Junto a nuestra casa, vive una señora, viuda de hace años. Doña Cata tendrá aproximadamente de unos 45 a 50 años. Es una señora delgada, pero tiene un par de tetas firmes y un culo atractivo que hace un tiempo es motivo de mis más entusiastas masturbaciones. Tiene una relativa amistad con mi madre, ya que son de más o menos la misma edad.
Su casa, tiene al frente un pequeño y florido jardín, al que cuida con dedicación habitual. Días atrás, al llegar de la universidad, noté el olvido de la llave de mi casa y como mis padres llegan bastante más tarde, no me quedó otra posibilidad que ir de mi vecina.
Estaba plantando unos plantines y le expliqué el inconveniente.
-No hay problema, te quedas en casa hasta que vengan más tarde tus padres -me contestó- ya termino aquí y vamos dentro.
Estaba arrodillada en el piso y colocando plantines en los pozos de la tierra. Tenía una blusa escotada, que mostraba el nacimiento de sus hermosos pechos. Mi vista fue directamente a ellos y estaba absorto con tan bello espectáculo. La falda amplia, al estar inclinada por su tarea, dejaba parte de sus piernas ante mis ojos aviesos.
-Ya terminé -dijo. Y cuando levantó la vista, se dio cuenta de mi mirada a sus pechos. No dijo nada y pasamos al interior.
-No quería molestarla, doña Cata -me disculpé.
-No es molestia, y no me digas doña, que me hace sentir vieja -dijo sonriendo.- Me voy a cambiar y tomaremos un café.
Se dirigió al baño para arreglarse y me quedé en el comedor diario, mirando las fotos enmarcadas en la pared.
-Enciende la cafetera, para que se vaya calentando el café -me pidió desde el baño- Me doy una ducha, me pongo algo y estoy contigo.
Hice lo que me decía y me senté a esperarla en una silla junto a la amplia mesa del comedor.
Cuando salió del dormitorio, con una bata cubriéndola, sirvió el café en los pocillos acompañados por unas masitas secas.
-¿Cómo van tus cosas? ¿Tienes novia? -preguntó.
-En los estudios, muy bien -le contesté- pero con las chicas, no tan bien.
-Es muy raro -y agregó:- Un chico lindo como tú, debe tener muchas oportunidades y experiencias.
-¿Muchas oportunidades? No me haga reír -y bajando la vista, confesé avergonzado- Todavía soy virgen.
No dijo nada y levantando los pocillos, los llevó a la mesada para lavarlos. Yo tratando de ayudar y con la excusa de acercarle el plato de las masas, me aproximé a sus espaldas a la mesada. Estaba próximo a su cuerpo y el perfume de su cuerpo recién bañado, me excitaba. Me miró por sobre su hombro y dijo:
-¿Es por eso que mirabas mis pechos al estar en el jardín? -y me miraba cómplice a los ojos.
-Es que son muy atractivos -murmuré avergonzado- por eso los espiaba.
-De verdad ¿te parecen muy atractivos? preguntó- ¿Quieres verlos?
-Me encantaría exclamé entusiasmado.
-Pero no se te ocurra contarles a tus padres -me advirtió.- quedará entre tú y yo.
Abrió su bata y pude ver los pechos más hermosos que jamás había visto.
-Son hermosos -y agregué audaz- ¿puedo tocarlos?
Lo dudó, pero afirmó con la cabeza, y con mirada cómplice. Yo, entusiasmado con la oportunidad, le acaricié suavemente los pezones y masajeé sus globos. Ella tenía los ojos entornados y los brazos a los lados del cuerpo.
-Me estás excitando, bebé -suspiró- hace años que nadie me acaricia y me cuesta mucho resistirme al deseo.
Desbordando de audacia, le abrí la bata y descubrí que debajo no llevaba ninguna prenda.
-Bésame. Besa mis pezones, acaríciame que te necesito. Hazlo por favor -pedí – llévame al dormitorio y te enseñaré todo lo que me gusta y sé que te gustará a ti también.
La alcé en brazos y entre al abierto dormitorio en penumbras, tendiéndola en el lecho. Me deshice de mi ropa (su bata quedó en el piso de la cocina) y me tendí a su lado.
-Harás lo que te diga y seremos felices los dos -murmuró a mi oído, tomó mi erecto miembro y comenzó una fellatio que me llevaba al paraíso.
-Dígame lo que quiere señora y haré lo que quiera para hacerla feliz. -dije.
-Besa mi vientre, chupa mi vagina -pedía a gritos- Así… no pares… Sigue, sigue, sigue. Dios mío, no te detengas. Tienes una pija hermosaaa… Quiero que me la metas en mi maldito coño.
Yo tenía tanto placer, que no podía creerlo. Estaba debutando con una bella mujer, con experiencia, que me enseñaba cuanto ella sabía y más me excitaba, la explosión de lujuria que veía en ella. Pensaba que era yo el que despertaba ese torbellino me ponía el miembro con una rigidez exponencial.
-Métemela ahora -pidió- quiero que me acabes dentro de mi vagina. Quiero que me llenes eyaculando dentro de mí.
Hice todo cuanto me dijo. Rasguñó mi espalda con sus espasmos sexuales. Sus besos apasionados y necesitados me volvieron loco. Quedamos agotados sobre el lecho revuelto.
Nos prometimos guardar este secreto y repetirlo próximamente.
Danino