Mi primo Manel -por parte de padre- es un veinteañero alto y fuerte como un toro, aunque físicamente proporcionado. No muy aplicado en sus estudios, ha optado por dedicarse a un trabajo donde la fortaleza corporal sea un factor determinante para conseguir trabajo, así que permanentemente se prepara en el gimnasio para posibles pruebas de entrenador físico, policía o bombero, aunque mucho me temo que acabará como segurata o portero de discoteca. Mucho cuerpo pero poca cabeza podríamos decir de Manel, aunque es un tipo estupendo, muy afectuoso y simpático. Yo le guardo gran cariño… Con él me inicié en el arte milenario de la masturbación; inolvidables aquellas pajas que nos corríamos durante las siestas veraniegas en la casa de la playa de los abuelos.
Manuel se va a alojar durante unos días en nuestra casa. Se presentará en breve a unas pruebas como bombero. Buena parte del día la pasamos juntos. Sigo en la terraza sus ejercicios de puesta en forma: flexiones, sentadillas, estiramientos, musculación con mancuernas… Todo un espectáculo ver su cuerpo sudoroso y atlético en su empeño por mejorar su tono muscular y aprobar el examen. Unas veces en chándal, otras en bóxer, Manel no puede disimular que está muy bien dotado. Yo ya lo sabía pero mi madre lo intuyó cuando una vez se acercó a nosotros y observó aquel bulto descomunal moviéndose al ritmo de marcaban los saltos con la comba.
Algo se encendió en la mente calenturienta de la mujer. A Manel no había nada que encenderle pues estaba en permanente excitación sexual. Más de una vez tiempo atrás me había dicho lo mucho que le ponía mi madre y más de algún pajote la tuvo como destinataria. Dormíamos en el mismo cuarto aunque en camas separadas y nuestras conversaciones en la oscuridad antes de echarnos a dormir versaban sobre mujeres, polvos y situaciones explosivas. Yo sé que cuando me suponía dormido se masturbaba como un animal, quizás pensando en las espectaculares tetas y soberbio culo de mami… y yo otro tanto. Al día siguiente mi madre tendía que lavarle los calzoncillos y bien sabía de las calenturas de sus sobrino político.
La última noche de Manel en casa -ya realizada (y no superada) su prueba para bombero- nos dispusimos toda la familia a ver la tele en el salón después de cenar. Bueno, todos menos mi hermana que, debido a su edad, tuvo que irse a su habitación, pues la película estaba clasificada para mayores de 18 años. Se trataba de un filme japonés titulado “El imperio de los sentidos”, que desde el primer momento a mí me pareció un tostón pero mi madre insistió que se trataba de una obra maestra.
Papá, muy en su línea, no dijo ni mu; a ver quién le llevaba la contraria a la “experta” cinéfila, y casi a la mitad de la película cayó dormido como un tronco. A mí la historia empezó a interesarme al poco, pues había unos componentes incesto-gerontófilos que me excitaban sobremanera. Así que bien atentos a su desarrollo estábamos Manel y mi madre (cubiertas las piernas ambos por una ligera manta de viaje), a su lado mi padre, que no quiso la mantita, los tres en el sofá grande, y yo en otro sillón lateral.
Seguíamos la película en la oscuridad del salón, solo iluminado por la luz de la pantalla. Fue ya casi al final, cuando el protagonista del filme se follaba a la anciana geisha que le recordaba a su madre y esta casi se muere en el orgasmo, cuando noto que la mantita que tapa a mi madre y Manel empieza a moverse por debajo. Mamá está en camisón y bata de casa, Manel en calzón corto. No sé quién empezó, pero lo evidente es que se están metiendo mano.
Mamá descartó de inmediato pajear a Manel pues el calibre del cipote iba a ser escandaloso aún bajo el cobertor y se iba a evidenciar. Mi primo había subido el camisón y alcanzado las bragas de mi madre. Las retiró hacia un lado y empezó a masajear su concha. Ella se deja hacer. Los hábiles dedos de Manel recorren de arriba a abajo la raja empapada de jugos; ella facilita abriéndose más el acceso al clítoris. El muchacho imprime ritmo en el botoncito del placer. Ella ahoga los gemidos llevándose la mano a la boca. Mientras, mi padre ronca como una marmota con la cabeza sobre el respaldo, yo no pierdo detalle; me estoy empalmando como un burro. Sigue la dedada. Mamá, sin perderme ojo, se despatarra ligeramente las piernas para sentir mejor el frotamiento. Su cara se congestiona, se arquea levemente, aprieta los puños… ¡orgasmea!
Manel se va a la cama más caliente que nunca. Da mil y una vueltas pero no se pajea. Algo máquina para aquella última noche en nuestra casa. Me dispongo a hacerme una gayola en el baño pues sé que mi primo permanece despierto y no quiero quedar en evidencia. Cuando paso por delante de la habitación de mis padres oigo como follan. Está claro que mi madre está desatada, que su sobrino la puso más caliente que una perra y que quiere sentir una polla dentro. Mi padre, aunque ese día tiene que madrugar por razón de la avería de un camión, la complace satisfactoriamente… o eso me imagino. Pongo la oreja en la puerta pues estas situaciones me dan mucho morbo y aguardo a que ella se corra entre gemidos de placer para yo culminar mi paja y también correrme. Al poco de terminar la jodienda escucho decir a mi padre:
-Querida, me ducho y me largo, que los mecánicos me esperan.
Espero a que mi padre salga de casa y vuelvo sigilosamente a ver por la puerta entreabierta del dormitorio matrimonial. Alumbra la tenue luz de la lamparita de mesa. Ha quedado mi madre semidesnuda sobre la cama, despatarrada, el camisón subido hasta el pecho, las tetas fuera, sin bragas, con todo su coño peludo al aire. Una voz suena a mis espaldas. Es Manel.
-Vas a ver cómo folla un verdadero macho y cómo goza una puta caliente.
Mane se ha desnudado por completo. Su falo erecto impone, su glande babea desde la excitación del sofá durante la película. Mamá duerme o se lo hace. Mi primo se tumba sobre la cama, le abre las piernas y empieza a comerle el coño.
-Guarra, aún no te has lavado la corrida del cabrón de tu marido -le escucho decir- No importa, todo queda en la familia: limpiaré yo con mi lengua su semen. Y quedará así tu concha más lubricada porque te la voy a meter hasta los ovarios.
Mamá duerme o se lo hace. Nota la juguetona lengua de Manel en su chochito y mueve su cintura para no perder un instante de aquel placer que no consigue darle su marido. Manel saborea aquel líquido seminal viscoso y salado de su tío y lejos de sentirse confundido y sucio, su excitación aumenta, se siente poderoso porque sabe que al fin va a realizar unas de sus fantasías eróticas. No tarda en lamerle todo el cuerpo hasta llegar los pezones que muerde sin piedad mientras magrea sus poderosas tetas.
La penetración es brutal. Los embistes hacen retumbar la cama, su cabecera golpea la pared del cuarto. “Van a despertar a mi hermana”, pienso, cuando ya estoy jugando con mi polla. Mamá gime contenida. Manel la voltea. Disimula estar dormida, la muy zorra. Ella pone su culo en pompa para facilitar una entrada a lo perrito. Pero mi primo va más lejos.
-Ya tienes suficiente lefada en el coño. Ahora vas a sentir un raudal caliente en el ano. -Mama no se resiste.
Y Manel taladra su orto sin contemplaciones. Ahora, ella grita. Solo cuando nota todo aquel miembro dentro de su culo, hasta que percibe el roce de los mismos huevos, vuelve a gemir. Lleva su mano derecha a la chucha para masajearse el clítoris y que el placer sea doble. Manel está a punto de estallar pero ella ya se ha corrido dos veces… como yo. Solo cuando siente las ráfagas de lefa caliente y abundante en sus entrañas se confunde su grito con el de su sobrino.
-Vuelve cuando quieras, Manel le dice la muy furcia a la mañana siguiente durante el desayuno-. Ya sabes que en esta casa se te aprecia mucho.
Manel y yo nos miramos a los ojos. Las ojeras nos llegan hasta el suelo de no haber pegado ojo durante la noche. Mi primo le da un beso en la mejilla a mamá y cuando se despide de mí con un abrazo aún tiene el cuajo de decirme:
-¡Tienes uno padres cojonudos, Álex!