En el momento de esta historia, Teresa tenía 40 años. Rubia natural, de ojos celestes, una mujer que hace dar vuelta a los hombres por la calle para mirarla. Una piel blanca con unas pocas pecas, tetas un poco más grandes que la media que invitan a disfrutarlas, piernas hermosas y una cola muy marcada. Había sido criada bajo normas muy estrictas, sus padres "chapados a la antigua" así se lo impusieron.
A tal punto influyó esa enseñanza que llegó virgen al matrimonio con Mario, a los veinte años. Su único novio y hasta muy poco tiempo antes de este relato, también único hombre, intuía que a pesar de que en los primeros años tenían que hacer el amor con la luz apagada, estaba convencido que ella podía ir a más, no lo sabía a ciencia cierta pero por pequeños detalles, fue entendiendo que debía "encontrarle la vuelta", pero que había, debajo de la comprobada seriedad de su mujer, se escondía una gran amante y ¿por qué no?, una mujer muy sexual, quizás, sorprendente en ese aspecto.
Algunos de esos detalles durante el noviazgo se manifestaban con las enormes calenturas que él le hacía tener apenas con las manos y con sus besos. En cada oportunidad que tenían si quedaban solos, acariciarle su cuerpo equivalía a rápidos orgasmos.
Luego de algunos años de casados, fue logrando avanzar en el sexo oral en ambos sentidos y sin mayores problemas en el anal también. Hasta que unas vez que sus hijos fueron creciendo, tuvo la oportunidad de llevarla seguido a los moteles de la ciudad y de esa forma, iniciarla en su adicción -por entonces- a la pornografía. Con los ojos desorbitados empezó a ver tríos, lesbianismo. Orgías, interracial y todo, la excitaba. Hasta que comenzaron a surgir las inevitables preguntas ¿te gustaría tener dos vergas para vos sola? ¿Querés un negro pijudo? ¿Te calienta estar con una mujer?
Las primeras respuestas fueron las habituales en situaciones similares: "estás loco", "¿quién crees que soy?", "si querés que haga eso es porque no me respetás, no me querés". Pero casi siempre, en el momento de las preguntas, la temperatura le subía muchísimo y un buen día, empezó a responder que… "quizás", "pero tendría que ver bien con quien", "con una mujer solo que ella me haga cosas". Es decir, se había llegado al punto de la tácita aceptación, en el que desapareció la incomodidad y la negativa e iba aumentando la calentura y el estado de excitación pasó a ser casi permanente.
El primer intento de un trío fue casi un fracaso. El tercero tenía muy buen físico, parecía muy experimentado, muy agradable en todos los aspectos, a tal punto que el encuentro en una confitería de la rambla, duró mucho menos de lo que Mario esperaba. Se dio una linda charla, hubo casi un inmediato buen ambiente lo que le llevó a preguntarle a su mujer y a Enrique “¿nos vamos?”.
La primera en ponerse de pie fue Teresa, quien escuchó a su esposo decirle al invitado: "vamos a La Posada, estacioná unas cuadras antes así te pasas a nuestro coche”. En ese tiempo había lugares en los cuales había que darle una propina al pistero para que no hiciera problemas por ser "más de dos". Esa noche se cumplió con todo el protocolo previo de un trío. Alguna copa, bombones, jacuzzi, caricias, besos, oral, pero… el hombre no pudo…
"No le habré gustado", “¿hice algo mal?”, "no es fácil esto", fueron los primeros comentarios de Teresa en el camino de regreso. Mario la convenció que había estado todo bien, que la falla era más normal de lo que podía pensarse, sobremanera las primeras veces, pero que lo positivo había sido romper el hielo. "Estabas a gusto, no te costó nada abrirte y jugar, vas a ver qué vas a disfrutar mucho de aquí en más", le dijo, acariciándole un muslo en el coche.
Ya la vida sexual del matrimonio cambió. "A ver, chupámela como a Enrique, te prendiste lindo ¿eh?", "le devoraste la pija putita" y la reacción en la cama era inmediata por parte de ambos.
Con Luis quedaron en encontrarse en un boliche de la Costa de Oro. Era un ejecutivo de una gran empresa local que hacía poco tiempo se había separado. Muy buen físico, unos 45 años, muy simpático y se notaba, con experiencia. Charlaron los tres muy animadamente en un rincón de la planta alta y en algunos momentos, él se acercaba bastante y ella se sentía cómoda a la vista. La charla fue creando el clima y los elogios medidos y oportunamente susurrados casi, fueron haciendo efecto en Teresa con la absoluta complicidad de Mario que premeditadamente, fue haciéndose poco menos que invisible. El chalet de Luis estaba a pocas cuadras, llegaron en los dos vehículos y se ubicaron en un living donde predominaba la madera y el fuego del hogar aún tiraba bien, y mucho mejor cuando el dueño de casa agregó algunos leños.
El clima ya estaba creado por lo que Luis no perdió tiempo y comenzó a besar a la rubia y a meterle mano. Casi enseguida Teresa quedó sin el suéter, con la blusa abierta y sus dos melones afuera de las copas del sostén. A Luis no le daban las manos para ocuparse de las divinas tetas, succionar los pezones rosados, acariciarlos y a la vez, meter una mano debajo de la falda para comenzar a masturbar a la hembra que con los ojos cerrados, besaba y gemía.
El dueño de casa con mucha habilidad, sin dejar de atender a la dama, sacó la verga de entre sus ropas y tomándole una mano a Teresa la llevó a su encuentro. Era un pedazo importante, no descomunal pero grueso y cabezón lo que hizo al sentir en su mano su volumen, Teresa se apartase un instante para mirarla y allí el apenas hizo presión en sus hombros para que ella se sentara en la mesa ratona y comenzara a mamar casi con desesperación un buen rato.
Demostrando un gran control, Luis la dejó que siguiera lamiendo y chupando, hasta que de pronto, le dijo, "¡te quiero coger!, vamos a la cama". El dormitorio era arriba, subieron por una amplia escalera de madera y Mario, con un vaso de whisky en la mano los siguió, llegó tras ellos y se sentó en un sillón frente a la pareja que aceleradamente, sin dejar de besarse, terminaban de desvestirse. Luis metió la cabeza entre las piernas de Teresa y le comió la concha, haciéndola acabar nuevamente, para luego acostarse de espaldas, boca arriba, colocando a la mujer de Mario encima suyo y ensartándola, para que ella empezara a cabalgarlo sin pausa.
Mario ya estaba desnudo, con una mano sostenía el vaso y con la otra se pajeaba. Cuando vio que su mujer ya estaba bien empalada y disfrutaba por primera vez una verga que no era la suya, no pudo resistir la calentura y se acercó a la cama, mirando el culo blanco de Teresa que si hablase, pediría a gritos otra pija. Y fue lo que le dio. Ensalivando apenas el orificio, se colocó a la puerta y la penetró, consiguiendo de inmediato ponerse a tono con Luis en el vaivén, para sacarle uno tras otro a Teresa, una serie de orgasmos encadenados mientras gemía y gritaba ¡siii, siiii!, ¡dame más Luis, rómpeme la concha! y a su marido: ¡mi amor, me muerooo, me encanta, qué divino!, ¡tenías razón!, me gustaaa!!
Desayunando cuando amanecía por Carrasco, Teresa agarró las manos de su marido y sonriente le dijo: "en la doble penetración, toqué el cielo con las manos…".