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Encajado y más encajado
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Estaba construyendo una pequeña cabaña en un campo propiedad de mi tía. Ese sábado al mediodía estábamos viendo unos planos con el arquitecto. Los obreros ya se habían marchado y no regresaban hasta el lunes. Al rato también se fue el arquitecto y yo quedé a solas en la vieja casona. Como no tenía apuro, decidí quedarme un par de horas allí. Bajé la notebook del auto y después de prepararme una taza de café, me puse a ver una película.

Pasaron un par de horas y me pareció escuchar el ruido del motor de un vehículo. Después de un par de minutos volví a escucharlo. Me acerqué al ventanal y observé hacia afuera. A unos diez metros de la casa, había una camioneta con las ruedas traseras patinando en el barro. El vehículo era del corralón de materiales, que había traído unas planchas de telgopor. Se había metido marcha atrás y ahora le costaba salir. Cuando bajó el vidrio de la ventanilla, vi que era un chico rubiecito, de no más de 20 años, y con una expresión de contrariedad en el rostro.

Como no podía salir hacia adelante, le dio marcha atrás, y fue lo peor que podía hacer. Ahí el terreno era más blando y se quedó encajado. Con cierta desesperación bajó a ver en qué situación estaba, y yo me llevé la sorpresa de mi vida. De la cintura haca abajo estaba… ¡Vestido de mujer!

Llevaba unos jeans elastizados tremendamente ajustados, medias de lycra color negras, y unos increíbles zapatos negros de altísimos tacos aguja. Cuando vio las ruedas traseras semi hundidas se puso furioso, y le dio un golpe al costado de la camioneta. En el movimiento se le enterró uno de los tacos, y estuvo a punto de dejar un zapato en el barro. Volvió a duras penas al asiento del vehículo en el momento que yo estaba dirigiéndome hacia el lugar. Al divisarme su expresión pasó de la furia la pánico.

Puso en marcha la camioneta y comenzó a acelerar a full. Era indudable que quería marcharse rápidamente para que yo no lo viera. Pero el resultado fue nefasto. Las ruedas patinaban y cada vez se encajaba más. Cuando llegué al lado del vehículo, el terror estaba pintado en su rostro, que ya se estaba cubriendo de lágrimas. Yo le dije:

-Es inútil que sigas acelerando. Vas a lograr que se hunda más todavía. ¿Cómo fue que te encajaste así'.

-N… no me di cuenta, señor, que estaba tan blando. Cuando quise salir, me encajé. -dijo y se largó a llorar.

-No te pongas así. No es la primera vez que alguien se encaja en esta quinta. Vení, baja y tranquilizate. Yo te voy a ayudar. Vamos a la casa, te tomás un café bien caliente y después vemos como sacamos la camioneta.

-No… no puedo. -contestó el chico.

-¿Por qué? ¿Porque estás vestido de mujer? -le dije.

-¿Me vio?… ¡Me quiero morir!…

-Dejá de llorar y bajá. No seas tonto. No pasa nada. Además acá ya no podés hacer nada. Como esta encajada la camioneta y vos con esos tacos, es imposible que puedas sacarla. Vení, después que te tranquilicés vemos que hacemos.

El chico bajó y emprendimos la marcha haca la casona. Lo tuve que sostener de un brazo para poder avanzar. Le temblaban las piernas por el nerviosismo, y si a eso le sumamos que los finos tacos se le hundían a cada paso, sin mi ayuda no hubiera podido dar dos pasos seguidos. Entramos a la casa, le dije que se acomodara en una silla de la cocina y fui a buscar dos tazas de café. Mientras bebía, se iba tranquilizando un poco. Yo tomé un trapo de limpiar y acercándome a él le pedí uno de los zapatos. Le quité un poco de barro y pasto que tenía adherido al alto y fino taco, y se lo entregué. Volví a repetir lo mismo con el otro zapato. Al dárselo le comenté:

-Son hermosos estos zapatos, y que bien te quedan. Bah, todo el look te queda bien.

-¿Le parece, señor?

-Por supuesto. Y decime, siempre andás así?

-No, no. A veces me visto así, pero estando solo. Hoy creí que no iba a haber nadie acá. Los sábados a la tarde cuando traigo algo del corralón nunca hay nadie. Y… hoy está usted. Y encima me quede "encajada"… perdón, encajado.

Mientras tomaba el café, volvió a ponerse los zapatos. Se notaba que le gustaba bastante estar de tacos altos. Yo me dirigí a la sala y me acomodé en un amplio sillón. Desde allí le dije que se acercara. Él se paró y vino hacia donde yo estaba. Verlo caminar sobre esos tacos era algo excitante. Sabía hacerlo y también mover las caderas al mismo ritmo. Se me estaba parando la pija. Se sentó a mi lado y le pregunté:

-¿Cuándo te vestís así, te sentís minita, no? Lo pregunto porque hoy dijiste encajada en lugar de encajado. ¿Es así?

-Si… si señor, ay me da vergüenza.

-Nada de vergüenza. Si te queda bárbaro. Estás muy linda.

No supo que decir, pero se le iluminó la mirada. Y no tuvo tiempo de más. Le tomé el rostro con ambas manos y le di un largo y caliente beso en la boca. El respondió con la respiración entrecortada. Comencé a acariciarle las piernas y el culito. Él se entregaba a las caricias, y cuando llevé su mano a mi entrepierna, empezó a tocar mi verga con ansias. Yo me quité el pantalón y el bóxer, y el chico se sacó el ajustado jean. Debajo tenía una tanguita negra bien diminuta. Se volvió a poner los tacos, y se arrodilló buscando mi pija. Estuvo más de 10 minutos chupándome la verga. Y bien que sabía hacerlo.

Yo veía que estaba por acabar, pero quería cogérmelo. Me retiré y lo hice arrodillar sobre el sillón. Comencé a introducirle la cabeza de la pija, y notaba como se estremecía. Lanzaba unos grititos, que más me hacían calentar. Cuanto más avanzaba mi verga dentro de su culo, más se retorcía de placer. Dejando a un lado su timidez inicial me decía:

-Ay, así, si así. Cogeme, cogeme bien cogida. Si damela toda, papi. Ay, como la siento. Seguí, seguí. Cogete a tu perrita. sii.

Con la calentutra que yo tenía, no tarde en acabar, llenándole el culito de leche. Cuando la saqué de adentro suyo, él se acomodó y comenzó a limpiarme la cabeza de la pija con su lengua. Y se iba tragando el semen. Resultó "una guachita divina". Después de higienizarnos y vestirnos, yo llamé a un vecino de otra quinta, y vino con el tractor a ayudarme a sacar la camioneta. En un solo tirón estuvo fuera del barro. Obviamente el chico esperaba adentro de la casa. Antes de marcharse, el chico me dio una franeleada terrible, que me dejó nuevamente al palo. Me dijo:

-Así me recuerda. ¿Puedo volver alguna vez?

-Por supuesto, linda. Cuando yo esté solo acá, llamo al corralón y pido que te envíen con alguna boludez. Decime. Si llueve vienen igual?

-Si es para usted, seguro que vengo. Y si llueve mejor, así me quedo "encajada" enseguida, ja, ja.

Y tenía razón. Se quedó encajada dos veces. Con la camioneta y en mi verga.

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