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Isabel, la chica gris
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Este es el primer relato sobre ella, sobre Isabel, es ella una chica tan normal, que pasa casi desapercibida en el barrio, sin expresión en la mirada y con una línea recta siempre dibujada en sus labios, invisible para la gente en su vecindario, con vestimenta aburrida, jeans, camisetas apenas ajustadas y sus cotidianos tenis, una mujer sin mucho color.

Si aun así continuas leyendo es porque seguro has descubierto a más de una con esas características y con otras tantas que estoy a punto de relatar.

Isabel era fan de las reuniones tranquilas, de las tardes lluviosas, caminatas crepusculares, pocos entendían sus manías que si no eran del todo extravagantes no eran muy comunes en una chica de 21 años que generalmente gustan de raves del mil gentes y que visten con ropa más allá de lo provocativo.

Era simple, simple a los ojos de la gente que la veía transitar a una de sus acostumbradas caminatas, que era de las pocas cosas a las que salía de su casa, pero su simpleza contrastaba con la complejidad de su ser en la intimidad.

Le excitaban los tipos menos agraciados, los de cabellos escaso y cano, los de labios prominentes, los hombres corpulentos, el olor a sudor y el tono soez.

El olor a grasa del taller mecánico que estaba a unos pasos de su casa la ponía cachonda, pero lo que la mataba era la mirada lasciva de los trabajadores de ahí que generalmente iba dirigida a otras mujeres, ver como las desnudaban con la mirada, la ponía a ella en el juego.

 Uno de tantos días hizo lo que muchas veces sin que nadie absolutamente lo imaginará, salió a hacer unas compras al único supermercado que estaba cerca de su casa pero que en realidad le requería unos quince minutos, ya ahí se dispuso a hacer sus compras, entre los pasillos de cuidado personal vio a un tipo que no cuadraba con la media de clientes que rondaría en esos pasillos, un tipo barrigón y de piel descuidada, con una voz nerviosa y ensalivada que arrestaba cuando se dirigía a la edecán de cremas y demás productos para el cuidado de la piel.

Ella con unas piernas atrapadas en unas medias de red color piel y un leotardo que dejaba admirar desde el tobillo son torneadas y jóvenes piernas que despertaban al final con un par de nalgas preciosas que le encantaba presumir, el cierre a la altura de sus pezones te dejaba atormentado entre enfocar el brote de sus efectos botones a través de la tela o la hermosa "y" que generaba su escote; ya aburrida de hacer labor con ese tipo de aspecto sucio optó por ignorarlo, se puso a ofertar en la entrada del pasillo, al lado de ella, de Isabel, el no tuvo opción más que retirarse al final del pasillo y fue ahí, dónde de extremo a extremo vio cómo aquel hombre comenzó sin bajar el zipper a agitar el bulto que tenía dentro de aquel pantalón comido por el sol que había dejado de ser negro hace ya mucho tiempo. Isabel veía la saliva entre las comisuras de sus labios y aquel pequeño me traje comenzó a mojarla, su mirada estaba tan fija en aquella escena tan obscena del tipo comiéndose con la mirada a la demostradora que no se percató de que él se dio cuenta que lo miraba, el tipo se retiró, sin embargo, ella siguió por varios pasillos el rastro maloliente de aquel hombre pero no lo encontró, siguió haciendo sus compras con la vulva burbujeante de la fricción de sus cotidianos jeans ya con sus fluidos.

Resignada salió de la tienda ansiando llegar a casa a masturbarme, pero cuando llegó a su auto vio una escena que la hizo abrir los ojos con gran sorpresa, en el auto contiguo estaba aquel viejo con los pantalones a la rodilla masturbándose agitadamente, cuando la vio saltó, tratando de subirse el pantalón de golpe, Isabel ya arriba del auto no dejaba de voltear a mirarlo, el en su carcacha incómodo por el espectáculo y preocupado por que aquella lata con ruedas no arrancaba, se sorprendió cuando giro su mirada al auto de Isabel, escucho unos ruidos que no podían venir de otra cosa que de un coño escurriendo, sonaba algo que entraba y salía de él, en efecto, era Isabel encharcando uno de los juguetes que solía traer en la guantera, aquella erección que ya había reblandecido volvió a erguirse, el dejó de intentar encender el auto, presto atención a aquel espectáculo en donde Isabel ya había sacado de aquella playera aburrida un par de tetas enormes con unos pezones tremendamente vivos y una aureola que sin ser madre lucia expandida por las vivencias, sin desabrochar el sostén y solo arqueando la tela satinada que las envolvía comenzó a lamerlas una a una alternándolas para después embarrarlas con la humedad de su coño, metía los dos pezones en su boca chorreando el parabrisas con un esquirt delicioso. El no pudo más, llevaba un rato frotándose su miembro respondió segregando un chorro débil para la erección que tenía.

Los dos quedaron exhaustos cada uno en su vehículo, después bajaron uno de los cristales, intercambiaron números en un papel sin cruzar palabra, tenía que haber otro encuentro, lo hubo…

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