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Diana es puro fuego
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Diana era la recepcionista en una empresa donde trabajé durante mucho tiempo. Se trata de una chica sumamente linda, de 22 años entonces, poseedora de unos ojos verdes terriblemente hermosos, que se notaban grandes y luminosos en su carita ovalada. Solía acomodar su cabello castaño en una coleta, como si supiera que de tal modo destacaba la belleza de sus facciones. Su sonrisa y sus labios carnosos, competían en perfección con sus grandes y hermosos senos, sobre todo cuando aquella preciosidad de mujer usaba alguna blusa pegada a su figura, o uno de esos escotes que dejaban sin aliento a todo el mundo.

Diana no era del tipo de mujer delgada; digo, para nada era gorda, pero aunque no era flaquita ¡Dios! ¡Qué rico se marcaba la curva de su cintura! Y ni se diga el volumen de su culo… ¡Vaya ricura de culito que se cargaba! Sus nalgas se notaban firmes y deliciosas bajo la falda de oficinista y ni qué decir de lo bien que le quedaban los jeans súper sexys que usaba los viernes, que era cuando teníamos permiso en la oficina de “vestir casual”. Seguramente yo no era el único que “le jalaba el pescuezo al ganso” en los baños, inspirado por el voluptuoso cuerpo de Dianita, o al menos eso pienso para sentirme menos culpable por todas las veces que tenía que encerrarme en el baño para desfogar la excitación que experimentaba al verla, sobre todo, durante las juntas de trabajo de cada fin de mes, a las que Diana entraba en calidad de asistente del director.

Una noche, al final de una de esas reuniones, me quedé platicando con Rogelio, un tipo engreído y mamón a más no poder, que para colmo, era el gerente de ventas. Me había pedido afinar algunos detalles para unos anuncios y como yo era el encargado del departamento de diseño y estábamos por lanzar una nueva campaña, no tuve más opción que quedarme para atenderlo.

Luego de soportar a Rogelio durante largos minutos, salí de la sala de juntas para tomar el ascensor. Pulsé desesperadamente los botones del aparato tratando inútilmente de acelerar su llegada y así librarme lo antes posible del insoportable gerente de ventas.

Cuando por fin se abrieron las puertas, me llevé una grata sorpresa al encontrarme con Diana, que con su adorable amabilidad, tan característica en ella, me saludó y de inmediato empezamos a platicar.

No es muy frecuente encontrarse a una mujer tan guapa y que al mismo tiempo sea tan amigable. Al menos en mi experiencia, casi todas las chicas que pudieran ser más lindas que el promedio, tienden a ser bastante creídas y se sienten inalcanzables. Diana era todo lo contrario, comenzamos a bromear y a preguntarnos tonterías, así que me animé a “lanzarme con todo”.

—Oye, iré por una cerveza al bar de aquí a la vuelta —Le dije, procurando mirarla a los ojos y no a la tentadora abertura de los botones superiores de su blusa— ¿Quieres ir conmigo? —Pregunté, sin guardar mucha esperanza. Pero al menos quería intentarlo.

—¿Contigo y con quién más? —Preguntó Diana, como dando a entender que no le agradaba mucho la idea de estar a solas conmigo.

—No lo sé —Le dije, fingiendo indiferencia— Invita a quien quieras.

—No… No es por eso. En realidad, no quiero invitar a nadie —Me respondió, dirigiéndome su hipnótica sonrisa, al tiempo que ponía su mano en mi hombro de forma amistosa, a modo de disculpa— No creas que no quiero ir contigo. Lo que pasa es que… Aquí entre nos… Rogelio me cae muy mal —Me dijo, bajando la voz, como si alguien, al otro lado de la puerta del ascensor pudiera escucharla.— Siempre está molestándome para que salga con él.

Luego de asegurarse que Rogelio no formaba parte del improvisado plan para tomar unos tragos, Diana aceptó mi invitación.

La llevé a un bar del que era cliente asiduo, donde un tipo como yo, de 30 años entonces, no se sintiera tan fuera de lugar, como comenzaba a sucederme con los antros de moda. Nos acomodamos en la barra del local. Era un sitio pensado para conversar y beber a gusto, más que para bailar con la música a todo volumen. Comenzamos con unas rondas de cerveza y luego le fui pidiendo al barman que nos preparara algunos tragos que me sabía de memoria, con lo que buscaba impresionar de algún modo a Diana, que me tenía embobado con su belleza, mucho más desde que salió del tocador de damas con el cabello suelto ¡Carajo! Emanaba sensualidad a cada paso que daba, meneando ese maravilloso par de nalgas bajo los jeans que llevaba.

Conforme avanzó la charla, Diana fue entrando en confidencias. Me contó que tenía novio (no podía ser de otro modo. Una chica tan linda, no permanece mucho tiempo sin perro que le ladre) —Aunque últimamente hemos tenido demasiados problemas —Me dijo. Yo me limitaba a escucharla, haciendo solo algunos comentarios aislados, pues se notaba que Diana quería desahogarse y lo cierto es que tenía un modo muy ágil de platicarme sus enredos amorosos, con lo que al poco rato, me tenía en verdad interesado en la historia de infidelidad de la que había sido víctima.

Supe que había estado viviendo con su galán hasta hacía poco, cuando descubrió que este le pintaba el cuerno. —¿Puedes creerlo? ¡Con la que se supone que es su mejor amiga! —Exclamó, muy indignada.— Aun así lo perdoné… Aunque desde entonces volví a casa de mis papás —Dijo, con cierta tristeza— No sé por qué, pero no puedo dejar a ese hijo de puta.

—Y ya que no puedes dejarlo ¿Nunca has pensado en devolverle el golpe? —Le pregunté, decidiéndome a calar un poco los límites de Diana, haciendo que se sonrojara.

—Lo he pensado —Respondió riendo— Pero creo que eso me convertiría en una mierda igual que él.

—¿No crees que pudiera llegar a ser liberador pagarle con la misma moneda? Ya sebes, estar a mano y poder seguir adelante con la vida —Diana sonrió, divertida— La venganza no siempre tiene que ser amarga. Y a veces es necesaria —Le dije, alentado por su reacción favorable— Después de todo, con lo linda que eres, cualquiera estaría más que dispuesto para ayudarte con ese asunto.

Diana rio con estrépito, al darse cuenta de lo que le proponía entre líneas. Luego me miró fijamente —Te diré un secreto —Comenzó, acercándose a mi oído para que pudiera escucharla, pues bajó la voz— Al principio le tomé mucho coraje a mi novio. Llevábamos dos años juntos. Hasta pensábamos en casarnos ¡No podía creer que me hubiera sido infiel! Así que comencé a pensar en muchas cosas… Hasta llegué a fantasear con acostarme con alguien y mandarle un video.

Interpreté la confesión de Diana como una señal, así que aprovechando la cercanía que teníamos, despejé su linda cara del mechón de cabello que le había caído hacia adelante. Puse mi mano en su mejilla y me acerqué para besarla en la boca, a lo que ella respondió recibiéndome con sus dulces labios ligeramente separados, dejándose meter la lengua, aunque con cierta timidez y luego, se alejó rápidamente.

—No sé si debería —Dijo, sonriendo con culpa.— Aunque la verdad, besas bastante bien —Completó, como para romper la tensión del momento.

—Perdón. No quise molestarte —Me disculpé, sin saber si debía o no sentirme herido en mi orgullo.

Diana volvió a reír de ese modo encantador —Me gusta que seas tan caballeroso —Dijo, acercándose de nuevo para darme un breve beso en la boca— ¿Podemos seguir platicando en un lugar más privado? —Me preguntó y de inmediato le propuse ir a mi departamento.

Al abordar el primer taxi disponible, continuamos hablando de tonterías. Diana iba pegada a mí, con su cabeza en mi pecho y yo no pude aguatarme las ganas de poner mi mano en su pierna ¡Joder! Qué muslos tan más ricos se le sentían debajo de la mezclilla del pantalón.

Una vez en casa, serví un whiskey para cada quién y junto a Diana, me acomodé en el sofá.

Nos miramos y chocamos nuestros vasos sin decir nada. Luego, probé a poner nuevamente mi mano en su pierna y Diana no se inmutó, tan solo sonrió, con sus lindos ojos clavados en los míos cuando fui subiendo mi mano por su cuerpo, comenzando a desabrochar su blusa, hasta dejarla abierta por completo. La suave piel de la parte alta de sus pechos se asomaba, tentadora, por sobre el encaje negro del sostén ¡Eran tan grandes y hermosas esas tetas! Luego, acerqué mi cara para besarlas. Tenían el sabor dulce del perfume que usaba Diana en la oficina.

—No puedo creer lo que estoy haciendo —Susurró, riendo.— Si alguien se entera que estuve contigo…

—Yo no le diré a nadie, a menos que quieras que cierto pendejo se entere —Respondí, refiriéndome a su novio infiel.

Diana rio de forma nerviosa y su respiración se agitó cuando tomé una de sus tetas, yendo con mi mano por debajo de su sostén.

—Con cuidado —Susurró, cuando saqué su pezón por el borde de la prenda interior para empezar a chuparlo, a lamerlo, disfrutando de la reacción que esto le provocaba a la chica— Es que son muy sensibles —Completó, mordiendo su labio inferior.

Al poco tiempo, Diana suspiraba ante el goce de las lamidas que yo le daba a sus pechos y gemía cada vez que me detenía a mordisquear sus pezones. Su mano acudió a mi nuca para acercarme aún más a sus senos, donde me hundí durante unos gloriosos minutos, hasta comenzar a subir, besándole el cuello, hasta llegar a su boca, que me recibió de forma apasionada, casi desesperada, besando, lamiendo, dejándose morder. ¡Vaya forma de besar que tenía Diana! En verdad era espléndida y se notaba que aquello le ponía bastante caliente, pues terminó por desabrochar sus jeans para deshacerse de ellos junto con sus bragas, antes de llevar mi mano a tocar su coñito, que estaba cubierto por una tenue mata de vello recortado cuidadosamente. Le metí dos dedos y percibí lo mojadita que estaba y lo apretado de su abertura. Diana gimió con dulzura cuando empecé a masturbarla.

—Por eso no quise que me siguieras besando en el bar —Dijo, con voz temblorosa al sentir mis dedos entrando y saliendo.— Sabía que iba a acabar así contigo —Completó, un instante antes de quedarse con su boquita abierta, jadeando despacio con la dedeada que le daba, mientras que mi otra mano se llenaba con las preciosas masas de carne de sus tetas.

Diana se incorporó, al tiempo que con el movimiento de su cuerpo hizo que yo me recostara en el sofá. Luego, ella se tendió sobre mí, frente a frente. Su sonrisa me pareció lo más sensual que hubiera visto en mi jodida vida.

Diana comenzó a reptar hacia mi erección, mordiéndola por encima del pantalón al encontrarla. Desabrochó mi cinturón y bajando la bragueta, me sacó el miembro. Se acomodó el cabello a un lado de su cara y luego de deleitarme la vista con su boquita besando mi glande, me dijo, simplemente:

—Grábame —su voz era ardiente y traviesa.— Quiero que ese pendejo sepa bien que soy yo la que te está mamando la verga —Pidió, divertida, un instante antes de darme su celular.

Diana se agazapó abriendo sus piernas sobre las mías y yo activé la cámara justo a tiempo para capturar el momento en que la guapa veinteañera se introducía toda mi polla en la boca, sin dejar de mirarme a los ojos, o más bien al celular que sostenía delante de mí.

Diana empezó a chupar ruidosamente y de una forma deliciosa, soltando unos gemiditos tremendamente excitantes, diciendo a veces cuánto le gustaba mi verga. Sé que tal vez lo hacía para enfurecer a su novio cuando él viera el video, pero la verdad, no me importaba. Diana me estaba haciendo una mamada espectacular. Solo se detenía para lamer la punta varias veces antes de volver a comerse de nuevo todo mi pene, moviendo su cabeza de arriaba abajo, apretando sus labios en torno a mi erección de un modo infernal.

Estuve a punto de venirme de lo rico que me estaba mamando. Además, era muy excitante ver sus labios en acción, sus pechos apretujados contra mis piernas y sus ojos llenos de lágrimas.

—¿Tienes condones? —Preguntó en un momento y le respondí que sí, agradeciendo secretamente por aquella pausa, pues de haber seguido chupando un segundo más, la maravillosa boquita de Diana me habría hecho eyacular, sin duda.

Mientras yo me colocaba el preservativo, Diana se acomodó a gatas en el sofá, con las rodillas en el asiento y apoyando los codos en el respaldo, ofreciéndome la increíble vista de sus nalgas perfectas, que ya sin jeans ni bragas, lucían como dos suculentos duraznos, y al centro, el rosado ojo de su culito y sus labios vaginales empapados, a la espera de recibir mi verga.

Me encontraba de pie, detrás de la guapa recepcionista a la que todo el mundo quería cogerse y que me esperaba puesta de perrito en mi sofá. Diana sostenía el celular frente a nosotros, de modo que quedó grabada la expresión de gusto y dolor de su cara cuando tomé su cinturita y le dejé ir toda mi verga en su apretada raja, haciendo que Diana gritara, a lo que respondí dándole dos nalgadas bien fuertes y sujetándola del pelo, empecé a cogerla con fuerza, haciendo que sus lindas tetas se mecieran debajo.

—¡Así me gusta! —Gemía Diana— Ay, qué rico me coges… Me encanta.

A los pocos minutos, Diana estaba vuelta loca moviendo su cadera delante de mí, trazando círculos deliciosos con los que hacía entrar y salir mi verga de su vagina.

—¡Carajo! Me vas a hacer venir —Avisó en un momento, mirándome con lujuria por sobre su hombro.— Toma. Sigue grabando, yo ya no puedo —Me pidió.

Sujeté el teléfono y apunté lo mejor que pude al coño de Diana cuando sus finos dedos comenzaron a atacar su clítoris y sin dejar de menearse como lo hacía, alcanzó un buen orgasmo que la puso colorada y agitadísima.

—Pero… qué… rico… —Susurró, con su voz entrecortada por el placer.— Hazme lo que quieras. Te lo ganaste —Me propuso.

 “Ese pendejo se va a cagar cuando vea esto”, pensé, un instante antes de quitarme el condón y de decirle a Diana que quería cogérmela por el culo.

—Está bien, cógeme por atrás, pero métemelo despacito —Pidió con una voz que parecía salida de un sueño húmedo de mi pubertad.

El esfínter de Diana cedió, aunque no sin dificultad. Su agujerito era tan estrecho, que a cada movimiento que hacía para penetrarla, sentía como si me fuera a arrancar la verga.

—Nunca me habían cogido por ahí —Dijo Diana, completamente perdida de gusto— ¡Ay, mi amor! Me encanta cómo te coges mi culito —dijo, gimiendo como loca cuando sintió que tenía toda mi verga dentro.

Le estuve dando durante varios minutos, mientras ella frotaba su cuquita para darse más placer, al tiempo que me pedía más. ¡Y qué manera de gemir tenía Diana! Y qué forma de moverse, balanceándose cada vez más de prisa, haciendo rebotar sus nalgas contra mi cuerpo.

—Ya no aguanto —Le avisé, presintiendo que estaba por venirme.

Y como si de un reto se tratara, Diana comenzó a bambolear su cadera delante de mí, hasta hacerme estallar dentro de su ano.

Al final, caí rendido, pero orgulloso por mi aguante. ¡20 minutos cogiendo con semejante hembra! La verdad es que no sé cómo duré tanto.

Después de avisar a sus padres y a su novio que no llegaría a casa de ninguno, Diana se quedó a pasar la noche conmigo. Nos acomodamos en mi cama y cogimos dos veces más, excitados al vernos en el video que tomamos con su celular. Nunca supe si se lo envió a su novio, aunque sinceramente, dudo que haya sido así, porque al poco tiempo, terminó casándose con ese novio infiel que tenía.

Ahora, han pasado cinco años desde su boda. Ya no trabajamos en el mismo lugar, pero Diana todavía aparece algunas veces por mi casa. Tomamos un poco o vemos una película, pero siempre acabamos cogiendo —No le digas a nadie, pero me haces gozar más que mi marido —Me dice de vez en cuando, mientras se retuerce en sus orgasmos.

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