Nos estamos bañando, y yo estoy queriendo besarte por atrás, abandonando mi pecho en tu espalda. Estoy queriendo jurarle manualmente a tus pechos descomprimidos, el sólido amor que siento por ellos, para que sus tiernos pezones salten en puntillas –como para mordisquearlos sin daño y sin soltarlos–, y luego besar y lamer enardecidamente sus pliegues.
Estoy queriendo enjuagártelos, para luego descender en tu estómago, siempre yendo muy despacio, con los ojos echando chispas y con ganas de todo. Estoy queriendo entrar a la zona de tus jadeos, y a la zona de tus sonrisas, hasta la profundidad, mientras el agua cae a raudales sobre nosotros. Darle a tus generosas piernas el apoyo que necesitan en su frenética ida y vuelta. Excitándote hasta que casi no puedas mantenerte en pie. Acompañarte en tu vaivén, taladrando con mis dedeos tu clítoris pulposo, retorciéndonos, y lo quiero hacer porque viéndote gozar, con la sensualidad escrita en tu cara, es para mí muy delicioso.
Estoy queriendo enjuagarte la espalda, y suavizarte poco a poco los dolores de la existencia y sus decepciones. Enjuagarte los hombros y los brazos, y suavizarte paulatinamente las cicatrices de una infancia infeliz. Adentrarme en tu dulzona boca entreabierta, empezando con besos más suaves que un diente de león y luego con besos apretados. Con la intención de poder alejarte lentamente de las preocupaciones de un futuro cercano que es una incógnita –y que hasta parece que la lógica ya no puede darnos explicaciones convincentes sobre ello–, casi tanto como los misterios de la religión. Mientras aprisionas con tus manos lo que tengo debajo de la cintura. Lo que más te llama la atención de ese lugar. Degustándonos, gimiéndonos y arqueando las cejas. Bufándonos y estremeciéndonos. Deshaciéndonos en cumplidos. Temblándonos e involucrándonos completamente hasta el exhausto. Necesitándonos para sentir y querer de nuevo, a pesar de nuestras malas experiencias anteriores. Siempre en la gloria, nunca en el limbo.
Estoy queriendo que reventemos de placer nuestras vulnerabilidades carnales, explorándonos otra vez, sea con delicadeza o con desesperación, mojados enteramente por una lluvia artificial caliente. Encontrándonos y amándonos, siendo éstos gestos supremos de la vida. Con tu lengua que trabajando parece ciento de lenguas, y con mi lengua trabajando que parece miles de lenguas, no retrocedamos, por favor, no retrocedamos hasta terminar con esta magia temporal. Formemos un nudo con ellas.
Estoy queriendo restregarte entre uno de tus surcos al grueso y erguido indecible, ahora que está bien proporcionado. Restregártelo de abajo a arriba y de arriba a abajo, para después hacerlo con tu pelvis, mientras intentas apretarlo con tus piernas. Estoy queriendo acariciarte el clítoris y el periné con la punta de mi lengua, paseándola en tan maravilloso lugar, hasta sofocártelos. Apretar con mis calientes respiraciones tu monte de Venus, hasta sofocártelo también. Para después explorar de nuevo todos los demás confines de tu zona impúdica. Quitándote el habla. Mientras mueves tranquilamente o violentamente –dependiendo de la intensidad de tus sensaciones– las caderas.
Estoy queriendo chuparte uno por uno de los dedos de tus manos y de tus pies, a ver si con eso también te pongo a mil por hora. Estoy queriendo jalar tu cintura a mi cuerpo. Un montón de cosas estoy queriendo hacer contigo, con tal provocar inolvidables contracciones en tu cuerpo, agitando nuestros corazones como si estuviéramos en una carrera. Siempre dentro de los límites de lo correspondido.