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Mi marido llegó antes de lo esperado
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Tiempo de lectura: 8 minutos

A pesar de que mi marido iba a salir de viaje todo el fin de semana le dije que no iría a casa de mi mamá, (como siempre lo hago para no quedarme sola con los niños) porque había muchas cosas que hacer en la casa, aún con todo y su enojo se fue a Querétaro el viernes en la noche.

Eran las 8:00 am y mi mamá estaba en la puerta de la casa. Me acababa de llamar para decirme que había ido por nosotros, después de media hora de discusión acordamos que solo se llevaría a los niños porque yo tenía muchas cosas que hacer.

A las 4:00 pm ya había terminado todos mis pendientes, ya no recordaba lo rápido que se puede limpiar la casa estando completamente sola. Me metí a bañar y me acosté en el sillón, sentí tranquilidad, y después de mucho tiempo tuve oportunidad de pensar en la inmortalidad del cangrejo, aún no había pasado mucho, pero me dieron ganas de ir a casa de mi mamá por mis niños, pero decidí aprovechar y disfrutar mi soledad aunque sea un día.

Prendí la tv y puse esa serie toda cursi que nadie sabe que me gusta, prepare fruta con sal y limón, suficiente para comer toda la noche, me quité toda la ropa que traía puesta, puse el celular en silencio y me acosté dispuesta a ver la serie completita por enésima vez.

Iba por el capítulo 3 cuando vi que la pantalla de mi teléfono estaba prendida, llevaba muchas horas sin revisarlo, y el mensaje que había hecho que se prendiera la pantalla era tuyo, solo había una palabra “hola”

Me pareció lo más raro, hace mucho no recibía algo así, pero obviamente no tardé mucho en responder.

-hola

-voy llegando a la caseta, está horrible el tráfico, invítame a cenar, fue pesado el viaje.

No supe si era verdad o no, aun así respondí que le esperaba sin problema porque tenía casa sola, mi marido llegaría hasta el día siguiente, lo mismo que mis hijos… mandé la ubicación.

Mi cabeza pensaba que era broma, y que ni loco llegarías, así que volví a dejar a un lado mi teléfono y seguí envuelta en mi cobija viendo mi cursi serie.

A la media hora empezó a vibrar mi teléfono, imaginé que era llamada y que era mi mamá para decirme que fuera por los niños, no quiera ni ver la pantalla para que no fuera verdad lo que estaba pensando, pero grande fue mi sorpresa al ver tu nombre en la pantalla.

-segura que me invitas? según esto, estoy a diez minutos de tu ubicación. -Mi corazón se detuvo por unos segundos.

-si quieres cenar fruta por mi no hay problema, hoy tengo casa sola. Colgaste.

No sabía que pensar, seguramente sólo estabas bromeando, aun así puse pausa al capítulo y fui por mi pijama viejita, si es que por alguna equivocación sonaba el timbre, no quería que esperaras mucho en lo que me vestía, y si no sonaba, esa ropa iba a ser perfecta para dormirme.

Pasaron 15 minutos y ninguna novedad, igual no me había ilusionado mucho, así que me acomode para dormir.

No sé cuánto tiempo pasó, pero me despertó el sonido insistente de un claxon, y es raro que un sonido me despierte, no sé porque, pero sentí mariposas en la panza cuando lo escuché.

Revisé el celular y tenía 3 llamadas perdidas, devolví la llamada. “No que no había problema si me invitabas a cenar, llevo media hora llamándote. Estoy afuera”

Me dio risa de nervios… más fachosa no podía estar… y tú estabas afuera. Salí a abrir con cara de acabo de despertar, el cabello sin cepillar después de bañarme, y con mi pijama más vieja y cómoda. En cuanto te vi te reíste, me dio muchísima pena salir así, te pedí que pasaras rápido.

Quite mi cobija del sillón y te invite a sentar y a cenar, estaba disponible para ti mi festín de frutas en la sala y yo también. Platicamos un rato, no pasó mucho tiempo antes de que me tuvieras sobre tus piernas besándote y sin la parte de arriba de mi pijama.

Regresó a mi la cordura por alguna extraña razón, me levanté y fui a la cocina por valor líquido. Cuando regresé, valor líquido me faltaba, estaba Christian en la puerta viéndote y tú de espaldas hablando por teléfono sin darte cuenta.

No sabía que hacer, pude encontrar cualquier pretexto tonto, tú estabas vestido, yo me vestí para ir a la cocina, había fruta en la mesa, lo único raro era la botella de tequila que llevaba en la mano, pero mi cerebro me traicionó, fue una de esas ocasiones en las que en vez de hablar, vomitas; de mi boca salió “qué bueno que llegaste, te estaba esperando, siéntate”.

Entre el shock de verte y de lo que le dije me hizo caso, sentó en una silla, ni al sillón pudo llegar.

Le serví un tequila y mientras se lo tomaba fui a la cocina por un par de lazos que “por cualquier cosa” tengo ahí, cuando regrese, él seguía ahí sentado, sin saber qué hacer ni qué estaba pasando. Le di otro tequila, me tomé uno yo y lo amarré en la silla a modo de que no se pudiera soltar.

Tú no sabías que estaba pasando, me acerqué a ti y te besé, me dispuse a olvidarme de todo y entregarme a ti como siempre, totalmente. Me detuviste por un segundo, preguntaste si estaba segura, mi respuesta fue besarte.

Creo que entendiste lo que quería, te sentaste en el sillón, me senté sobre ti y me quité la sudadera de la pijama, agarré tus manos y las llevé a mis pechos, sé que siempre te ha gustado lo grandes que son, me acerqué a tu cara para que los mordieras, no es que estuviera exagerando, pero en cuanto sentí tus labios me hiciste gemir.

Me levanté para quitarme el pantalón y desvestirte a ti, quedé únicamente en ropa interior, sólo una tanga negra que no cubría nada… te volví a sentar y me arrodillé frente a ti. Tu pene ya estaba duro como me gusta, no sé si era la situación o las ganas que teníamos después de tanto tiempo, pero me pareció que estabas más duro que de costumbre y yo más mojada de lo normal.

Puse mi boca a unos centímetros de tu pene y como nunca lo habías hecho antes, me empujaste hacia tu pene para meterlo de un solo movimiento hasta el fondo de mi garganta.

Me estaba asfixiando, fue entonces que soltaste mi cabeza y pude respirar un poco, tome firme tu pene entre mis manos y chupe la cabeza con mucha dulzura, suave, no es que te disgustara, pero noté que estabas desesperándote, apenas alcancé a escuchar que susurrabas “ahora sí”, me sujetaste del cabello y volviste a meter tu pene hasta mi garganta, sentías como arqueaba, yo no metía ni las manos, deje que tu marcaras el ritmo al que querías que te lo chupara.

Pude saborear unas gotitas de líquido que salían de tu pene. Me dejaste respirar nuevamente mientras lamía tu tronco y te veía a los ojos, no pude reconocer la expresión que tenías, había mucha excitación, pero había algo que no reconocí, nunca te había visto así. Sonreíste.

Me levantaste y me diste un beso mientras de golpe metías 3 dedos en mi vagina, estaba muy mojada y por eso fue muy fácil, sacaste tus dedos y me los diste a chupar, el sabor entre dulce y salado me provocó más ganas.

Me aventaste hacia el sillón, quede en 4, parecía que le estaba ofreciendo la cola a mi marido, volteaste a verlo y con un tono de voz que no te conocía le dijiste “vas a aprender cómo se debe coger a la puta que tienes por esposa”.

Mi cuerpo se erizó por completo, no sé qué tenías en mente, me dio miedo, pero a la vez me calenté muchísimo, jamás me habías hablado así, no sabía lo que me esperaba.

Recargaste tu cuerpo sobre el mío y susurraste en mi oído “prepárate”. Me daba un infarto, mi corazón latía a mil por segundo y mi vagina estaba palpitando y humedeciéndose aún más.

Me diste un par de besos en la espalda mientras bajabas hacia mis nalgas, sé que no son grandes, pero tienen buen tamaño para agarrarse, me tomaste de la cintura, me acariciaste el trasero de manera muy suave, preparándome para la primer nalgada que me diste para hacerme gritar. Creo que me dejaste roja, sonó muy fuerte, más de lo que se sintió, pusiste la punta de tu pene en la entrada de mi vagina, te agarraste fuerte de mis pechos y lo clavaste sin previo aviso, se me salió un gemido que parecía más un grito.

Me dolió, no esperaba sentirte tan rápido hasta el fondo, pero sabiendo lo estrecha que estoy, te detuviste por unos segundos para que me acostumbrara.

No pasó mucho tiempo antes de que empezaras a meterlo y sacarlo con mucha fuerza, sentía como chocaban tus huevos con mis nalgas, sentía tu pene chocando con mi intestino, no podía ni gemir del placer que sentía. Apretabas mis pechos como si no sintiera dolor en ellos, de pronto soltaste uno de ellos y calmaste un poco el ritmo de tus embestidas, agradecí un poco el descanso, pero no es que me dieras descanso, te estabas preparando para meter un dedo en mi ano.

Fue muy grande mi sorpresa al sentirlo entrar de golpe, me lastimo un poco, pero como siempre lograste controlar mi dolor y convertirlo casi de inmediato en placer, empecé a gritar como loca, me estabas volviendo loca de placer.

Sacaste el dedo de mi ano, me acariciaste el cabello y luego jalaste fuerte de él, sentía que ibas a romperme el cuello, “a ver trata de zafarte”, me agache un poco más sobre el sillón y movía mi cadera en círculos, no es que quisiera zafarme, quería sentir más placer.

De un momento a otro, sin decir nada me soltaste y sacaste tu pene de mi vagina.

-Me voy a acostar, quiero que me montes mientras ves a tu marido a los ojos.

Nuevamente sentí como se erizaba mi cuerpo, había olvidado por completo que no estábamos solos, no quería hacerlo, pero sabía que lo iba a hacer sin discutir.

Apenas te acostaste me senté sobre tu pene y busqué la mirada de mi marido, no puedo decir qué expresión tenía, no sé cómo describirla, pero después de verlo a él busque tu mirada, en tu cara había mucho de excitación y algo de maldad. Subía y bajaba sobre tu verga ansiosa, como si quisiera perforarme el útero, mientras apretabas con mucha fuerza mis pechos, soltaste uno y llevaste tu mano a mi clítoris, apretaste el punto exacto que solo tú encuentras tan rápido, hiciste que soltara otro grito mientras escurría como fuente.

No sé cuánto tiempo jugaste conmigo así, solo sé que sufría y disfrutaba cada segundo.

Me dijiste que me levantara nuevamente, no es que no quisiera hacerte caso, pero mi cuerpo no respondía, mis piernas no tenían fuerza, nada parecía obedecerme.

En cuanto pude ponerme de pie, lo hiciste tú para acostarme en el sillón, apenas podía respirar, no podía recuperar el aliento aún.

Pusiste mis piernas en tus hombros y volviste a penetrarme con mucha fuerza y velocidad, abrí los ojos y te vi sonreír. Pusiste tus manos sobre mi cuello haciendo que viera a mi marido mientras me asfixiabas, metías tu pene hasta donde mas no se podía, escuché como gemías, no pude evitar explotar con otro orgasmo con esa nueva sensación, dejaste libre una mano y metiste nuevamente un dedo en mi ano. No sabía si estaba a punto de morir o si estaba volviendo a nacer, era una situación extraña, que los dos estábamos disfrutando.

Me dejaste respirar, estaba recuperando un poco el aliento aun con mis piernas en tus hombros, nuevamente se dibujó en tu cara esa sonrisa extraña, pusiste tu pene en mi ano, me tapaste la boca con tu mano y lo metiste de un empujón, salieron unas lágrimas de mis ojos, hace mucho que solo metías un dedo en mi ano, no estaba lista, me dolió, no grite porque tenía tu mano en mi boca, pero tampoco es que quisiera que lo sacaras, estaba muy apretado, no sé qué pensaste, pero lo sacaste al poco tiempo.

-Te voy a perdonar esta vez, pero a cambio vas a hacer otra cosa.

Me levantaste y me hiciste caminar hasta donde estaba mi marido sentado, puse mis manos en el respaldo de su silla para recargarme ofreciéndole mis pechos y a ti mis nalgas. Por más que ni él ni yo hubiéramos querido, era imposible no vernos el uno al otro.

Me tomaste de la cadera y nuevamente me metiste tu pene hasta el fondo, no pude evitar gritar del placer queme dabas en la cara de mi esposo, me estabas volviendo loca. Sentía tus huevos chocando con fuerza con mi cuerpo y mis pechos chocando en el pecho de mi marido. No podía pedir más.

Te detuviste, voltee a verte para reclamarte con la mirada pero tú respuesta fue un “acomódate, tú sabes que hacer”.

Aún recargada sobre la silla levanté un poco mi cuerpo, mis tetas quedaron en la cara de mi esposo, rebotaban en él al ritmo de tus embestidas, no sabía si su enojo era tanto o si a pesar de la situación estaba excitado, baje una de mis manos hacia su entrepierna, pero antes de poder comprobarlo jalaste mi cabello muy fuerte para detenerme, y casi gritando dijiste:

“Eres mía, estás conmigo, y no te he dado permiso de tocarlo”

Me soltaste cuando volví a poner mi mano en la silla para después darme una nalgada más fuerte que la anterior por portarme mal, entre el dolor y el placer solté otro grito, seguramente los vecinos pensaron que me estabas matando.

-ahora dime si te está gustando.

Volví a voltear para buscar tu mirada, quería que me dijeras que solo era broma, que no tenía que responder, como respuesta metiste otra vez tu dedo en mi ano, sabías que me ardía y que para terminar con el castigo la única opción era responder lo que me habías pedido.

Me giré hacia mi esposo y no dije algo que no fuera verdad.

“Me estás volviendo loca, por favor no pares, quiero más”

Parece que te inyectaron adrenalina o alguna cosa así, cómo si no me estuvieras penetrando con bastante fiereza, empezaste a hacerlo aún con más fuerza, tu dedo y tú pene salían de mi al mismo tiempo, mientras me apretabas fuerte la cadera con la mano que tenías puesta en mi, me salieron unas lágrimas, resultado del dolor y placer que me estabas provocando, estaba segura de que iba a desmayarme, mi cuerpo perdía fuerzas, volviste a jalarme del cabello para darme otra orden “aguanta sólo un poco más”.

Supuse que faltaba poco para que te vinieras, era justo después de que yo había tenido quién sabe cuántos orgasmos.

Recargue un poco más mi cuerpo sobre mi esposo, solamente dejando caer mi peso sobre él es que iba a mantenerme en pie. Levanté un poco más la cadera esperando que entrara tu pene un poco más si es que se podía. Había olvidado el dolor que provocaba tu dedo en mi ano, de hecho lo estaba disfrutando como antes de dejar de vernos, mi cuerpo perdió aún más fuerzas cuando llegaba otro orgasmo, ya no podía más, necesitaba descansar.

Me notaste tan débil que aprovechaste para penetrarme por el ano, a pesar de estar lubricada y un poco dilatada por tu dedo, me dolió pero no tenía ni fuerzas para pedirte que salieras, me sentiste tan apretada y tan vencida por ti, que tras unas cuantas embestidas más llenaste mi ano de leche tibia.

Me dejaste desvanecida sobre mi esposo, sin una sola gota de energía, escurriendo sudor y otros líquidos nuestros a unos centímetros de él.

Sonreíste mientras me sentabas en sus piernas para recuperarme un poco mientras tú te vestías.

Entraste al baño para vestirte y ponerte guapo. (Estabas “como nuevo” mientras yo parecía una muñeca de trapo). Al salir dijiste sonriendo nuevamente:

-Nos vamos a volver a ver.

Y te fuiste de la casa, dejándome sin fuerzas, con la escurriendo de tu leche, sentada en las piernas de mi marido.

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