Papá lleva varios días fuera de casa y mi madre está más salida que una gata en celo. Lo advierto en su comportamiento: irascible, gritona, sudorosa, con atracones de chocolate… No sé si ya se acerca a la menopausia, pues dicen que proporciona síntomas semejantes. Será o no su proximidad al climaterio, pero yo atribuyo este desaforado estado de ánimo a que echa de menos una buena polla taladrándole su coñito goloso. Y pronto tuve la oportunidad de comprobar que así era, que mi madre necesitaba algo más que su dildo tamaño XXL que guardaba en el fondo del armario para apaciguar sus noches de calentura.
Fin de mes. A los obreros de la empresa les corresponde cobrar. Papá, intuyendo que su viaje iba a durar más de lo previsto, la había encargado a ella de abonar la nómina a los cuatro choferes con que cuenta nuestra empresa. En cada sobre, su correspondiente paga. Pero algo pasa por aquella cabecita loca, siempre pendiente de su estética y elegancia. Estar deslumbrante a toda hora le importa más que su propia familia. Gasta más en potingues, peluquería, masajes y vestidos que cualquier actriz de Hollywood. Así que el pobre papá tiene que trabajar más que un burro para complacerla en todo, hasta el extremo que siendo el jefe de la empresa de transportes no duda en ponerse al volante y recorrer medio país con un camión de mercancías. Así que la consentida no se lo pensó dos veces: cogió uno de los sobres con los honorarios de los empleados y marchó de shopping.
– Álex, salgo un momento. Estaré de vuelta sobre las ocho para pagar a los operarios. Tu hermana dormirá en casa de la abuela. ¡Y tú estudia, que estás hecho un vago y vas a recibir una buena reprimenda cuando tu padre vea tus últimas notas! Luego, puedes salir un rato.
¡Estaba yo para estudiar! Sin computadora (me la habían retirado al cacharme viendo porno), mi idea fue reproducir el episodio de días anteriores, pero mejorado: vestirme con la ropa interior de mi madre, ponerme unas medias con liguero, pintarme los labios de rojo pasión… y pajearme con su consolador bien introducido en el ano hasta quedarme seco. Aun así, antes de montarme tan excitante numerito, terminé una tarea pendiente y parloteé un buen rato por teléfono con mi primo Manel, que vive en un pueblo próximo, que me comunicó que dentro de unos días vendría a nuestra ciudad a hacer un examen de bombero y se alojaría en nuestra casa, algo que me alegró enormemente.
Pues ya estaba en plena faena, a punto de extenderme sobre la cama matrimonial a fantasear con el puterío de mi madre cuando oigo abrirse la puerta. Es mi madre, que se ha adelantado.
– Álex, cariño, ya he llegado. ¿Estás en casa?
¿Qué hacer? Los nervios se apoderan de mí. No sé si empezar por sacarme las medias o borrar el carmín. A ver cómo salgo del dormitorio sin que me vea. Un timbrazo viene en mi auxilio.
– Buenas tardes, señora. Venimos a cobrar el mes.
Son tres de los choferes. Mamá les paga y les hace firmar el recibí. Salen y la puerta se cierra tras ellos. Mamá suspira y coge las bolsas con las compras que ha hecho en las boutiques más exclusivas. Yo he logrado sacarme las medias y las bragas. Me sudan las manos con los nervios. Si me descubre, la cago, y veo difícil llegar a mi cuarto o al baño sin ser visto desde la salita donde despacha mi madre. La suerte está de mi parte: suena de nuevo el timbre de la puerta principal. Otro empleado. Por la voz reconozco a Tony.
Tony es el chófer más joven de la empresa. Tiene unos treinta años y ya lleva dos trabajando con mi padre. Es un muchacho rudo, pero atractivo, fuerte y alto, arrubiado, de facciones primarias y cuerpo atlético. Y, todo hay que decirlo, algo insolente. No me ha pasado desapercibida la forma libidinosa de mirar a mi madre y algunos comentarios sobre ella que han llegado a mis oídos ("A la jefa me la empotraba yo hasta ponerla bizca de placer").
– Hola, Tony. Aquí está tu sobre.
– Pero si aquí falta un montón, señora.
No logro escuchar con claridad cómo transcurre la conversación. Mi madre da explicaciones que a Tony no acaban de satisfacerle. El caso es que mamá ha dispuesto de buena parte de la paga del muchacho para sus compras caprichosas. Le dice que vuelva mañana por el resto o algo parecido, pero Tony no está conforme. Se produce un tira y afloja. Luego un profundo silencio. Ya he logrado desprenderme de la lencería de mamá. Coloco todo en su sitio (lo primero, el dildo dentro de la zapatilla de gamuza) y me dispongo a vestirme con mi ropa cuando oigo pasos que se aproximan al dormitorio matrimonial. No lo dudo un instante: me meto debajo de la cama. El espejo del armario me permite ver con nitidez lo que viene a continuación.
Tony besa con apasionamiento a mi madre y le magrea los pechos. Una teta ya ha salido fuera de la blusa. El muchacho mordisquea el pezón hinchado y negro como una castaña. La tumba sobre la cama, aún con las huellas de mi cuerpo en la colcha, y mientras ella se quita apresuradamente la blusa y el sostén, él le arrebata con furia la falda y las bragas. Introduce su cabeza entre sus muslos y empieza a lamerle el coño. Mamá gime como una perra. Siente la hábil lengua de Tony masajeando con la punta su clítoris erecto por la excitación. Los fluidos lubrican la vagina y ya el joven siente su sabor peculiar.
El empleado se ha despojado de su camisa y jean. Un soberbio bulto en el calzón aventura que está bien dotado. Mamá se incorpora y se abalanza sobre Tony bajándole el slip. Por unos instantes retrocede al ver semejante verga apuntándole a la cara pero la lujuria y calentura la dominan e introduce aquel miembro en la boca saboreando con delectación el sabor a orines del glande hinchado y traga todo el cipote hasta los huevos, que también lame. Ya Tony está masajeando por atrás el ano y la concha de mamá, mojada y lista para ser penetrada por ambos orificios, si ese fuera el deseo del chico. Pero el joven chófer solo quiere poseerla por delante, contemplando su rostro desencajado por el placer, con las piernas bien abiertas para que la muy furcia experimentase las embestidas de un verdadero macho.
-Ponte un condón -le dice ella, abriendo la mesita de noche y ofreciéndole uno de papá.
-Este no me llega ni a la punta del capullo -responde él con sarcasmo- Seguro que el jefe no tiene una polla como la mía.
-Póntelo, si no, no follamos.
El muchacho coloca como puede el preservativo y mete su pollón en el coño sonrosado y húmedo en medio de un pubis de vello rizado. Y empieza la jodienda. El bombeo es tan fuerte que el somier casi aplasta mi cabeza. Desde mi escondite debajo de la cama estoy más excitado que nunca. ¡Pobre papá, vaya cornamenta te está poniendo esta zorra!, pienso varias veces al escuchar los jadeos de mi madre. Con gran esfuerzo volteo y me pongo boca arriba. Me da la impresión que me voy a hacer más de una paja. Mamá gime y pide más y más poronga, se corre varias veces con las embestidas de Tony.
-Ya se ha jodido el condón -dice el muchacho al percatarse que el preservativo se ha roto-. Ya lo sabía: es pequeño para mi polla.
Mamá duda pero está desatada, ha perdido la conciencia del momento; el furor sexual la posee hasta el extremo de decirle a Tony:
-No pares, sigue, hijo de la gran puta, y si te corres dentro pues te corres. Quiero toda tu leche dentro de mí.
Y de nuevo penetrada, atenaza las nalgas del joven con sus piernas para sentir su miembro bien adentro hasta que las ráfagas de semen caliente inundan sus entrañas.
Casi al mismo tiempo nos corremos los tres. Ella con un grito que hace retumbar las paredes, él con un gruñido animal acompañado con un "Toma, puta rastrera, por todo lo que nos explota el cabrón de tu marido". Y yo por tercera vez sobre mi pecho procurando apenas respirar para no ser descubierto.
Silencio. Un penetrante olor a fluidos corporales inunda el dormitorio. Los amantes abandonan su lecho. Mamá le había suplicado otro polvo a Tony tras una breve recuperación, pero recordó que yo estaría a punto de retornar de la calle. Oí cómo el muchacho abandonaba la casa al cerrarse tras sí la puerta de entrada y cómo mamá corría al cuarto de baño a recomponerse y refrescar la chucha enrojecida por la brutal jodienda y tratar de lavar la eyaculación interna. ("Lo que me faltaba era quedar preñada", le oí decir mientras salía del cuarto). Yo salí de debajo de la cama y corrí a mi cuarto. Al pasar por delante de la salita observé que Tony se había dejado su sobre con la parte del sueldo. Seguramente, ya se había dado por bien pagado…