No supimos en qué momento surgió la idea de incorporar a un tercero en nuestra relación matrimonial, pero estaba vivo el deseo de explorar posibilidades y llevar a la práctica lo que todavía en nuestras mentes era una fantasía. Habíamos asistido a bares swinger y compartido con algunas parejas, pero parecía que aquellas aventuras no eran suficientes y habían despertado deseos no conocidos en las expectativas que sobre su desempeño sexual tenía mi esposa. Esas aventuras fueron atractivas, excitantes y placenteras, pero todavía no llegaban al nivel que ella se había propuesto experimentar.
Tiempo atrás ella había tenido sexo satisfactorio con un hombre de color y yo pensaba que esto era asunto del pasado, principalmente porque aquel hombre, que la fascinó por un tiempo, se había ido a vivir a otro país y se había perdido el contacto. Sin embargo, pasados los años, de repente se avivó el interés por buscar a algún muchacho de color para intentar reproducir lo ya vivido.
Después de hablar con ella al respecto, sin precisar concretamente lo que deseaba, puse manos a la obra para conseguir alguien parecido a aquel que la había fascinado. Busqué en los avisos clasificados en el periódico y fui a un lugar donde había oferta de hombres disponibles para satisfacer las necesidades sexuales femeninas. Desfilaron ante mí una veintena de muchachos, pero, la verdad, no sentí que ninguno de ellos fuera del gusto de mi esposa, no obstante que exhibían sobrados atributos para procurarle placer.
Decidí incursionar en internet y logré contactar a un muchacho, Wilson, que por alguna razón despertó mi curiosidad. Hablé con él varias veces a través de correos electrónicos y acordamos vernos en algún sitio para conocernos y ver si surgía la química necesaria para ir más allá en la aventura. Al fin y al cabo, por más que yo considerara que él pudiera ser un compañero ideal para hacerle el amor a mi mujer, era ella quien tenía la última palabra.
Acordamos un encuentro virtual para que ella le conociera, pero no resultó como yo lo esperaba. Él se conectó desde un café internet, había muy poca luz y para colmo él, negro, de manera que no se generó el ambiente para que ella pudiera verlo bien y, de acuerdo a eso, acordar algo concreto. Decidimos que lo mejor era encontrarnos personalmente y ver, en ese momento, si se daba la situación para seguir adelante, de manera que acordamos vernos un día miércoles, entre semana, en una discoteca. No era el mejor día para eso, pero ambos, tanto él como yo, teníamos compromisos laborales adquiridos para el fin de semana, de modo que la única posibilidad para no darle más vueltas al asunto era ese día.
La discoteca quedaba en frente de un pequeño hotel, que pensé podría ser el lugar para consumar el encuentro si las cosas se daban, pues yo tenía la expectativa de que así fuera, pero no podía predecir lo que mi esposa pudiera estar pensando sobe aquello. Lo cierto es que pasé a recogerla después de salir del trabajo y la encontré muy bien arreglada, muy elegante. Quizá, previendo la posibilidad de impresionar a este desconocido muchacho, con la expectativa de tener sexo con él, yo hubiese preferido que se hubiera vestido diferente para la ocasión, tal vez más provocativa e insinuante. Pero ella se sintió bien vistiéndose con una falda roja, una blusa negra ceñida al cuerpo, una chaqueta negra, medias negras, los consabidos zapatos de tacón alto, pendientes, collar y pulseras doradas complementaban el atuendo. Yo no puse obstáculo alguno. La verdad, parecía que fuéramos a un cóctel y no de farra a una discoteca.
Cuando llegamos el lugar estaba casi que vacío. Solo había un hombre sentado en una mesa, y de inmediato supuse que se trataba de nuestra cita. Nos acercamos a él y le pregunté, ¿Wilson? Sí señor, yo soy, me respondió. Bueno, yo soy Enrique y ella es mi esposa Laura; gusto en conocerlo. Nos dimos la mano y él se levantó para saludarla a ella con un beso en la mejilla y tocando su brazo con la mano.
No fue buena la impresión al principio, pues él estaba vestido de jean, tenis y una chaqueta deportiva. La verdad es que no hacíamos juego en cuanto a la vestimenta; nosotros muy elegantes y él, muy casual e informal. Además, una vez empezamos a hablar, la conversación no fluía fácilmente. El muchacho, no obstante, tenía porte y presencia. Era joven. Decidí, por lo tanto, no andar con rodeos y protocolos y hablar sin tapujos sobre el motivo que nos había llevado allí, así que le pregunté qué le había animado a acudir a la cita.
El muchacho, de manera muy sencilla, contestó que la señora le parecía muy bonita y que para él era un sueño poder tener algo con una persona así. Y yo le pregunté, ¿cómo así que una persona así? Si, me dijo, una persona mayor, elegante, bien conservada, que huele a rico, bien vestida, no como cualquier muchacha; ¿me entiende? Si, claro, creo entenderle. Y ¿qué espera usted que pase esta noche? Bueno, si usted lo permite, me gustaría poder complacer a su esposa. Usted, ¿qué dice? Preguntó mirándola. Ella, de momento no le respondió, porque había centrado su atención en otras parejas que habían empezado a entrar al lugar.
Bueno, intervine yo nuevamente, y ¿qué experiencia tiene complaciendo señoras casadas, como la aquí presente? He tenido contactos similares con otras parejas; solo dos. La pasamos bien, bailamos rico, nos acariciamos y terminamos haciendo el amor. O sea que, dije, si ella lo permite, esta sería su tercera aventura con una casada. Sí, nos respondió. Bien. Aquí el tema es que la señora se decida. ¿Estás de acuerdo? Le pregunté a ella. Si, me contesto. Entonces, cuéntame ¿qué hacemos? Me dijo que nos tomáramos algo e íbamos decidiendo. Pedimos algo de licor para calentarnos un poco más y le pedí a ella que le conversara al muchacho, porque hasta el momento quien había hablado era yo y pareciera que el interés fuera mío y no de ambos. Me dijo que le diera tiempo. Le dije sí, pero mira que ya es tarde y creería que no vinimos aquí para pasar toda la noche conversando. ¿No te parece?
Me levanté de la mesa para dirigirme a la barra del bar, dejándolos solos. Me entretuve allí un rato, charlando con los dependientes, informándome sobre sitios donde pudiéramos ir a pasar un rato a solas después de bailar. Me dijeron que el hotel de enfrente era perfecto para eso, así que ya preveía que las cosas podrían darse como yo esperaba. Mientras regresaba a la mesa y los veía conversar, ya estaba imaginándome a aquel muchacho desvistiendo a mi mujer para hacerla suya.
Cuando llegué hasta ellos, conversaban, estando él casi que hablándole al oído porque el volumen de la música no les permitía hablar normalmente. Les tocaba hablar muy fuerte para poder entenderse, así que aquello promovió que estuvieran más cerca el uno del otro. Mientras seguían hablando, yo me tomé unos tragos y estaba atento a lo que pasaba. Le serví a él y a mi esposa, pero ellos seguían aparentemente en lo suyo mientras transcurría el tiempo. Pasados unos minutos, le pregunté a ella, bueno ¿nos vamos? Y ella me dijo, sí. A ¿dónde quieres que vayamos? A la casa, contestó. ¿Y no que veníamos en plan de hacer algo con este? Creo que ya está muy tarde; mañana tienes que trabajar. De pronto cuadramos para el fin de semana, me contestó. Bueno, voy a pagar entonces, le dije.
Todo lo que había imaginado se derrumbaba en un instante y me sentía un tanto decepcionado. Yo ya me veía presenciando una escena de sexo en vivo, donde la protagonista era mi esposa y había llegado a excitarme tanto con la idea, que aquello me cayó como un baldado de agua fría. Me dirigí a ella y le dije, pero por lo menos pégale una bailadita al muchacho para que no piense que perdió la noche. Y, cuando ya me estaba retirando le dije a él, bueno, haga algo para animarla, porque si no, nada de nada. Tranquilo, me dijo, vaya que yo la convenzo.
Me fui hacia la barra y cuando los volví a ver comprobé que ya estaban bailando. Me quedé mirándolos mientras lo hacían. Al principio vi que bailaban normal, nada raro, pero con el paso de las melodías aquel empezó a apretar a mi mujer contra su cuerpo. Imaginé que estaba procurando que ella se diera cuenta de su dotación y también vi como la besaba en el cuello y lamía con su lengua sus oídos. Pensé que ya la debería tener algo excitada, aunque ella parecía estar dedicada al baile o haciéndose la difícil. En un momento dado también observé como él tomaba la mano derecha de ella, dirigiéndola hacia su miembro para que se lo acariciara. Y eso hizo, frotando su mano sobre este, por encima del pantalón.
El muchacho me confesaría después que, al ritmo del baile, en ese momento, él bajo la mano de ella hacia su miembro diciéndole, ¡mira cómo me tienes! ¿Te gusta? Y ella le respondió, sí. ¿Cómo la ves? Le preguntó. Y ella le dijo, está bien. Me contó que en ese instante sintió que algo iba a pasar aquella noche, porque hasta ese momento la había notado un poco distante y apática.
Volví a la mesa en el momento en que ellos se sentaban. Les dije, los vi muy animados. Y le pregunté a ella ¿Nos vamos para un motel? Me dijo, ¿no tienes que madrugar mañana? Bueno, dije, ¿quieres estar con él, sí o no? Sí, me respondió. No se diga más; vamos. El muchacho me dijo que iba al baño un momento, así que me quedé a solas con mi esposa y le pregunté, ¿Qué te decidió? Me dijo, lo toqué y eso me puso a full.
Salimos del lugar y nos dirigimos al hotel de en frente. Y al ingresar, cuál no sería la sorpresa cuando nos dicen que no se permitía que ingresáramos los tres. Así que decidí que fuéramos a otro sitio, algo distante, por lo cual teníamos que viajar en nuestro automóvil. Pensando que tardaríamos en llegar y no queriendo que se perdiera la calentura del momento, le indiqué a mi esposa que se fuera atrás con el chico. Y ella así lo hizo.
En el camino el joven no perdió el tiempo. Se acercó hacia ella, la abrazó, la besó, como cuando estaban bailando y acarició sus senos, que le llamaron la atención desde que la vio. En esos escarceos pasaban los minutos mientras yo conducía. Y, preso el de la excitación, sacó su verga del pantalón y la expuso a los ojos de mi esposa. Ella, en esa situación, no reaccionó. Tan sólo la contemplaba, así que siguieron tocándose y besándose hasta que llegamos al sitio, retomando la compostura mientras entrábamos a la habitación.
Una vez allí, el siguió besándola, ahora parados, uno frente al otro, estrechándose en un fuerte y cálido abrazo. Él le quitó la chaqueta y ella se apresuró a soltar el cinturón y bajar el pantalón de él, exponiendo el miembro erecto que ahora si acariciaba con ansia y placer. Mientras lo hacía, siguió desvistiéndola. Primero soltó los botones de su falda roja, que cayó al piso al instante. Luego, levanto su blusa, sacándosela por encima de la cabeza, quedando ella expuesta frente a él, tan solo vestida por su brasier, sus panties, sus medias y sus zapatos, todo de color negro. Ella, sin embargo, había seguido acariciando aquel enorme y erecto pene negro, extasiada con la sensación que le producía y tal vez añorando tenerlo ya inserto en su vagina.
Antes de quitar su brasier, él se retiró la chaqueta y la camiseta, dejando su pecho desnudo. Ahora la piel de ambos estuvo en contacto a través del abrazo en que se habían fundido y que parecía interminable. Poco a poco, mientras seguían parados, uno frente al otro, el chico fue dejando caer su pantalón y pantaloncillos, quedando tan sólo vestido con sus medias. Ella seguía acariciando su pene y el frotaba ágilmente su vagina. Era evidente que aquello le producía placer, porque se veía como su cuerpo se contorsionaba y cómo sus piernas parecían flaquear. En ese instante, él empezó a empujar a mi esposa hacia atrás, pasito a pasito mientras seguían acariciándose, hasta que las piernas de ella tocaron la cama, dejándose caer para quedar sentada en el borde.
Al hacerlo, su cara quedo frente a aquel miembro erecto y no dudo en llevarlo a su boca para empezar a besarlo y chuparlo delicadamente, mientras sus manos seguían acariciando el tallo de su pene y sus testículos. El muchacho estaba extasiado con aquello y dejaba que ella siguiera haciendo su trabajo, porque realmente lo estaba disfrutando. Poco después, él tomo la iniciativa de empujarla para que quedara boca arriba sobre la cama. Se arrodilló frente a ella, retiró con mucho cuidado sus pantis y abrió sus piernas, empezando a besar su sexo. Se veía como pasaba su lengua de arriba abajo, percatándose de las contorsiones que experimentaba el cuerpo de mi esposa, quien tímidamente empezaba a emitir unos suaves gemidos. Y así duró unos minutos…
Luego se incorporó, la acomodó a ella sobre la cama, se colocó un condón y se montó sobre ella para penetrarla. Empezó a introducir el pene en su vagina, de manera pausada y suave hasta que estuvo todo adentro, y una vez ahí empezó a empujar y retirarse rítmicamente, cada vez con mayor velocidad, haciendo que ella empezara a gemir cada vez más fuerte. Y, aunque trataba de contenerse, no lo conseguía. Su cabeza se movía para uno y otro lado y sus ojos parecían perderse hacia arriba entre sus párpados. Extendía sus brazos hacia atrás y proyectaba su pecho hacia él, como si quisiera salirse del cuerpo, entregándose al inmenso placer que le producía aquel momento.
La escena es excitante; La luz tenue de la habitación, los cuadros con temas sexuales que decoran el lugar, el contraste del color de la piel blanca de ella con la piel negra de él, los gestos de placer de ella, cómo se mueve su cuerpo, cómo gime, cómo se mueve su amante.
Él se retira, la invita a que se incorpore y se ponga en posición de perrito. Ella obedece sumisa y él, aparta un poco sus piernas a lado y lado, se acomoda y empieza a penetrarla desde atrás. Igual que antes, la penetra lentamente y despacio hasta que tiene todo su miembro dentro de su vagina y ahí sí, empieza a asaltarla empujando adelante y atrás, mientras hala de su cabellera. El rostro de ella enrojece y sus gestos indican que siente algo muy profundo, su respiración se siente entrecortada y empieza a gemir nuevamente. Así transcurren otros interminables minutos. Este muchacho tiene mucho vigor y resistencia, y parece no agotarse. Al rato, después de que ella gime y gime, se retira dejándola tomar aliento por unos instantes.
Ella se tumba sobre la cama, boca arriba, para reposar un momento, mientras él se sienta en un sillón y espera. No nos decimos nada. Ella parece estar satisfecha, pero tal vez espera algo más; otros momentos de placer. Pasan los minutos y yo, al rato digo, bueno, lamento decirles que ya está bastante tarde y en un rato tengo que levantarme a trabajar, así que si quieren hacer algo más aprovechen, o si no, nos vamos ya.
Él se incorpora nuevamente, se coloca un condón y se acerca a la cama donde yace mi mujer, boca arriba, con las piernas abiertas, esperándole. Él no tiene que esforzarse mucho. La monta nuevamente, sin ninguna resistencia y vuelve a penetrarla, empujando esta vez con mucho más vigor, más fuerte, más rápido. Mueve y desplaza su cuerpo sobre el de ella, lado a lado, adelante y atrás, mientras ella se contorsiona y gime. Su cuerpo forma ahora una cruz con el cuerpo de ella y sigue taladrando, penetrándole una y otra vez, generando en ella una reacción más intensa. Parece que en esa posición el estímulo que experimenta su sexo es más fuerte y gime cada vez con mayor intensidad.
El muchacho se agita, saca su pene, se quita el condón y dispara su chorro de semen sobre el pecho de ella, mientras ella se sigue contorneando como si aquello no hubiese acabado. Él se retira poco a poco, mientras acaricia sus piernas, y la deja allí, tendida, recuperándose del ajetreo. Tras unos minutos de intervalo, todo vuelve a la normalidad. La aventura es historia. Ha sido un encuentro maravilloso que le ha dejado a ella gratas sensaciones en su cuerpo.
Ella se levanta, agradece a aquel muchacho su dedicación y se entra a bañar, saliendo tiempo después, renovada, sintiendo aún las sensaciones que le procuró el pene de aquel muchacho en su vagina. Salimos de aquel lugar, nos despedimos de él y quedan en el aire sus palabras: Hasta mañana, la pasé muy rico; espero que se repita. Y ella, para sus adentros estará pensando, no lo dudes que así será.