Desde un principio seré sincera, ya que no es de mi naturaleza la alternativa a lo primero. Tormentosos son mis momentos de soledad, actuales, de hecho; y más allá de haber contactado a tanta gente bella, desde todo punto de vista, en sitios de Encuentros y Contactos Amorosos, así también como en la gran mayoría de canales de “chat” que pululan por doquier, he mentido a todo el mundo. Digo “mentido” no en relación al “qué” sino, más precisamente, al “cómo” y “cuándo”. El “porqué” es la sombra que me acosa desde niña; mas, esto es otra cosa, y me lo guardo…
Ocho son las elipsis de nuestro planeta alrededor de ese Sol que, de manera imaginaria, y de la mano de mi compañero de trabajo (del cual estaba enamorada), pude ver tan de cerca, cuyo resplandor se fundía con el placer más intenso que una mujer puede sentir en cada pulgada de su cuerpo, y que arrastra su libido hacia una agonía tan bella donde el sentido de las cosas más simples pierden su relatividad.
Damián, un compañero de oficina, y del cual hace ya cinco oscuros y eternos años no tengo rastro alguno de su lugar en este Mundo, y ni siquiera en mi corazón, tristemente lo digo, fue quien me definió como persona, mujer y alma, tres aristas fundamentales en mi vida, particularmente. Una relación tan pura como “amigos”; y me detengo a subrayar este punto en cuestión por tratarse de una amistad sin condicionamientos de género desde un principio. Damián fue el hombre que, y es el hombre que hace que (y ya adentrándonos en el terreno de la carne) te definas por completo no sólo por lo que te decides ser, sino también para lo que viniste a este Mundo, sin ir más lejos, tu identidad de género.
Los dos aspectos anteriormente expuestos se combinan, complementan y potencian mutuamente de una manera increíble, hecho por el cual, y citando una frase de una persona que una vez tuve el agrado de conocer, “las personas llegan a tu vida para dejarte una enseñanza”. Creo que mi alma es mucho más pura, diáfana, cristalina, gracias a Damián, mi, por entonces, verdadero gran amor…
Casi una década, pasada ya, sin sentir las manos de un hombre rozar mi piel, acariciar mis cabellos; sin besarme. Sin sentirme deseada ni amada… Los últimos años han sido de dos caras, por “dibujarlos” de alguna manera, manera algo simple y vulgar, más honesta. Si bien la necesidad de “mover las mariposas” de mi estómago siempre estuvo, está y estará recorriendo cada célula de mi piel, me he visto en la necesidad, todo este tiempo de ayuno de amor, de “amarme” en solitario y proyectando mentalmente mis estímulos eróticos en personas, amantes, “almas gemelas”, todas, imaginarias. El onanismo es una práctica que nos ayuda a mantener viva esa llama que la Naturaleza nos “empuja”, indeclinablemente, a hacer, llama que en mi caso personal, ya está en total descontrol, sin poder encuadrarla dentro del paradigma moral, lejos de las aberraciones y perversiones, siendo éste último, el peor estadio del asunto.
–“¡Ya no puedo evitarlo ni controlarlo!”, me dije hace unos meses. “¡Necesito sentirme la mujer o, rectificándome, una mujer…!
La insensatez me condujo a algo que nunca imaginé posible de mi parte. En muchos entornos sociales, virtuales, obviamente, esta pulsión de sexo me envolvió por completo y publiqué en diversos medios mis ansias por conocer a una persona, sea cual fuere, y detallando todos mis anhelos, acotada mi historia de vida, mis preferencias, incluso mis “formas en que me cuerpo canaliza la energía que me embriaga cuando me enriendo sensualmente en las sábanas”. Fuera de sí, creo yo, fue mi accionar…
No voy a mentir, cerca de tres mil candidatos desbordaron mi casilla de correo con fotos, detalles de “qué me harían” (la mayoría de las propuestas muy pasadas de tono, vulgares, muy “hardcore”, como lo llaman los adictos al contacto rudo y sucio, en mi opinión) Me desanimé. Me deprimí. No, esto, no lo quiero… Creo que bajaré la persiana y que los cuarenta me lleven a la castidad hasta el fin de mis días… No quiero esto…
–“¿Hola? ¿Estás?”, es el mensaje que una noche me sorprende dentro del “chat” de mi sitio de correspondencia electrónica.
–“Sí, hola… ¿Te conozco?”
–“No creo, pero leí, por accidente, aunque no tanto así, tu aviso y, realmente, me interesó mucho; mas, no quise molestarte. Estimé que nunca me contestarías…”
–“Sí, la verdad es que me dolió la contestación de muchos de los interesados, más allá de que este tipo de avisos no me agrada para nada, razón por la cual desistí de seguir “correteando” por estos medios…
–“Sí, me imaginé…”
Ese “imaginé” me hizo bien. Sentí que alguien me comprendía. Y… me animé a seguir la charla con Alejandro, el chico en cuestión…
Nos contamos todo. De todo, las charlas, se trataban y comenzamos a construir una amistad basada en lo puro, lo ameno; las cosas sencillas, las cuales se habían desconectado desde hace tiempo… Y, sentí nuevamente ese “eso” que sentía por Damián, hecho que, al mismo tiempo me hacía daño; y si lo manifestaba a Alejandro, sería muy cruel de mi parte…
Luego de dos meses de conocernos, Alejandro me propone citarnos, a lo que respondí de forma negativa.
–“Ale', no quiero saber nada con ningún vínculo emocional con nadie por el momento. Perdóname…”
–“Te entiendo, Marcia… No quise presionarte…”
–“Pero…”, agrego, “…lo del aviso publicado sigue en pie.” (En un momento sentí que yo era la que lo presionaba a él…)
–“¡Me encantaría! Pero, como vos decís, sin compromisos…”
–“Sin ningún tipo de compromisos…”
–“Está bien…”
Cierro mi notebook y empecé a temblar como una condenada. ¡No podía creer el punto al que había llegado! Pero esto era otra cosa… Nunca se me había ocurrido la idea de satisfacer mis “mariposas” sin ataduras ni emociones enredadas… Y dejé de tiritar de los nervios aunque, ahora mi cuerpo se envolvió en un aura erótica como jamás había experimentado antes. Estaba excitada al punto de largarme a llorar de la emoción y me ruboricé por completo.
Pasaron los días, las pláticas mucho más íntimas con Alejandro se tornaron más descriptivas y “calientes”, como muchos las llaman (por mi parte, nunca me gusta lo “calentón”, más bien mis inquietudes son algo más “eróticas”, “románticas”, “softcore”, citando, nuevamente, las nuevas terminologías).
…y llegó el gran día… Acordamos que el encuentro sería en el local del negocio de mi padre, el cual cuenta con un pequeño departamento al fondo del mismo, lugar donde ultimaríamos lo acordado.
Como narradora y autora de esta vivencia, detengo un momento la narrativa para describir un par de cuestiones que, hasta el momento, y como buen entretejido, merecen un lugar para “pintar el paisaje que sigue…”
Alejandro es una persona que, si no se le pone los límites que impuse (algo que me costó bastante) hace que te enamores al instante… Decidimos reunirnos en el lugar sin intercambiar palabra alguna, en ningún momento… Sin saludos, comentarios, palabras soeces. Nada. Sólo nos apuntaríamos al placer de los cuerpos, nada más…
Ya eran las nueve de la noche y sentía que se me salía el corazón, a pesar de que nos veríamos a las dos de la mañana. De más está decir que me tomé un baño con esencias, depilé todo mi cuerpo a la manera que yo aprendí de chica, o sea, siguiendo del “mapa capilar” (ya sabrán que en cada área del cuerpo brota el vello en diferentes direcciones). Sin embargo, esta vez tenía pensado usar algo que nunca se me había pasado por la cabeza ponerme de atuendo, un babydoll morado ultra-transparente y medias de encaje blancas (aunque esto último siempre me pareció de mujerzuela…) Igual, quise probar algo nuevo, ya que siempre fui sencilla…
Estuve hasta la una de la mañana planchándome el cabello y maquillándome (la verdad, estaba bastante atractiva) Nunca me gustó hablar bien de mí, de ahí mi “bajo perfil”. En fin, estaba casi lista…
El local comercial, que se encuentra delante de “la pieza”, cuenta con todo tipo de luces tipo dicroicas y tubos fluorescentes. En la hora que restaba (y habiéndome anticipado durante el día a comprarlas) llené el lugar de velas rojas, que marcaban un camino claro pero tenue, muy tenue, hasta la habitación “de mi sueño”…
La cama ya estaba lista. Sábanas limpias y perfumadas. Varios sahumerios que ya estaban consumiéndose y que, todo el tiempo iba restaurándolos. La quietud del momento se quebró, de repente, al estruendoso, para mí, sonido del timbre de entrada… Supe en ese instante que toda esta narración llegaría a consumarse y temerosa, me senté en la cama, pensativa. Comencé a temblar ahora sí, de miedo… Dudas, inseguridad; y luego pánico se apoderó de mí…
Nuevamente, timbre del portero… Me reincorporé, respiré profundamente, cerré mis ojos por un momento y me dije, “Marcia, Marcia Daniela soy yo. Alejandro te está esperando…”
Durante todo el trayecto por el camino de velas hacia la puerta de entrada, sentí el miedo más grande que una persona puede experimentar en su vida… Por momentos mi cuerpo de enajenaba de mis sentidos. “Tengo miedo…”, me dije…
Abrí la puerta y, ahí estaba él… No lo miré mucho. Lo tomé de la mano y lo hice pasar. Cerré la puerta, tomé su mano nuevamente y lo conduje por el sendero de cera ardiente hasta el lugar de nuestro lecho…
Como ya habíamos acordado, ninguno de los dos musitó palabra alguna. No hubo contacto físico por unos instantes, excepto el de mi mano guiándolo hacia el lugar, la cual solté inmediatamente. Lo único que nos conectaba eran nuestras miradas… Penumbra, silencio… Nuestras respiraciones, algo aceleradas y ásperas era el único elemento que deleitaba nuestros oídos. Digo “deleitaba” porque no era el entrar y salir de aire del pulmón que respira, más bien, el de un crisol de emociones, excitación, miedo, ansiedad y temor… Alejandro no podía sacar su mirada de mis piernas (ya él, en contadas ocasiones, había halagado mis piernas: éstas eran mi foto de los avisos en las publicaciones…). Sentía sus ojos en mis muslos, justo en donde termina el encaje y la línea de patrón se corta dejando expuesto mis muslos desnudos, blancos y femeninos, recién depilados. Levantando la mirada, mis piernas iban aumentando en curvas y se perdían por debajo del babydoll; y lo tenue de la luz dejaba entrever mi monte de Venus, sin vello alguno, éste (mi pene y mis testículos, invisibles gracias a una pícara fullería que aprendí para esconderlos por completo); su rostro se perdía en mis pechos, pugnando con su impedida visión salvar la delgada tela de mi atuendo…. Llegó el momento de mirarnos a los ojos. Un momento inédito en mi vida…
Él llevaba puesta una camisa blanca a cuadros y pantalones jeans… Zapatos de cuero. Estaba muy bien mozo. De pronto, algo despertó en mí, me acerqué a unos escasos centímetros de su rostro, llevé mis brazos por encima de sus hombros y lo besé como si de mi primer noviecito se tratase. Ese novio, primero, que te da la bienvenida al mundo de las “mariposas” (las que lo han vivido, entenderán la analogía). Nos besábamos apasionadamente, de esa única manera donde se confunde el amor y la lujuria, la amistad y la fraternidad; lo físico y lo mental.
Nuestras lenguas se perdían en sendos cuerpos y nuestra respiración se elevó de tono, ritmo y volumen. Instintivamente, y, sinceramente sin darme cuenta, comencé a desabrocharle la camisa y ésta, al caer al piso, no pude evitar “comerme” sus pectorales y abdominales, estos bien definidos, mas no tanto. Me doy cuenta que él mismo se afloja el cinto de sus pantalones y, al darme cuenta de esto, ayudo a quitárselos. Mi cuerpo se llenaba de éxtasis cada segundo que corría. Comencé a sentir esa extraña sensación de cuando voy a vivir algo nuevo y excitante pero, a la vez, peligroso… Alejandro quedó sólo en slips y, aunque les parezca algo ordinario, noté que su pene en cualquier momento desgarraba la tela que lo retenía, la cual ayudé a quitarle y, en eso estaba cuando, al bajar la parte anterior del mismo, fui testigo de algo tan bello, sublime; único. ¡No podía creer lo que estaba viendo! Años, hacía ya, que no sentía, mi cuerpo, la sensación de estar a punto de estallar de placer. Siempre tuve en mente la imagen del pene perfecto y… el de Alejandro era mi sueño hecho realidad. Largo y grueso, blando pero firme, bien curvo y “para arriba”; una obra de Dios. Desafortunadamente nunca tuve el valor para el sexo oral, por lo que Alejandro se sintió algo, no sé si decir molesto pero, intuyo que era eso lo que esperaba él de mí.
Sólo con miradas nos dábamos las indicaciones. Le señalé que se acostara en la cama, de lado (la cama estaba contra la pared, por lo que él tuvo que acostarse primero) y cuando hice lo mismo para quedar en posición de “cucharas” (que es la pose que a mí me vuelve loca), comencé a llorar de la emoción.
Dado que ya habíamos platicado sobre no decirnos nada, ni para conocernos las voces, siquiera, comenzó a acariciar mi cuerpo, llevando su mano diestra a mi muslo derecho y acariciando la parte desnuda del mismo, mientras que, con suma sutileza, su mano izquierda se presentó por debajo de mi axila derecha para llegar a mi seno, el del corazón, comencé a volar de placer, a sentir las “mariposas” en mi plexo solar y a mi rostro llegaba el calor de la más intensa excitación, esa que se traduce en erotismo puro. Mis ojos se pusieron en blanco de tanta dicha, mi cadera se quebró de manera natural, mis pezones se tornaron de piedra y cuando mi ubre izquierda sintió las caricias de la mano de Alejandro, tronó en todo mi cuerpo el primer gran orgasmo hacinado de hace tantos años. Me sentí desfallecer. Era una fusión de felicidad, tristeza, llanto, alegría, lujuria y un sinfín de emociones, mucho para mi cuerpo, por entonces, tan fuera de estado, sentimentalmente hablando. Las oleadas de placer recorrían todo mi cuerpo, epicentro, mi plexo solar, y, nuevamente, comencé a llorar. Alejandro debe de haberse dado cuenta de mi hipersensibilidad, algo de lo que siempre le platiqué y creo que nunca llegó a creerme… hasta entonces…
Procuramos no decirnos nada, en absoluto, tal cual nos lo habíamos pautado. Su cuerpo pegado al mío, cual cóncavo y convexo; femenino y masculino. Coincidencia perfecta. Mi mente flotaba, enajenada de este Mundo… Mi cuerpo se recuperaba paulatinamente, aunque no lo suficiente… La abstinencia de tantos años sin la emoción de la sensualidad hacia para otro ser debió ser re-aprendida en pequeñas dosis.
Alejandro procuró mi bienestar todo el tiempo y esto, y aunque no lo quería, me enamoró. Giré mi cuello y comencé a besarlo como mi novio, mi amante. Mi esposo. Nuevamente resonaban nuestros alientos en la pobre acústica de la habitación y comenzamos a excitarnos de sobremanera. En eso estábamos cuando sentí que, y sólo con los besos, estaba encaminándome al cielo nuevamente; Alejandro comenzó a besarme con mucha pasión. Nuestras bocas iban de lado a lado. Inesperadamente, sus besuqueos se escurren entre mi nuca y mi oreja derechas, y comencé a gemir como una auténtica mujer:
–“¡Ay, Alejandro. Ay, Alejandro…!”
Mi amante desliza mi babydoll y se afana en besar y morder mi hombro derecho, bajando por el brazo, para luego dirigir su boca a mi seno. Giré un poco mi cuerpo hacia mi derecha para facilitarle la postura y así, y de la manera más tierna de la que hubiese podido esperar de un hombre, succiona mi pezón con un frenesí que me ocasionó el vértigo de placer más intenso de mi vida:
–“¡Ale'… Ale'… A-a-aaahhh…!”
Una catapulta de goce altamente erótico sobrevino a mi cuerpo mientras me retorcía por entre y sobre las sábanas, y cada ciclo de placer me llevaba a pegarme más a su cuerpo, tan varonil, y a la vez dulce, tierno; caballero…
Fue en ese momento que me di cuenta de que se me había mojado la cola completamente. Sorpresiva respuesta por parte de mi cuerpo pero, y en ese momento pensé, “¡Qué sabia es la Naturaleza…!”. Ni bien terminé de reflexionar sobre esta inesperada reacción fisiológica (algo que, de veras, me sorprendió, lo repito…) cuando advierto el contacto de Alejandro sobre mi muslo derecho, justo por encima del encaje, contra la desnudez de mi pierna. Y cuando digo Alejandro, me refiero a su parte más íntima, y por mi parte, anhelada, durísima, caliente. Mi hombre comenzó a besarme con una insistencia típica del macho que quiere preñar a su hembra. Clavó su boca en mi cuello y al hacerlo, sus besos hicieron que mi cabeza se gire a un costado, y percibo cómo su pene, sin que ninguno de los dos interviniera, se deslizara por mi cola, todo de manera natural. Su glande púrpura y radiante se sentía caliente, duro como el acero, y mi mente, nuevamente, se enajena de mi cuerpo cuando éste, instintivamente, quiebra el ángulo de mi cadera una vez más, preparándose así para el coito. Alejandro, también dominado por sus hormonas, impele su falo contra mi pimpollo rosado y… es en ese momento que vuelvo en sí y lo detengo al instante…:
–“¡No, Ale', esperá! Estoy cerrada, amor…” (…me di cuenta de mi error por hablarle…)
–“¿Y cómo hacemos? No traje nada para estas cosas…”
–“No, no hace falta. De la misma excitación, la cola se me moja sola pero, yo te voy diciendo cómo quiero que lo hagas…”
–“Bueno, mi amor…”
De más está decir que ese “amor” terminó de definir mis sentimientos para con él; mas, no le insinué nada al respecto…
–“Ale', empujá un chiquito, un poquito más para arriba. A ver…”, y llevé mi mano hacia mi cola para ayudarle a dirigir su pene hasta el lugar exacto. Es redundante manifestar mi lapsus al asirme de su miembro, con lo cual casi desfallezco al sentirlo tan ancho y duro. Y las palpitaciones del bálano iban en sincronía con nuestros corazones…
–“¿Así, amor?”, me dice…
–“Sí, tenemos que esperar un ratito. Yo te aviso…”
–“Bueno, amor…”
Y así, en actitud de cópula, esperaríamos unos cuantos minutos que, para mí, se hicieron eternos. ¡Tanto tiempo sin ser amada, me había cerrado por completo…! En un momento me desmoralicé, ya que si no lograba abrirme, todo nuestro castillo de naipes se venía abajo…
Sin darme cuenta, comencé a respirar cada vez más largo, pero sin resoplar. Sólo más largo. Mi diafragma descendía más de lo habitual para luego exhalar todo el aire ingresado a mis pulmones. Casi de inmediato comienzo a sentir una terrible angustia pero, era extraño. No quería llorar, sólo angustia. A este sentimiento se le suma una fuerte impresión de ansiedad extrema que afloraba desde mi plexo solar y sentí algo muy peculiar en mi espina dorsal. No podría explicarlo con palabras… Alejandro reparó a mi conducta:
–“¿Estás bien, amor…?”
–“No sé, Ale'… Me siento rara… Percibo algo nuevo, y no sé qué es…”
–“A ver si esto te hace sentir bien…”, y gira mi rostro para darme el más dulce, tierno y romántico beso de amor que una pareja puede darse…
…y en medio de ese beso mi zona lumbar se funde con el abdomen de Alejandro…
…y lo miro a los ojos. Mi mirada se pierde en el infinito, mi expresión se diluye. Los vellos de todo mi cuerpo se encrespan. Alejandro, carialegre, advierte la situación. Acerca su boca a la mía, dándome el beso de enamorados más romántico que una pueda imaginar y me transporto al orgasmo más grande de toda mi vida.
–“¡Aaaahhhhh…!”
Perdí los sentidos. Por unos instantes quedé sorda y ciega… ¿Sería como morir? ¡Qué bella agonía! Por más de diez minutos quedé temblando de pies a cabeza…
–“Marcia, sos hermosa. ¡Estoy todo dentro de tu cuerpo, amor!”
–“¡Sí, mi amor! ¡Siento que somos un solo ser!”
Nos dimos un último beso y emprendimos la Danza del Amor… ¡Sublime!
Alejandro conmovía mi cuerpo. Sentía toda su virilidad moverse en mí cual pececillo en el agua. No había dolor. No había roce, ni ruidos extraños… Sólo placer.
–“¡Ay, Ale', te amo, mi amor…!”
–“¡Marcia, yo también te amo, vida…!”
Algo dentro de mí, en lo más profundo, me producía como un delicioso cosquilleo. Comencé a agitarme sobremanera. Alejandro, por contagio, imagino, y paulatinamente, respiraba cada vez más corto y jadeante. Mi cosquilleo interno comenzó a esparcirse por toda la superficie de mi piel y yo ya sabía lo que se venía…
–“¡Ale'… Ale'…!”
–“Marcia…”
–“¡Ay, Alejandro! ¡Ay, Alejandro…!”
–“Marcia, amor… No aguanto más… ¡Amor, ¿qué hago? ¿Qué hago?!”
–“¡Ay, Alejandro, mi amor…! ¡Seguí, dale…! ¡Dale!”
Y dicha ésta, mi última palabra, todo mi cuerpo comienza a vibrar de amor; a temblar de manera caótica y a gemir demencialmente. ¡Estaba teniendo, ahora sí, el más intenso, penetrante y profundo orgasmo que nunca más tendré en mi vida!
…pero eso no es todo…
–“¡Marciaaa, aaaahhhh…!”
Nunca creí que fuera palpable pero, cuando siento a Alejandro endurecerse como una roca, su eyaculación fue tan abundante que sentí un volcán estallar dentro de mi cuerpo. Durante la cresta de mi orgasmo, la mera noción mutua de que él estaba derramando su esencia dentro de mi cuerpo, hizo que los dos entráramos en CLÍMAX, y pasmamos en nirvana sobre nuestro lecho de amor…
Largos minutos transcurrieron para volver de los cielos a nuestra cama. Alejandro me tenía firmemente sujeta en la misma posición en la que hicimos el amor, porque eso fue lo que hicimos finalmente, el amor. Aferrado a mi cuerpo, como si para no dejarme escapar se tratase, me tenía. Yo, en cambio, culminado el clímax reciente, me sentía totalmente relajada, como sin huesos, pero satisfecha y feliz… Me dispuse a girar mi cuello para besar a mi amante en eterno agradecimiento por lo vivido pero, para mi desgracia, se había dormido. No quería interrumpir su valle. Quedé en la misma postura por media hora más, hasta que se despertó y así, sin “desconectarnos físicamente”, me besó con tanta ternura que me sentí enamorada…
Sin mediar palabras se vistió y, como “a hurtadillas” lo escolté hasta la puerta del negocio “a ciegas”, ya que las velas “ya no ardían”…
De regreso a la habitación, me senté sobre el borde de la cama, pensativa, rememorando lo acontecido, me sentí dichosa y realizada. Sin embargo, por otro lado me sentía sucia, con remordimiento y culpa. Por momentos sentí como si hubiese usado a Alejandro, más allá de que estaba completamente segura de lograr saciar su hombría, desahogando su masculinidad con una mujer… Y creo que ahí yace mi malestar, al tratarme de una “cosa”, un “híbrido”, algo enfermo…
Estuve pensativa por casi dos horas… A lo mejor éste es mi destino. Esto soy yo. Ésta soy yo, Marcia Daniela. Una chica especial…
Por Marcia Daniela Anderson