Hace un par de años.
Ya era casi de noche. Iba en mi auto cruzando el puente de la isla de Arosa cuando la vi haciendo dedo. Era una joven morena, de estatura mediana, ojos negros, con coletas, vestía unos shorts negros, una camiseta blanca de tiras, llevaba un bolso negro en bandolera y calzaba unas zapatillas de deporte blancas sin calcetines. Con el bronceado que tenía parecía mulata. Paré el auto a su lado. Me miró, abrió la puerta del auto y se metió dentro.
-Hizo un día de perros -me dijo después de acomodarse en el asiento.
-Si que lo hizo. ¿Vienes caminando desde muy lejos?
-No, apenas caminé 300 metros. Un cabrón acaba de dejarme tirada por una discusión que tuvimos.
-¿Quería tema y le dijiste que no?
-Sí, no era mi tipo.
-¿Y cuál es tu tipo?
-Alto, rubio, de ojos azules, con un Ferrari, un chalet, joven y con un millón de euros en el banco.
-Y dos huevos duros.
-Y lo otro también.
Íbamos cruzando el puente iluminado por farolas. Por mi ventanilla abierta llegaban el aire fresco con olor a algas y los graznidos de las gaviotas. Miré para sus largas y bronceadas piernas y después para los pezones de sus gordas tetas que se marcaban en la camiseta.
-Parece que me quisiera desnudar con la mirada -dijo sin cortarse un pelo.
-Me gusta admirar la belleza. No trato de adivinar que hay debajo de tus ropas. ¿Y a dónde te diriges ahora?
-A casa.
-¿Eres isleña?
-No, okupa.
-Eres del movimiento okupa.
-Más bien del movimiento, hoy ocupo aquí, mañana ocupo allá…
-Entiendo, por joder a la gente, vas ocupando lo que no es tuyo.
Se puso altiva, cómo si lo que hacía estuviera bien.
-Si le molesta mi presencia me bajo que el coche es suyo y el camino es de todos.
-No me molestas, ahora ocupas lo que te dejaron ocupar. ¿Llevas mucho tiempo en la isla?
-¿Por qué me lo pregunta? -dijo mirándome raro.
-Por si me puedes indicar un restaurante donde se coma bien?
-Comer bien se come en todos los restaurantes si se tiene dinero, pero tengo oído que en A Meca preparan un pulpo sabrosísimo, unas almejas a la marinera divinas, por no hablar de las centollas y del resto. Pescados, carnes, y dicen que la tarta de queso está para chuparse los dedos.
-Pues ahí iré. ¿Me acompañas?
-Sí, claro, puedo indicarle el sitio.
-Digo si me acompañas en la cena.
Se puso de decente para arriba.
-¡Ah no! Eso tiene un precio y no estoy dispuesta a pagarlo.
-El precio que tiene es el de hacerme compañía, lo otro, ni loco lo haría.
Cambió de opinión.
-Si es así, hace años que no voy a un restaurante.
-Así es, para lo otro una muchacha cómo tú me mataría.
-¿Padece del corazón?
-Padezco otra enfermedad.
-¿Cuál?
-La madurez.
-¿Ya no es sexualmente activo?
-Estoy en paro.
De repente pasó a tutearme.
-¿Ya no haces nada?
-Algo hago, pero en la economía sumergida.
-¿Cómo qué?
-Cómo trabajos manuales.
-Ya, la próxima a la izquierda.
-No, volverá a ser con la mano derecha.
-Que tienes que torcer en la próxima calle a la izquierda para ir al restaurante.
Después de dos tapas de pulpo a la feria, dos platos de almejas a la marinera, dos centollas, pan, vino tinto, tarta de queso, café, un ponche, un coñac, de una larga e interesante conversación y de pagar la cuenta, le pregunté al camarero:
-¿Sabes de una buena pensión para pasar la noche?
-Pensión Rey. Queda a dos minutos de aquí.
-Gracias.
Salimos del restaurante y en la acera llegó el momento del adiós.
-Bueno, bonita, aquí nos despedimos. Fue un placer conocerte, y a ver si encuentras al rubio ese.
-María, mi nombre es María.
-El mío José, pero mis nietos que llaman Yayo, mis amigos Pepe, mis hijos papá y mi mujer no me llama ni para comer.
-¿Separado?
-Sí, ella está en casa y yo estoy aquí.
-Muy gracioso -dijo estirando la camiseta.
Usé la típica retranca gallega.
-Siempre lo fui, por eso me apodan el Soso.
Cambió de tema, y me dijo:
-No creo que te matara si lo hicieras conmigo.
-Ni yo, pero no soy alto, ni rubio, ni joven… Y en el caso de que te volvieras loca y quisieras hacerlo conmigo no sabría que hacer contigo.
-Se ve que tienes las cosas claras.
-Eso sí. Sé quién soy, de donde vengo y a donde voy.
-Eso no lo puede decir todo el mundo. ¿Y quién eres, de dónde vienes y a dónde vas?
-Pues vengo de A Meca, soy José y voy a la pensión Rey.
-Vuelve el gracioso. ¿Vas a dormir solo?
-Alguna mosca habrá por allí, en este tiempo siempre hay. ¿Te gustaría oír cómo zumban?
-¿No decías que no sabrías qué hacer conmigo?
-Mentí.
-¿Qué me harías?
-Sonaría muy fuerte en tus delicados oídos.
-Mis oídos ya no se escandalizan por nada. ¿Qué me harías?
-Te comería el culo y te cagarías de gusto.
-Es no es fuerte, es guarro.
-Es que puedo llegar a ser muy guarro en la cama.
-¿Cómo de guarro?
-Acompáñame y lo sabrás.
Pensé que me iba a mandar a paseo, pero no fue así.
-¿Vamos antes a una tienda para llevar algo de comer y de beber? La noche parece que va a ser larga.
-Es algo tarde. ¿No estará cerrada?
Echó a andar.
-Se de una que no, sígueme
Había pillado, no sabía cómo, pero había pillado.
Unos quince o veinte minutos más tarde estábamos en una habitación de la pensión Rey. Era una habitación sencilla, tenía una cama, una mesita, un armario, un lavabo, una ventana con las cortinas rojas y estaba pintada de blanco. La cogí por la cintura y le besé el cuello.
-¿Qué modales son esos? A una señorita se invita a tomar algo, se le da conversación, y después se le hace el amor como si fuese una princesa -dijo sonriendo y quitándome las manos de su cuerpo.
-¿Abro el vino o le doy antes conversación? -le pregunté.
-Ya estás tardando en abrirlo, gracioso.
María, como si llevara follando conmigo años, se quitó la camiseta mientras yo abría el vino. Tenía tatuado un halcón peregrino en el vientre con las alas abiertas y la cabeza entre sus tetas, unas tetas gordas y redondas, con areolas marrones y cojonudos pezones. Pisó una zapatilla de deporte con la otra y se las quitó, después abrió el botón del short, bajó la cremallera y lo sacó. Tenía el coño gordo, totalmente rasurado y con la raja pequeña. Se dio la vuelta y vi su hermoso culo y su espalda con la bandera de Galicia tatuada en ella.
-¿Te gusta? Soy nacionalista.
-¿Y qué más?
Se volvió a dar la vuelta.
-Okupa, atea y bisexual. ¿Qué tienes qué decir a eso?
-Que habrá que echarle un polvo a la nacionalista, otro a la okupa, otro a la atea y un par de ellos a la bisexual -le dije mientras abría la botella de rioja con un saca corchos de los de los chinos que regalaban al comprar un pack de tres botellas.
-Eso es darle conversación a una chica. No me dijiste si te gustaba mi tatuaje -dijo.
Llené dos vasos de plástico con vino.
-¿Quieres que te diga la verdad? -Le pregunté ofreciéndole uno de los vasos de vino.
-Aunque duela.
-No me gustan los tatuajes, quien me gustas eres tú. Eres la mujer perfecta.
-¿Cuánto te gusto?
-¡Ni te lo podrías imaginar!
Me dejó con el vaso en la mano. Me desató los cordones de los zapatos, me quitó los zapatos y los calcetines. Se levantó, me quitó los vasos de la mano, los posó encima de la mesita, me sacó la camiseta, los pantalones grises de tergal y los slips. En cuclillas cogió en la mano mi polla morcillona y lamió el glande y chupó la cabeza hasta que se puso dura.
-Vamos para cama -dijo.
Me eché sobre la cama. María subió encima de mí y me puso el culo en la boca.
-Dale besitos a mi ojete.
Le di besos negros, besos con lengua. Después me puso el coño en la boca.
-Dale besitos a mi clítoris -dijo.
Se lo besé. Quise meterle mano en las tetas y me dio con las palmas de sus manos en los nudillos.
-Lámelo.
Se lo lamí tantas veces cómo quiso.
-Mete y saca tu lengua dentro de mi vagina.
Le follé el coño con mi lengua hasta que me lo quitó de la boca.
-Más, quiero más -le dije.
-Calla, bobo, calla que esta noche te vas a hartar de coño.
Me puso un pezón en los labios.
-Lame y muerde suavemente.
Mi lengua lo lamió, lo mordió, lo aplastó y después chupé su areola y la mamé mientras sentía su coño mojado aplastando mi polla y deslizándose desde los cojones a la cabeza y de la cabeza a los cojones…
-Mamas bien -dijo poniendo el otro pezón entre mis labios.
Seguí lamiendo, chupando y mamando hasta que necesitó polla.
-Preparado para ver cómo me corro -me preguntó al incorporarse.
-Sí.
Cogió en la bolsa de la tienda la margarina, la abrió y me untó la polla con ella usando las dos manos.
-¿No irás a hacer un bocadillo con mi polla? -bromeé.
-El chorizo no lleva margarina.
Cuando vi que clavaba un dedo en la margarina y después se lo metía en el culo supe lo que iba a hacer. Me encantó la idea. María, después de quitar el dedo del culo, cogió mi polla, la frotó en el ojete y clavó la cabeza en su culo y con su culo.
-¿Te gusta por el culo? -me preguntó magreándose las tetas con las manos pringadas de margarina.
-Mucho. ¿Y a ti?
-Lo sabrás en muy poco tiempo.
¡Vaya si lo supe! Metió toda la polla dentro del culo de un tirón y después me folló duro y frotando su clítoris contra mi vientre… Tiempo después paró de mover el culo y de gemir.
-Me voy a correr -dijo.
Me besó con los ojos entornados. Se corrió, y sacudiéndose y jadeando dejó mi monte de Venus perdido con los jugos de su corrida.
Al acabar se sentó en el borde de la cama, cogió los vasos de vino, me dio uno, y lo mandó de una sentada. Yo hice lo mismo. Devolvió los vasos a donde estaban, después volvió a la cama, me cogió la polla y la olió.
-Me gusta este olor fuerte.
Había dado con la horma de mi zapato, María, en la cama, era tan guarra cómo yo. La polla se había bajado un poco, la lamió por los cuatro costados y después a mamada limpia me la volvió a poner dura.
-Quiero sentir tu polla entre mis tetas -dijo echándose boca arriba en la cama.
Me puse encima de ella, le metí la polla entre las tetas, las apreté y se las follé.
-Quiero que el primer chorro de tu leche lo eches en mi cara -dijo poniendo las manos en la nuca.
Mi polla se deslizó entre sus tetas pringadas de margarina cómo en un coño engrasado. A María le gustaba, sonreía sin decir nada esperando a que saliese de mi polla la leche que la bañase. Cuando ya no pude más, apreté el glande con las tetas, lo solté y me corrí. María recibió en la cara el chorro que quería, un chorro de semen que le iba de la boca a la frente… El resto lo repartí por sus tetas.
Al acabar de correrme le lamí la leche de la frente. Cuando le lamí el de la boca me dio un beso con lengua lleno de lujuria. Al dejar su boca, lamí la leche de sus pezones, de sus areolas y lamí y mamé sus tetas hasta dejarlas limpias. María acariciaba con sus manos mis cabellos. Luego lamí su vientre, su ombligo y lamí su clítoris. Flexionó las rodillas, se abrió de piernas y empujó mi cabeza hasta que mi lengua se clavó en su coño.
-¡Dame otro orgasmo! -dijo.
Mi lengua, plana, lentamente, lamió de abajo a arriba su coño, metiéndose en la vagina, saliendo y lamiendo de abajo a arriba y a través y alrededor al llegar al clítoris… Mis subidas por su coño eran cómo si se desplazase por él un caracol aunque las babas las ponía ella, las babas y los gemidos… Llegó un momento en que María levantó la pelvis y comenzó a moverla alrededor. Presioné mi lengua contra su clítoris y dejé que la sacara ella. Movió la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo y alrededor.
-¿La quieres ya? -me preguntó.
-Dámela.
Siguió frotando su coño con mi lengua hasta que me la dio.
-¡Me corro! -dijo temblando y retorciéndose con el placer.
Sentí sus jugos calentitos bailar en mi lengua. Daba gusto ver cómo disfrutaba.
Al acabar de correrse me eché a su lado. Me dio un pico.
-No hay cómo un maduro para satisfacer plenamente a una mujer. ¿Hago unos sandwiches de queso y margarina?
Acabábamos de cenar y María ya tenía hambre. Mejor para mí, así me daba tiempo a que la polla volviese a coger cuerpo.
-Hazlos – le dije.
Mientras untaba la margarina con la tapa de la tarrina en el pan de molde, le pregunté:
-¿Trabajas en algo, María?
-En la economía sumergida más veces de las que me gustaría.
-¿Y qué haces?
-Trabajos manuales cómo tú. Hay mucho maricón de Dios. Levantas una piedra y te salen dos, cuando no salen tres.
Me había dado de mi propia medicina.
-Me refiero a un trabajo de verdad.
-Trabajo de camarera cuando se me acaba el dinero, pero quiero ser otra cosa.
-Espero que un día lo consigas, sea lo que sea.
Vino para cama con cuatro sandwiches, se sentó con las piernas cruzadas enfrente de mi y partiendo un trozo de sándwich me lo dio en la boca. No tenía hambre, pero por acompañarla, comí, después cogí la botella de vino, le eché un trago y luego se la puse en la boca. Se echó un buen trago.
-¿Quiere emborracharme para hacerme cosas malas, señor? -dijo con voz melosa, poniendo morritos y enredando una trenza en un dedo.
Le seguí la corriente.
-¿Eres virgen?
-Casi, me llamo María.
Me gustó el juego.
-Te follaré con mucho cuidado, María.
El último trozo de sándwich lo pasó por el coño, hizo una sopa y después lo metió en mi boca.
-No quiero que me haga nada. Me haría daño, señor grandote, tengo el coñito muy estrechito.
Le hablé cómo si fuera un chulo de playa.
-¿Y qué vas a hacer para impedirlo, muñequita?
-¡¡Arrancarte los cojones a mordiscos si me tocas!! -dijo con voz de niña del exorcista y poniendo cara de asesina.
-¿Te dio un aire? -le pregunté algo acojonado.
-Esto es lo que quiero ser -dijo volviendo a hablar normal.
-¡¿Capadora?!
-Actriz, bobo, actriz.
-Pues tienes cualidades para serlo. Fuiste muy convincente con lo de los cojones.
Se echó boca abajo.
-Hazme cosas guarras -me dijo.
Abrí sus nalgas con mis grandes manos y le lamí su periné y su ojete cómo si estuviera lamiendo su coño, después lo lamí y lo follé con la lengua, una, cinco, diez, veinte, cuarenta veces… Levantó el culo y le metí tres dedos dentro del coño. Al follarle el culo y el coño con la lengua y los dedos, sus gemidos, que antes eran sensuales, ahora se volvieron sensualmente escandalosos. Minutos después vi que ya no aguantaba más. Le metí la polla en el coño y le quise dar caña de la buena, pero estaba tan madura que lo que le di fue cañita, ya que se corrió al meter y sacar unas diez veces.
-¡Me vas a matar! -exclamó al comenzar a correrse.
No sé qué le pasa a mi polla, pero al sentir que una mujer se corre y la aprieta el coño, suelta una lechada brutal, y fue lo que hizo, llenar aquel coño de leche.
Al acabar de corrernos María se echó boca arriba.
-¡Jesús, qué corrida! En mi vida me había corrido así! -dijo poniendo un brazo en la frente.
-Me alegra oírlo.
-¿Echamos otro trago de vino, José?
Mi respuesta fue meterme entre sus piernas y pasar la lengua por su coño corrido.
-El vino puede esperar -dijo acariciando mi cabello con las dos manos, flexionando las rodillas y abriéndose de piernas.
Abrí el coño con dos dedos. Su vagina se cerró y se abrió. Vi cómo salía mi leche mezclada con sus jugos. Lamí suavemente y con la lengua pringada de leche y jugos cubrí sus gordos labios mayores, después metí todo el coño en la boca y mi lengua dentro de su vagina, para después lamer de abajo a arriba y acabar chupando su clítoris mientras mis manos amasaban sus tetas. María, con los ojos cerrados gemía dulcemente. Subí a sus tetas. Le besé y lamí los pezones y después lamí chupé sus tetas, por debajo, por arriba, por los lados y acabé mamándolas metiendo sus areolas y pezones en mi boca, después subí a su boca. Me recibió metiendo su lengua en la mía. Con sus manos en mi cuello nuestras lenguas se lamieron y se chuparon, después me eché a su lado y le metí dos dedos en el coño. Desde el segundo uno acaricié su punto G. María cogió mi polla y me la masturbó. No paramos de besarnos y eso me dejó saber cómo iba la paja que le estaba haciendo, ya que me chupaba la lengua con más fuerza a medida que se iba acercando al orgasmo y sus músculos vaginales apretaban mis dedos, María también sabía cómo iba porque su mano se fue pringando de aguadilla.
-¿La quieres en tu boca? -me preguntó cuando ya estaba madura.
-Quiero.
-Yo también quiero la tuya.
Se dio la vuelta, subió encima de mí, me puso el coño en la boca, me cogió la polla y comenzó a masturbarme y a mamarla. Yo, con mi lengua lamiendo su clítoris le acaricié el ojete con la yema de mi dedo pulgar. Me copió y acarició mi ojete con la yema de uno de sus dedos. Poco tardo en meterlo dentro de mi culo y yo aún menos en metérselo a ella… Estaba lamiendo cuando sus piernas y su cuerpo comenzaron a temblar. Dejó de masturbarme y chupó mi polla con tanta fuerza que parecía que la estaba mordiendo. De su coño cayó una plasta de jugos en mi cara. Se incorporó y gimiendo acabó de correrse en mi boca. Estrangulando mi polla con su mano volvió a masturbarme. El resultado fue que me corrí cómo un perro y que ella se tragó la corrida.
Acabamos medio muertos.
-Necesito ese vino -dijo dándome un pico y acariciando mi mejilla derecha.
Quedaban más de dos botellas de vino, casi todo el pan de molde, queso, pistachos y margarina. ¡Ay la margarina que buen juego seguiría dando!
Quique.