Como toda chica de provincia, concluido el secundario me fui a estudiar a Buenos Aires donde me recibí. En el ínterin, tuve una vida todo lo normal que puede ser; salí, tuve novios, con los me inicié sexualmente, aunque nunca fui ni muy exitosa, ni muy activa; estando sola y cuando amagaba llegar a los treinta y con perspectivas de soltería, conocí al que sería mi marido. Nos enamoramos y me casé con él; desde entonces ha sido el hombre de mi vida.
Teníamos un proyecto personal de familia y abandonamos todo para irnos al sur, donde nos instalamos en esas inmensidades, en un pequeño pueblo, donde hicimos nuestra familia y tuvimos nuestros hijos, todavía pequeños al día de hoy. Pero lamentablemente o no, formamos una familia clásica, esa en la cual la mujer se encarga del hogar y el marido de su sustento, y eso fue generando con el tiempo una situación especial de dependencia y de cuasi sumisión, porque mi marido me hizo sentir el yugo de saber que estaba sola y que sin él no tenía dónde ir, ni a quién recurrir, con mis hijos.
Eso no obstante y pese al transcurso del tiempo, el deterioro natural, los disensos…, yo he seguido enamorada de mi marido. Así, poco a poco se fue configurando una situación en la que él fue mostrándose cada vez más exigente y malhumorado, autoritario, en muchas ocasiones de modo inexplicable. Todavía somos jóvenes con mis 42 años y conservo una excelente figura. No escatimé esfuerzos todo ese tiempo en procurar su contento; puse todo de mi, lo atendí lo mejor que supe, me mostré sexualmente ávida de él y no le negué nada de lo que me pidiera, aunque nunca fue nada raro. Pero el encanto inicial, se había disipado y la relación había cambiado.
Hace un par de años, apareció por nuestra casa, de visita, un viejo amigo suyo: Félix.
Estaba solo. Venía huyendo de un grave fracaso matrimonial, mezclado con un quebranto económico y una serie de desgraciadas decisiones, y buscaba amparo. En casa lo encontró y se hizo habitual que nos visitara, cosa poco frecuente en esos lugares de soledad y viento. Largas charlas entre los hombres en las tardes grises y ventosas del sur, copas de por medio, mientras yo me ocupaba de las cosas de la casa.
Una tarde de sábado, la conversación se inició con el tema de la pareja, y fue derivando a cuestiones personales, especialmente relativas a Félix, que hizo una confesión quejosa de su insatisfacción sexual, marcada por su envidia de nosotros. Yo tejía algo, indiferente de la conversación de los varones; Marcelo, mi marido, le sugirió ir de putas o recurrir al onanismo para aliviarse, pero Félix se mostró reticente a ambas soluciones: solamente aceptaría la masturbación de una mano amiga, pero no la suya propia.
Palabra va, palabra viene, la conversación derivó hacia la expresión de su deseo real: que fuera yo quien lo aliviara. Yo, creí que Marcelo lo mataría, y me confié en él, pero contrariamente a eso, escuchó lo que decía su amigo como algo posible y me propuso:
-¿Te animas a ayudarlo María M?-. Yo, no podía creer lo que oía y me negué rotundamente; me parecía inaceptable. Pero la decisión de Marcelo era firme y la mirada de Félix anhelante. Yo aduje de mi fidelidad y que no necesitaba relaciones sexuales con otros, e infinidad de argumentos más; todos inútiles porque Marcelo no pensaba igual y su decisión estaba tomada.
-¿Qué te cuesta? -replicó Marcelo- No es un acto sexual, es una mera atención a un amigo.- Yo comencé a llorar, negando con la cabeza. Pero la decisión estaba tomada y Marcelo me indicó con un gesto que quería que lo hiciera en ese mismo momento. Yo lloraba y lloraba, pero él estaba inflexible en su decisión y yo sabía que le obedecería. Félix y yo estábamos en el mismo sofá, separados; Marcelo se arrimó, me tomó de los brazos y me ayudó a levantarme para correrme al lado de Félix, que entretanto se había desprendido la ropa y había sacado su miembro erecto y miraba expectante. Marcelo me dejó y volvió a su sillón al frente nuestro; lo miré como pidiendo piedad y me hizo un gesto como diciendo:
-Adelante, no te hagas la tonta.
Cerré los ojos, tomé ese miembro con mi mano y me puse a masturbarlo: era grueso, fibroso y palpitante, caliente y enorme para mi manita. Lo sobé hasta que terminó copiosamente salpicándome el pelo y su ropa.
-Mira lo que has hecho, María M.- Me dijo mi marido, -Busca una toalla y límpialo-. Así lo hice. Después, sin dejar de llorar, me encerré en mi cuarto.
La siguiente vez, como una semana más tarde, Félix se apareció por casa a la hora de la siesta, cuando los niños están en el colegio y Marcelo trabajando. Cuando le pregunté qué quería, me contestó con un silencio sugerente y una mirada fija que me sonó autoritaria.
-¡No, no!-, le dije; -voy a hablar con Marcelo-. Lo llamé inmediatamente, en tono recriminatorio:
-Acá está Félix, pretende que yo otra vez…-. Le dije, esperando que reaccionara echándolo.
-Está bien-, contestó tranquilo mi marido, -Atiéndelo al pobre, que no tiene a quien-. Y sin dejarme decir más, cortó. Félix ya había entrado a casa y se había instalado en el sofá de siempre, en el mismo lugar, esperando por mi servicio. Él ya sabía lo que me diría mi marido y era consciente de mi obediencia. No me quitaba la mirada de encima, y advirtió por mi agobio, cuál había sido la respuesta de mi Marcelo. Sin levantar la vista para no mirarlo a los ojos ni soportar su mirada, me senté a su lado mientras él se desprendió la ropa sacando su miembro. Lo tomé sin mirar, y esta vez sin llorar, repetí la masturbación que parecía encantar a Félix. Una vez más se reiteró la escena de la eyaculación y la limpieza; mi mano terminaba empapada con los jugos que largaba su pija antes de eyacular y con su eyaculación. Cuando volvió Marcelo intenté una escena, pero me cortó firmemente; yo ya sabía cómo era. Lloré toda la noche hasta quedar dormida.
La visita de Félix se fue haciendo más frecuente, aparecía una o dos veces por semana y a veces más, siempre en horas de la siesta cuando sabía que estaba sola, y se iba satisfecho, dejándome humillada y dispuesta a quejarme a mi marido, que no me hizo caso nunca. En ese tiempo si bien nunca pasé de masturbarlo, fue avanzando, tratándome como un objeto. Primero se desprendía él, pero luego me fue pidiendo que lo desprenda, luego que se la saque, y así, hasta que un día Félix me pidió un beso. Yo, fui cediendo de a poco a su violencia, y fui perdiendo la repulsión y la resistencia, pero sin encontrar placer.
Hasta entonces no había pasado de masturbaciones, repito. Ese día estábamos solos, y yo con su miembro en la mano, cuando Félix me lo pidió en medio de su excitación:
–Bésame, bésame.
Yo creí haber encontrado el modo de zafar. Sin más, lo solté, y le llamé por teléfono a mi marido acusándolo; Marcelo pidió que le pase el aparato a su amigo, y habló con Félix, que seguía con su miembro afuera. Estaba claro que mi marido se negaba a que yo lo besara, hasta que aclararon de qué beso se trataba. Allí cambió la decisión de Marcelo; se la dijo a Félix, que me pasó el teléfono con gesto triunfante:
-Quiere hablar con vos-, me dijo Félix.
-Le he dicho que en la boca no lo vas a besar y ha quedado claro-, me informó mi marido, -Pero él no pretende besarte en la boca, no quiere más que un beso en la pija, y no veo dificultad en que se lo des-.
Quedé perpleja, quise protestar, pero no me permitió. Cortó la discusión y el teléfono. Yo sentí que me caía el mundo encima. Volví al sillón donde me esperaba Félix y resignada volví a tomar su pija en la mano y me dispuse a besarla en su capuchón de piel, pero Félix tenía otras intenciones: rápidamente corrió su prepucio y me dejó al frente su cabeza babosa con su boquita entreabierta. La besé, la besé en la cabeza con los labios cerrados, un beso corto y suave; y luego lo masturbé sin ensuciarme, porque ya había aprendido a tener un pañuelo a mano.
Ese fue el comienzo de otros avances, porque Félix fue repitiendo el pedido y prolongando el beso, sin que yo volviera a acusarlo y sin querer, doblegada, fui aceptando sus pedidos de a poco y sus avances; hasta la vez que eyaculó en mis labios cerrados, para mi sorpresa. Yo percibía sus sutiles avances y no me atrevía a reaccionar cosa que Félix supo aprovechar.
El pedido del beso se fue repitiendo día a día, sin que Félix tuviera nunca una expresión de afecto, ni nada que pudiera afectar la propiedad de su amigo sobre mi; no había cariño alguno de su parte sino meramente dominio, placer y satisfacción propia y siempre violencia; yo no importaba. Lo que supe después, es que lo comentaba con Marcelo habitualmente, como quien rinde cuentas.
En su avance sutil, con el correr del tiempo, exigiendo mis besos y haciendo presión, consiguió ir abriendo mis labios y de a poco, cada día un poco más, hasta que consiguió meterme su pija en la boca, aunque yo siempre pasiva. Primero fue prolongar todo lo posible el beso, luego separar mis labios a presión y eyacular contra mis dientes; pero luego consiguió abrir mis dientes y meter su cabeza en mi boca, abrazada por mis labios. Primero la punta. En eso se demoró muchas veces porque con la punta en la boca me la llenaba de leche; y luego cada vez más.
Nunca quise su eyaculación en la boca. Cada vez que ocurría se repetía mi pedido:
-No me acabes en la boca, por favor-. Me desagradaba tanto el hecho de su volcada como el sabor de su semen que se me hizo familiar.
Pero esto a Félix lo provocaba más aun a hacerlo. Todo esto no había sido hablado ni había sido permitido por mi marido, pero ocurrió, se fue dando de a poco y sin mi consentimiento, con mi mera pasividad y contra mis pedidos.
Pero mi pasividad o indiferencia a Félix no le importó jamás en ese tiempo, ni se encargó de que yo lo gozara; se limitaba a hacerse pajear, o hacerme chupar su pija o meterme la pija en la boca tan hondo como podía, y eyacular tan profundo como fuera posible con un placer evidente mezclando la lujuria con la vejación. Le encantaba llenarme la boca de leche, sabiendo que yo no lo quería; y con más placer cuando le pedía que no lo hiciera. Le encantaba que yo fuera una señora, y le parecía delicioso que una señora formal como yo, fuera el objeto de sus satisfacciones.
También en eso fue produciéndose una variante y lo que fue de inicio una mera masturbación, luego lo fue con la punta su glande en mi boca, luego con todo el pene entero, y entonces eyaculaba generosamente, momento en el cual me tapaba la nariz para que tuviera que tragar; A eso, llegué después de muchas pruebas, siempre desoyendo mis ruegos: primero lo escupía, retiraba la cara, hasta que fui cediendo en aceptar que eyaculara en mi boca y llegué a tragarlo todo. Le irritaba que yo lo desperdiciara, según decía.
Félix se había tomado algunas licencias y avances y solamente le preocupaba su propia satisfacción, aunque se advertía que quería dominarme.
La primera vez que me golpeó fue una cachetada que me dio cuando aparté la boca en el momento en que sentí que se volcaba. Quedé atontada. No podía creer lo que me había pasado y mucho menos que volví a meterme su pija en la boca, temiendo no satisfacerlo y se la limpié bien. Él lo interpretó como aceptación y obediencia.
Desde entonces, no dejó de golpearme ni de volcarse en mi boca. Lo acusé a Marcelo pero se defendió diciendo que no era verdad, y que si lo fuera, yo tendría marcas. Pero no las tenía y Marcelo, una vez más, no me creyó.
Se había atrevido a eyacular en mi boca, y a sustituir la masturbación de mi mano por la caricia de mi boca aunque nunca prescindió de mi mano, sino que fue sumando. Sus avances siguieron con dos modalidades; porque primero me hizo simplemente chuparla, y luego tomó el hábito de meterme la pija tan hondo como fuera posible, sin importarle mis arcadas y ahogos que eran muchos; pobre de mi que me la sacara de la boca: el bofetón venía inmediatamente. Con el tiempo había avanzado tanto, metiéndola cada vez más profundo, enseñándome a tragar su pija hasta el fondo, a un punto que no me hubiera imaginado posible; yo aprendí con docilidad. Quería que estuviera satisfecho y no se quejara a mi marido. Tampoco quería que me pegara, porque se había hecho el hábito de golpearme, aunque ahora lo hacía con una toalla mojada ¡Y cómo dolía! Yo me había convertido en una personita obediente y aceptaba que me cacheteara fuertemente cuando tenía la boca llena de su pija.
Por esta modalidad habíamos cambiado la posición en nuestros encuentros: Ahora era yo me sentaba en el medio del sillón y él me zampaba su vergón hasta el fondo de mi boca. Yo no sé de tamaños, y menos de comparaciones, pero la de Félix, cuando estaba parada, era como un envase de insecticida, o un poco más larga que ese tubo. Al principio, no me cabía bien, me dolían la mandíbulas, me atragantaba, y vomité frecuentemente hubiera o no eyaculado; Pero él insistió pacientemente y con su exigencia continua, aprendí a aceptar su sabor, a metérmela hasta que mi nariz se apoyaba en su vientre y aceptarla en su plenitud. A veces lo esperaba con el estómago vacío, para evitar el vómito. Ya no lo masturbaba como antes sino ocasionalmente, ya que él comenzaba prácticamente a cogerme por la boca, sacándola y metiéndola a fondo. Félix deliraba: fue un logro que fue luchando de a poco hasta que triunfó.
Primero consiguió que lo besara, luego me hizo abrir los labios a presión y eyaculó en mis labios abiertos. Nada de eso quería yo. Luego de a poco me hizo probar su cabeza, más tarde me pidió que le hurgara la boquita de su pija con la lengua y me la hizo chupar; por ese entonces había tomado la costumbre de acabar en mi boca, después de hacerme rogar que no lo hiciera. Era parte de su placer. Primero tuve asco, vomité, escupí, pero como dije él tomó la costumbre de taparme la nariz, obligándome a tragar.
Otras veces apenas entraba a casa se paraba junto a la puerta y se quedaba quieto esperando mi reacción. Yo no quería hacerlo pero era frecuente que me ordenara:
-De rodillas señora; venga salude su dios con un beso.
Entonces me arrodillaba ante él, desprendía su bragueta, buscaba su pija, la sacaba y la besaba: le corría suavemente el prepucio y cuando quedaba su cabecita al aire, le besaba esa boquita babosa. Félix deliraba. Yo había perdido la repulsión, pero no quería que me eyaculara en la boca o que me pegara. El buscaba a veces una mamada suave sobre la cabeza solamente. Se despatarraba en el sillón y me decía con ironía
– Señora, venga salude su dios con un beso.- Entonces me arrodillaba ante él, lo desprendía, sacaba su verga y se la chupaba. Él, siempre gozaba el doble haciéndome rogar que no me eyaculara en la boca y llenándome la boca de leche luego.
Quería que lo esperara vestida como una señora, con un vestido serio y recatado y un collar de perlas en el cuello. Sentía un placer especial en que fuera una señora quien le chupaba la pija y le vaciaba los cojones. No quería que fuera una cualquiera.
Yo había aprendido que cuando se quedaba parado, me cogería por la boca a fondo, pero cuando se despatarraba en el sillón, quería una mamada suave sobre la cabeza solamente. Se repantigaba en el sillón con sus piernas abiertas y me miraba expectante:
-A ver señora, venga y ocúpese de su amigo-, solía decirme, y yo, obediente, me arrodillaba entre sus piernas, desprendía su pantalón y sacaba su miembro que tomaba en mis manos mientras se lo chupaba suavemente acariciándolo con la lengua.
El daba sus órdenes, pero siempre en esos casos quería que mi atención fuera en su cabecita:
-A ver cómo lo lame-, me dijo una vez y yo, saqué la lengua y lo lamí prolijamente, deteniéndome a hurgarle la boquita como sabía que le gustaba.
–Así, así-, me dijo emocionado y yo, deteniéndome un instante apelé a él: –Se bueno, te hago lo que te gusta pero no me acabes en la boca-, le pedí cariñosamente, mirándolo. Me sonrió, me acarició la cara y enseguida me llenó la boca de leche, que yo tragué obediente.
Otras veces su orden era distinta:
-Chúpeme solamente la cabeza y agárremela… míreme señora.
Yo obedecía rodeando la cabeza de su pija con mis labios que cerraba, mientras lo miraba implorando que no me eyaculara en la boca. Era inútil. ¡Cómo disfrutaba ese hombre! El placer lo volvía loco y se acrecentaba cuando lo obtenía violentando mi voluntad y golpeándome. Ya lo veía venir, sabía cuándo se volcaría, conocía el sabor de su leche y aprendí a tragarla rápido, como un remedio desagradable.
Había ido aceptando todo, de a poco, convencida de que era la voluntad de Marcelo y que a mi marido le parecería bien. Así pues, Félix acababa en mi boca dos veces por semana como mínimo, cuando no todos los días, aunque había días que repetía después de descansar un poco. Para qué decir que Marcelo jamás lo encontró mal y alguna vez lo comentaron en casa: Mi marido le preguntó cómo le iba; Félix estaba agradecido a Marcelo, por su generosidad de entregarme para que él no sufriera insatisfacción y por el alivio que significaba; repasaban en detalle todo lo que ocurría entre nosotros, sin vergüenza ni respeto. Nadie se percataba de mi, ni le importaba mi opinión, mi sufrimiento o no.
En una de esas charlas con Marcelo, estando yo presente, Félix le comentó lo bien que había estado yo ese día y lo delicioso de mi servicio, que dos veces le había hecho acabar tragándome todo sin ensuciar; Repasaba los detalles más sucios sin inmutarse al tiempo que elogiaba mis habilidades, y mi marido lo escuchaba atentamente con gesto aprobatorio. Pero tras estos elogios, Félix le planteó que le gustaría tener una experiencia más cercana conmigo. Me avergonzaba que hablaran de mi de esa manera, y más en mi presencia. Marcelo se encrespó y yo me aterroricé. Félix hablaba y hablaba, pero no definía claramente lo que pretendía, daba vueltas y vueltas. Poco a poco fue explicando que en realidad lo que pasaba era que me la quería meter, a lo que Marcelo se negó terminantemente:
-¡Pero si ya se la metes en la boca! ¿No tienes bastante con la boca? ¡No se la meterás! Eso es solamente para el marido. Solamente del marido puede tener hijos-, Marcelo dejaba claro que no solo no quería que me bese la boca, sino que la cajeta de su mujer era solamente suya. Podía meterme la pija cuanto quisiera en la boca, pero no besarme; y que no se le ocurriera cogerme. Sentí algo parecido a la pena por Félix.
-Pero… hay alternativas- insistió Félix, con otra idea en la cabeza.
-¿A qué te refieres?- preguntó Marcelo molesto por su insistencia.
-Bueno…- titubeó Félix, y osadamente arriesgó:
-¿Y por atrás?
Se produjo un largo silencio. Yo, a quien nadie miraba, casi me desmayo y miré a Marcelo desesperada; yo nunca había tenido relaciones de ese tipo e ignoraba lo que era la sodomía en los hechos; no concebía que se pudiera meter una pija en el culo. Un noviecito que tuve, lo quiso hacer y estuve dispuesta a satisfacerlo, pero no pude aguantar ni la punta de su pija aunque era pequeña, pese a que no la tenía muy gruesa. Esperaba que mi marido se negara terminantemente, ya que él no me había usado nunca así, y ahí se acabara la cuestión, ya bastante había logrado Félix. Marcelo sabía bien de lo delicado de mi cola y cuánto sufría yo apenas tenía sequedad de vientre ¿Cómo me iba a meter semejante cosa de su amigo?
Marcelo se quedó pensativo y la conversación siguió su curso, dando por supuesto o sobreentendido que era posible, y que se podía considerar. Marcelo me echó una mirada interrogante y yo le hice un gesto desesperada buscando su negativa; sabía que si él disponía, tenía que obedecer y me aterrorizaba la idea.
-¿Lo aguantarías María M?-, me preguntó, haciendo referencia al tamaño del miembro de Félix. Daba por sentado que Félix me podría culear, superando el obstáculo de su tamaño. Me sentía humillada teniendo que hablar de eso y me callé; no quise responderle nada. Lo tomó como una sumisa aceptación. Luego, como investigando, me dijo:
–En la boca te cabe bien, me ha dicho Félix. Me gustaría verlo, ¿puede ser?-, escuché horrorizada; Su orden había sido solamente que le bese la pija a su amigo y yo había terminado siendo cogida por la boca a diario; ahora resultaba que él lo sabía y lo había aprobado. Callé y bajé la cabeza rogando a Dios que pasara el momento; pero no iba a ser así. Pronto Félix tomó posición, y se puso de pie, dispuesto a mostrar nuestras proezas. Ya estaba empalmado. Marcelo me hizo un gesto con la cabeza y, obediente, fui a sentarme en mi lugar de siempre, temblando: en la sala contigua, mis hijos veían televisión, y temía la reacción de Marcelo, que vino a sentarse a mi lado para observar de cerca. Yo me senté en el borde del sillón, sin apoyar la espalda en el respaldo y Félix se aproximó de frente, abriendo las piernas. Nadie se movía. Miré a Marcelo y me hizo un gesto de seguir adelante y yo, no sé por qué, estiré mis manos, desprendí el pantalón y bajé el calzoncillo de Félix, sacando su miembro jugoso, bien parado. Estaba visiblemente excitado.
-¡Es grande!- dijo Marcelo -¿Te lo tragas entero?- preguntó incrédulo dirigiéndose a mi, que no respondí. Félix apuró los tantos, aproximó su miembro a mi boca, que abrí dócilmente para recibirlo y sin demasiados preámbulos, tomó mi cabeza de atrás y me zampó su verga hasta los pelos, dejando mi nariz pegada a su vientre. Ahí me la dejó quieta para que mi marido viera.
-¡Mierda!- dijo Marcelo dirigiéndose a Félix –me lo habías contado pero no me imaginaba que fuera así. Y eso que habíamos hablado de un besito solamente-. Los dos se rieron. Marcelo se dirigió a él nuevamente sin considerar que yo no podía hablar con semejante verga en la boca:
-¿Y crees que también le cabrá en el culito sin lastimarla?-. La pija de Félix palpitaba como pocas veces, y ahí nomás, sin moverse, me echó toda su leche en la garganta, una copiosa volcada que tragué como siempre; la situación lo había excitado especialmente. Ya calmo respondió sin sacarla:
-Bueno… habrá que prepararla por supuesto. No, sin lastimarla, no. Tal vez se lastime un poco al principio, pero con el tiempo lo recibirá bien; Se le tiene que estirar ese ojete. Lo que si, hay que rompérselo, bien roto para que le entre ¿Querrías hacerlo vos, Marcelo? Culearla, ser el primero en quitarle el virgo del culo-.
-Yo ya tengo lo mío,- repuso mi marido al que no le importaban virgos de culo para nada, – y si hay que romperle el culo tendrás que ocuparte-. Yo, con la boca llena de la pija de Félix y la nariz pegada a su vientre no podía hablar; el canalla hablaba con mi marido como si nada mientras su pija me pasaba la garganta. Me sentía una piltrafa.
-¿Crees que yo tendría que estar presente o no?- inquirió Marcelo. Antes que Félix contestara, hubo movimiento en la sala donde estaban los niños, de modo que sin alterarse, sacó su verga de mi boca y la guardó. Marcelo me dio unas palmadas en la pierna, a modo de aprobación. Yo no podía levantar la vista del suelo, mientras acezaba recuperando el aliento.
-De cualquier modo- siguió Félix como si nada, -vendré mañana a la siesta y veo de prepararla y si puedo le rompo el culo ahí nomás ¿Te parece? No quisiera lastimarla, o lastimarla lo menos posible; pero seguro se lastima un poco. Bah, sería bueno que le duela para que sepa su condición… Después de todo lo tiene virgen, me has dicho-. Marcelo dio su Ok.
Yo no lo podía creer. Hasta ese momento, Félix no me había visto desnuda y ahora le tendría que ofrecer mi chiquito para que lo lubrique, lo prepare y estire para que me pueda meter su poronga. Para que lo rompa. No lo podía creer; para peor, quería llorar pero ya no tenía lágrimas. Ya iba a aprender en el tiempo que venía lo que era el dolor, el llanto y la humillación.
Al día siguiente a la hora de la siesta, Félix llamó la puerta como siempre. Lo recibí con la mirada en el suelo y no supe qué hacer; temblaba de miedo y de humillación, pero estaba sometida de modo que le pregunté:
-¿Qué quieres que haga? ¿Saludo mi dios? ¿Me pongo en el sillón?-. Él se rio al ver mi disponibilidad y sumisión, pero no tuvo un gesto de ternura, se limitó a ordenarme:
-Si- contestó-, al sillón pero de rodillas en el asiento y apóyate en el respaldo con brazos y cabeza-. Me llevó de la mano y me acomodó. El desgraciado me quería hurgar el ojete antes de rompérmelo y así fue; se arrimó por atrás, me levantó delicadamente la pollera y bajó mis bombachas, dejándome expuesta, y se entretuvo un largo rato mirándome mis intimidades. Mi humillación no podía ser mayor. Luego tomó mis glúteos y los separó, dejando mi ojetito expuesto, mi agujerito virgen, que tocó con un dedo exclamando:
-¡Pero sí que está virgo! Era cierto ¡Qué lindo es! Y tener que romperlo… -y lo acarició en forma circular entreteniéndose un rato; jamás me tocó la cajeta, que si hubiera hurgado sabría que estaba seca. Después fue apoyando en mi ojetito otro dedo, que estaba lubricado y entró en mi culito no muy fácilmente, provocándome un sollozo reprimido que Félix interpretó como un gesto de satisfacción, porque ahí nomás me dijo:
-Disfrute señora, que cuando se lo rompa le va a doler y sabrá quién manda -y sin más me metió otro dedo enaceitado, arrancándome un ay de dolor. Sus dedos eran gruesos.
–Aguanta querida, aguanta; No habrás pensado que era verdad que no te haría doler y que tendría cuidado al rompértelo. Ya te acostumbrarás pero se tiene que romper- me dijo con tono profesional, tratando de demostrarme que me haría doler sin piedad. Era su primer gesto de consideración y tras sacar los dos dedos intrusos, me metió tres dedos que dejó adentro, con mi sufrimiento inenarrable. Me dolía, y cómo…, me quejaba fuertemente con ayes de dolor. Los tuvo un rato adentro, los movió sin importarle mis quejidos y cuando entendió que mi culo estaba distendido, sentí la punta de su pija tratando de entrar; me moví tratando de evitarlo y rogué sin esperanzas:
-No, no…, Félix, dame que te la chupo, acabame en la boca… -.Fue en vano.
-Tranquila, ya está estirado. Aflójate que te voy a romper el culo-, me fue diciendo mientras me hurgaba con su pija tratando de entrar.
Yo no hice nada, él me tomó de las caderas fuertemente y me ensartó de golpe su cabeza provocándome un grito de dolor. Traté de huir, me corrí hacia adelante tratando de zafarme y sacarme esa pija del culo, mientras lo manoteaba tratando de empujarlo afuera, pero estaba de rodillas y contra el respaldo del sillón, era imposible. Yo había parido hijos, pero jamás había sentido un dolor como ese, la rotura, el desgarro, era espantoso. Comencé a sollozar de dolor y humillación, aplastada contra el respaldo, pero fue peor para mi, porque cada convulsión de un sollozo, sentía que entraba un poco más adentro su enorme pija rajándome el orto. Me rompió el culo. Lo que se llama que me rompió el culo. Lloré, grité, sangré, imploré, todo en vano; no tuvo piedad ni le importaba. Era su derecho, y no paró hasta que no la tuvo toda adentro y sus huevos golpearon mi vulva ¡Qué dolor! Gritaba como una posesa, llorando. Era suyo ese culo y disponía de él sin considerar a nadie.
Me tomó entonces de los pelos obligándome a enderezarme y apoyando mi espalda contra él, me abrazó y se puso de pie sin sacármela; fue indescriptible: mis pies quedaron en el aire y su pija se enterró hasta no se dónde provocándome más y más dolor, soportando todo mi peso con el ojete ensartado. Caminó hasta mi habitación y se dejó caer de bruces en mi cama, boca abajo, conmigo ensartada, con él pegado atrás, con la sensación de que cada vez me entraba más y más profundo. Mi culito, dolorido y roto, no reaccionaba ni para cerrarse, ni cuando comenzó a moverse y me lo llenó de leche. La sacó y me dijo:
–Limpiámela -y al ver que me movía para ir en busca de algo para hacerlo, me dio una fuerte cachetada y me completó su orden: -con la boca-. Así lo hice; no sé por qué pero obedecí y se la lamí y chupé hasta que se la dejé limpia. Pero no había terminado cuando ya le estaba creciendo de nuevo entre mis labios y riendo me dijo:
-Miren la señora… ¿Qué tal?- burlándose de mi y luego agregó: -Le gusta mamarla y pararla-. Luego agregó: -¡Epa! Ya está otra vez ¿Por dónde la querés ahora? ¿Seguimos con ese culito? Seguro que te ha gustado y la querés otra vez-. Se la tomaba conmigo abusivamente.
-Por favor no- supliqué -Esa pija es enorme, mira cómo me has dejado abierta; estoy toda rota, sangro, no me puedo mover. Me has roto la cola, me duele, no lo hagas-. Él rompió a reír con marcada satisfacción por haber marcado su hombría en la hembra:
-Bueno, dale con la boca. Pero que te conste que vendré todos los días a usar ese culo hasta que me reciba como corresponde, esté lastimado o no-. Horrorizada me dispuse a chupar. Me tomó fuertemente de la cola de caballo y me la zampó hasta la garganta y tras algunos movimientos, volvió a eyacular en mi. Después se vistió y tomó el teléfono para contarle todo en detalle a mi marido:
-La aguantó -le dijo– La ensarté sin piedad y de verdad le rompí el culo; Lo tenía muy estrecho pero se la metí a fondo. Gritó, gritó como perra pero no le hice caso y se la zampé bien; no la dejé dispararse. Si, se lo rompí bien roto, sentí cuando se le rajaba. Ahí está ahora, quejosa-, le dijo. Mi marido le preguntó algo y agregó: -Bueno, yo te dije que se le rompería, así que algo ha sufrido, pero bien… ahora le tengo que seguir dando hasta que se habitúe-. Mi marido aprobó.
Lo que siguió fue un suplicio, un calvario. Yo tenía el culo literalmente roto, desgarrado. No podía caminar normalmente, no me podía sentar y menos ir al baño, pero él volvería al día siguiente. Se lo planteé a mi marido que me interrogó sobre los detalles y se mostró satisfecho de que me hubieran desvirgado la cola, aunque medio se enojó conmigo por ser incapaz de cumplir mis deberes de mujer sin quejarme según le había contado Félix y que no fuera capaz de disfrutarlo; me hizo que le mostrara y me metió un dedo:
-Lastimado está, se ve que te ha roto el culo, bien roto-, me dijo a modo de comentario, pero nada más. La primera noche, no pude dormir pese a los calmantes y las pomadas que me puse para aliviar mi culito. Pero Félix no estaba dispuesto a perdonarme y vino día a día durante casi un mes, a culearme, todos los días, sin el menor cuidado, sutileza o cariño; siempre matizando su actuar con golpes tan impiadosos como injustificados. Solamente venía a culearme para que se me abriera bien la cola.
El primer día, el siguiente al de mi estreno, apareció a la siesta y se paró como un triunfador; por mi parte, entendía que debía abandonar mi actitud pasiva de dejarme hacer impertérrita, para evitar que me volviera a culear, de modo que lo ataqué de frente pidiéndole la pija para chuparla.
-Dámela- le pedí – Te la quiero chupar y tragarme todo. Dámela.- Aceptó gozoso y riéndose de mi, mientras adivinaba lo que yo quería evitar, pero cuando la tenía al fondo de la garganta y no podía hablar, me dio un bofetón y me dijo:
-Buen intento chiquita, buen intento. Pero no creas que antes de terminar no te voy a volver a romper el culo-. Quedé alelada. Sacó su pija de la boca, me llevó tras el respaldo del sillón y me echó de boca sobre él, subió mi pollera, bajó mi bombacha, y así, en seco, me la mandó hasta el fondo. Fue el infierno; yo gritaba desesperada y manoteaba, mientras él reía y teniéndome aplastada contra el sillón, decía:
-¿Duele señora? Aguante hasta que no le duela más, ya está bien abierto ese ojete-, me decía burlonamente. La sacaba y la metía, lastimándome intencionalmente. Me culeó hasta cansarse, lastimándome nuevamente, reabriendo las heridas del primer día.
Los días fueron pasando del mismo modo: todas las siestas aparecía Félix. Yo lo esperaba vestida a su gusto como una señora, pero sin bombachas y sin una palabra de más, iba al sillón, me reclinaba sobre el respaldo, apoyaba las manos en los posabrazos y le dejaba el culo a disposición como quería Marcelo.
Normalmente embadurnado con cremas cicatrizantes y anestésicas porque no podía caminar normalmente, ni sentarme y el bruto me volvía a abrir las heridas todos los días. Ahí echada me relajaba todo lo posible para que su enorme verga entrara sin dificultad; a decir verdad, mi culo no hacía ya resistencia alguna, estaba roto y abierto y la pija de Félix se convirtió en un conocido huésped, aunque hostil, que no tenía dificultades en entrar. Cuando la tenía adentro, además de moverse atrás y adelante, hacía un movimiento circular, ensanchando más la abertura de mi lastimado ojete. Yo, ya no lloraba ni me quejaba a mi marido. La escena se repetía: Callado, Félix no hacía más que llegar y ensartarme sin piedad, gozando de mis sollozos y mis súplicas, hasta que se vaciaba en mi; quería tenerme bien abierta y rota y vaya si lo logró.
Luego de unos instantes, me pedía una paja y apenas mi mano había revivido su pija, me la perdía en la boca en un acto en que predominaba la brutalidad sobre la morbosidad porque la mantenía siempre al fondo, otras veces, me volvía a dar por el culo. En esos días me arrastraba por el suelo; el dolor en la cola era enorme, la irritación indescriptible y la humillación de la vejación, me destruía.
Cuando me culeaba le gustaba abrazarme de atrás, prenderse a mis tetas, y me mordisqueaba el cuello y las orejas, pegándose a mi; a veces yo sentía alguna excitación.
Cuando pasaron algunos meses, diría que unos dos o tres, la conducta de Félix se hizo más hostil; Ya para ese entonces me culeaba sin dificultad, y si bien la incomodidad no había desaparecido, mis dolores no eran tantos, ni estaba tan lastimada. Venía todas las siestas por lo suyo y lo esperaba yo lista y dispuesta. Ya por ese entonces comencé a sentir el sabor de su eyaculación en la boca, cuando me acababa en el culo. Yo ya ni mencionaba el tema a mi marido por temor a su reacción. Pero Félix quería más, e hizo suya la costumbre de visitarnos a la tardecita, cuando mi marido venía de trabajar y los chicos estaban en plena tarea en casa; decía venir a charlar, pero apenas aparecía sentía mi culito palpitar, sabiendo lo que le esperaba. A veces me entraba la duda de esa sensación ¿Sería que me comenzaba a gustar? Ya no quería culearme en soledad sino frente a mi marido y con el riesgo de la entrada de los chicos; agregó un componente de morbo y riesgo. En medio de la charla con Marcelo, no era extraño que Félix le dijera:
-¿Podré?- aludiendo a la posibilidad de culearme. Para Marcelo asentía; era más importante el informativo que ese hecho, así que desde la primera vez que se lo pidió, pegó el grito para evitar interrupciones:
-Chicos, cierren esta puerta y no aparezcan por aquí para nada hasta que les avise-. Y me dejó a disposición de su amigo, que me llevó atrás del sillón, donde Marcelo veía el informativo y volvió a romperme el culo, mientras me hacía que acariciara mi marido en la cara. Después, apenas terminado, tenía que arrodillarme frente a él y hacer mi prueba de tragasables hasta que me llenara la tripa de leche. Yo me había convertido en un animalito obediente que día a día recibía su ración de pija en la boca y en el culo a la vez que una servidora humilde del amigo de mi marido. No pasaba el día que no me echara al menos dos polvos.
Esto duró varios años, más de dos ¿Cuántas veces me rompió el culo Félix? No lo sé, pero tengo la impresión de más que los días del año; ¿Cuántas veces se la chupé o me cogió por la boca? Tampoco lo sé. Lo que puedo contar es que Félix fue poniendo en el tema primero un componente de riesgo y luego una dosis de crueldad, mientras yo comencé a aceptarlo más fácilmente y no sé si a gozarlo.
Ya desde que me rompió el culo, sus otras acciones querían hacerme sufrir, aunque sin confesarlo, y gozaba de mi humillación y mi sumisión, pero fue variando y ahora quería que fuese a él y no a mi marido. Le dio por hablar y decirme que traería otros amigos a culearme y que se las chupe o me cojan la boca y ante mi silencio cabizbajo, me exigía una expresión conformidad como muestra de obediencia a él, que nunca le di; no era a él a quien obedecía. Eso lo irritaba y me golpeaba. Nunca se animó a traer a nadie. Tampoco se animó a obligarme a ir a su casa donde decía que traería otros machos a culearme o a que les chupe la pija.
Venía a casa cuando estaban los chicos y me ponía en situaciones de riesgo: me ensartaba por el culo en plena reunión parándose detrás de mi, disimuladamente. Lo peor, es que le irritaba no ser él quien determinaba mi voluntad y no poder cogerme normalmente, ni besarme la boca; Me amenazó con contar todo en el pueblo y me consta que se lo dijo a algunos amigos, pero, cuando le acusé el hecho a Marcelo replicó:
-Nunca te ha culeado fuera de casa y quien te conoce sabe que sos una mojigata. Nadie le va a creer-, tampoco entonces tuve su amparo, pero estaba en lo cierto porque nadie le creyó aunque algunas conocidas amigas me preguntaron.
En una ocasión tomaba sol en el patio de casa en malla; me había puesto una bikini porque nadie me podía ver y los chicos jugaban al otro lado del seto y no veían nada. Yo dormitaba plácidamente echada boca abajo, cuando de pronto se apareció Félix, que había encontrado la puerta abierta. No lo oí llegar. Sin decir palabra, se echó sobre mi, me corrió la bikini y me la zampó en el culito sin contemplaciones. ¡Qué dolor! Por Dios. Estaba seca y no me lo esperaba. Además, los niños estaban a pocos metros. No podía gritar ni quejarme, ni hacer escándalo. Pero no le importaba nada, me aplastó contra el suelo y me culeó sin piedad, dejándome echada, con él encima, durante un largo rato, después que terminó.
Ensayó mil variantes; decía que quería ir conmigo a misa para culearme en la iglesia, lo intentó en un acto del colegio en las tribunas y me salvó una madre que buscaba un hijo. Una vez, en el cine, me culeó dos veces.
En fin, mil variantes. Pero no hay mal que dure cien años y con el correr del tiempo este salvaje mutó de su crueldad y se enamoró de mi; no le bastaba disponer de mi boca y mi culo, quería que lo quisiera y lo obedeciera, que lo que hacía no fuera por orden de mi marido sino por él, que por él le permitía que me ensartara por el ojete y me violara la boca, deseaba que me fuera con él, que dejara marido e hijos, se había vuelto loco. A tal punto era, que tenía celos de mi marido y comenzó a exigirme que le besara la boca o le diera mi cajeta; me negué terminantemente.
Me interrogaba y me hacía escena porque cogía yo con mi marido y a veces no me dejaba respirar con la pija clavada en la boca, irritado por saber que había tenido una noche de amor con Marcelo. Yo sabía bien que mi marido eso no lo aprobaba. Además, tenía claro que por darle un beso en la pija terminé con toda la poronga en la boca y su leche en la garganta, y no estaba dispuesta a nada más. Además que mi marido había dicho que no, y yo le pertenecía a él y solo por seguir sus órdenes me había dejado sodomizar y practicar sexo oral.
Ese fue el fin del episodio Félix, porque cuando mi marido lo supo, sin enojarse, serenamente, lo llamó y puso fin al asunto.
-Basta Félix, te estás pasando. Buscate otra que te ayude. María M no te va a hacer la paja más, ni te va a prestar la cola. Sigamos amigos, pero basta. Ya te dejé romperle el culo y te ha aliviado durante años, pero no quieras quitarme mi mujer -le dijo Marcelo, sin aceptar réplicas.
Ya van dos meses sin que Félix me culee, ni me coja por la boca y mi familia sigue intacta.