Este relato es tan actual como la situación que estamos viviendo estos días y es real porque acaba de suceder. Soy una mujer de 45 años viuda desde hace tres y tengo un hijo de 19. El chico, quizás por la situación vivida, es bastante tímido.
Los dos estamos metidos en casa ya ocho días con la cuarentena del corona virus y el aburrimiento se hace patente. Yo no tengo pareja desde que enviudé y realmente tengo necesidades sexuales porque todavía soy joven. De hecho sigo tomando anticonceptivos por si aparece alguna ocasión. Mi hijo no tiene novia y que yo sepa no la ha tenido nunca.
Esta tarde yo había estado viendo una página de contactos y me había puesto caliente. Por eso me he ido al aseo y he empezado a masturbarme sentada en el inodoro y, como me ha dicho después, mi hijo ha escuchado mis gemidos. Ese ha sido el motivo por el que ha ido al aseo, que yo no había cerrado con pestillo, y ha abierto la puerta y me ha visto mientras mis dedos se afanaban con mi clítoris.
Mi primera reacción ha sido parar, pero él me ha pedido que siguiera. La erección de su pene era evidente bajo el pantalón del chándal que llevaba. Arrodillándose frente a mi y cogiendo mi cabeza por la nuca, sus labios han buscado los míos. En un primer momento yo he permanecido con la boca cerrada, pero pronto la he abierto para que nuestras lenguas se entrelazaran apasionadamente mientras sus manos se dirigían hacia mi pecho y la que yo tenía libre hacia su pene, que estaba muy duro.
Tras unos minutos así, nos hemos dirigido a su dormitorio donde me ha arrancado la ropa hasta el punto de romper alguna prenda, pero no me ha dejado que lo desvistiera por completo. Me ha pedido que cierre los ojos mientras él se quitaba el pantalón de chándal y los bóxer y que sin dejar de tenerlos cerrados abriera la boca. Así lo he hecho y he sentido como su pene entraba en ella. Lo ha hecho porque pensaba que si lo veía yo sería incapaz de hacerle la mamada que él deseaba. Así, con los ojos aún cerrados he comenzado a saborear su carne joven y dura mientras lo escuchaba dar muestras de placer.
La excitación que tenía lo ha hecho durar poco y un gran chorro de semen ha ido a parar a mi boca, tragándome buena parte de la abundante corrida de mi hijo.
Quizás ahí deberíamos haber parado, pero tras tres años sin tener una polla para mí, no me he resistido a seguir. He cogido su cabeza y la he dirigido a mi entrepierna para que se deleitara con el coño por el que en su día vino al mundo. Le he indicado mi clítoris y le he pedido que su lengua y sus labios se dedicaran a jugar con él. Su inexperiencia era tan grande como mi necesidad de correrme, por lo que en pocos minutos una corriente de placer me ha hecho gritar de gusto mientras mis juegos se mezclaban con su saliva
Mientras su polla, de unos 15 o 16 centímetros, volvía a estar dispuesta a hacerme volver a sentir mujer. Sentándose en la cama con la espalda en el cabecero me la ha ofrecido generosamente para que me sentara sobre ella e iniciara una salvaje cabalgada. Su boca mordía mis pezones mientras que yo solo pedía más y más. La segunda explosión de semen ha inundado mis entrañas. Retirándome de encima de él nos hemos relajado mientras la leche comenzaba a salirse de la vagina y chorrear por mis muslos. Él, con sus dedos, la iba esparciendo por distintas partes de mi cuerpo mientras nuestra bocas y lenguas se volvían a buscar casi con glotonería.
Tras unos minutos de descanso mi boca ha acogido su polla para volver a ponerla bien enhiesta. Entonces me ha preguntado qué más hacíamos y yo le he pedido que entrara por el único lugar que todavía no lo había hecho. Le he ido orientando para que con su saliva fuera humedeciendo mi culo, aunque su impaciencia le ha hecho entrar de un fuerte empujón que me ha hecho quejarme un poco del dolor. Las dos corridas anteriores han hecho que en esta tercera la duración fuera mayor, le he pedido que me azotara el culo con sus manos hasta ponerlo rojo, lo que ha aumentado su excitación hasta el punto de que su grito de placer en el momento de darme su leche se ha debido escuchar en todo el edificio.
Después nos hemos duchado juntos y ahora estamos trasladando su ropa a mi armario y la interior a la mesilla de noche del que desde hoy y mientras no marche de casa o tenga novia será el dormitorio que compartiremos, al igual que nuestros cuerpos.