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Se convirtió en la amante de planta de su jefe
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Tiempo de lectura: 18 minutos

Sandra se levantó de la cama, sabía que tenía que llegar a trabajar y que ahí, vería una vez más al Licenciado Rodríguez, y esa apostura que lo hacía irresistible para ella, moreno, casi un metro noventa de estatura, rasgos severos y varoniles, coronados con un bigote color negro al igual que su cabello que contrastaban notablemente con sus ojos color verde.

Su varonil voz, y su pausada forma de hablar, le excitaban, se sentía como una jovencita ante la presencia del muchacho que la alborotaba en la escuela secundaria, y, aunque dichos años habían quedado atrás, y ella tenía 29 años, la sola presencia de ese macho encendía sus fantasías más ocultas y excitantes, y aún más, sabiendo que era casado.

Se aprestó a hacer desayuno para sus tres hijas, dos de ellas de un mismo padre, de quien había sido amante y que, coincidentemente también había sido su jefe, y una tercera producto de su primera relación seria con un hombre, cuando ella estaba en la preparatoria y había entregado su amor y su cuerpo por primera vez, a quien en ese entonces era su novio.

Las dos relaciones habían fracasado.

Ahora, Sandra tenía que afrontar la responsabilidad de ser madre soltera, y trabajar y educar a su familia, tras terminar de servir a sus hijas, apresuro el paso, se quitó el pantalón del pants deportivo que utilizaba para dormir, y la delgada blusa que dejaba ver sus generosos pezones para quedar totalmente desnuda frente al espejo.

Para sus adentros, pensó, no está mal, sacudió su larga cabellera negra como la noche que colgaba sensualmente hasta casi la mitad de su blanca espalda, y reviso sus largas piernas, con unos muslos adorables, y largas pantorrillas, sus caderas medianas, y dándose la vuelta, reviso su trasero, que, en lo particular, era lo que menos le agradaba de su figura, aunque, al parecer, a los hombres que habían tenido la suerte de llevarla a la cama les era más que bueno, y lo disfrutaban cuando lo manoseaban, abrían y palmeaban, regresó a la postura frontal, y vio su monte de Venus coronado con un ralo triangulo de vello, que cuidaba acuciosamente cada vez que entraba a la regadera, copo sus pechos que eran lo que más le enorgullecían, grandes, turgentes, pesados, con dos hermosas aureolas amplias en color café claro, y unos pezones café obscuro prominentes y erectos, además de ser extremadamente sensibles, sonrió y giro, retiro la cortina plástica de la ducha, y abrió la regadera, mezclando agua caliente y fría, estiro una de sus largas piernas e ingreso a la regadera para bañarse apresuradamente, debía darse prisa y salir rumbo a la oficina.

Tras el regaderazo, Sandra se puso un juego de lencería blanca, con encaje al frente de una breve tanga que se metía perniciosamente entre sus blancas nalgas de piel tersa, que le ajustaba perfectamente, muy sacada arriba de la cadera, pronunciado su afilado perfil, y alargando sus ya de por si prolongadas extremidades inferiores, mientras que el sujetador era igualmente en color blanco, con unos hermosos remates de encaje sobre las copas que cubrían la mitad de sus pechos, casi al borde de sus hermosos pezones.

Procedió a sacar el traje sastre color azul marino, de falda dos pulgadas arriba de la rodilla, y apretada en caderas y muslos, eso la favorecía con su figura espigada, de peto amplio que sujetaba su abdomen y la hacía ver más plana en la región abdominal, el saco era de buen corte, y al cerrarlo se abultaba con sus poderosos pechos. Decidió no usar medias, y selecciono los zapatos negros de tacón de aguja, que levantaban sus nalgas, y delineaban sus pargas pantorrillas, rematando con la blusa de seda blanca, que transparentaba su sujetador dándole un toque erótico y juguetón, se vistió, y tras ponerse las prendas se paró frente al espejo, sonriendo al agradarle lo que veía. Estaba lista.

Salió a la calle dejando a sus hijas atrás, camino a la esquina de la calle donde se juntaba una transitada avenida donde espero un taxi, sus pasos eran acompasados, largos y decididos, y varios automovilistas volteaban a revisarla de pies a cabeza, al llegar a la intersección, y pararse en la esquina, sonrió para sus adentros al seguir recibiendo miradas lascivas, y un camión de volteo cargado de trabajadores de la construcción se convirtió en un indicador más de como lucia esa mañana, pero del modo guarro y descarado, los albañiles no se limitaron y profirieron cualquier cantidad de piropos impropios que ruborizarían a cualquiera: ¡que rica puta!, ¡señora sabrosa!, ¡que ricas tetas! ¡Culona! ¡Que ricas piernas, quien estuviera en medio de ellas! ¿Quieres coger, aquí hay muchas vergas para ti putona? Y más improperios, permaneció incólume, no gesticulo, ni mostro agrado o desagrado, mientras el camión prosiguió su marcha al cambiar la luz mientras los hombres seguían gritándole de cosas al alejarse.

¡Vaya reacción! Pensó, ¿reaccionaria igual el caballeresco licenciado Rodríguez? No dejo de sorprenderse a sí misma al pensar eso, ¿se había arreglado meticulosamente para él, o lo hizo como parte de su femineidad natural y para lucir bien ella misma? mientras eso pasaba por su cabeza, vio un taxi libre y estiro el brazo para solicitar su servicio, el taxista hizo una maniobra, y detuvo el vehículo frente a la espigada mujer, quien abrió la portezuela posterior, levanto la pierna izquierda y abordo el vehículo bajo la vigilante mirada del chofer que no perdió detalle cuando abrió las piernas al subir, el transportista buscaba verle la ropa interior casi seguramente, ella bajo su mano y cubrió cuidadosamente el frente para evitar darle un espectáculo gratis al descarado conductor que fijaba su mirada en la parte baja de su anatomía.

-¿A dónde la llevo señorita?- preguntó el maduro chofer, a lo que Sandra respondió dándole la dirección de la oficina, al tiempo que se quitaba las gafas obscuras que cubrían sus ojos cafés claro, dedicándole una amable sonrisa al chofer a manera de cortesía, aun y cuando él había tratado claramente de ver de más cuando abordo la unidad de transporte.

Al llegar a su destino, el conductor le dijo cuanto costo el viaje, Sandra metió la mano a su bolsa y extrajo el dinero, se puso las gafas, abrió la portezuela, y traviesamente separo mucho sus largas extremidades, bajando primero la pierna derecha del automóvil, y aguantando la postura un poco, el chofer con los ojos como platos tuvo una amplia visión de la ropa interior de encaje blanco en el fondo de la falda de la sensual mujer, quien en esa misma postura extendió el brazo para darle el dinero al tiempo que le daba las gracias, el recibió el pago y balbuceó:

-Gracias a usted bella dama, que tenga buen día.

Sandra giró sobre su trasero, bajo la pierna izquierda, y sin voltear atrás cerró la puerta del carro, y camino sensualmente rumbo a la puerta de su oficina ubicada a unos metros sobre la acera. “¡este se la jala al rato pensando en lo que vio!”, pensó, esbozando una sonrisa juguetona en sus gruesos y carnosos labios pintados de rojo brillante.

Abrió la pesada puerta de madera, y miró hacia arriba de la larga escalera que llevaba a las oficinas en el primer piso, emitió un prolongado suspiro y tomo aire -ahí vamos otra vez- pensó, y subió la escalera con paso decidido.

Al llegar, Leticia la asistente general la saludó efusivamente, se habían hecho amigas, y era la única del lugar que conocía los escarceos amorosos que el jefe había tenido para con ella, sonrió y le dijo:

-tu hombre viene hermoso el día de hoy ¡te vas a mojar nomas de verlo! -y se carcajeo ruidosamente.

-shhh, ¿qué te pasa pendeja? -inquirió Sandra, con una sonrisa tímida- ¿platícame, como se ve?, y la que se moja eres tú mensa -y se rio abiertamente en complicidad con su amiga

-Espérate a verlo, seguramente te va a llamar en cuanto vea que llegaste.

Sandra siguió su camino hacia el escritorio que le correspondía al otro lado de la oficina, justo frente a un ventanal cubierto por una cortina traslucida que permitía ver al exterior, pero impedía ver hacia el interior de la oficina del licenciado Rodríguez, Sandra giro por la parte que daba al ventanal, sacudió su melena negra azabache, y acomodo su bolso en el último cajón agachándose y mostrando el contorno de sus caderas a quien estuviera dentro de la oficina, se irguió y retiro la silla, y poco antes de sentarse, el teléfono sonó con la alarma del interfono, extendió su largo brazo, y tomo el auricular, y dijo con voz melosa:

-A sus órdenes licenciado.

La varonil voz del otro lado del auricular contesto:

-Buenos días Sandra, ¿puede venir a la oficina?, tengo algunas cosas que pedirle.

Sandra tomó la libreta de dictado que tenía sobre el escritorio, giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta, en la distancia, Leticia se reía abiertamente, y con gesticulaciones le decía a su amiga “te lo dije, te iba a llamar en cuanto te viera llegar”. Sandra sonrió, su amiga tenía razón, ni siquiera si había sentado en su lugar y él ya la requería en su privado.

Sandra entro en la oficina con un look muy profesional, libreta en mano, y lista para ver los requerimientos de su jefe, por dentro, al verlo ataviado con el elegante traje color gris, camisa blanca, zapatos lustrosos recién boleados color negro, y una corbata roja, no pudo menos que relamerse los labios, ¡cómo le gustaba ese hombre maduro, de físico excelente, alto, pero por desgracia, su desgracia: ¡casado!

-A sus órdenes, licenciado -dijo Sandra.

El, la miro de arriba abajo y sonrió derritiéndola inmediatamente.

-Que tal Sandra, ¿Cómo está? -Inquirió el, ella devolvió la sonrisa, con un brillo de coquetería en sus vivaces ojos.

-Lista para lo que usted ordene.

Él se reacomodó en su confortable silla de oficina, y le pidió una serie de documentos correspondientes a la jornada laboral, le dicto tres números telefónicos para arreglar unas citas concernientes al trabajo, y le solicito un vaso de agua, Sandra contesto, enseguida licenciado, y giro sobre su eje una vez más para salir de la oficina y comenzar a cumplir con sus tareas, fui ahí, cuando dio la vuelta y estaba a punto de salir, que él le dijo:

-Sandra -ella frenó y volteó sobre su hombro, y él comentó sonriendo una vez más- que guapa y sexy luce el día de hoy, siempre, pero hoy verdaderamente ¡brilla!

Ella se ruborizo, sintiéndose halagada, y deseada, y respondió con una abierta sonrisa mostrando su alineada y blanca dentadura y gruesos labios diciendo:

-Muchas gracias licenciado, verdaderamente me siento halagada.

Él reafirmó el piropo diciendo:

-Que afortunado debe ser su novio Sandra, disfrutando a una bella dama como usted.

-¡Gracias! –Contestó- pero la verdad licenciado, no tengo ninguna relación por el momento, me concentro en el trabajo, y en servirle a usted (enfatizó dicha frase) así como en cuidar y atender a mis tres hijas. -Al terminar la frase, solo volteo su cabeza y camino de un par de pasos largos para salir del lugar y de la vista del abogado.

A lo largo de la mañana, Sandra cumplió al pie de la letra cada una de las tareas que le habían sido encomendadas, en el inter, ella visito a su jefe en cuando menos tres ocasiones más, y en cada una, el volvió a decirle cuan hermosa y sexy lucía “¡este quiere algo!”, pensó al tiempo de que en cada una de esas ocasiones sintió una chispa de excitación sexual que no podía refrenar, una vez más, sus pensamientos volaron y se visualizó en toda clase de situaciones carnales con su jefe, en todas las posiciones y en todas las perversiones, llegando incluso a sentir como lubricaba en sus partes más secretas.

Al llegar al mediodía, todos quienes trabajaban en la empresa salieron para tomarse una hora para comer, sin embargo, Rodríguez seguía pegado al teléfono en una conferencia con un cliente importante, y Sandra no podía dejar la oficina hasta que lo hiciera su jefe por si necesitaba algo (ojalá y la necesitara a ella). Leticia se acercó a su amiga, con quien habitualmente salía a esa hora por los alimentos, y le dijo “Pues me voy esclava, ahí quédate a esperar a que tu príncipe azul termine de hacer dinero, nos vemos en una hora” y enfiló rumbo a la puerta, misma que cerro fuerte de un portazo y bajo la escalinata larga, cerrando fuerte la puerta exterior a nivel de la calle.

Rodríguez y Sandra se quedaron solos en la oficina.

La llamada concluyo en no menos de cinco minutos, y el abogado se levantó de su silla, camino unos pasos rumbo a la puerta, y contemplo a su asistente sentada ahí, esperando sus instrucciones.

-¿Qué paso Sandra, por qué no fue a comer? –Preguntó.

Sandra levanto el entrecejo, y aseveró:

-Creí que tal vez me necesitara para algo después de terminar la conferencia con nuestro cliente de la farmacéutica.

Él caminó hacia la mujer, y sonrío abiertamente, acotando “de verdad que es usted servicial y eficiente, le agradezco mucho su profesionalismo, y que me espere, pero no era necesario, es mi error, debí haberle dicho que se fuera a comer, le ofrezco una disculpa, ¿Qué puedo hacer para compensarla?”. Sandra giro la silla para encarar al hombre que se había acercado a ella, ubicándose a poco más de un metro de donde estaba sentada, ella apretó las rodillas y su falda mostraba sus caderas arrellanando su trasero en la silla, la blusa de seda blanca abierta discretamente hasta el tercer botón, y dando un pequeño campo visual a su sujetador de encaje blanco, enmarcado en el saco ejecutivo azul marino. Se veía verdaderamente atractiva.

Manuel Rodríguez tenía fama de conquistador, a pesar de estar casado con una mujer extremadamente bella, desde que Sandra se presentó a pedir trabajo, le había llamado la atención, y en los dos primeros meses de relación laboral, todo se había manejado en el terreno netamente profesional, sin que eso le impidiera observar a su asistente y sus largas piernas y generosos senos, así como su cara de belleza atrevida y grandes labios en flor que, como alguna vez le había comentado a su socio, le parecían perfectos para dar una mamada de campeonato mundial.

“Mi esposa me llamo diciendo que venía retrasada Sandra, dijo el licenciado, ¿usted no se va a ir?”. Ella le contesto “No, creo que ya no voy a alcanzar, tal vez queden solo cuarenta minutos para regresar a la oficina”. Al tiempo que se levantó de su silla para servirse un vaso de agua, pero, al levantarse, el hombre no dio un paso al costado, quedo ahí, parado frente a ella, que, a pesar de ser alta, con un metro y setenta y dos centímetros no alcanzaba ni cerca la estatura del que fuera jugador de baloncesto, se produjo un silencio, mientras la mujer levantaba la cara para ver el rostro de su jefe, quien una vez más esbozo la sonrisa que la volvía loca, y dijo:

-¿Cuarenta minutos es tiempo suficiente para que tú y yo nos conozcamos mucho mejor, no crees? -Era la primera vez que la tuteaba, y sintió una corriente eléctrica recorriendo su espalda hasta sus nalgas, el alargo sus brazos, y la tomo suavemente, sus manos eran enormes, y bajando un poco la cabeza para ponerse a su altura le dijo– sé que te gusto, y tú me gustas mucho también, tú y yo podríamos divertirnos mucho, si tú quieres –alargó estas últimas silabas, diciéndolas casi en un susurro al oído de Sandra que sintió como se le aflojaban las rodillas ¡era increíble!

El jefe le había dicho que ella le gustaba, y se dejó hacer, el recorrió sus brazos acariciándola, y cerro su ataque, tomando las solapas del saco ejecutivo removiéndolo del delgado cuerpo de la asistente, mientras que al mismo tiempo la besaba en la boca, primero con suavidad, como explorando su reacción y al recibir respuesta afirmativa, con mayor pasión, sacando su lengua e invadiéndola la de ella, quien devolvió el abrazo, elevando sus brazos y manos para abrazar al varón por el cuello, sus amplios hombros y el prolongado beso la hacían temblar de emoción, el saco de Sandra cayó al piso, y el movió su mano derecha para tocarle los pechos por encima de la delgada blusa, y Sandra no pudo reprimir un ligero gemido de placer mientras sus lenguas seguían entrelazadas.

Su enorme mano entro por el escote, y sin perder el tiempo invadió la privacidad del sujetador yendo directo a amasar uno de sus pechos, que, a pesar de ser grandes, talla D, era completamente cubierto por la mano del ex jugador de baloncesto, sentía una dureza desmedida en los pezones, y las sensaciones eran abrumadoras, se descolgó de sus hombros sin dejar de responder a los besos ardientes del hombre que seguía hurgando en su boca con una lengua grande y tentadora, y por primera vez, buscando retribuir las caricias, paso su palma abierta por la superficie frontal del pantalón de vestir de su jefe, pudiendo sentir una enorme erección, estaba duro, muy duro, y su tamaño lucia prometedor debajo de la prenda, procedió a abrir la hebilla del cinturón, haciéndolo a ciegas, ya que él seguía besándola con frenesí, logró desabrochar el seguro, y Sandra fue por el botón del pantalón, el desprendió el beso y agachando la cabeza mordió delicadamente el lóbulo de una de las orejas de la mujer que se estremeció sintiendo la humedad de su saliva, la textura de sus dientes, y ese intoxicante aroma de la colonia que usaba y que a ella tanto le gustaba, olía a hombre, olía a macho, sin duda, sus feromonas contenían la química exacta para su gusto de mujer, el cerro un poco su caricia en su seno derecho, y apretó fuerte pero sin llegar a provocarle dolor su erecto pezón, lo que envió una sensación punzante y aguda a través de sus terminales nerviosas terminando en su clítoris, Sandra sentía que su sexo escurría excitación, estaba tremendamente húmeda y caliente.

Ella se atrevió a romper el ritmo de esas exploraciones amatorias por primera vez, ya que tenía una duda legítima “dígame licenciado -a pesar de tener sus besos apasionados y su mano acariciando sus pechos seguía hablándole de usted:- ¿Qué no dijo que su esposa ya venía en camino?”. Su voz sonaba entrecortada entre suspiros y jadeos, el reculó un poco para darle libertad de maniobrar para abrirle el pantalón al tiempo que decía “No te preocupes, para esto siempre hay tiempo” y retirando la mano del interior del sujetador de su asistente, empezó a desabotonar la blusa de seda buscando liberar los turgentes pechos que anhelaba lamer y chupar.

Sandra prosiguió la labor y retiro el botón del pantalón, bajo la cremallera, y metió la mano, su jefe utilizaba boxers, introdujo la mano por la parte superior de la ropa interior y sus largos dedos de unas larga y pintadas de rojo fuego sintieron la carne dura del hombre que la deseaba, ¡vaya que estaba duro! Emitió un largo suspiro, y apretó su pene, era ancho, y también, como lo había supuesto, largo y del tamaño exacto, ni muy pequeño para no sentirlo, ni muy grande como para temerle, era exactamente lo que ella y su calentura necesitaban.

Aun de pie, las manos de Rodríguez, que ya habían liberado los botones de la blusa, se dirigieron a la parte baja del cuerpo de Sandra, sus enormes manos coparon sus nalgas, apretándolas, acariciándolas, haciéndola temblar, ella soltó el agarre inicial que tenía sobre el pene de su amante, y extrajo la mano, usando a otra ayudo a bajar el pantalón que cayó hasta las rodillas, y tomando el bóxer por ambos lados de la cintura, tiro hacia abajo, al tiempo que bajaba la cabeza para ver por primera vez el instrumento que el seguramente metería en ella, era moreno obscuro, circuncidado, con una enorme cabeza en forma de hongo, con el pelo púbico ralo, parecía que se daba tiempo de cortarlo, ¡hasta en eso era detallista! Pensó mientras la bestia se liberaba ante sus ojos, era hermoso, y sintió un irrefrenable deseo de tenerlo en su boca de grandes labios ¡cómo le gustaba chupar penes! Era algo que estaba más allá de sus fuerzas, desde muy joven siempre se calentaba con la idea que los hombres que le gustaban estuvieran en su boca, era una fijación, misma que había saciado cada vez que le era posible, disfrutando enormemente de chupársela a quienes habían tenido la suerte de estar con ella íntimamente.

El hombre sonrió una vez más, ella estaba exactamente donde él quería, y sus movimientos y acciones le decían que su asistente estaba caliente y deseando que la penetrara, Sandra tenía la blusa abierta y desfajada parcialmente de su falda ejecutiva, sus pechos ya estaban expuestos tras de que su jefe los sacara por encima de su sujetador, ofreciendo una excitante vista con esos pezones de aureola grande, y coronando cada seno erectos como punta de diamante, de color café obscuro, y listos para ser pellizcados, lamidos y chupados.

Sandra dejo de preocuparse por su apariencia, y se inclinó hacia adelante, quería sentir su erección en la boca, ¡como deseaba mamarla! Mientras ella completaba la maniobra para alcanzar el pene deseado, él tenía una vista excelente de la mujer empinada, con las piernas ligeramente separadas y su espalda y nalgas respingadas al tiempo de que ella se inclinaba para saciar su apetito de verga.

La enorme cabeza estaba ahí, a pocos centímetros de su boca, su aroma era agradable, su cabeza en forma de hongo ya estaba soltando liquido pre seminal, brillaba, su mano derecha sostenía el glande desde la base, la elevo para ponerla aún más cerca, y paso sus labios cerrados por la abertura superior, pintando sus jugosos labios con jugo de macho, y se relamió los labios, tenía su sabor en su boca, su olor la tenía cautivada, caliente, enervada, abrió la boca y se metió el hongo pulsante en la boca, jugo con su lengua en la punta todavía dentro de su oquedad, bajo empujando su cara un poco más para meterse más de ese órgano excitante, y el gimió de gusto, iba bien, seguía usando su lengua dentro de la boca y el sabor le encantaba, el, acariciaba su espalda por encima de la blusa y apretaba sus nalgas de vez en cuando “¿te gusta Sandra?” preguntó él, ella solo respondió con gemidos de gusto, como quien saborea un manjar, Rodríguez comenzó a bambolearse hacia adelante y hacia atrás, ayudando la labor experta de su amante a quien ya se cogía por la boca, los sonidos y chupetones que ella hacia al mamar eran muy excitantes, parecía que estaba hambrienta, las manos de la hembra aprisionaban las nalgas descubiertas del macho, y el recorría sus grandes manos desde las nalgas de ella, hasta su cabeza para apalancarse y meterle su órgano sexual hasta la garganta, sin que ella rechistara ni se ahogara por la dimensión del órgano al que daba placer.

-Bien le dije a Rodolfo -acotó el ejecutivo- detrás de esa carita estaba una verdadera profesional para mamar verga Sandra, hummm, que buena eres, si, cómetela toda, se ve que te encanta la verga, chúpamela, chúpamela toda, hummm.

Las palabras guarras del siempre propio abogado excitaban más a la mujer, lo estaba poniendo a mil, y su pene entraba y salía con cada vez mayor ritmo y velocidad en su boca, misma que cerraba para incrementar la fricción sobre la parte interior de sus mejillas sobre el potente glande, cuidándose de no usar los dientes, y si, de mover sus lengua para darle mayores sensaciones a quien la poseía por la cara, ella salivaba profusamente, hilillos de baba bajaban por su mandíbula, y goteaban sobre el piso, en una imagen contrastante con la prístina apariencia ejecutiva con la que ella se había presentado a la oficina esa mañana.

-Si sigues así te voy a llenar la boca de leche caliente Sandra -aseveró en tono grave y en medio de pujidos y gesticulaciones el alto abogado, ella esbozo una sonrisa en su empalada boca, retirándola del órgano, para, levantando la cabeza mostrarle su rostro y sus todavía rojos labios con enormes cantidades de saliva y líquido seminal escurriendo por las comisuras de sus labios…

-¿Le gusta como lo atiendo licenciado?

Él dijo con gusto:

-Claro que si mamacita, pero ahora necesito otro de tus servicios, y estoy seguro de que serán tan buenos como los que me has dado con tu boca – la tomo de las manos, la hizo levantarse de la posición que tenía agachada por la cintura con el pene de su jefe metido en la boca, y la incorporo con suavidad, ella retiro con el antebrazo, el líquido excedente que escurría de su boca, y haciéndose la inocente le pregunto a su jefe “¿Qué desea que haga licenciado?”, el tono de su voz era meloso, casi un ronroneo como una gatita que desea un plato de leche, sus ojos eran vivaces, su sonrisa era picara y coqueta, estaba deseosa de complacerlo, y complacerse a sí misma, tal y como varias veces lo había hecho en secreto, en la intimidad de su recamara cuando se masturbaba pensando en el día en que el apuesto abogado la hiciera suya.

Una vez que el hombre regreso a la mujer a su posición erguida, la volvió a abrazar gentilmente, y le fue dando la vuelta besándola en la boca, en el cuello, acariciándola en diferentes partes de su cuerpo, recorriéndola, cachondeándola, haciéndola vibrar, apoyo su pene erecto contra las nalgas de ella, cubiertas en su falda ejecutiva, él ya estaba prácticamente desnudo de la cintura para abajo, con los pantalones y los boxers a la altura de las rodillas, ella tenía la blusa blanca de seda abierta y parcialmente por fuera de su falda, con los senos saliendo por encima de su delicada tela de encaje y seda, y comenzó a empujarla hacia el escritorio de ella, quien bajo las manos para apoyarse en el mueble, las manos del hombre se apoderaron de la orilla de la falda y la subió hasta la cintura, revelando la blanca piel de la fémina quien respiraba entrecortadamente y con la cabeza volteada hacia atrás, la melena negro azabache, lacia y revuelta, miraba fijamente a su macho con sus labios entreabiertos y una mirada desafiante, el tomo las orillas de la tanga blanca y la deslizo desde la cintura, pasando por sus caderas, los blancos y torneados muslos desnudos, dejando la prenda colgando entre sus rodillas, se incorporó, y empujo a la mujer por la espalda, poniendo sus nalgas a su entera y total disposición, metió una mano entre los pliegues de su trasero, y sintió como se empapaba el dorso de la mano en los jugos sexuales que rezumaban del coño excitado de su asistente quien meneaba provocativamente sus caderas, y sintiendo el grosor y longitud del tronco que buscaba penetrarla.

El licenciado Rodríguez asió a Sandra por las caderas, ella paro el culo y con una voz encendida le dijo, a su amante: “métemela, te deseo muchísimo, métemela toda, cógeme, cógeme duro, hazme tuya, ¡hazme lo que tú quieras!”

La voz femenina fue como echar gasolina a un pastizal seco, la lujuria enervo al hombre, dirigió su mástil al hoyo de la mujer, empujo la gorda cabeza entre la labia, y de un caderazo y con la enorme lubricación que empapaba la vulva de la mujer, se metió hasta el fondo, de un solo golpe, haciendo que ella emitiera un hondo gemido, y agachando la cabeza entre sus brazos y apretando los puños sobre el escritorio.

“¡¡¡Haaaay que rico papi, la tienes bien dura, hummm, me partiste a la mitad, cógeme bien duro papito rico, metemelaaa!!!”. Sandra siempre había sido muy escandalosa al momento del sexo, desde el día donde perdió la virginidad en sus años de preparatoria, hasta los múltiples amantes que había disfrutado entre sus dos matrimonios fallidos, cuando alguien le había recriminado dicho escándalo, su respuesta había sido “¿Qué quieres?, la tengo apretadita, ¡y la siento toda!, más si esta grande y gruesa”.

La de su jefe estaba bien dotada, y con un grosor más que adecuado, por lo cual cada estocada le producía enormes sensaciones, a las que respondía moviendo la cadera y apretando su vagina, ofreciéndole una deliciosa sensación al macho que la penetraba con fuerza, las enormes manos a ambos lados de su cadera apretaban los rollitos de carne que se hacían en esa zona por la posición adoptada, y cada embestida producía un chasquido de carnes ante la violencia de la invasión.

“¡Toma, toma balbuceaba el jefe, cómetela toda cabrona, hummm que rico aprietas putita, ¡tienes perrito!, si, cómetela perrita, hummm, siii”. De señorita, o señora, dependiendo la ocasión, ahora Sandra había pasado a ser cabrona, putita y perrita, epítetos que no le desagradaban en ese entorno, pero que la hubieran enardecido en cualquier otra situación “sí, soy tu puta, soy tuya, cógeme durísimo papi, méteme la verga, aaay, siiii, huuuu, haaa”.

El martilleo de Rodríguez había adquirido dimensiones gigantescas, sudaba copiosamente, y el furioso mete saca estimulaba enormemente a Sandra que sintió como se le aflojaban las rodillas al perderse en un orgasmo cegador, siendo penetrada desde atrás, sentía la total dimensión del falo que la castigaba, pero al mismo tiempo la premiaba con un placer intenso y prolongado, sobaba sus enormes tetas, y apretaba sus obscuros pezones, su orgasmo no era uno, eran varios encadenados, su pierna izquierda temblaba descontroladamente al combinar la retribución sexual que estaba recibiendo, al esfuerzo físico de estar parada resistiendo los embates con los tacones puestos, el ataque de Rodríguez era atlético, un pistón que movía esa máquina de placer con total autoridad, mientras Sandra ocultaba sus gestos de placer entre su largo cabello que caía sobre su rostro al estar inclinada en posición de recibir, y con los brazos uno encima del otro para crear una resistencia más fuerte ante la violencia de las embestidas de aquel toro que deseaba partirla a la mitad, su verga tocaba los puntos correctos, y un segundo orgasmo se desencadeno entre gritos, el jalo su largo cabello, obligándola a levantar la cara, y ver sus expresiones mientras volvía a venirse con violencia, un hilillo de líquido resbalo por la cara interna de sus muslos, ¿se habría orinado? Pensó, no, no era orina, finalmente había experimentado algo que veía con regularidad en ciertas películas pornográficas, el famoso squirt, y el, al verla, sintió una emoción especial, la estaba haciendo garras, el temblor de las piernas de ella era cada vez más notorio, y sus espasmos demostraban que era presa de una cadena de orgasmos simultáneos, eso alabo su ego masculino y continúo metiéndole y sacándole su arma con enorme vigor ante los gritos pujidos y estertores de la mujer que era ya una muñeca de trapo completamente desguanzada y sin resistencia alguna, le metía la verga y le magreaba las tetas con total libertad, y apretaba y pellizcaba fuertemente sus pezones.

La vagina de Sandra se abría y se cerraba al igual que el esfínter anal descontroladamente, prueba inequívoca que los orgasmos eran completamente legítimos al ser un reflejo involuntario propiciado por el enorme placer que estaba sintiendo.

La mirada de ella bajo hacia sus brazos cruzados, y ahí estaba el reloj, corriendo implacable, ¿y si llegaba la esposa del licenciado y los encontraba cogiendo? O igualmente bochornoso, pero menos peligroso, ¿y si los compañeros de trabajo regresaban a hacer sobremesa a la oficina? Sandra le recordó a su jefe que su esposa debía estar por arribar, y que los compañeros seguramente ya venían en camino, él le dijo: “no me voy a ir sin que me saques la leche hermosa” la soltó, y sacó su verga completamente bañada en los jugos de la hermosa y altiva asistente ejecutiva, ella se levantó de la posición en la que había sido poseída, y bajándose la falda se puso en cuclillas delante de su jefe y su erecto falo llevándoselo a la boca, y diciéndole: “dame tu leche papi, quiero tus mecos en mi boca, dame lechita caliente”, le mamó la cabeza, se metió el tronco hasta la garganta, acariciando su escroto con una mano, y con la otra comenzó a masturbarlo desde la base mientras lo trabajaba con verdadera maestría con su boca y lengua, él, veía esa cara de rasgos fuertes, pero hermosos, y se excitaba aún más “sabía que era una puta golosa” pensó “¿quieres leche putita?”, “sí, dámela” contestó ella sacándose el garrote de carne de la boca, y reasumiendo sus labores felatorias en cuanto termino la frase, intensificando sus caricias sobre los huevos del varón, y la velocidad de su masturbación a aquel pito que le había arrancado varios orgasmos deliciosos.

-Así Sandra, chúpamela toda, comete mi verga, ¿la querías puta, eh, dime que la querías toda?

Una vez más, ella extrajo su pene enhiesto de la oquedad bucal, y relamiéndose los labios como si estuviera degustando miel, dijo coquetamente: “sí, la quería desde que llegue a esta oficina, usted me puede hacer suya cuando usted quiera” y volvió a mamar con devoción, mientras la tensión sexual del licenciado Rodríguez crecía, y crecía, sus piernas temblaron, y ella acelero la mano con la que lo masturbaba, mientras sus labios y lengua se concentraban en el frenillo de su pene, una zona altamente sensible que ella sabía, le produciría las sensaciones correctas para acelerar su erupción “ahhhh, que delicia, siii, chúpamela, huuum ahí viene, ¡ahí te va tu leche gatita, para que te la comas toda!”.

Su eyaculación fue profusa, le lleno la boca y se le fue hasta la garganta, era tan copiosa que inclusive algo de su esperma que había salido disparado se le fue por las fosas nasales al no poder retener su leche dentro de la boca, se tragó una buena cantidad, pero mucha resbalo por su barbilla, y por las comisuras de los labios, y salía de su nariz, y siguió jalándosela y chupando la cabeza para intensificar su placer. Justo en ese momento climático, sonó el teléfono, era la esposa del licenciado, él le dijo que contestara, ella quería negarse, pero él se dio la vuelta y camino con los pantalones hasta la rodilla rumbo a su oficina para asearse y reacomodarse el elegante traje de corte ingles, mientras que Sandra con las tetas al aire, la falda hecha un caos alrededor de su cintura, la blusa totalmente fuera de lugar, el sujetador debajo de sus pechos, y la boca y la cara llena de semen procedió a contestar amablemente: “¿diga?”, “Hola Sandra, buenas tardes, soy la señora Eugenia, ¿ya se desocupo mi marido?”. Sandra tenía la voz alterada por la entrecortada respiración tras el esfuerzo final para provocar la venida de su jefe “Buenas tardes señora Eugenia, está por concluir su llamada con la farmacéutica, me dijo que ya baja”.

La esposa engañada, que, como mencione anteriormente era también un cromo de mujer, madura, pero con todo en su lugar, riposto: “Creo que me bajaré a esperarlo en la oficina”. “NO” dijo Sandra. “¿Cómo?”, preguntó la esposa “Ya está saliendo señora”, acotó la amante, y Sandra volteó rumbo a la oficina de su jefe abriendo sus hermosos ojos marrón como platos, tapando la bocina con la mano y diciéndole a su amante que se apresurara, que su esposa quería bajarse a la oficina “muy bien, entonces lo espero, chiquita, parece que estaba haciendo aerobics, ¿qué te pasa?”. La infiel asistente contestó: “es que subí corriendo las escaleras de la oficina ahorita que regresé de comer señora, no pasa nada, muchas gracias”.

El hombre salió de su oficina como nuevo y con una enorme sonrisa en su moreno rostro, le aventó un beso a su asistente y emprendió la huida dejando tras de sí un rastro de su embriagador olor a colonia que trataría de disimular el fuerte olor a sexo que flotaba en el ambiente tras la brutal cogida que le acaba de pegar a su subordinada.

Al salir Rodríguez, Sandra camino hacia el baño, se vio en el espejo y contemplo su rostro medio cubierto de semen que empezaba a resecarse, el cabello alborotado, la fina blusa de seda abierta de par en par, sus pechos por fuera de las copas de su delicado sujetador con los pezones enrojecidos y adoloridos por los tremendos pellizcos que le propino su amante, y ese latido en la labia de su vagina que seguía pulsando tras los poderosos orgasmos que había vivido unos minutos atrás.

Se lavó la cara apresuradamente, trató en lo posible de corregir su cabello normalmente lacio, reluciente, y acomodado cuidadosamente con un fleco al frente, reacomodo sus pechos dentro de las copas de su brassiere cerró su blusa, se fajo, y rápidamente trató de corregir su maquillaje.

Leticia entre en mucho silencio a la oficina y Sandra no se percató de su llegada hasta que le dijo: “¿Qué tal estuvo, te lo cogiste amiga?”. Sandra se ruborizó, y no supo que decir, mientras que Lety caminaba por la oficina y abría algunas ventanas y prendió un par de ventiladores diciendo: “¡aquí huele a motel barato amiga! Huele a puro sexo”.

Sandra no tuvo más remedio que contarle todo a su amiga y compañera de trabajo, y a partir de ese día, se convirtió en la amante de planta de su jefe.

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