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Un trío con mi jefe y su esposa
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Llevábamos dos meses viéndonos (es decir, cogiéndonos) cuando él, González, mi jefe durante el día y mi amante dos veces a la semana, me propuso una cena en su casa. Yo sabía que era casado, su esposa había venido un par de veces al restaurant y se instalaba como una reina en su despacho. Era una pelirroja bastante mona, de esas que no pasan desapercibidas en ninguna parte: melena rizada, ojos verde aceituna y un trasero que podía quitar el aliento a más de uno. Además, tenía cara de pocos amigos, lo que me hizo presagiar que la invitación no terminaría nada bien.

–Pasá, pasá. Tatiana, ella es Maribel, mi mujer. Maribel, ella es Tatiana, la chica de la que te hablé.

¡Qué! ¿Le había hablado de mí? ¿Era en serio? Hubiese agradecido que al menos me dijese qué mentiras le había contado. Cenamos sin grandes contratiempos, Maribel demostró ser muy agradable, sus gestos desbordaban una extraña sensualidad. Me pregunté qué podía haber visto en González (a pesar de que éramos amantes, no conseguía llamarlo por el nombre, Teodoro). Tenía algo de barriga y hacía bastante que había empezado a perder el pelo. Lo único de interesante era su pene, gordo y largo que me hacía gozar como nadie.

–¿Así que ustedes son amantes? –soltó Maribel al regresar con una bandeja con tres destornilladores.

La miré intentando descifrar si adivinaba o buscaba corroborar lo que hacía tiempo sabía. A su lado, González bebía con toda la tranquilidad del mundo.

–Las dejo solas, chicas. Voy al baño.

Y quedamos frente a frente, los enormes ojos verdes de Maribel me escrutaban, se detenían en mis labios que intentaban coordinar una respuesta.

–Teo es un depredador, no te preocupes. Tampoco quiero que me contestes.

–Mirá, Maribel –balbucee. Yo…

–¿Sabés para qué te invitó? ¿Al menos, te lo dijo?

Negué con la cabeza, como una colegiala tímida.

–Quiere que hagamos un trío. El gran hombre, su esposa cornuda y la amante. ¿Qué te parece?

–No sé. Que está loco, que es un degenerado, un desubicado, un…

–¿Qué te parece?

Entonces comprendí que la pregunta no era retórica. Sus ojos verdes destellaban y la sonrisa en sus labios empezaba a calentarme. Miró en dirección a donde supuse estaría el baño y se sentó junto a mí. Sentí su aliento caliente en mi cara. Posó una mano en mi muslo y me miró a los ojos.

–A mi me parecería muy bien –ronroneó agitando la melena color zanahoria.

Una estela de perfume me envolvió como un hechizo. Mis labios debieron abrirse para aspirarlo porque Maribel se acercó y me besó. Su lengua caliente y suave buscó la mía, navegó por mi boca en un beso del que no me creía capaz con otra mujer. Me eché hacia atrás y nos besamos con pasión, nuestras lenguas jugaban mientras sus manos me recorrían las tetas, me desabrochaban la blusa, tanteaban mis pezones endurecidos.

–Me gustan estas tetas. Ni muy grandes ni muy chicas. Discretas, elegantes.

Las besó, lamió las aureolas, mordisqueó los pezones, las apretó contra su cara.

–¿Vamos a atender a ese pervertido? Me muero por comerte toda esa conchita.

–Yo nunca… -intenté confesar como una niña a la que le estuvieran ofreciendo un cigarrillo.

–Vos dejame ser tu guía.

González nos esperaba tendido en la cama como un sultán. Gateamos hasta su miembro, Maribel comenzó a acariciarlo con una mano mientras lo miraba con esos ardientes ojos verdes. Yo lo besé, mi lengua buscó la suya con descaro, exponiendo a los ojos de su esposa cada detalle de ese beso lascivo. Maribel sonrió y comenzó a chupar, lo hacía con los ojos cerrados como si estuviera soñando. Le ofrecí mis tetas a González, que las devoró a lamidas mientras buscaba con la mano libre mi culo. Deslizó un dedo en el interior de mi ano mientras, al otro lado, la boca de Maribel le arrancaba gemidos.

–¡Tu turno!

Cambiamos posiciones. Me metí su verga hinchada en la boca, lo chupaba con pasión, metiéndome una buena porción cada vez. Si en algo era buena, era en eso (ver el cuento Hora extra). Le pasaba la lengua por toda la cabeza, presionaba con la punta el ojo negro del que empezaban a salir las primeras gotitas. Gozaba cuando lo pajeaba con el glande dentro de la boca. Muchas veces lo había hecho acabar de esta manera pero esa vez sería distinta. Me monté a horcajadas, apoyando la punta de su pija gorda en la puerta de mi vagina y descendí despacio, gozando a medida que me llenaba. Cuando la tuve toda adentro, moví las caderas en círculos para que mis paredes sintieran al visitante y comencé a cabalgar gimiendo cada vez que me clavaba como una estaca.

Maribel estaba sentada sobre la cara de González. Con los párpados y los labios entreabiertos, disfrutaba de una sesión de sexo oral. La atraje hacia mí y la besé, me ofreció sus tetas, mucho más grandes que las mías. Le chupé los pezones, rojos como cerezas maduras. Movía las caderas, ofreciendo a la boca de su marido la deliciosa alternancia entre su vagina y su ano. De vez en cuando, un gemido de González le calentaba la concha a Maribel, que gemía y se apretaba las tetas, se las chupaba, me besaba, me pasaba la lengua por el cuello.

Nuevo cambio. Maribel en posición de perrito, ofreciendo su extraordinario culo. A su lado, le chupo a González la verga empapada con mis propios jugos. Lo veo sonreír de costado.

–Te gustan tus juguitos, ¿no, putita? Tragátela toda, que me gusta.

Avanzaba conteniendo las arcadas hasta que el glande se asomó a mi garganta, empujó y el resto entró con una sacudida feroz. Solté algo parecido a un gruñido e intenté zafarme pero me sostenía la cabeza con una mano y con la otra le metía a Maribel dos dedos en la vagina y uno en el ano. Ella gemía y se movía despacio, lo gozaba. Me liberó y la empezó a cabalgar como si quisiera partirla en dos. Maribel gritaba con la cara apoyada en la almohada y las uñas aferradas a la sábana mientras por detrás yo le acariciaba los huevos a su marido. Con una mano, me sobaba las tetas y me miraba a los ojos, como prometiéndome que habría para mí también cuando de repente la sacó y un abundante chorro de semen bañó las nalgas turgentes de Maribel. Nos entendimos con una rápida mirada. Había aprendido a calentarme recibiendo toda su leche y me la lleve a la boca justo cuando disparaba la segunda descarga. González eyaculaba como un burro en época de apareamiento, en unos segundos me ahogó con su esperma. Me lo tragué y permanecimos unos instantes en esa posición.

Se apartó y se tumbó exhausto sobre la cama. Maribel había desaparecido así que, sin nada mejor que hacer y la verga de González aún dura, me acomodé para chupársela un rato más, saboreando las últimas gotitas que escapaban desganadas. Con los ojos cerrados, disfrutaba sus estremecimientos, sus gruñidos de placer.

–Sos una puta golosa, ¿lo sabías? Estaba seguro de que esto te iba a gustar.

Y sí, me había gustado. Se lo confirmé mamándosela hasta que, a pesar de las palpitaciones que me hacían pensar en una segunda acabada, comenzó a ablandársele. Lo liberé cuando Maribel se tendió a mi lado. González se perdió en dirección al baño, lo oí silbar mientras se lavaba, buscar algo en la cocina y prendía el televisor.

–¿Qué te pareció?

Sonrió, sonreímos. Creo que mi cara lo decía todo. Se cubrió hasta la cintura con la sábana y comenzó a masajearse con suavidad los pechos, a jugar con los pezones, estirarlos hasta que estuvieron erguidos como timbres de una casa de putas.

Me incliné y le lamí el pezón derecho, era chico pero estaba muy duro. Lo rodeaba con mi lengua, lo envolvía en saliva, me abandoné a la música de sus gemidos suaves, a la distensión de sus músculos. Deslicé una mano bajo la sábana, su entrepierna estaba húmeda. Introduje un dedo, jugué con su clítoris, lo masajee, lo froté con la yema del dedo mayor. Alcé la cabeza y mis labios encontraron los suyos, nos besamos, bebí el aliento caliente de sus gemidos mientras nuestras lenguas peleaban su propia batalla.

–¡Me toca hacer de maestra!

Me acosté en medio de la cama y se ubicó entre mis piernas.

–Mmmm. La que nunca lo había hecho está toda mojadita. ¡Mirá vos qué bonito!

Me acarició el clítoris, me estremecí como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado entera. Pasó su lengua caliente por la vulva antes de introducirla en el interior de mi vagina, lamía los labios mayores, la movía en pinceladas dentro de mi concha, sentía que me iba a derretir, succionaba el clítoris, tiraba de él. Exhalé un largo gemido cuando me introdujo el primer dedo y casi deliré de placer cuando metió el segundo. Lo metía y los sacaba sin dejar de lamer el clítoris, era delicioso. La tomé por la cabeza y apreté, no quería dejarla escapar. Sentía que me debía un orgasmo y esa deuda fue saldada enseguida. Una corriente caliente hizo que estallara en un orgasmo violento, exquisito. Quedé agotada, una profunda sensación de satisfacción me recorría vibrante.

–Espero que estés a la altura, te toca.

Se tendió y me ubiqué entre sus piernas. Nunca antes le había practicado sexo oral a otra mujer pero me dejé llevar por mis propios gustos y el terrible polvo que acababa de regalarme. Le separé los labios y lamí la entrada de su vagina completamente mojada. Su concha olía bien, todo era suave y hermoso en Maribel. Acaricié su pubis depilado como el de un bebé e introduje dentro mi lengua rígida, empecé a dar paletadas cuando ella me retuvo:

–Suave, quiero disfrutar cada movimiento.

Le lamí con suavidad el clítoris, tiré de él con mis labios, lo succioné y volví a recorrer con mi lengua el interior de su vagina. Con mis manos en sus muslos, la sentía palpitar al ritmo de mis lamidas, era un volcán a punto de hacer erupción. Me encontré deseando que sus jugos me llenasen la cara en un orgasmo incomparable. Redoblé mis esfuerzos y ella sus gemidos, me instaba a seguir, me felicitaba por lo buena alumna que estaba resultando.

Fue entonces cuando sentía las manos de González que me separaban las nalgas y su glande presionando contra mi ano.

–Veo que ya entraste en confianza con mi mujer.

Empujó y al tercer intento la verga de González estaba dentro de mi culo. Hundí la cara entre las piernas de Maribel, la pija de González era bastante gruesa y varias veces me había negado a hacerlo por ahí, pero el daño ya estaba hecho. Soporté lo mejor que pude el dolor que me desgarraba a medida que embestía sin piedad (el muy hijo de puta) mientras intentaba devolver a Maribel algo de ese inolvidable orgasmo. La sentí removerse al ritmo de mis lamidas y las embestidas de González, que se había propuesto partirme en dos a vergazos.

–¡Seguí, seguí, no pares! Asííí…

Su espalda se arqueó como si fuera a romperse mientras sus manos me contenían entre sus piernas y su marido me barrenaba el culo. Los jugos de Maribel me mojaron la cara al mismo tiempo que González se vaciaba dentro de mi culo con un rugido de ogro.

Nos bañamos y compartimos una botella de vino blanco, desnudos los tres en la cama. Charlamos de cosas intrascendentes, comimos unas masas y llegó la hora de irme.

–Mañana tengo que trabajar –sonreí a mi jefe y a su esposa.

–Puedo darte franco si las dos hacen algo por mí –dijo exhibiendo su verga.

Maribel y yo intercambiamos una mirada y nos inclinamos al mismo tiempo sobre la verga de González, que a la tercera lamida comenzó a tomar consistencia nuevamente. Intercalábamos nuestras lenguas entre su glande y nuestros besos, las manos grandes de González nos empujaban una hacia la otra sin que ninguna de las dos se resistiera…

Al día siguiente, gocé de un día completo de libertad laboral.

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