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Merecía la pena
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Tiempo de lectura: 2 minutos

De repente y sin saber cómo, surgió tu foto y sentí la necesidad de hablarte, de tratar de conocerte porque algo me decía que merecía la pena.

Tú, confiaste en mi y pasamos a charlar largas horas a través del teléfono. Charlas divertidas y entretenidas, pero que en mi caso provocaban mucho más interés en ti.

Todo fue a su ritmo, un día nos conocimos y tomamos algo para ver que ocurría y todo salió bien. Decidimos organizar como vernos, pero era mucho tiempo de espera y finalmente decidimos que podía ir a pasar el día con ella y así nos veíamos algo más.

Cogí el bus y allí estaba, ansioso por verte, había planeado darte un abrazo enorme y un mejor beso, pero todo no es como se programa y mucho menos si eres tímido.

Ella surgió entre la gente y yo no podía mirar a ningún otro lado. Nos dimos un abrazo y dos castos besos, charlamos y decidimos ir a dar una vuelta. Tu habías organizado una visita a tus sitios favoritos, pero antes de montar en el metro, mientras esperábamos, tu decidiste besarme y allí estuvimos comiéndonos como dos jóvenes que hacía tiempo que se deseaban.

Pasamos la mañana caminando, charlando, riendo y terminamos en un parque que a ti te gustaba. Tirados en el verde, nos dedicábamos abrazos, besos, mimos y caricias. Maravilloso día, pero, se acercaba la despedida. El temía ese momento y ella parecía que también, así que me ofreciste me quedara allí y ya veríamos que ocurría mañana.

El día pasó rápido, nos dedicábamos miradas, gestos, caricias y besos, pero llegaba la hora de ir a casa.

Una vez allí yo hice intención de apropiarme del sofá, pero tú tenías otros planes. Vimos un poco la tele y nos mantuvimos cariñosos, pero la pasión fue subiendo y los besos y caricias dieron paso al deseo. En el sofá nos recorrimos enteros con nuestras manos y lengua y no sé si hubo alguna zona que dejamos sin acariciar o besar. Ambos estábamos muy excitados, pero cuando mis manos notaron su humedad, mi polla no aguantaba más en su sitio.

Tras esto, pasamos a la cama y allí nos dimos sexo oral mutuamente. Ella tuvo sus orgasmos y él también. Tanto él como ella se dedicaron en dar placer al otro: su boca, labios y lengua dieron placer y recorrieron toda mi polla hasta que consiguieron su objetivo: que me corriera y no se derramara nada de mi semen.

Yo, la dediqué mis dedos y mi lengua a su coño, precioso donde los haya. Jugueteé con sus labios y dediqué especial atención a su clítoris, que crecía según subía su excitación hasta que empapó las sabanas.

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