Caleb y yo nos enamoramos en la preparatoria, hace tres años casi. Desde el primer momento, supe que quería estar con él y me sentí muy afortunada de que se fijara en una mujer como yo. Verán, él es bastante más despreocupado que yo en muchas cuestiones, es más relajado y, aparte de la universidad y el deporte, su vida no es especialmente ocupada. Yo, en cambio, era bastante "matadita", a pesar de que siempre he sido guapa (según mi novio, la más guapa de todos los salones), nunca he podido juntarme con los grupito de chicas populares, simplemente obstruirían mis metas. Yo iba a ferias de química y él a fiestas, yo me quedaba con mi grupo de amigas y nada más, él se codeaba con gente de otros salones, incluso de años superiores… Yo era guapa, pero mi cuerpo no me parecía atractivo cuando lo comparaba con el de mis compañeras que metían horas al gimnasio, ellas sí tenían nalgas grandes y piernas anchas, yo me conformaba con ser delgada. A Caleb lo miraban casi todas las niñas de nuestro salón, pero yo nunca, me daba cierto asco pensar en estar con alguien tan cabecita hueca como él.
Todo cambió cuando la profesora más importante para mí, la profa Patricia de química, se me acercó y me pidió que lo ayudara a pasar un examen importante. Se me hacía extraño a más no poder, nunca me había pedido que ayudara a otros estudiantes, poco sabía yo que me lo pedía horitas después de haber tenido su verga dentro.
Nuestras sesiones de estudio eran, según nuestros planes, de 1 hora diarias, pero entre sus tonterías, distracciones y coqueteos varios, terminábamos gastande hasta 3 horas de puro reírnos y una media hora de estudio dedicado. Dos semanas se nos fueron así, pasó su examen, le dijo bye a esta materia y esperaba que hiciera lo mismo conmigo, me sorprendió bastante cuando se acercaba a mí y a nadie más para pasar el rato libre. Me encantaba ver a las fresas del salón cuando Caleb y yo empezamos a hacernos más unidos, esas perritas ya hablaban mierda de mi sólo por el simple hecho de ser más lista que cualquiera de ellas, entre todas, no juntabas un certificado de preparatoria. Así que, el último año de prepa nos convertimos en novios, y ahí fue cuando conocí por primera vez el dolor y placer de su pene.
Él mide más o menos 1.75, es de piel morena clara, cabello negro corto, ojos marrones y el cuerpo más tonificado que haya conocido en mi vida, sus brazos y espalda son gruesos, pero no exagerados, sus piernas anchas y su culo perfecto, grande y firme, como deberían tener todos los hombres. Su pene, sin embargo, es con diferencia lo que más destaca de mi novio. 23 cm en erección, 13 cuando está flácido.
Yo mido 1.62, soy de piel blanca pálida, tengo el cabello ondulado y castaño hasta la altura de mis senos, tengo ojos verdes claros, la nariz respingada y la boca chica, pero mis labios son bastante gruesos, uso bra 32b, tengo areolas y pezones chicos, tengo 61 de cintura y 82 de caderas. Mi culo era lo que más me gustaba de mí por aquel entonces, bien levantadito y suave, siempre pensé que mis nalgas le gustarían a cualquier hombre que pudiera tenerlas, y en eso siempre tuve la razón.
Nuestra primera vez fue reveladora. Estábamos en su cuarto, le pedí que se diera la vuelta para poder desnudarme sin vergüenza, eso hizo y él también comenzó a quitarse la ropa. Yo vi todo el proceso, su espalda marcada, su culito hermoso saliendo de esos pantalones, sus piernas gruesas y duras, sólo verlo de espaldas me puso a mil. Mi vagina empezó a lubricarse por sí misma, estaba hirviendo cuando le pedí que se diera la vuelta. Al principio, quise preguntarle qué le parecía mi cuerpo, pero la imagen de un pene flácido tan grande y balanceándose tanto me dejó impresionada. Nunca había tenido un pene en frente, pero había visto porno, así no era como los penes flácidos tenían que verse, quizá semierectos…
Soy unos meses mayor que él, ese sería su cumpleaños 18, mi virginidad era el primero de mis regalos, no podía echarme atrás. Se acercó y comenzó a mamar mis pequeños pezones, una mano estrujaba un seno mientras el otro gozaba de sus labios y lengua, su otra mano en mis nalgas, en medio de mi raja y acariciando suavemente mi ano y labios vaginales. Nos besamos y cuando ese monstruo estuvo erecto, me hizo mamarlo, esos 16 centímetros de circunferencia forzaron mi boca y, aunque mi primera mamada fue pésima, el movimiento de mi mano masturbándolo fue suficiente para que un chorro de esperma saliera a presión sobre mi cara.
Me cayó en la frente, nariz y mi pómulo derecho. Me limpié con papel de baño la cara y cuando terminé, vi a Caleb poniendo un condón sobre su pene. Le apretaba y le quedaba poco más debajo de la mitad de su tronco. Me puso sobre la cama, boca arriba, puso un brazo sobre el colchón, justo al lado de mi cabeza, me preguntó si estaba lista, cuando asentí, sentí su mano bajar por mi brazo, me tomó de la mano, la puso a la altura de mi cabeza sobre la cama, como para que no intentara escapar o algo. me dijo "Te amo", fue muy importante para mí, yo ya lo sentía, pero él fue el primero en decirlo. Lo siguiente que siento, fue cómo un tanque me abría y entraba a mis viscosos interiores destrozándome a su paso. El pene era largo, pero ese no era el problema, lo grueso era lo que me estaba matando, me dolía toda la zona púbica y sentía que se me iban a salir las piernas de su lugar, como si mis músculos fueran de papel mojado.
"Aguanta, Alondrita, aguanta", me dijo y su pene fue más profundo y más profundo. Comencé a llorar, entre el dolor, el "te amo" y que mi primera vez estaba yendo tan bien, no pude evitarlo. "No lo voy a meter todo, amor", dijo antes de darme un besito.
Y otra vez y otra vez, y otra vez, fue delicado conmigo, sus caderas se movían gentilmente, su pene, aunque doloroso, era también lento y placentero, vibraba ocasionalmente, como si tuviera escalofríos, al cabo de unos quince, dejó de doler tanto y dio lugar al placer. Fue así que, con esas simples caderitas tan lentas, mi novio me hizo llegar al orgasmo, expulsando mi primer squirt. Caleb sacó su pene y, aunque su condón estaba vacío, no me forzó a más ni pidió más. Yo estaba feliz, pero preocupada por ello. Ese momento fue delicioso, exquisito, muy excitante, pero claramente no había bastado. En nuestros siguientes encuentros, me dediqué a ser más activa, hablé con muchas mujeres por internet, vi pornografía de la casera, para ver qué hacían las parejas de verdad y, eventualmente, me acostumbré al macro-miembro de mi novio, llegando a hacerle correrse con sólo moverme sobre su pene.
Conocía a mis suegros, buenas gentes, amables y atractivos para estar ya en sus 45. Mi suegra, Luisa, era de piel blanca y cabello negro lazio, una mujer muy voluptuosa, sus caderas anchas, sus pechos enormes, esas nalgas que tanto me recordaban a las de mi novio por su forma y tamaño, claramente una mujer de gimnasio, como su hijo. Mi suegro, Jesús, me pareció muy guapo, moreno, de barba tupida y sonrisa fácil, su cuerpo era como el de Caleb, aunque un poco más alto y menos marcado, pero aun así se notaban los abdominales debajo de su camisa…
Pero los llegaría a conocer a todos mucho más.
Caleb me comentó del "rito" en el que su familia acepta a un nuevo miembro y me explicó todo lo que hay detrás de esa tradición. Según cuenta su familia, esto empezó con el tatara abuelo de mis suegros. Uno de los hijos tuvo a bien follarse a su madre, otro hermano los descubrió pero decidió no acusarlo y ambos compartieron a la mujer durante años, hasta que el padre los descubrió y corrió de la casa, se movieron de Monterrey a la Ciudad de México y después a la frontera con Estados Unidos. Así que ambos hermanos y su madre tuvieron que vivir por su cuenta y mantuvieron sus prácticas incestuosas, pasándolas de generación en generación. Según todos en la familia, es real, aunque a mi me suena a una forma de justificar la depravación, cosa que no me parece del todo mal, pero es más rico pensar en esto como simples estallidos de placer y lujuria, no hay por qué justificar algo como esto, se justifica por sí solo.
Fue en vacaciones que llegó el momento. Mi familia nos me dio permiso de ir a un rancho de la familia a pasar un fin de semana. Yo ya sabía lo que me esperaba, Caleb ya me había advertido de ello. Pero de lo que no me advirtió, fue de la cantidad de gente que habría, tampoco del primer paso: follar con mi suegro mientras él se cogía a su madre.
Lo que vería y sentiría aquel día, sería inolvidable en el mejor sentido de la palabra.