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Solo temo a seguir con vida (Capítulo 19)
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Mi nueva vida era desgastante. Mantener a Laura y Diana me resultaba complejo. Majo seguía sin conseguir trabajo y yo debía encargarme de nuestro mantenimiento, eso, sumado a la cuota para Laura me tenía al borde de la quiebra.

No sabía qué hacer pues era evidente que esto iba a ser insostenible. Majo empezó a notar la escasez y no paró de preguntar por el destino del dinero. Me pregunto si era adicto al juego, a las putas o a alguna droga, pues no hallaba forma de explicar la fuga del dinero.

Yo inventaba pretextos absurdos como continuos arreglos del coche, o del celular, o de cualquier otro artefacto que se pueda descomponer. Pero majo no era estúpida, pues poco creía en mis palabras.

Su suspicacia fue al alza. Aprovechó cualquier oportunidad para revisar mis estados de cuenta, mi celular, mi laptop y cualquier otro dispositivo o fuente de información de mis estados financieros.

Y lo inevitable llegó. Majo descubrió que estaba manteniendo dos hogares. Me lo hizo saber de la forma más terrible.

Una tarde al volver del trabajo no encontré a Majo en casa. Estaba Isabella sola, situación que despertó mi ira, pues no concebía que la niña, estando tan pequeña, se quedara sola en casa. Pero luego esa sensación de rabia y enojo se transformó, se convirtió en tristeza tras encontrar y leer una carta que Majo había dejado sobre la cama.

“No sé qué hacer, estoy desesperada, ya no puedo más. Quiero gritar, quiero escapar, estoy harta, quiero acabar con todo esto, con esta maldita ansiedad y decepción. Este es mi fin, ya no puedo más; el corazón me late y se me sale del pecho por mi angustia, el dolor me carcome, y este engaño me destroza por dentro. Estoy sola, pensé tener un gran apoyo en mi familia, pero hoy he descubierto que estoy sola, que todos me han traicionado.

Hoy mi cabeza no sabe qué pensar. Fuiste una persona muy importante para mí, te amé demasiado hasta el último día de mi vida, pero debo decirte que en los últimos minutos te odié hasta más no poder.

Quise hablar de esto con alguien, pero cuando pensé en la gente que supuestamente me ha querido, me di cuenta que de todos recibí una traición. Siento mucho el dolor que voy a causar a quienes quedan y profesan afecto, cariño o amor por mí, aunque sigo pensando y no sé quién pueda ser.

Cuando a una persona lo abandona la esperanza, los anhelos, los planes; nada tiene sentido ¿O acaso no está formado el futuro por este triángulo?

Todo eso ha sido reemplazado en mi vida por una sensación de vacío, y la naturaleza aborrece el vacío. No puedo seguir lidiando con ello, no puedo volver a engañarme con que nada de esto ha sucedido.

Tu actitud mató mis ganas de luchar por ti, por mí y por nosotros. Te amé con locura, pero hoy te desprecio ¡Hasta siempre!”.

Leí la nota y quedé estupefacto, helado. Tomé a Isabella, la subí al coche y partí desesperado, sin rumbo fijo pues no sabía dónde ir a buscar a Majo. Lo primero que se me ocurrió fue ir a casa de sus padres, pero allí no estaba. Tampoco en casa de sus amigas más cercanas. Fui a casa de Javier, pensando que en un momento de rabia podría entregarse a los brazos de otro de los hombres que amo. Pero tampoco la encontré.

Estaba completamente desesperado, pues no sabía en dónde buscarla. Y lo peor estaba por llegar.

Pasaron apenas unas horas, cayó la noche y recibí una llamada demoledora. Me pedían ir a la oficina forense ir a reconocer un cadáver. Imaginé lo peor y minutos después lo iba a confirmar.

Llegué y procedieron a mostrarme el cadáver. Efectivamente era Majo, aunque era difícil de reconocer, pues había saltado de un acantilado, cercano a la ciudad y con alta tradición de suicidios cerca a esta ciudad. Su cuerpo había estallado al chocar contra el suelo, pero supe que era ella por su vestimenta, y por las partes de su cuerpo que aun eran reconocibles.

Me sentía desecho por dentro. La tristeza era infinita y el sentimiento de culpa total, pues sabía que mi actuar había desencadenado en la muerte del amor de mi vida. A la vez me sentía repugnante y miserable, pues entendía que esto era completamente mi culpa. No sabía cómo iba a explicárselo a Isabella cuando fuera más grande, ni cómo iba a contarle esto a la familia de Majo, si es que no lo sabía ya. Pensé en seguir los pasos de Majo, pero dejar huérfana a Isabella sería una canallada aún mayor, así que lo descarté.

La depresión me llevó a hundirme en el consumo de licor, perdí mi trabajo y la cordura por unos meses.

Laura seguía apareciendo puntualmente para cobrar la pensión pactada. Pero llegó un momento en que mi iliquidez no me permitió cumplir con la cuota pactada. Laura entendió mi depresión, mi delicado estado mental, y fue increíblemente ella la que se encargó de consolarme y hacerme recapacitar; fue ella quien me sacó de mis delirios depresivos.

Decidí comenzar de cero con Laura. Mutuamente olvidamos el rencor que en algún momento pudimos sentir por el otro, teniendo en cuenta además que había dos pequeñas a nuestro cargo.

Lamentablemente para Laura y para mí este fue el final de la relación con el resto de la familia, pues, con justa causa, yo ya no era aceptado entre ellos. Tampoco Laura en caso de que se enteraran de que ella había rehecho su vida conmigo, aunque creo que jamás se enteraron de esa situación.

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