Era la una la madrugada de un sábado del mes de mayo e iba cargado, no llegaba a borracho, pero le llegaba bien. La noche estaba estrellada y el tráfico brillaba por su ausencia.
Al pasar por delante de un escaparate de ropa vi a un maniquí desvistiendo a otro. Seguí andando hasta que me di cuenta de lo que había visto, entonces di media vuelta y me puse a mirar lo que pasaba detrás de la luna. El maniquí, que era de mujer, ya estaba desnudo. El otro maniquí, con un vestido en la mano, me miró, sonrió y le dio a la cabeza, iba a ser que no era un maniquí, debía ser una dependienta, la dueña del comercio, lo que no sé es que cojones hacía desvistiendo y vistiendo a un maniquí a aquellas horas de la madrugada.
Crucé un jardín y vi a una joven sentada en un banco de madera al que escoltaban dos jacarandas en flor y que estaba enfrene de una fuente con una pileta redonda donde nadaban peces dorados. Al llegar a su altura vi que estaba llorando. Le pregunté:
-¿Qué te pasó, criatura?
Limpiándose las lágrimas con las palmas de las manos miró hacia arriba, tiró del moquillo y me respondió:
-Nada.
Su acento era sudamericano. A pesar de que vestía impecablemente. A la cabeza me vino que era una sin papeles que la echaran de donde dormía por no poder pagar la habitación. Le di mi pañuelo, y le dije:
-Lo que nada no va al hondo y tú has ido. ¿Te puedo ayudar en algo?
Cogió el pañuelo, se sonó el moquillo, y me respondió:
-No -me dio el pañuelo de vuelta-. Tome.
-Quédatelo.
Había dejado de llorar. Me senté a su lado, y le dije:
-Cuento unos chistes que te partes. ¿Quieres que te cuente uno?
Me miró raro, cómo quien mira a un bicho que nunca ha visto. Luego me dijo:
-¿No ve mi estado de ánimo? ¿Se cree que estoy para chistes?
Cómo estaba contento seguí erre que erre.
-¿Qué te apuestas a que te saco una sonrisa?
De raro pasó a verme cómo un loco.
-¡Usted no está bien de la cabeza, señor!
-Sí, a mi me llaman el loco, pero locos son los de mi lugar, ellos trabajan y no comen yo como sin trabajar.
-¿Y eso a que viene?
-Era el chiste.
Se le dibujó una sonrisa en el rostro y me dijo:
-¡Qué malo! Definitivamente, está usted muy loco.
Me fijé bien en ella. Llevaba un corte de pelo de estos modernos, entre punk y gótico…, de esos raros, y era muy bonita. Su tez era morena, sus ojos eran grandes y oscuros, sus labios gruesos y su nariz perfecta, en la que tenía un lunar que en aquel momento me entraron ganas de besar. Estaba rellena, sus tetas eran grandes y sus piernas que enseñaba aquel vestido que le daba por encima de las rodillas, eran perfectas. Parecía la mujer 10, le dije:
-Me encanta ese lunar que tienes en la nariz.
Ahora sonrió abiertamente, antes de decir:
-¡Nooo! No diga eso. ¡Odio ese lunar!
-Pues te queda muy bien.
La muchacha, me dijo:
-¡¿Cómo lo hizo? Estaba llorando y acabé sonriendo.
-Tú sabrás -me levanté-. ¿Quieres que te acompañe a algún sitio?
Volvió a bajar la cabeza y a sonar el moquillo.
-No tengo a donde ir.
Me volví a sentar.
-Cuéntame que te pasó.
Sin levantar la cabeza, me dijo:
-El mandamás me echó de casa.
No me podía creer lo que acababa de oír.
-¡¿A estas horas?! ¿Qué clase de pájaro puede hacer eso?
-Discutimos…
No la dejé acabar la frase.
-¡Pues que se fuera él de casa, coño!
-La casa es suya.
Esas palabras me endemoniaron.
-Ya veo, ya, es el típico macho man que va de sobrado. Todos los que conozco que iban de sobrados acabaron sobrando.
Echó el pelo hacia atrás con una mano, y me dijo:
-La culpa fue mía.
-No tenías ganas de darle al cuerpo alegría y él estaba burro. ¿Fue algo así?
-Sí, fue algo así.
-¡Cabrón! Si yo hiciera eso mi mujer vivía en la calle -puse cara y voz de Bartolo- ¡Madre mía, madre mía, madre mía que hambre paso!
Se rio y después me dijo:
-¡Qué payaso es!
-Era para quitarle hierro a la cosa.
-No fue cómo piensa, y no le puedo decir lo que pasó porque se podría imaginar cosas raras.
Soy perro viejo y la pille por el aire.
-¡Manda huevos! El de Arriba tiene esas cosas, le da pan duro a quien no tiene dientes.
-¿Cómo?
-Cómo que tú tenías ganas y él no, discutisteis y el resultado ya lo veo.
-Parece un adivino.
-Tengo muchos años de escuela. ¿Piensas dormir en el banco?
-Sí.
-En la habitación del motel donde me hospedo hay dos camas. Puedes pasar la noche allí y mañana decides que quieres hacer.
-No lo conozco de nada.
Puse de nuevo cara y voz de Bartolo.
-Soy Bartolo, el violador de la M 30.
-¡Qué tonto es! -me siguió la corriente-. ¿Y a cuántas mujeres violó?
-A ninguna.
-¿Y a quién viola?
-A camioneros.
Se volvió a reír, y después me dijo:
-Prefiero dormir en el banco, tiene cara de buena persona, pero es un hombre.
-¡Qué alegría más grande me has dado! No te puedes imaginar cuanto tiempo hace que no me dice eso una mujer.
-Ya no será para tanto.
-Lo es, bueno, si no me acompañas me quedo yo aquí, no quiero que te pase nada malo.
No entendía mi actitud.
-¿Por qué se preocupa?
-Porque me caíste bien.
La muchacha cambió de opinión.
-¿Si lo acompaño se comportará cómo un caballero?
-De eso no te quepa la menor duda.
Ya en la habitación. La muchacha se bañó y puso por encima una camisa mía. Yo ya estaba metido en la cama de la izquierda tapado solo con una sábana. Vi sus divinas piernas casi en su totalidad y las tetas abultando bajo la camisa. Me coloqué de lado, ya que mi polla iba a su bola y se puso gorda. Al meterse en cama, me dijo:
-Hasta mañana.
Apagó la luz.
-Hasta dentro de unas horas, mañana ya no estaremos juntos.
Pasara media hora y no era capaz de conciliar el sueño. ¡Quién podría con un monumento en la cama de al lado! Sentía cómo la muchacha daba vueltas para un lado y para el otro en la suya. Tenía que dejar la caballerosidad aparcada en el monte del olvido. Me levanté y fui hasta su cama. Estaba boca arriba. Me arrodillé al lado de la cama, aparté la sabana que la cubría y le di un beso en un pezón por encima de la camisa. Puso una mano en mi frente y empujando, casi sin hacer fuerza, me dijo:
-No haga eso, pare.
Le quité un botón de la camisa y le besé el otro pezón. Sin quitar la mano de mi frente, volvió a repetir:
-No, pare, por favor.
Al no empujar con fuerza mi cabeza para separarme de ella me dio alas. Le quité otros dos botones y le lamí el pezón izquierdo.
-Dijo que iba a ser un caballero.
Le besé y lamí la areola y después chupé la teta.
-Es como todos. Todos quieren la misma cosa.
Se olvidaba del suyo que ni cumpliera aquella noche, pero seguí en silencio, lo mío era hablar con caricias.
Le acabé de desabotonar la camisa. Le comí la otra teta (ya no ponía la mano sobre mi frente) y después estuve lamiendo, magreando y chupando ambas tetas hasta que sus pezones se pusieron tan duros que me podría quitar un ojo con ellos. Al bajar besando y lamiendo su cuerpo de piel sedosa, se puso de lado y dándome la espalda, me dijo:
-No voy a dejar que su lengua profane mi sexo.
Le levanté la camisa y lamí y besé su espalda por la columna vertebral, de abajo a arriba y de arriba a abajo. Después le baje las bragas hasta dejar su culo al aire. Puso una mano en el culo, y me dijo:
-Es usted un enfermo.
Le aparté la mano (no opuso resistencia), le separé las nalgas y pasé mi lengua por su ojete. Con sus manos y su cabeza apoyadas en la almohada, me dijo:
-Cerdo.
Seguí guardando silencio y lamiendo su ojete. Empujé su espalda a ver si se dejaba ir y se dejó. Al estar boca abajo, subí a la cama y arrodillándome con mis piernas a ambos lados de las suyas, le abrí las nalgas y lamí su periné y su ojete, luego se lo follé con la lengua. Sentí cómo se abría y se cerraba el ojete más aprisa. Se iba a correr. No quiso darme esa satisfacción. Se dio la vuelta, y me dijo:
-Vuelva a su cama, degenerado.
Sabía que no quería que volviera a mi cama, si quisiera que volviera ya se hubiera ido de la habitación.
Fui de nuevo a por sus tetas. Esta vez se las devoré. Se las chupé, se las amasé, le mordí tetas y pezones (sin fuerza). La muchacha ya se dejaba. Cuando sentí sus primeros gemidos volví a bajar besando y lamiendo… Al llegar a su coño depilado, cómo tenía las piernas juntas, le pasé la lengua por la parte superior del capuchón del clítoris, era un clítoris grande. Al lamerlo sentí cómo se le escapaba un suspiro, suspiro que no llevaba mi nombre porque no lo conocía, si no, lo llevaría. Acariciando sus tetas con mi mano izquierda, lamí cantidad de vece el capuchón de su clítoris…
Después tiré de él hacía atrás con un dedo y sentí en mi lengua el glande que asomara la cabeza cómo la asoma un caracol al sentir el calor. Estaba a oscuras y se veía muy poco, pero podía ver cómo la muchacha se mordía el canto de una mano. Poco a poco fue abriendo las piernas y mi lengua fue lamiendo la parte superior de sus labios y el clítoris en su totalidad. Cuando abrió las piernas del todo lamí su coño. Estaba encharcado de jugos espesos, jugos ricos, ricos, ricos. Apretando mi lengua contra él lo lamí con lujuria. Mi lengua fue de abajo a arriba cada vez más aprisa hasta que cerró las piernas de golpe, le comenzaron a temblar y sentí sus gemidos al correrse, gemidos que acallaban la mano que mordía.
Al acabar de correrse le abrí las piernas sin que opusiera resistencia y lamí los jugos de su corrida. No paré ahí, seguí lamiendo, sin dejar de magrear sus tetas. Ahora lamía todo su coño y acababa pasando transversalmente mi lengua por el glande de su clítoris…
Así estuve unos quince o veinte minutos, trabajando su coño hasta que se corrió de nuevo y le volvió el temblor de piernas y volvió a ahogar sus gemidos mordiendo el canto de su mano. Al acabar puse mi lengua sobre el clítoris, y apretando lamí haciendo círculos sobre él. La muchacha comenzó a mover la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo, hacia los lados y alrededor con mi lengua apretada sobre su clítoris. Pasados unos minutos, comenzó a acariciar mi cabello con sus manos, y algo más tarde apretó mi cabeza contra su coño… Su respiración acelerada dio paso a los gemidos. Una de sus manos agarró la sábana y la apretó, la otra cogió la almohada y la mordió con rabia. La muchacha levantando la pelvis y se corrió en mi boca.
No saqué mi cabeza de entre sus piernas ni dejé de lamer hasta que su respiración no volvió a ser normal, pero ya no podía comérsela más, mi polla latía y estaba empapada de flujos pre seminales, la cogí y se la froté entre los labios de abajo a arriba, le metía el glande en la vagina, lo sacaba y llegaba con él hasta llegar al clítoris… Allí se la frotaba igual que hiciera con la lengua… La muchacha se fue poniendo cachonda de nuevo.
Metiendo el glande en su coño me cogió las nalgas, tiró hacia ella y la polla entró hasta el fondo. Comenzó a gemir. Sus gemidos eran dulces cómo la miel. Al rato sentí que me iba a correr. A la muchacha también le venía. Sentí cómo su coño apretaba mi polla. Sus manos cogieron mi cuello y llevaron mi boca a su boca. El placer que estaba sintiendo se reflejó en los besos que me dio. Besos de loca mientras se corría y al acabar besos de moribunda, y con los últimos besos me corrí dentro de su coño. Después de correrme me siguió besando y moviéndose debajo de mí… La polla fue engordando y acabó poniéndose dura de nuevo. Haciendo equilibrios porque la cama era estrecha, la puse encima de mí, la muchacha me folló tan despacito que parecía que me estaba acunando, acunando y dándome el biberón con aquellas deliciosas tetas.
Tiempo después, cuando ya los dos estábamos maduros, encendió la luz, y me dijo:
-Quiero ver tu cara cuando te corras.
Me dio a mamar una teta y después la otra, me besó y después comenzó a darme caña para que me corriera… Cuando me tenía a punto paró de follarme. Se le cerraron los ojos de golpe, y dijo las palabras que tanto me gusta oír en los labios de una mujer:
-¡Me corrooo!
Tuve que taparle a boca con un beso porque sus gemidos eran escandalosos. ¡Cómo se corrió la muchacha! Fue una maravilla sentir cómo me bañaba la polla mientras yo le llenaba el coño de leche.
Al acabar volví a meter mi cabeza entre sus piernas y lamí aquel coño que parecía un lago de leche y crema. La muchacha, acarició mi cabeza con sus manos, y me dijo:
-Es muy, muy cochino. ¡Me encanta!
Con mi lengua plana lamí sus labios mayores y menores de abajo arriba cómo si estuviera lamiendo un helado de nata. Luego lamí sus labios menores con la punta de la lengua aumentando poco a poco el ritmo. Después le chupé los labios. Más tarde puse dos dedos en la entrada de la vagina y presioné hacia bajo, la muchacha arqueó el cuerpo y agarró las sábanas con las manos, luego fui a por el clítoris y lamí el glande de forma circular. Volví a lamer sus labios menores y mayores.
La muchacha ya apretaba con fuerza las sabanas. Metí dos dedos dentro de su coño, le acaricié el punto G, apreté mi lengua contra su clítoris y lamí de abajo a arriba. La muchacha arqueó de nuevo su cuerpo, su respiración se aceleró, sus gemidos se hicieron más intensos, dejó las sabanas, cogió la almohada con las dos manos y tapando la cara con ella se corrió cómo una loba en celo. ¡Qué rica estaba! ¡Estaba riquísima!
Al acabar de correrse y quitar la almohada de la cara, me miró, se rio con ganas, y me dijo:
-¡Fue increíble!
Tenía una risa una forma de hablar que me encantaban. Le dije:
-Podrías quedarte aquí el fin de semana.
-No puedo.
-¿Por?
-Porque soy una mujer casada. Y ahora voy a dormir.
Se puso boca abajo, echó el culo hacia arriba y lo movió hacia los lados un par de veces. Me estaba provocando y lo hacía con descaro.
Me puse entre sus piernas, le froté la polla en el ojete, y le pregunté:
-¿Has tenido algún orgasmo anal?
-No.
-¿Quieres que te la meta por el culo?
Volvió a mover el culo hacia los lados con mi polla en la entrada de su ojete, y me respondió:
-¡Qué pesado! Yo voy a dormir, haga lo que quiera.
Lo que quise fue darle su primer orgasmo anal. Me puse cómodo, le abrí las nalgas con las dos manos y le lamí el periné, luego lamí periné y ojete, para pasar a hacer círculos con mi lengua sobre el agujero. Al tenerlo bien mojado, le metí dentro la mitad de mi dedo pulgar y se lo follé con él… Lo quité y se lo follé con la lengua. Le cayó el primer azote en el culo con la palma de la mano: "Plas". La muchacha estaba con un lado de su cara planchando la almohada y no se inmutó. Le levanté el culo y le froté la polla en el ojete. Le escupí en él, volví a frotar y despacito le metí la punta de la polla. Lo único que hizo fue cambiar la cara de posición en la almohada. Le di otros dos azotes en el culo, uno en cada nalga. Le metí la cabeza de la polla. Aquel culo fuera poco follado. Mi polla entrara más que a presión. Se la fui metiendo con una delicadeza exquisita. A cada centímetro paraba y le aba azotes en el culo. Paraba y sentía cómo el ojete latía. Al tenerla toda dentro la cogí por la cintura y la levanté.
La muchacha se puso a cuatro patas, le eché las manos a las tetas y magreándolas fui subiendo el ritmo del mete y saca. La muchacha cuanto más aceleraba más cachonda se ponía y más alto gemía. Mis manos acariciaban sus tetas y pellizcaban sus pezones y mis huevos, cuan badajo, tocaban la campana, que en este caso era su coño. Tenía que parar para descansar o me iba a correr, y descansé, ya que la muchacha se derrumbó sobre la cama y se sacudió debajo de mí. Corriéndose, decía:
¨-¡Aaa, aaaa!
Saqué la polla del culo y me corrí en su espalda.
Al acabar de correrme lamí mi leche de su espalda. La muchacha se puso perra, perra, perra, y me dijo:
-¡Métemela en el coño, métemela el coño!
Mi polla ya estaba morcillona. La agarré con la mano para enderezarla y se la clavé hasta el fondo. Con ella a media asta, y otra vez a cuatro patas, me folló moviendo el culo cómo una perra. Mi polla fue cogiendo cuerpo, fue hinchando, se puso dura y entonces le di yo. Le di sin miramientos, le di para romperle el coño, y algo se debió romper allí dentro porque sentí cómo una especie de torrente bañaba mi polla, La muchacha agarró con sus manos las sábanas y con sus dientes mordió a almohada. Parecía una perra rabiosa moviendo la cabeza de un lado al otro con la almohada en la boca y queriendo romperla. No sabía si tomaba precauciones o no, pero le llené el coño de leche.
Al acabar se fue a bañar. Se repitió la historia, volvió con mi camisa puesta, se metió en su cama y me dijo:
-Hasta mañana.
Le respondí:
-Hasta dentro de unas horas, mañana ya no estaremos juntos.
Media hora más tarde sentí que me estaban limpiando la polla con una toalla mojada.
Quique.