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Una mañana en el sur
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Después de un largo viaje en los asientos de atrás de un jeep, fuimos conducidos por la pareja de su madre hasta llegar al sur de Santiago.

Nos alojamos en la casa del pololo de su hermana junto a varios más de su familia. Al ser tantos no teníamos mucha intimidad ya que nos tocó el living para dormir junto a su hermana.

Los días fueron exquisitos, como ellos dicen, a puro sol. Un clima cálido perfecto para entrar al lago fresco sin tanto titubeo.

No fue mi primer lago por ya haber ido a Chile el año anterior, pero se sentía como uno de los primeros en mi piel, siempre fui del mar. Era de color verde cristalino, sabor dulce y tenía esa frescura que te despabila al instante al zambullirse, era muy rico.

Al haber ido por pocos días habremos disfrutado del muelle solo dos veces pero recuerdo lo bien que se sentía acostarnos ahí. Me gustaba mirar por las hendijas y ver las piedras erosionadas del fondo tapadas por la translucencia. La calma nos inundaba porque estábamos acompañados de las quietas aguas de la tarde, ya nadie nadaba ni navegaba.

Por la mañana, los desayunos abundantes más de una vez fueron opacados por conversaciones amargas, las incoherencias salían a borbotones de la boca de su hermano. Yo tan tibia, nunca manifesté mi opinión pero el calor interno siempre me poseía con impotencia, creo que era por respeto a su madre, que nunca disfrutaba de esos momentos.

Hartos y abrumados decidimos bajar al lago y tomar el kayak, los dos entrábamos cómodos. El cielo sin nubes y el sol radiante del mediodía nos acompañaba y entibiaba nuestros cuerpos mientras nos adentrábamos en el lago, queríamos disociarnos de todo eso de lo que no éramos parte.

Al ver la orilla y la casa ya con otra dimensión, dejamos de remar y nos recostamos con nuestras piernas entrelazadas. Las caricias fueron incrementando su intensidad mientras el calor se apoderaba de nosotros.

Me acerqué a él y besé sus labios suaves templados al sol. Su lengua recorrió la mía lentamente como siempre nos gustó, sin dejar de acariciar mis muslos y entrepierna.

El sol nos pegaba en la espalda y nuestros pómulos ya tomaban color, nuestros pechos tenían pequeñas gotas de transpiración. Mi bombacha comenzaba a embeberse de ese elixir genuino que él tanto disfrutaba. Sus dedos lo notaron y se resbalaron entre mis labios, pasaron de su boca a la mía ya queriendo ser devorados.

Yo lo acariciaba por encima de ese short violeta gastado que tanto me gustaba, y podía sentir cuán firme ya estaba. Desde el elástico lo tiré hacia abajo para poder sentirla con mis manos suaves. Me toqué y pasé mis fluidos con mis dedos para que se vuelva húmeda como yo. Aún cierro los ojos y puedo recordar su temperatura avivada por los rayos del sol. Las ganas de tenerla en mi boca ya se apoderaban de mí, en conjunto con esa adrenalina extra por temer ser observados. Él hacía percatarme de las distancias con pocas palabras mientras sus manos me agarraban con más fuerza; a la vez pasaban por mis pechos y su boca por mis pezones, al pasar su lengua podía percibir lo duros que estaban.

Se echó hacia atrás y la luz hizo que la saliva de mis tetas tenga su propio reflejo.

Me recosté sobre su pelvis y la besé arrastrando mis labios entre cada beso mientras mis manos intentaban abarcar con firmeza y suavidad todas esas partes que sabía que a él le gustaba sentir. Fui subiendo lentamente con mi boca húmeda y mi lengua sin fuerza para adaptarme a su forma y envolverlo lo más posible. Llegué a su punta riquísima y se notaba cómo toda su sangre se había direccionado hasta hacerla crecer con una fuerza tal que su piel fina relucía bajo el contraste de ese color rosado potenciado. La apoyé sobre mi lengua y paladar y sentí ahora cómo su sutil elixir se mezclaba con mi saliva y hacía que todo fluya aún más. De a ratos me sumergía aún más para sentir su roce en mis amígdalas, eso me calentaba.

A todo esto, nos mecíamos livianos flotando sobre el movimiento casi impalpable del lago que era excitado por el nuestro. Nos estábamos disfrutando fuerte y nuestras manos ya nos recorrían desquiciadas buscando más. Mis dedos finos mojados en su boca ya sentían la fricción de sus dientes advirtiéndome que iba a venir sobre mí. De todas formas me lo dijo, con esa voz extasiada, pero yo seguí hasta sentir esa vibración en mi mano que lo agarraba y subía hacia mi boca.

Fue más tibio y dulce que el sol en mi espalda.

Nos miramos y me asomé por el borde del kyak para escupirlo, y vi cómo se fundía en el lago profundo sin fondo.

Me incorporé y nos reímos plácidos. Él quiso seguir tocándome, pero yo preferí recostarme sobre él mientras el sol nos seguía insolando.

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