en nuestro piso.
No necesitaba respuesta.
A penas entramos a la habitación, Julia se trepó encima de mí y con la espalda cerramos la puerta. Sus piernas rodeándome la cintura no fueron obstáculo alguno para bajarme el pantalón y el bóxer, todo de una vez. Sentir su lengua recorrerme el cuello, era otro motivo más para perder el aliento. Mi prima se corrió la tanga a un costado y sin más esfuerzo la penetré.
– Ahhh. – dijimos al unísono, cuando mi pija le llegó al fondo de la concha, por primera vez.
El viaje que habíamos planeado finalmente comenzaba.
“Como dejarte si te llevo conmigo”, imaginé escuchar varias veces, en cada paso que dábamos sin dejar de estar unidos por nuestros sexos hacia la cama.
Cuando la solté, rebotó sobre el colchón al menos dos veces. El golpeteo me había dejado ver la bombachita bajo el vestido por un instante y más loco me volvió. Sin poder pensar en nada más, la tomé por los costados y disfrutando de la morbosidad de la situación completa, le bajé la tanga lentamente hasta dejarle la concha libre, toda entera para mi vista. La concha de mi prima, era toda para mí.
Metí mi cabeza entre sus piernas y me dediqué un instante a olerla bien. Los flujos parecían hipnotizarme.
– Dale, Rodri. Metele lengua a la concha de tu prima. – me apuró, simulando una inocencia que ambos sabíamos que no tenía. – Chupame la concha, que me muero.
Y así lo hice. Primero con la punta y luego con la lengua entera. Al primer lengüetazo nomas la pija me empezó a latir. La suavidad de su piel, erizaba la mía. Una y otra vez le recorrí toda la vagina a mi prima. Era un manjar. No sabía, en ese momento, cómo podría dejar de chupársela alguna vez. Deseaba poder vivir lamiéndola. Sus labios, su clítoris, el agujero, eran los nuevos dueños absolutos de mi boca. El sabor de sus fluidos, casi amargos, casi dulces, casi salados, penetraban mi mente hasta dejarme soñando, despierto.
– Ahhh. Ahhhh. Ahhhhh. – le escuchaba decir.
Puse mis dedos sobre su clítoris y como si mi lengua fuese la punta de la verga, comencé a metérsela y sacársela. Penetrarla de esa forma nos enloquecía a ambos.
– Ahhhhh.
Luego invertí los papeles. Mi lengua se dirigió hacia el clítoris y mis dedos hacia su interior. Mi prima volvió a gritar, esta vez más fuerte y sobre mi boca acabó. En ese momento mezclé en mi paladar su acabada con la mía, ya seca sobre la piel y sin siquiera tocarme la pija, creí que iría a eyacular. Me tragué todo lo que pude. Todos los líquidos que encontré en cada rincón de su conchita, fueron a parar a mi garganta. Y aunque cada vez quedaba menos, no podía dejar de comer.
Julia puso una mano en mi frente, para que la mirara a la cara. Una vez más, le obedecí. Su rostro era de satisfacción absoluta. A aquella mirada mitad picara y mitad inocente, se le sumaban unas gotas de agradecimiento.
– Veni a cogerte a tu putita ahora. – me indicó un segundó más tarde, y asi lo hice.
Todavía con el vestido puesto, acomodé sus piernas. Las abrí un poco más para apoyar la pija en la entrada de su concha y volví a metérsela hasta el fondo. Me tomé unos segundos para clavar ese momento en mi memoria, para siempre. El roce apenas perceptible de mi verga en su conchita depilada era de esas cosas que uno debe tener siempre guardado, como un tesoro.
Hasta que ya no pude más. El mete y saca se volvió más rudo, plenamente salvaje. Y con sus uñas recorriendo mi espalda, acabé dentro de ella. El mejor orgasmo de toda mi vida me lo había dado la puta de mi prima. Se sintió tan fuerte que los anteriores orgasmos, ni siquiera parecían orgasmos. Este fue totalmente diferente. Cien, Mil, Millones de veces más fuerte. Y era sólo el primero.
Todavía sin ser del todo consciente de lo que había ocurrido, volví a empujarle el pito más adentro. Como para que reciba hasta la última gota de mi semen.
La besé en la boca nuevamente, agradecido por ella. No simplemente A ella. Agradecido, a la vida, POR ella.
Mi verga salió de su concha cuando comenzó a achicarse. Todavía nos costaba a ambos respirar normalmente. Y entonces caí:
¡Me había cogido a mi prima! Habíamos pasado de ser almas gemelas, a ser amantes. De jugar a la mancha, a mancharle la bombacha. De jugar a las escondidas, a coger sin que nos viesen. De jugar a tomar el té, a tomar la leche.
Volví a besarla, todavía más agradecido que antes y ella hizo lo mismo. Estaba a punto de dormirme cuando July salió de mis brazos y me dijo que se iba a bañar. Reaccioné tirándola del brazo, para que su cuerpo chocase con el mío, apenas se puso de pie. Esta vez ella quedó encima de mí.
Le puse una mano en la cola desnuda y con mis dedos esquivé las nalgas, para apoyarle uno en la entrada de su ano.
– Las putas de verdad, se dejan romper el culo – le dije, tanteando su mirada.
– Mmmmm. No, Rodri. El culo no. – respondió.
Era entendible. Pero esa parte de los hombres, que algunos llaman codicia, había logrado mil veces cambiar el mundo. No podía no intentarlo.
Presione el dedo, haciéndole circulitos. Tal vez por la transpiración, pero noté que estaba húmedo. Mi prima hizo un gesto de placer y me animé a empujarlo un poco más. Hice presión lentamente y logré introducírselo un poco. Como el gesto ahora fue de dolor, me detuve.
– Las putas de verdad, se dejan romper el culo – le repetí.
– Mmmmm. Rodro. Pará, pará. Que me duele – dijo con los ojos cerrados – No se…
Era todo lo que necesitaba. Si de los dedos a la pija hay tres minutos de distancia, de un “no sé” a un “si, por favor”, hay solamente cuatro.
Continuará…