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La noche del parque
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Tiempo de lectura: 2 minutos

En nuestras últimas vacaciones Septiembre decidió llevarme a un lugar que conocía de toda la vida. Nos hospedamos en su casa de verano en Entre Ríos, Argentina y sin dudas fue un verano para recordar.

Decidimos ir a cenar a un lugar en el centro, pero antes ella me propuso ir al muelle y mostrarme un poco el parque del que tanto me había hablado. Acepté y comenzamos a caminar en la oscuridad de la noche mientras apreciábamos el silencio del pueblo. Era hermoso, ella estaba hermosa.

Llevaba puestos unos jeans ajustados que me permitía imaginar mil cosas, una blusa negra con brillos y unas zapatillas. La deseaba, y el lugar se prestaba para que pasara algo más.

Caminamos por el muelle y al volver pasamos por el parque. Era grande, muy grande, inmenso. Caminamos por ahí mientras podía apreciar los árboles y las enredaderas del lugar. Encontramos unas escaleras que parecían tener un aspecto viejo y decidimos sacarnos fotos.

La fotografié incansablemente. Ella posaba, sonreía y a mi eso me volvía loco. Me tomó algunas fotos y nos divertimos mucho haciendo de modelos.

-¿Qué hay ahí? Mostrame -le señalé un lugar oscuro, apartado de todo lo que nos rodeaba.

-Hay más parque, escaleras, lo de siempre… vení que te muestro -me respondió con una sonrisa tímida y al mismo tiempo pervertida.

Estaba oscuro y no podía verse nada. Ella estaba hermosa y sus jeans le marcaban todo su culo precioso, me encantaba y quería hacerle el amor.

Me besó apasionadamente, metió su lengua en mi boca y comenzó a juguetear. Sentía su saliva y eso me enloquecía. Estábamos excitados, podía sentir su respiración acelerarse. Besé su cuello despacio y soltó un pequeño gemido. Quería que la cogiera.

Deslizó su mano por mi pantalón y toco mi pene. Estaba erecto y duro, podía sentir su mano agarrarlo fuerte y con firmeza. Movía sus dedos en un vaivén perfecto que me hacía tocar el paraíso, una paja hermosa.

Metí mis dedos dentro de su vagina sin desabrochar su pantalón. Estaba húmeda, mojada. Me susurraba en el oído lo caliente que estaba y yo no podía dejar pasar esa oportunidad.

La puse de espaldas contra la escalera. Se sostenía fuerte y se inclinaba hacia mí para que la penetrara, moría de ganas de un polvo en ese lugar. Le bajé el pantalón y la toqué, su concha estaba caliente y ella no podía dejar de suplicar que le hiciera el amor.

La penetré despacio y la tomé por el pelo, comenzó a jadear y a enloquecerme. El movimiento era suave dejándome disfrutar ese exquisito acto.

Cuerpos, sexo, disfrute.

El placer nos carcomía el cuerpo y las entrañas, sentía explotar mi ser. Mi verga estaba dura y su concha mojada.

Ya no era despacio, ya era más fuerte. Era repetitivo, hermoso, exquisito. Nuestros cuerpos en el medio de la nada dándose placer, mi pene caliente dentro suyo y una explosión de éxtasis que me recorría de pies a cabeza. Podía oír nuestras respiraciones sincronizarse, ella gemía y eso hacía que gimiera yo también.

Tenía miedo de que nos vieran pero también tenía la certeza de que era lo más excitante que había hecho, me gustaba mucho.

-Me gusta mucho sentirte adentro mío -me dijo Septiembre mientras me miraba con una cara perversa y hermosa, como pidiéndome más.

Oímos ruidos a lo lejos y nos asustamos, se escuchaba como si alguien viniera hacia nosotros. Nos acomodamos la ropa rápidamente y nos quedamos ahí un rato más.

Nos besamos, nos miramos y sabíamos que todo estaba bien. Seguíamos excitados, nuestros rostros nos delataban pero eso era solo el comienzo.

-Cuando volvamos a casa quiero tregua -me contestó riéndose.

Sin lugar a dudas, ese fue el comienzo de la noche que terminaría en la cama dándonos placer.

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