Moncho era un hombre moreno, de estatura mediana. Fuera el herrero del pueblo durante 40 inviernos, en primavera, verano y otoño tocaba la trompeta en una orquesta. Andaba en los setenta años. Después de zamparse un buen trozo de queso, dijo:
-Cuando me ocurrió lo que os voy a contar tenía 25 años vivía en la aldea de Lugo donde nací y aún no era trompetista. Pasaba de las once de la noche. Estaba en la fragua y llegó Teresa, la mujer de José, el alcalde de barrios. Traía un hacha en la mano. Aquellas no eran horas de venir. Estaba buscando guerra. Yo estaba a pecho descubierto moldeando en el yunque una guadaña que me había encargado un vecino. Teresa, entró en la fragua, cerró la puerta, y me dijo:
-José te iba a traer esta hacha para hacerle un nuevo filo, pero cómo se fue a la capital te la traigo yo.
Teresa tenía 22 años, era morena, guapa y espigada. Sus ojos negros, sus grandes tetas, y su culo respingón traían locos a media aldea. Esa noche de verano traía puesto un vestido de flores blancas y rojas que le daba por las pantorrillas y unos zapatos negros de tacón plano.
-Ponla encima de la mesa -dije mirándole para las tetas.
Puso el hacha encima de la mesa y empezó a coquetear. Sonriendo, me preguntó:
-¿Por qué me miras así?
-Porque estás muy buena.
-Pero ahora estoy casada y cada vez que me miras parece que me quieres comer.
-Y quiero comerte.
Se hizo la interesante.
-Ya, ya. Yo no me ofrezco cómo hacen muchas.
Me acerqué a ella, le cogí una mano, se la pasé por mi pecho sudado, se la llevé a la boca, y le dije:
-Lame y sabrás a que sabe un hombre de verdad y no un viejo calandraca cómo tu marido.
Giró la cabeza y me dijo:
-Suéltame. No voy a lamer nada.
Me lancé a por su boca. Se revolvió como una serpiente, hasta que mis labios se juntaron con los suyos… Eran los labios que había dejado para casarse con el viejo rico del pueblo, unos labios que tantas veces había besado y que yo sabía que había venido a recuperar por una noche. Después de besarla con lengua dejó de hacer el paripé. Lamió mi pecho sudado, me comió la boca con lujuria y me echó mano a la verga. Al sacarla y verla, exclamó:
-¡Qué barbaridad!
Fon, lo interrumpió, y le dijo:
-Exageraciones, no, Ramón, además el polvo era con miembros de la familia.
-Y lo es, y no exagero, Alfonso.
Tucho (Toño) tampoco se tragaba lo de la verga.
-Seguro que tienes una miñoca (lombriz) entre las piernas. Dime de que presumes y te diré de qué careces.
Moncho, se levantó, bajó la bragueta, sacó la verga y la puso encima de la mesa. Estaba flácida, pero era cómo un salchichón, ¿Es una miñoca, Antonio?
-¡Quita eso de encima de la mesa que estamos comiendo!
-¿Sigo contando la historia?
-Sigue -le dije yo.
Moncho guardó la polla, se volvió a sentar y siguió hablando.
-Teresa, con la polla cogida con las dos manos, me dijo:
-En mil años que viviera no iba a ver una cosa igual -se quitó las bragas y las tiró al fuego-. Hazme sentir mujer.
Le di la vuelta, le levanté el vestido. Teresa, abrió las piernas, se agarró al yunque y echó el culo hacia atrás. Se la iba a clavar y vi a mi hermana que me traía café. Al verme con el trabuco en la mano mirando para ella, dio media vuelta y se fue. Empalmado y teniendo delante lo que siempre había deseado no iba a parar. Froté mi polla contra su coño buscando la entrada. Se la metí. La cabeza entró tan apretada que Teresa apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. No paré hasta clavársela a tope. Luego la follé a romper. Quería que sintiera dolor por lo que me había hecho, pero su coño se adaptó a mi verga, y al rato era ella la que me follaba a mí con su culo echándolo hacia atrás: “¡¡¡Zas, zas, zas!!!” Sus gemidos se oían a cien metros a la redonda, suerte que nuestra casa estaba alejada de la aldea. Por tres veces vi la cabeza de mi hermana asomar por la puerta de la fragua que llevaba a la casa mientras Teresa me follaba cómo si me quisiera romper la polla… Y ocurrió lo inevitable, que se corrió y al correrse ella me corrí yo dentro de su coño. Luego, sin decir palabra, salió corriendo de la fragua cómo hacen los chiquillos después de hacer una travesura.
-¿La dejaste preñada, Moncho?
-No. Al día siguiente, por la mañana, desayunando con mi hermana Julia en la cocina, me dijo:
-Si se entera José que follaste con su mujer manda que te maten.
-No se va a enterar. Solo lo sabemos Teresa, tú y yo.
-Sí, pero Teresa va a seguir volviendo cuando el viejo no esté y ya sabes que de tanto ir el cántaro a la fuente se acaba por romper.
-No creo que vuelva.
-Volverá, sigue enamorada de ti. ¡Puta!
Mi hermana parecía enfadada, le dije:
-Nunca te cayó bien.
-Sabía que no era buena. Además me había robado lo que más quería.
Extrañado, le pregunté:
-¡¿Qué te robó?!
-A ti.
-Mi cariño no se lo podría llevar nadie. Desde que se fueron papá y mamá solo nos tenemos el uno al otro.
Me cogió una mano, me miró a los ojos y me dijo:
-Ámame a mí cómo amaste a Teresa en la fragua.
-Eso no es amar, es follar.
-Pues fóllame, demuéstrame que me quieres.
-No digas tonterías.
Me soltó la mano y puso morritos.
-No me amas cómo la amaste a ella porque soy poquita cosa para ti.
Mi hermana Julia tenía 18 años y era una preciosidad, pero tan delgada que no tenía nada de nada, ni tetas, ni culo, ni caderas, bueno, tener tenía, pero tenía las tetas pequeñas, el culo pequeño y las caderas normalitas. Le respondí:
-Eres la chica más bonita de la aldea, Julia, pero eres mi hermana y los hermanos no se aman de esa manera. Además, estás prometida y el mes que vienes te casas.
Salió corriendo hacia su habitación del mismo modo que lo hiciera Teresa. A las once de la mañana me llevó el bocadillo de jamón a la fragua, al mediodía la comida, pollo frito con patatas cocidas y por la tarde el bocadillo de chorizo, las tres veces dejó la comida encima de la mesa y se fue sin decir palabra. Estaba de morros. No era la primera vez. Ya se le pasaría.
Cogió un langostino y mientras lo pelaba siguió hablando.
Por la noche, a pesar de no haberme traído la cena ni el café, tardé en ir para casa. Ya iba camino de la una cuando me metí en cama. Ni cinco minutos llevaba en cama con la luz pagada cuando Julia se metió en ella en medio de la oscuridad. Era verano y estaba destapado y solo con el calzoncillo puesto. Sentí su sedosa piel pegada a mi cuerpo. Sus labios su juntaron con los míos. Eran tan suaves y tan dulces que no pude evitar que se me pusiera la verga dura. Con voz melosa, me dijo:
-Si tú no puedes amarme, deja que te ame yo a ti.
Su mano buscó mi verga. Al encontrarla dura, dijo:
-¡Te gusto cómo mujer!
Vi que no había marcha atrás. Así que la besé en la boca, bajé a sus tetas, le lamí los pezones y después se las mamé metiéndolas enteras en la boca. Luego metí mi cabeza entre sus piernas y lamí su pequeño coño. Sentí cómo se estremecía. Le dio a la pera de la luz para ver cómo se lo comía. Con la luz encendida vi su coño, era peludo y tenía los pelos separados. Era un coño fresco, pero ya Jacinto, su novio, había gozado de él, puesto que mi lengua se internaba en su vagina sin dificultad. Su clítoris era chiquito, pero matón, levantó la cabeza desafiando a mi lengua, lo lamí, luego lamí los labios de su coño, le levanté el culo con las dos manos, lamí su ojete, se lo follé con la punta de la lengua, y mi hermana me dijo:
-Si sigues me corro, Moncho.
Seguí, y Julia, estremeciéndose y jadeando, levantó la pelvis y de su coño comenzó a salir un pequeño rio de jugos mientras su ano se abría y se cerraba. Lamí su coño y me tragué aquella delicia de jugos.
Paró de hablar, se tomó un vino, y continuó.
Al acabar y echarme de nuevo a su lado, me besó, luego quitó los calzoncillos y lamió y sacudió mi polla. Después subió encima de mí, cogió la verga y la frotó en su coño mojado, a continuación metió la puntita de la polla, la metía la sacaba, la volvía a frotar, e intentaba meterla en el culo, la volvía a frotar en el coño, me besaba, la metía un poquito más, la volvía a frotar y otra vez intentaba meter la punta en el culo… Así estuvo un tiempo hasta que metió media cabeza en el culo, después de volver a frotar el coño con la cabeza de la polla y empujar con el culo entró toda la cabeza. Ya la siguió metiendo hasta que tocó fondo. Con toda dentro, se echó sobre mí, me besó, y me dijo:
-Te quiero.
-Y yo a ti, flaca.
Se volvió a incorporar y comenzó a follarme mientras yo le acariciaba sus pequeñas tetas. En nada, se detuvo, abrió la boca, se le cerraron los ojos y temblando y gimiendo, se corrió cómo una bendita. Quité la polla, hice que pusiera su coño en mi boca y volví a tragar sus jugos. Tres veces más se correría (las tres le lamí el coño después de correrse) antes de sacarla y derramar fuera.
Moncho, cogió un trozo de queso y pan.
Le pregunte:
-¿Se enteró el calandraca de que te tirabas a su mujer?
-No, pero tuve que marchar de la aldea porque Teresa, después de follarla un par de veces más, quería volver conmigo.
Quique.