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Abusé de la soltería de mi tía Amparo
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Tiempo de lectura: 9 minutos

La reconocí por la voz ronca que le gritaba al chofer del autobús que no le maltratara su equipaje.

-No me las toque, por favor, yo misma las bajo -Le decía al paralizado hombrecito que intentaba repartir la infinidad de maletas a los pasajeros que trasladó desde la capital hasta el pequeño pueblo donde yo vivo.

Mi tía Amparo era muy celosa con sus inseparables Sansonite. Con ellas recorrió parte del mundo en su afán de compensar su incomprensible soltería. Desde hacía diez años que no la veía. Al notar mi presencia, arrastró sus maletas hacía mí y se las quité y la conduje a mi carro para llevarla al apartamento.

-¿Cómo estás tía Amparo, tanto tiempo sin verte?

 -Dios te bendiga Albertico, como has cambiado -respondió.

Me estampó un beso en la mejilla y su suave aroma a perfume fino me llego hasta el hipotálamo. La señorita Amparo, así le decían los peones de la finca que mi tía había heredado de mi abuelo. Contaba con, creo yo, unos cincuenta y cinco años. Todos los primos nos preguntamos alguna vez, la razón por la cual nuestra tía no se había casado. Mucho especulábamos que era debido a su mal carácter. Físicamente, la tía era una mujer hermosa y con un cuerpo espectacular. Mi papá me contaba que había rechazado algunos pretendientes y que muchos también habían corrido despavoridos por su imponencia y su estilo independiente. Le gustaba mandar y eso lo había heredado de mi abuelo.

-Que placer tenerte por aquí. Te agradezco que hayas venido a meterme una mano mientras Sofía regresa del exterior. –le respondí.

Mi esposa regresaba de viaje dentro de algunos días y le pidió a la tía Amparo que me ayudara con el negocio de alquiler de yates que tenía aquí en este pequeño paraíso caribeño. Ella encantada. Siempre decía que el mar la hacía recuperar años de vida.

Ya en el apartamento, la ubiqué en su dormitorio y arreglé su equipaje con sumo cuidado.

-Ahí tienes todo tía. Toallas, sábanas, jabones, crema dental. Si necesitas alguna otra cosa me avisas -Agregué.

Sofía me había encargado con sumo interés, atender a la tía como a una reina. Me recalcó que no la hiciera agarrar rabietas porque era capaz de recoger sus cosas y regresarse. Sabía lo malcriada y exigente que era.

Mi esposa y yo llevábamos diez años de casados. Los hijos nos habían sido esquivos. Sofía había tenido como tres embarazos ectópicos y habíamos decidido descansar por un tiempo hasta sanar bien las heridas emocionales. A mis cuarenta años, había aprendido a no forzar las cosas.

A mi tía, la había acomodado en una habitación que fungía de oficina. Ahí estaba mi ordenador y un pequeño escritorio que movimos a un extremo para abrirle paso a un sofá cama para ella.

Estaba impresionado como se conservaba la hermana menor de mi padre. Desde siempre, era un prototipo de mujer que no pasa desapercibida. Tiene unas nalgas redondeadas que debajo de su pantalón amenazaban con desgarrarlo. Sus piernas eran la envidia de mis otras tías. Era de estatura mediana y sus pechos bien proporcionados no escapaban a la sinfonía que representaba su bien tonificado cuerpo. Siempre había usado el pelo corto. No era muy dada a exhibir sus atributos. Sus últimos años los había dedicado a viajar y a las actividades que organizaba la casa parroquial de su pueblo. ¡Qué desperdicio!

La dejé en su habitación y subí a la mía a darme un merecido baño. Estaba con el rostro impregnado de grasa y monóxido, atrapados en la vieja terminal de autobuses mientras esperaba la llegada de mi tía. Debajo de la regadera, mis pensamientos se remontaron a mi adolescencia. Mi polla se endureció, al recordar los años que visitaba la finca de mi abuelo y en donde disfrutaba de ver a la tía bañarse en la piscina. Muchas pajas me hice en esa época por ella. Evocar esos momentos, me produjo una erección como tenía tiempo que no me ocurría. Si no me masturbé con esas imágenes de otrora y con la cercana presencia de mi protagonista, fue debido a que desde abajo escuché una voz que me llamaba con sobresalto.

-Albertico, Albertico, ven pronto, por favor.

Tomé mi bata de baño y sin secarme bajé presuroso a donde estaba la voz que me llamaba.

-¿Qué pasó tía, cuénteme?

 -Ay mijo, me doble el tobillo en la ducha, me duele mucho -exclamó.

-Qué broma tía, déjame ayudarte a ir a la cama, para ver cómo está tu tobillo -le dije.

La tomé por el brazo y la sujeté fuerte para guiarla hasta la cama. Con la caída, la tía apenas había cubierto su cuerpo con una toalla playera. El espectáculo que veían mis ojos me produjo una calentura de mil demonios. El trayecto de unos tres metros de la ducha a la cama fue eternos. Su olor a jabón y el pelo aun sin secar, alteraron mis ya vulnerables sentidos y la erección que había mermado producto de los gritos volvió a tomar ánimos. Entre el esfuerzo por cargarla y el mantener mi bata cerrada para que mi polla no se escapara, me produjo un momento estresante. ¿Qué pensaría la tía si notara mi desaforado pollón fuera de sí? A duras penas la tumbé en la cama y con rapidez reforcé la tira que aseguraba mi bata de baño.

-Ay, ay, me duele mucho -exclamó tirada en la cama con la toalla cubriendo a medías sus espectaculares piernas.

-Déjame ver tiita. ¿Dónde te duele?

-En el tobillo sobrino, Santo Dios bendito, que torpe me estoy poniendo -agregó con una mueca de dolor.

Me senté a su lado y subí su pierna sobre mi muslo y le agarré con mucho cuidado el tobillo que se había lesionado. Mi espada estaba que quería ser desenvainada para librar aquel combate imposible. El roce de su pierna con la mía y la imagen de sus muslos desnudos que apenas estaban cubiertos por la toalla, me hicieron derramar ingentes cantidades de lubricante en mi cañón. Mientras sobaba su tobillo, no quitaba la vista de su entrepierna buscando algún descuido para ver su vedado coño.

-Me duele sobrino, me duele. Pero creo que no fue mayor cosa porque ya me está pasando -me dijo en tono más calmado.

Al oir su voz, regresé a la realidad. Debía escaparme de ahí o cometería una locura. Era cierto que la tía me volvía loco pero del dicho al hecho, jamás me atrevería a insinuármele a la tía.

-Ya regreso, tía. Voy a buscar un ungüento en mi habitación para untártelo ahí -pronuncié esas palabras para escabullirme y no seguir torturando mi humanidad.

Subí rápidamente y regresé con la crema. La tía Amparo yacía en la cama con una pierna recogida y la otra lesionada estirada hacía el borde del colchón. La vista era más explícita. Con su pierna recogida, dejaba al descubierto parte de su trasero y una flor plateada con pistilos color rosa. Un ligero camino de vellos grises, bien rasurados, adornaba aquel arreglo floral que se negaba a marchitarse con el pasar del tiempo. Cuando me vio llegar, recogió su pierna y arregló la toalla para negarme la sensacional panorámica.

Masajee su tobillo con la pomada mentolada y por momentos me aventuraba a subir hasta su rodilla. Mi polla estaba a reventar. Le pregunté si quería que le masajeara la otra pierna y me dijo con tono relajado que lo dejara para la noche. Me comentó que el largo viaje en autobús la había estropeado mucho y que un masaje de su sobrino no le caería mal.

Cayó rendida del cansancio. Aproveché y subí a mi cuarto y me recosté en la cama con la intención de relajarme y despejar la mente de aquel episodio sorpresivo y cachondo. Cuando desperté, ya la luz solar de aquel martes de junio había escondido su rostro.

Habían pasado cuatro horas desde que me sumí en aquel descanso merecido. Recordé la escena temprana y me vestí rápido para ver como seguía mi tía Amparo y para prepararle algo de comida.

En la cocina, ya la tía tenía adelantada parte de la cena. Cojeaba un poco pero percibí que no era nada grave.

-¿Cómo sigues tía? -Le pregunté.

-Bien, sobrino. Solo me duele un poco pero ya se me pasará. -Contestó.

La ayudé a terminar la pasta con salsa marinera que había calentado y arreglé la mesa para disponernos a comer.

La tía llevaba un pijama de algodón de una sola pieza que mostraba sus torneadas piernas hasta la mitad de sus macizos muslos. Se había puesto un sutil y delicado perfume que apenas se percibía. Enseguida descubrí que no llevaba brasier. Sus melones frescos saltaban juguetones a cada paso que daba. Destapé una botella de Marqués de Riscal y llené dos copas para acompañar la cena. La tía era de gustos exquisitos y quería complacerla.

Disfrutamos el buen momento y charlamos relajados y poniéndonos al día con los cuentos de la familia.

Le serví el postre y me percaté de que nos habíamos tomado la botella en el transcurso de la amena comida. Destapé otra botella y nos fuimos al sofá que tenía en el balcón y que dominaba una vista espectacular sobre la bahía.

-Quieres un cigarrillo, tía -le ofrecí con naturalidad. Sabía que la tía se fumaba uno que otro en ocasiones especiales

-Claro, Albertico. Tengo días que no me fumo uno.

Nos servimos dos copas más y sentía que el efecto relajante del vino me estaba haciendo efecto. Igual la tía. Eran famosas sus alegronas cuando bebía. Le gustaba bailar, cantar, recitar poesía. Se transformaba cuando se tomaba cuatro copas.

La velada transcurría relajada y amena. Mi tía se recostaba de la baranda de acero del balcón y respiraba con entusiasmo la brisa marina que nos arropaba. El espectáculo de sus tetas al aire, de sus nalgas bailoteando en su pijama y el recuerdo del afortunado accidente horas atrás, habían devuelto mi entusiasmo por desear a la tía Amparo.

-Tía, qué raro que no te casaste. No logro comprender como una mujer tan bella como tú no haya conseguido un hombre que le gustaras -Solté esa pregunta despreocupado.

 -La vida, Gustavito, la vida. Dejé pasar muchos trenes y ya ahora tan vieja y desgastada no creo que consiga algo bueno -me dijo con nostalgia.

-¡Desgastada y vieja, por dios! -Exclamé.

-Pero tía, ahora es que estás operativa. Mírate ese cuerpo que te gastas -agregué con entusiasmo.

-¿Tú crees, sobrino? Me siento gorda y aporreada. Mi época ya pasó -agregó con un suspiro arrancado de sus adentros.

Se volteó hacia mí y señalando sus piernas me dijo:

-Toca aquí para que veas. Están gordas y flácidas.

Subió su pijama unos centímetros y me señaló donde quería que la tocara.

-Toque, no le de vergüenza, toque para que lo compruebe.

Aquella invitación me desarmó. Torpemente acerqué mi mano a su muslo descubierto y sentí un corrientazo que erizó hasta el último de mis bellos.

-¡toque sin miedo, no ve lo que le digo!

Puso su mano sobre la mía y me empujó a seguir tocando con más ímpetu.

-yo sé lo que le digo. He perdido condiciones -agregó

 -Qué va tiita bella, sus muslos están más firmes que muchas carajitas de veinte. Son preciosos, además.

-Tú crees. No me engañes que yo soy tu tía.

-No tía le digo la verdad. Es más, le voy a confesar, me gustan más que los de Sandra.

-Tu si eres tonto muchacho, como vas a decir eso. Tu mujer tiene un cuerpo espectacular-

-No la engaño tía. ¿Siente cómo se resisten a la presión que le ejerzo?

Mi mano recorría aquel músculo terso y presionaba con fuerzas para señalar a la tía su tonicidad y buena condición física.

 -Bueno, sí. Tal vez mis muslos no estén tan estropeados pero mis nalgas si es verdad que dan tristeza.

Bebimos un trago más y se arremangó aún más el pijama y me mostró su trasero ligeramente cubierto por un bikini negro que contrastaba esplendido con la piel blanca de sus glúteos. Ciertamente, aquel par de calabazas, mostraban la incipiente celulitis que más que afearlas, le daba un aire de madurez exquisita. Ante tal espectáculo, mi pollón estaba a punto de derramarse en mieles.

-Vea, sobrino, no le estoy mintiendo. Ahí sí estoy maltratada. Por más que me digas que no, yo sé que no lucen bien. Toque para que se cerciore. Toque -me invitó sin ninguna pena.

Enseguida coloqué mis dos manos sobre su despampanante trasero y lo masajee con lujuria.

-Siga tocando, sobrino. Siga para que lo compruebe.

No sé a qué estaba jugando mi tía. Solo sé que estaba a milímetros de bajarle su bikini y posar mis enloquecidas manos sobre su bello culo.

En un santiamén, la voltee y la presioné contra mi cuerpo y la hice que sintiera la súper erección que me había provocado.

-No se lo dije, ya estoy para vestir santos.

-No tiita, usted está mejor que muchísimas jovencitas. Mire esas nalgas tan duras y bellas que tiene. Que desperdicio -pensé.

-¿Usted cree, sobrino. No me dices eso para no hacerme sentir mal?

-No tía, le hablo con el corazón. Usted está buenísima, con su perdón.

-Que tierno, Albertico. Tus palabras me reconfortan. Ojalá consiga un hombre que me vea con tus ojos y pueda entregarle mi virginidad -Me dijo sollozando.

Aquella confesión me volvió loco. La apreté más fuerte sobre mi polla y comencé a girarla como en un baile de dos enamorados. Ella me rodeó con sus brazos y me susurraba que lastimosamente yo era su sobrino. Me dijo que le hubiese encantado entregarse a un hombre como yo, pero que eso era imposible.

Ella hablaba y yo presionaba cada vez más. Mi armamento amenazaba con disparar a quemarropa. Mi tía se aferraba con más fuerzas mientras yo metí ambas manos por su bikini y empecé a masajear su orificio anal. Estaba loco. No sabía lo que estaba haciendo.

-Así no, Gustavito, así no. ¡Que descaro, como llegamos a esto!

-no importa Amparo -le dije pronunciando su nombre para alejarla del sentimiento filial.

-Dejémonos llevar y veamos en que termina todo esto -le susurré.

-No imposible, estoy temblando pero esto no puede ser.

Sus palabras por un lado y sus jadeos y movimientos por otro. Se frotaba ferozmente contra mi pollón y me mordía el cuello con deseos desenfrenados.

Intenté bajar su bikini y se resistió.

-No, por dios, no -exclamó

No hice caso a su mandato. Separé con fuerzas sus muslos y logré bajar su prenda hasta las rodillas. Seguía presionando mí mazó contra su pelvis y le subí el pijama dejando al descubierto sus exquisitos melones rosados. Comencé a chuparlos y a manosearlos con lujuria.

-No, Gustavito, no, por favor.

Aquello parecía una orden invertida. Por cada negativa que pronunciaba, redoblaba mis ataques y aquella fortaleza sucumbía y se unía a mis movimientos.

Bajé lentamente con mi lengua hacia su coño humedecido y ella abrió sus piernas entregada y reducida. Su olor me embriagó más aún.

-Ay, ay, Gustavito, que rico. Que estamos haciendo. ¡No pares!

-¿Te gusta tiita, te gusta?

¿Quieres que retire mi lengua de tu coño?

-No sobrino, por dios. Ni se te ocurra.

La tía estaba fuera de sí. La tumbé en el sofá y puse mi pollón frente a ella para que lo detallara. Su mirada exorbitada se quedó mirando y luego lo agarró con una mano y comenzó a auscultarlo con lujuria.

-cincuenta y seis años para poder palpar este instrumento -dijo.

-Es hermoso. No se parece en nada al consolador que compré en París.

-Lo quiero para mi toda. Quiero metérmelo en la boca, como en las películas-

-Claro, tía. Haz con él lo que te provoqué -le dije

Enseguida se metió toda mi polla en su boca y me dio una mamada espectacular.

-está divino, sobrino. Quiero que me desvirgues. Hazlo ya, no aguanto, pero con cuidado Albertico, primera vez que disfrutaré de una polla dentro de mí.

Levanté sus piernas y expuse su rasurado jardín para empalmarla con mi mástil hasta sus entrañas. La emboquillé y sentí que su piel se ponía como carne de gallina. Fui introduciendo lentamente mi polla en su coño mojado y la tía lo engullía con estoicismo.

-Ah, ahh, rico sobrino, rico. Sigue así. Empuja, empuja. Hazme tuya toda la noche. Esto es la gloria. Empuja más fuerte, sobrino -exclamaba.

La empalmé hasta mis bolas. La tía se retorcía de placer y mordía mis tetillas con devoción. Nos acoplamos perfectamente y ella arqueaba su vientre como una diosa divina. Sus pezones estaban por reventar. Se vino varias veces. No quería que aquello acabase. Mi pollón no aguantaba más, la apreté más fuerte por su torso y con una embestida final la llene con mi leche dentro de su gruta conquistada.

-estuvo divino, sobrino. Métemela por detrás, como en las escenas porno. Quiero probar de todo, desvírgame mi culito, por favor.

Aquella petición inesperada, hizo que mi corazón bombeara más cantidades de sangre a mi falo alicaído y este recobró la erección original.

Ella misma se volteó y expuso su hermoso agujero para que la sodomizara. Lubriqué su orificio con saliva y apunté con precisión mientras ella me incitaba a penetrarla sin consideración alguna.

-Dele, sobrino, métalo sin compasión. No se preocupe que yo soy guapa. Dele.

Aquellas palabras me alentaron más e inicie mi conquista de aquel agujero que pedía ser violado sin sutilezas. Al meter la cabeza de mi polla, sabía que lo demás era pan comido. Una lágrima bajó por sus mejillas cuando sintió que mi espada traspasaba su hermoso culo. Comenzó a contornearse y con movimientos sincronizados exprimió mi cañón.

-Dale duro, Gustavito, dale más duro -mientras pronunciaba esa frase se tocaba frenéticamente su clítoris y conté como tres orgasmos sucesivos. Yo le acabe ingentes cantidades de leche en su endiablado culo que pronto expulsaría sobre mi abdomen.

Los dos nos abrazamos como dos enamorados. Yo había logrado cumplir mis sueños de adolescente y mi tía perdió su virginidad en familia.

Aquel secreto, lo mantendremos guardado por siempre. Nos prometimos encuentros futuros. Me dijo que ahora menos necesitaba casarse. Compraría un departamento cerca del mío en donde tendríamos nuestros encuentros semanales. Ella se conformaba con eso y yo…

Comenta por favor. Tu retroalimentación es mi aliciente.

Gracias.

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