Nos transportaban desde el aeropuerto en una ambulancia que iba a toda velocidad por la Ruta. No sabíamos dónde estaba nuestro equipaje. Sólo contábamos con el equipaje de mano. Recién llegábamos de Europa de vacaciones con mi tía Vanesa y mi prima Gabriela. Muchas veces tratamos de preguntarle al conductor o a alguien en el habitáculo delantero de la ambulancia a dónde nos llevaban con tanta premura. “Son políticas de seguridad por la cuarentena”, sólo llegaban a respondernos.
Yo me estaba poniendo nervioso. Nos tenían hasta la documentación retenida. Miro a mi tía y la noto muy seria. Gabriela estaba un poco más tranquila. De hecho, su temperamento siempre fue bastante ecuánime desde chica. Era yo quien había quedado con trastornos de ansiedad desde que en aquel accidente perdieron la vida mis padres y mi hermano mayor, acontecimiento que me dejó al cuidado de mi tía Vane desde los 8 años. Gaby, a quien le llevo 3 años, siempre me vio como un hermano mayor, igual que yo a ella, y a Vane como a una madre, aunque nunca la llamé así.
Tía Vane tiene 41 años, es abogada y de las mejores que hay en la ciudad. Tiene un carácter bastante amable, podría llegar a decirse, contrastando con el carácter de los abogados en general. Dio a luz a Gaby a los 20, cuando aún no terminaba la facultad. Del padre de la beba nunca habló. Solo sabemos que, al enterarse del estado de gravidez de mi tía, se borró del mapa y nunca más volvió a saber de él. Y tampoco es que hubiese querido.
A su edad se conserva bastante bien: toma mucho líquido, se alimenta balanceadamente, va al gym una o dos veces por semana, lo que hace que sus carnes se mantengan medianamente en su lugar a pesar de los años y los efectos gravitatorios de la edad. No es tan alta, mide, aproximadamente, 1.68 m, pero su cuerpo está perfectamente proporcionado a su estatura: unas lindas caderas medianamente anchas, una linda cintura y unos pechos ni grandes ni chicos. Solo son hermosos. Sus pezones son pardos y perfectamente delineados. Lo sé porque en casa, mi casa adoptiva, siempre nos acostumbraron a que la desnudez no era algo malo ni tendría por qué llevar adjunta ninguna connotación sexual. Así que crecí viendo los cuerpos de mi prima y tía y ellas el mío sin mayores complicaciones. Muchos fueron los veranos que ellas se pasaban en tetas tomando sol en el balcón sin importarles, siquiera, lo que podrían llegar a decir los vecinos. Tiene una piel color aceituna muy tersa, unos ojos ámbar de ensueño y un cabello negro como la noche más oscura.
Gaby recién había cumplido 21 años. De hecho, su cumpleaños siempre coincide con las vacaciones de verano y aprovechamos de hacer algún viaje para celebrarlo. Este año, y por vez primera, había escogido mi tía pasar las vacaciones en Europa y hacer el recorrido por la mayor cantidad de países que pudiésemos. Ella es igual o más petisa que la madre. Creo que no mide más de 1.67 m. Tiene una cintura, cadera y culo de infarto. Nada proporcionado con el tamaño de sus senos, a pesar de que éstos también son muy lindos. A veces le bromeo diciéndole que si nacía dos días antes capaz era tan plana como yo. Lo que tiene en la mano siempre termina revoleándome y yo rajo cagado de risa. Pero no dejo de reconocer que el cuerpo de mi prima es hermoso. De esos que cuando lo ves quieres masturbarte dos o tres veces pensando en él: Tetas chicas, cintura de avispa y culo grande.
Somos los mejores amigos que pueden existir. La confianza que existe entre Gaby y yo no se consigue fácilmente entre los integrantes de cualquier familia, Podemos hablar de todo, incluso de sexo, sin mayores preocupaciones. Recuerdo cuando hace un par de años ella me preguntó lo que era la masturbación. Obviamente le expliqué lo básico, pero me vi un poco apretado cuando me preguntó cómo se hacía. Tuve que recurrir a internet y mostrarle videos de masturbación femenina en la página porno que solía consumir en aquellos días. Estaba por comenzar el verano y ya se sentía la temperatura un poco en el ambiente, por lo que ese día estábamos de forma muy cómoda: Gaby en culotte con una remera de cuello ancho casi hasta los hombros y corta hasta la mitad del vientre. Yo, como era mi hábito, andaba en bolas. Mi tía trabajaba ese día y no estaba en casa. Nos sentamos con la notebook en el sillón del living y al poner en marcha el primer video vi que mi prima comenzó a mostrar mucho interés en lo que hacía la protagonista y a experimentar repitiendo todo lo que veía. Me preguntó si me molestaba que lo hiciera, tomando en cuenta la separación de nudismo y sexo que tenemos en casa. Le dije que naturalmente podría hacer lo que quisiera, que podía experimentar con su cuerpo como mejor le parezca y que yo prefería quedarme a ver a una chica masturbarse en vivo y directo.
—Sos un pajero —me dijo.
—Lo mismo vas a ser vos de ahora en adelante —le respondí y ambos nos cagamos de risa. Ver a mi prima experimentar con su cuerpo por primera vez me calentó mucho y de inmediato mi miembro comenzó a llenarse de sangre y a ponerse duro. No lo podía evitar. Es muy distinto ver a los miembros de tu familia andar en bolas todo el tiempo a verlos tocarse para su auto satisfacción. Ella se sacó la remera y el culotte y quedó totalmente desnuda. Se tocaba rápido. Apenas se detenía en alguna parte de su cuerpo para poder sentir. Cuando llegó a sus incipientes senos se detuvo y notó cuanto placer le daba tocarse ahí. Notó como sus pezones se endurecían al mínimo roce. Tocaba suavemente su abdomen y cuando llegó a la entrepierna se ve que sintió una especie de corrientazo, ya que dio un respingo y jadeó un poco. Ella estaba inmersa en sus sensaciones y yo solo me dediqué a mirarla y tocarme.
Mi miembro me dolía de la erección tan potente que tenía, propia de un joven que mira a su prima masturbarse. A veces me daba pena por ella porque la chica del video se introducía uno o dos dedos en la vagina y mi prima, al querer imitarla, se encontraba con su intacto himen, por lo que tenía que conformarse con seguir aprendiendo a estimular su clítoris. Sin embargo la veía que la estaba pasando muy bien. Igual que yo. Cuando experimentó su primer orgasmo ella no entendía nada. Solo gemía, batía las piernas y me miraba con cara de sacada como diciendo “¿qué es esto?”. Al yo notar su orgasmo no pude contener el mío y todo mi semen voló por toda la habitación en todas las direcciones. A Gaby se le notó la instintiva excitación, por lo que su siguiente orgasmo fue mucho más estridente y húmedo. Ambos quedamos absortos en nuestro clímax y sólo nos dedicamos a mirarnos por unos segundos.
—Gracias por enseñarme, Fredo —dijo rompiendo el silencio mientras me tomaba de la mano, aun con la respiración agitada.
—No te preocupes, Gaby. Siempre puedes confiar en mí —respondí con tono de hermano mayor.
En cuanto a mí, no tengo mucho para describir. Soy de tipo normal: ancho de hombros y espalda, mis músculos están medianamente definidos, mido 1.75 m, por lo que considero que soy bastante bajo para ser hombre y de tez más oscura a causa de los orígenes caribeños de mi papá. Él nació en República Dominicana. En unas vacaciones se conocieron con mi madre y se enamoraron y casaron. Al año nació mi hermano Diego y a los dos años después de él nací yo. Y es todo lo que tengo que decir sobre mi familia. Entenderá el lector las razones. Al padecer trastorno de ansiedad a veces me pongo bastante nervioso e impaciente, por lo que mi tía y prima suelen abrazarme mucho para contenerme en medio de mis crisis. Y, a decir, verdad, es bastante reconfortante estar con la cara pegada a cuatro tetas cuando estás de mal humor o nervioso.
***
Los de la ambulancia seguían sin emitir palabra alguna, yo ya casi estaba a las puteadas y mi Vane y Gaby trataban de contenerme. De súbito sentimos que la ambulancia paraba. El que los ocupantes del habitáculo se bajaran y abrieran la puerta de la ambulancia fue casi lo mismo. Todo sucedía muy rápido. Nos invitaron a bajar y nos fijamos que estábamos a las puertas de un hotel.
—¿Acá nos van a dejar? —preguntaba mi tía mientras miraba por una décima de segundo a su alrededor.
—Por favor por acá —se limitó a decir uno de los hombres que había bajado de la ambulancia. Tenía un aspecto bastante estrafalario: era como ver el personaje que trabaja en el laboratorio de riesgo biológico de esas películas de Hollywood. Uno iba adelante guiándonos y el otro, vestido exactamente igual, a unos tres pasos detrás nuestro. Pasamos el lobby del hotel y fuimos directo a las escaleras, subimos hasta el tercer piso a un ritmo casi maníaco pautado por aquellos Soldados Bioquímicos —como les decía Gaby— y allí, en la puerta de la habitación 304 fue que nos dirigieron la palabra.
—Estamos en alerta máxima por la propagación de este virus —comenzó a decir uno de ellos.— La orden que tenemos es de aislar a todas aquellas personas que vengan de cualquier país donde el contagio es mayor. Lamentamos la molestias ocasionadas —procedió a entregarle los documentos a mi tía y a casi empujarnos dentro de la habitación.
Mi tía tomó aire para formular alguna pregunta y solo la interrumpió el portazo delante de ella que dio el hombre que nos había encerrado ahí. Miles de preguntas teníamos cada uno: dónde estábamos era una de ellas. Otras eran dónde estaba nuestro equipaje y cuánto tiempo estaríamos ahí.
—¡Ya está! Ya estamos acá —dijo mi prima.— No sé dónde estamos, pero estamos. Ya nos llegará alguna información.
Dicho esto mi tía prendió la tele buscando noticias. Los noticieros todos decían cosas distintas. No encontrábamos a cuál creerle más. Apagó la tele después de un rato y se puso a revisar su equipaje de mano. Los tres hicimos lo mismo. Cada uno comenzó a sacar lo que tenía: mi tía un par de prendas para dormir, cepillo de dientes, cargador y alguna pastilla para la migraña. Gaby los auriculares, una remera, una tanga, los correspondientes artículos personales y nada más. Yo tenía mi teléfono, una Tablet y un short. Nada más. Viendo nuestra situación estábamos bastante precarios de ropa.
La primera en desvestirse y meterse a la ducha fue Gaby y mi tía le siguió. Yo aún estaba pensando qué hacer con tan poco de lo que tenía y cuánto tiempo iba a durar esa situación. Como siempre, me perdí en mis propios pensamientos acelerados hasta que escuché la voz de mi tía.
—Sácate la ropa, Fredo, y ve a ducharte. Y juntemos todo lo que nos quitamos y luego vemos como lo lavamos.
Y así, después de mi ducha, todos quedamos desnudos en una habitación de vaya a saber cuál hotel sin saber qué hacer.
Continuará.