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Inmune
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Me desperté en mitad de la noche con el deseo insoslayable de follar. Abrí los ojos en la oscuridad; oí el ronquido suave de José Luis. Aparté la sábana que a ambos nos cubría y descubrí que mi esposo estaba completamente desnudo; así que, como él dormía de costado dándome la cara, estiré mi brazo hasta que mi mano tomó contacto con su polla en reposo y comencé a acariciársela. Jose Luis gimió: "mmm… mmmm", luego entornó los párpados y susurró: "Qué… mmm… Silvana". Me lo follé, con ganas: empujé su cuerpo hasta dejarlo boca arriba y me subí en su regazo para rozar mi coño con su polla hasta que ésta se le puso tan dura que penetró por sí sola en mi rajita; entonces suspiré: "Ohh, Jose, Jose", y comencé a rebotar. Yo miraba hacia abajo, y en lo oscuro de la alcoba podía vislumbrar mis pezones moviéndose desacompasados en todas direcciones…

Sin embargo, de esto hace mucho tiempo; ahora estábamos todos confinados.

Silvana era una mujer hermosa: tenía un rostro armonioso, un busto bien provisto de tetas firmes y redondas, una cintura fina, unas caderas anchas, unos muslos bien torneados y un coño bien perfilado. Cuando paseaba por la calle para ir de compras, los hombres no podían evitar echarle una mirada de deseo; pero ella no flirteaba, era mujer de un solo hombre, de José Luis.

Silvana, a menudo, llamaba por teléfono a Amparo para contarle sus cuitas:

"Aunque a mí me gusta mucho chupar la polla de mi esposo, por nada del mundo consiento que se corra dentro de mi boca, siempre fuera, no me gusta el sabor ni la textura del semen, me da asco", confesó Silvana a su amiga Amparo; "¡No me digas!, y él ¿qué dice?", preguntó ésta; "Nada, estoy tan buena que se conforma con follarme, y ¡menuda suerte tiene!", terminaba Silvana.

No obstante, de esto hace mucho tiempo; ahora estábamos todos confinados.

Amparo y yo contrajimos el virus recién empezada la pandemia y, aunque pasamos más de una semana muy enfermos, con fiebre altísima y tos severa, conseguimos recuperarnos gracias a que nuestros anticuerpos vencieron al intruso que se coló en nuestros organismos, expulsándolo; nosotros hacíamos vida normal, estando confinados.

Amparo era una mujer rechonchilla de formas suaves y me encantaba tenerla entre mis brazos, estrechar su amoroso cuerpo, correrme en su cálido coño mientras ella me comía a besos. Con Amparo, todo empezaba con un juego en el que uníamos nuestras bocas, nuestros labios, nuestras lenguas, deleitándonos en los húmedos roces, hasta que finalmente nos desnudábamos el uno al otro, yo a ella, ella a mi, y follábamos como locos. Había veces en que Amparo me chupaba la polla, ¡cómo no!, incluso había en las que lo hacía hasta el final, es decir, hasta probar mi semen, pero yo no se lo pedía; a mí me encantaba follarla, disfrutaba viendo cómo su cara, tan redondita, se iba transformando a cada empuje mío, cómo sus párpados se entornaban y su labio inferior caía laxo, mostrándome un rostro distinto en el que el deseo, la lujuria cobraba tal protagonismo que, era sólo oír sus tiernos gemidos y ya la punta de mi polla ardía, y, con todo mi ser volcado, me vertía dentro de ella.

José Luis sale al balcón:

A distancia, a través de la calle, desde un balcón a otro, no se conoce a nadie, quiero decir: no se puede saber si ese alguien te cae bien y, ni siquiera, saber si te va a ser satisfactorio estar a su lado; pero José Luis espiaba a la vecina. La veía cada día a las ocho asomarse para dar los habituales aplausos, acodada en la barandilla. Ella llevaba puesto un pantalón largo de chándal, una camiseta de pijama y, por encima, una rebeca; su cabello rubio, mal peinado, le caía sobre los hombros. De vez en cuando, durante un breve intervalo de tiempo, ella estirazaba su torso mientras daba palmas, y José Luis podía observar como, apretadas, sus tetas pugnaban con la tela que las cubría. "Ah", se decía José Luis, "qué delicia sería ahora saborear esa carne tibia, que placer sería oler el sudor rancio de su canalillo, ese olor a casa cerrada", y se empalmaba.

José Luis se hace una paja en el cuarto de baño.

De la situación desesperada de José Luis respecto a la cuestión sexual me enteré por una entrada de blog que leí, blog cuya autora era Silvana, cuyo título era "Hago círculos con humo", del que yo era seguidor desde que la conocí, siendo ella soltera, en un evento organizado por jóvenes escritores, grupo en el cual Silvana era meramente una comparsa, pues ni tenía talento ni constancia:

"José Luis estaba embobado mirándome cuando yo ponía la mesa para cenar. "¿Qué te ocurre José Luis, acaso has visto un fantasma?", le preguntaba yo apoyando las palmas de las manos en mis caderas; "No… no es nada…, es que…", tartamudeaba él; "Es que…, verás, tengo tantas ganas de follarte…, desde que empezó la cuarentena no hemos follado ni una sola vez y…, claro, tampoco es que te tapes mucho, sales de tu habitación con la bata de andar por casa, te paseas de acá para allá descalza…, para colmo, cuando te agachas para hacer algo, se te ve que ni llevas ropa interior…, en fin, Silvana, ¡que no puedo más!", me explicaba; "Está bien, José Luis, está bien, de follar nada, pero…, ¡venga!, te haré una paja", le decía; "¿Con la boca?", preguntaba suplicante José Luis; "No, entonces sería una mamada, te haré una paja, espera que me pongo los guantes".

Yo salía del salón comedor en dirección a la cocina para coger unos guantes de nitrito; luego volvía. José Luis ya se había bajado los pantalones del pijama y me mostraba su polla tiesa bien reclinado en el sillón. Yo me sentaba junto a él. Él besaba mi mascarilla. Yo le acariciaba la polla, su tronco, de modo ascendente, desde sus huevos a su prepucio; en breve, la empuñaba y comenzaba a mover el pellejo de arriba a abajo; al principio, despacio, con suavidad; José Luis me apretaba las tetas con sus manos enguantadas, y suspiraba; después de varios minutos, yo aumentaba el ritmo de mi masaje: su glande casi morado se hinchaba, los gemidos que emitía eran cada vez más sonoros; y, de sopetón, salía el semen".

Fin de la entrada.

Cuando esta mañana Amparo recibió la llamada de auxilio de Silvana pidiéndole con premura que se reuniese con ella en su casa, aquélla sólo dijo: "Voy enseguida". Amparo se puso encima un vestido largo de color negro con tirantes y escote redondo y se calzó unas zapatillas deportivas, sin calcetines, y salió a la calle. No vivían lejos Silvana y José Luis, aunque, de todas formas, intentó no despertar sospechas entre los vecinos de que abandonaba su confinamiento, así que se colgó del hombro una talega de tela con el fin de parecer que salía a comprar pan. Llegó al portal que era su destino, tocó el porterillo electrónico, dijo: "Soy yo", y la puerta se abrió; tomó el ascensor y subió. Una vez en el rellano, dio unos ligeros golpes en la puerta de la casa de su amiga, tal y como habían convenido, y ésta le franqueó el paso. Silvana, en la entradita, a Amparo le pareció una diosa, cubierta como estaba su figura por una sábana mal anudada tras la que se adivinaba su apetecible desnudez. Silvana fumaba ansiosa un cigarrillo que pinzaba entre el índice y el pulgar de la mano izquierda, dándole profundas caladas: "Sentémonos", ordenó entre una calada y otra; Amparo obedeció. Tomaron asiento en el sofá cama abierto que había en el saloncito a más de un metro de distancia la una de la otra; la superficie de éste todavía conservaba cierta tibieza, señal de que hacía poco que había sido usado. "Amparo, estoy preocupada", empezó Silvana, "José Luis, el pobre, está desesperado, pero no debemos estar muy juntos, figúrate, dormimos separados, yo en este sofá cama y él en nuestro dormitorio, claro, mucho menos follar, hasta que todo esto pase"; "Entiendo", asintió Amparo; "He pensado que quizá… ¿cuándo te recuperaste de la enfermedad?", preguntó Silvana; "Hace pocos días"…; "Por eso, Amparo, conservarás alguna carga viral, aunque sea poca, quizá la suficiente, quiero ser inmune, así que ¡contágiame!".

Esta petición dejó confusa a Amparo; desde luego, nadie le había pedido algo así en su vida: "Contágiame", volvió a decir Silvana en un suspiro. Amparo, entonces, recordó aquel otro tiempo suyo, el de ambas, en que, siendo tan buenas amigas, se acostaban juntas, hacían el amor frotando sus cuerpos, juntando sus bocas, usando sus dedos; lo recordó, aquel grupo de jóvenes escritoras y escritores, aquel escritor que tanto llamó su atención, que seguramente en estos momentos escribía esta historia, aquel escritor por el que dejó a Silvana, su amor de juventud. También Silvana se alejó de ella, se había ido alejando poco a poco, al conocer a aquel exitoso y joven empresario, José Luis, que la colmaba de regalos, pero… "Contágiame, Amparo, cómeme el coño, como en los viejos tiempos", susurró Silvana, interrumpiendo el curso de sus pensamientos. Amparo la observó detenidamente y, alargando un brazo, palpó su suave piel, le tocó una teta; la observó: vio que ella movió su culo para girarse, para situarse de frente, y extendió y abrió sus piernas a la vez que se recostaba en el colchón del sofá; Amparo inclinó su torso, apartó la tela del cuerpo de Silvana y acopló la cabeza al regazo de ésta: "Oh, Amparo, o-oohh".

Al cabo, Silvana no terminó siendo inmune, no. A pesar de que esa mañana, Amparo, después de comerle el coño, la besó largamente en los labios, pidiéndole entre beso y beso con voz seductora que Silvana le hiciese lo mismo, que la masturbase con su estupenda boca, a lo cual ésta estuvo dispuesta sin pensarlo demasiado, ya que la carga viral de Amparo era inexistente: Amparo estaba limpia como ese trozo de hielo que, desprendiéndose de un glaciar, se hunde en el océano y emerge siendo un iceberg, lavado y sin impurezas.

Amparo me contó lo que le había acontecido con Silvana. Bueno, no me molestó, a fin de cuentas yo ya había averiguado que habían sido amantes, Silvana escribió algo sobre esto en una antigua entrada de su blog, además, ¡qué me importaba!, si pocos minutos después de contármelo tuve a Amparo vibrando y gimiendo de placer bajo mi cuerpo.

Por otra parte, en casa de José Luis y Silvana…:

"Silvana, mujer, tienes sabores a elegir"; "Vale, ponte el de plátano"; "Ya, venga, chupa…, ah, Silvana-a-ah, ohh… o-o-o-oohh"; "Mmm, humm, José Luis, me ha gustado, además he notado la calentura del semen en mi lengua, ¿sabes?, en el depósito del condón, y me ha excitado, debemos repetir, pero la próxima… sin condón, ya soy inmune".

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